Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 22

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SALIR O ENTRAR

«Esa no ha sido la mejor forma de decirle que pronto viajarás».

Soy una experta en meter la pata. Debería haber buscado una forma mejor de decirle a Alejandro que no estaré en Madrid durante un período de tiempo. No será muy largo, pero a lo mejor a partir de entonces tenga que viajar más.

—En realidad no estoy segura —intento excusarme—, de todas formas, sólo sería un par de semanas —le resto importancia, ya torearé este toro cuando llegue el momento.

Nos levantamos y seguimos paseando. Alejandro estudió aquí en Madrid y, tras graduarse, vivió unos años en Australia. No visitó mucho España durante ese tiempo.

—Sólo volví una vez... por la muerte de mi madre.

Me sorprende su sinceridad. Hace un rato le he preguntado por su familia y no me ha querido contar demasiado.

—Oh, lo siento —me doy cuenta de que no nos conocemos en absoluto.

—No pasa nada. Hace mucho tiempo de eso.

Intenta no darle importancia, pero sé que la tiene. Sus ojos han perdido el brillo durante unos instantes y su sonrisa sólo ha sido un intento de mueca.

—Mis padres fallecieron en un accidente de coche. Sé lo que se siente. No importa el tiempo que pase.

Agarra con sus manos mi cara y me da dulces besos en la comisura de la boca.

Posee varias sociedades, entre ellas MKD, un entramado de empresas, y el club Adara. La discoteca la mantiene por motivos sentimentales. Era de un socio y amigo que falleció de manera trágica y repentina. No quiere deshacerse de ella. Me confiesa que en realidad no la suele visitar mucho. La gerente se llama Verónica, pero está de viaje por motivos personales. Eso y yo son los motivos por los que ha pasado bastante tiempo en el club últimamente. Me deja atónita. Y me doy cuenta.

—Cuando mi hermano nos presentó en The Paris..., ya nos conocíamos —afirma con la cabeza—. Me pareció que estabas molesto.

—Lo estaba, no te acordabas de mí —me abraza y esconde su cara en mi cuello—. Nunca me había ocurrido eso —se separa y ríe divertido.

—Oh, lo siento —y caigo en la cuenta—. ¿Cuándo fue entonces la primera vez que nos vimos? —pregunto, no sabe muy bien a qué me refiero, o se hace el tonto—. Dices que te enamoraste de mí la primera vez que me viste, ¿cuándo fue eso?

—Esa noche fue la primera que fui al club desde que Verónica se marchara. No me hacía demasiada ilusión tener que pasar por allí después de un largo día de trabajo. Habían sido unas semanas muy duras. Estaba muy enfadado, pero Marcus llamó y había que solucionar algunos... problemas. No podían esperar a que Verónica regresara.

—Estaba muy cansado, sólo quería irme a casa y dormir. Las cosas no salieron del todo bien esa noche. Sólo había estado aquí un par de veces antes y, aunque Verónica hace bien su trabajo..., esto sólo podía hacerlo yo. En fin, estaba desquiciado, y... entonces... te vi. A través de la cristalera del despacho... te encontré... Estabas bailando y riendo, irradiabas alegría, sensualidad, frescura... De repente me di cuenta de que el peso de mis hombros había desaparecido y sólo podía sonreír, y mirarte. No podía dejar de hacerlo. Eres preciosa —me besa—. Fuiste un imán para mi cuerpo. Bajé las escaleras e intenté acercarme a ti. Estabas bailando con un idiota —sonríe— y me mandaste a la mierda.

Abro los ojos de par en par. Lo recuerdo. No me hizo caso, le dijo al idiota que se marchara y este desapareció. Me agarró del brazo y me llevó a un reservado. Me dio agua. Creo.

—Lo aparté de ti. No te conocía de nada y no podía soportar que te tocara. Me di cuenta enseguida de que algo ocurría. Jamás había sentido antes ese instinto de protección y posesión hacia otra persona. Te llevé a un balcón, te senté, me pediste que buscara a Sara y os llevé a casa.

—Lo recuerdo. Te dije...

—Que era muy mandón, que me perdonabas porque era un dios griego y que te dejara en paz si no iba a follarte —termina la frase por mí, se está divirtiendo.

Madre mía. Vaya forma de meter la pata. Me tapo la boca con la mano y cierro los ojos. Qué vergüenza. He aquí la prueba de que beber es malo para la salud. Y para la dignidad. Y para el sentido común. Y para morirte de pavor unas semanas después cuando la persona a la que amas te cuenta cómo te conoció.

