Читать книгу Sinfonía en rojo - Elisabeth Mulder - Страница 18

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Una noche fueron a ver el mar. Ella le seguía confiadamente, dando saltos absurdos en la sombra, deteniéndose de pronto como si meditase, o entornando los ojos y oliendo el aire. Iban por atajos alfombrados de hierbas olorosas, atravesando bosques de pinos y de limoneros. Poco a poco se acercaron a un terreno rocoso, de aguda pendiente. Subía de abajo una voz ronca y estallante, que no tenía la dislocada ondulación del viento, sino una cadencia monótona y mesurada. Pero era una voz llena de sugerencias y de apasionantes temblores.

Java se detuvo a escucharla, exaltada y temerosa a un tiempo, hasta que el hombre rubio le dijo unas palabras. Entonces siguió con él hacia delante.

Le parecía que el monstruo de voz grave iba a atacarla de un momento a otro, y avanzaba con precaución, dispuesta a saltar al primer contacto y defenderse. Pero según se acercaba a la voz honda, esta se hacía más insinuante, más acariciadora su ronca monotonía, y de pronto, al tocar la playa, Java cesó de tener miedo y sintió que el aire salitroso, que la suavidad de la arena, que la voz del invisible monstruo la llenaban de una exultante alegría, de un gozo que corría por ella en oleadas calientes y embriagantes.

Y se puso a dar brincos en la playa, estirando sus músculos, hundiendo las uñas en la arena, loca de una locura dulce y joven que la emocionaba.

Buscó los ojos azules en la sombra, ávida de un reflejo que le devolviese su propia exaltación.

Pero el hombre rubio los tenía fijos en la silueta iluminada de un barco que pasaba, y a la luz de los astros eran de un azul de hielo, secreto, inmaterial.

Cuando regresaron amanecía ya, y en el viento gregal se fundían el mar y la montaña.

Sinfonía en rojo

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