Читать книгу Sinfonía en rojo - Elisabeth Mulder - Страница 21

Оглавление

De pronto se sentía lacia y desmayada. Una gran lasitud iba trepando hacia ella, como la niebla hacia las cumbres de la evaporación crepuscular. Era vieja. Y el reciente y violento amor con su espectral compañero de una noche le había dejado una desmesurada necesidad de dulzura. Otras caricias brincaban en su mente. Sus ojos perseguían hacia dentro una forma fluídica y blanca; esta forma tenía movimientos imprecisos y una voz ácida, filtrante y sin color. La voz se hacía rostro, a veces, y el rostro, dos pupilas secretas, de un dulce hermetismo en el que se podía reposar sin muerte, en el que la vida circulaba subterráneamente, veta de savia oculta que nutría la expectación y la inquietud, la esperanza y la sorpresa, y afloraba a la superficie por invisibles conductos, abiertos como poros múltiples en la pulpa lechosa.

Java iba meciéndose en su recuerdo y sin saber que recordaba. Y sin saber que sufría. Para ella la nostalgia no tenía nombre ni contorno moral; era simplemente un dolor sordo, punzante y oscuro, como cuando se le clavaba una espina entre sus zarpas vigorosas, pero sensibles, y el punto de inflamación le daba latidos y le producía angustia. Para ella la nostalgia era esto, o era una quemadura o un golpe, o estar prisionera. Pero este dolor no se veía lenificado por el tiempo, sino que, por el contrario, crecía y se hinchaba como un río nacido muy alto; y el olvido no llegaba nunca a azolvar su corriente.

Un amanecer en que andaba sin rumbo, acercose a un chortal, con la doble calentura de su nostalgia y de sus ijadas doloridas, y bebió ávidamente el agua fría, lívida de madrugada.

De pronto vio en la lagunilla dos ojos verdes como ella había visto otros ojos idénticos en una mujer ondulante. Y sintió el deseo cruel de volverlos a ver, de presenciar cómo naufragaban voluptuosamente en los ojos azules, diluyéndose en ellos y cegándolos para toda otra imagen.

Comenzó a descender hacia la planicie cuando el sol, asomando apenas sobre los picachos, difundía una luz de ámbar, y la comba del cielo adquiría una rosada transparencia de mejilla tersa.

Java sabía que el hombre rubio estaría ahora con aquella que tenía los ojos verdes. La veía ceñirse a su brazo. Tal vez iba vestida de blanco y parecería una nube enredada a un árbol.

El aire era transparente. Se veía el mar a lo lejos, el mar que tenía voz de monstruo seducido. Tal vez acunaría monorrítmicamente el sueño de un barco. Tal vez la arena estaría aún fría de noche. Tal vez aquella que tenía los ojos verdes se habría tendido en la playa junto al hombre rubio.

Bandadas de pájaros cruzaban de una montaña a otra piando desesperadamente, con el gozo del día hinchándoles los buches. Tal vez aquella que tenía los ojos verdes se inclinaría ahora sobre el hombre rubio, rozándole la frente infinita y diciéndole con su voz espesa palabras sin fragancia.

Goteaban las fuentes una risa menuda, los regatos saltaban sobre las piedras con un chasquido melódico, y el rocío era azul. Tal vez aquella…

Pero cuando lo encontró estaba solo, y esperándola.

Sinfonía en rojo

Подняться наверх