—Lo... lo siento —no atino a decir otra cosa—. Soy una idiota.

—Eres adorable y un poco desquiciante... —caigo en la cuenta de algo que me horroriza.

—Espera, ¿nos acostamos? ¿Nos acostamos y no me acuerdo de nada?

—¡No! ¡Me gusta que las mujeres a las que me tiro estén conscientes y despiertas!

No tengo por qué, pero esto último me mosquea bastante. Me aparto de él y se da cuenta del error que ha cometido.

—No he querido decir eso… —se toca el pelo—, quiero decir que sí, me gusta follar con alguien que esté despierta, pero… pero… —no sabe cómo arreglar el embrollo— me gusta follar contigo, únicamente contigo —termina con una risa—. Joder, me vuelves loco —y rompemos en carcajadas, yo de vergüenza, él de la situación.

Durante todo este tiempo ha sabido que desde el principio he querido acostarme con él, que me atraía, y que siempre me ha parecido un dios griego. Oh, dios mío. Tengo que dejar de beber.

Nota mental: el alcohol es malo. Muy malo. Me lo apunto por millonésima vez en un pósit amarillo fluorescente que mi descerebrada mente desechará horas después. Es automático, tiene incorporado un chip de autodestrucción.

—Siempre llevas esta pulsera —me acaricia la muñeca.

—Me la regaló mi madre por mi dieciséis cumpleaños. Es especial.

—¿Qué significan? —pregunta mientras roza con sus dedos los objetos que cuelgan de ella.

Respiro hondo antes de contestar. Puedo recordar el sonido de su voz cuando me la dio, tres meses antes de fallecer.

—La estrella es la luz de la vida. Aunque todo se nuble, aunque la noche siempre se apodere del día, siempre habrá una estrella brillando en el cielo. Aunque no se vea, sabemos que están ahí —cojo aire antes de seguir—. El corazón es el amor. No sólo el amor romántico. Ella quería que viera el amor en todo lo que nos rodea cada día. Un amigo, un hermano, una sonrisa amable de un desconocido… —Alejandro suelta la pulsera que aún tenía agarrada y me abraza hundiendo su cara en mi cuello mientras yo me pierdo enredada en él.

Tras un breve instante me recompongo.

—El antifaz significa misterio, ilusión e incluso erotismo —la miro y comienzo a tocarla y a darle vueltas en mi muñeca—. Ella quería que lo tuviera todo, que no me perdiera nada. Que la vida no pasara desapercibida a mi lado —Alejandro me levanta la cara acariciándome el mentón y me besa. Primero despacio, después de esa forma que me desborda y que él maneja con maestría.

El resto de la tarde la pasamos en su casa. Sobre las ocho vamos a mi piso a recoger alguna de mis cosas. Estoy hecha polvo. Esta noche no hemos dormido demasiado. No sé ni cómo puedo andar. «Ejem, ejem».

Entramos en mi diminuto piso y no se escucha ruido. Están todas las persianas bajadas. Mientras subíamos en el ascensor, he estado intentando convencer a Alejandro para que me deje hacer la mudanza poco a poco. Los cambios bruscos no me sientan bien y no quiero que me afecte. Prefiero evitar cualquier estado de ansiedad y que pueda verme en medio de un ataque de pánico. Creo que eso ya ha ocurrido. Estamos en el descansillo.

—Sólo te pido una semana —enciendo la luz del salón.

Lo que encontramos es una orgía con todas sus letras. Sólo se ven piernas y brazos. Y... un, dos, tres..., cuatro culos. Miro a Alex. La vena que le sobresale de la frente me indica que esto acaba con nuestra negociación. Los implicados en el acto sexual nos miran, algunos más que otros, y con un casi imperceptible gesto le digo a Sara que qué coño hace. No me lo pregunto por el hecho en sí, sino porque creía que lo de Joan podía funcionar y no es ninguno de los implicados. La otra conocida es Sofía, a los dos del sexo opuesto no los conozco. Ni quiero hacerlo. Vuelvo a mirar a mi hombre que está a punto de explotar.

—Nos vamos —dice Sara empujando a los otros tres a su habitación que desaparecen de nuestra vista.

—No pasarás aquí ni una sola noche más —masculla, muy enfadado—. No sé cómo aguantas esto.

Me encojo de hombros. Entramos en mi dormitorio. Cierra la puerta tras él.

—Espera. Tú... ¿sueles hacer esas cosas? —los ojos se le salen de las órbitas. Si le digo que sí, convulsiona.

«Haz la prueba».

Mejor no.

—¿Qué? ¡No! —me mira inquisitivo.

—Oye, tengo una vida antes de conocerte. He tenido... experiencias —está morado, creo que no respira—. No, nunca he hecho nada con más de una persona a la vez —lo tranquilizo—. ¿Y tú? —por favor que no me cuente nada.

—Alguna vez. Hace mucho tiempo.

No sé para qué pregunto. Una ola de celos me abrasa la garganta en ese mismo instante.

—Tengo una vida antes de conocerte —repite lo que le he dicho antes y sonríe. Se acerca a mí y me abraza.

—Ahora eres mía, preciosa. Y yo soy tuyo. Nada va a cambiar eso —susurra junto a mi oído, me besa y me deja mareada.

Durante un par de horas metemos mi ropa y enseres en cajas. Mañana una empresa de mudanzas lo recogerá todo a las diez. Podríamos llevarlo nosotros, no son tantas cosas, pero me niego a discutir con él. Terminamos y nos vamos a comer. La salida de la casa es más tranquila que la entrada.

Almorzamos y vamos al cine. Pasamos la tarde como una pareja normal. Como si lleváramos años juntos. No me suelta en todo el día. Me besa y me abraza cuando considera que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo hizo. No se sacia de mí. Yo de él tampoco.

*******

Cinco años y medio antes.

Me despierto y Álvaro no está a mi lado. Durante una milésima de segundo siento que lo de anoche fue un sueño, pero desecho esa idea al instante. Aún puedo oler su esencia y sentirlo a mi lado. Me altero. No estoy muy segura de qué fue exactamente lo que pasó hace unas horas, pero estuvo muy cerca de mí otra vez. Ha sido especial y maravilloso. Empiezo a llorar. El miedo ha escapado de donde lo tenía escondido y se presenta ante mí sin avisar. Estoy aterrada. Tengo la sensación de que anoche se despidió de mí, de nosotros. Me lo dio todo y me ha dejado sin nada.

Llego a la universidad con unas enormes gafas de sol. Me tapan toda la cara. Me ha costado mucho levantarme tras llorar durante hora y media bajo las sábanas. He buscado fuerzas donde creí que ya no quedaban y me he obligado a ducharme. Hoy publican las notas del TFG y necesito verlas.

Ando por inercia. Mis pies lo llevan haciendo veinticuatro años y no hace falta que les ordene que se muevan, afortunadamente. Mi mente ahora mismo no es capaz de hacer dos cosas a la vez, y está totalmente concentrada en no dejarme llorar. Camino por el campus. El sol deslumbra en el horizonte y los árboles se mueven por el viento. Puedo escuchar las risas de un grupo de compañeros sentados en el césped. Uno se levanta y se acerca.

—Dani —me obliga a parar, aunque no quiero.

—Hola.

—El viernes que viene, tras la graduación, cenaremos en el Hotel Silken Puerta Madrid —me sonríe, le sonrío forzadamente—. He hablado con Álvaro hace un momento. Me ha confirmado vuestra asistencia.

Vaya. Todo un detalle por su parte. Yo he intentado preguntarle sobre el tema y no me ha hecho ningún caso. No sé si enfadarme o sentir alivio porque vayamos a hacer una cosa normal juntos. Intento poner cara de circunstancia, pero no lo consigo. Sergio hace una mueca.

—¿Estás bien? —me agarra del codo, me recupero.

—Eh... Sí, claro. Sólo estoy un poco nerviosa... Voy a ver la nota del TFG.

—Ah, estupendo. Seguro que sale bien. Te dejo. Suerte —se despide y se va.

Subo las escaleras y camino por un pasillo muy largo flanqueado por puertas a ambos lados. Odio tener que entrar aquí. Llego al tablón de anuncios y no encuentro el listado que he venido a buscar. Escucho una puerta abrirse a mi lado.

—Hola, Daniel —el señor Ramírez me sonríe. Es mi tutor del Trabajo de Fin de Grado. Le tengo un cariño especial. Me ha ayudado mucho durante estos cuatro años. Es de esos profesores que te inspiran. No debe tener más de cuarenta años.

—Buenos días, señor Ramírez.

—Llámame Felipe —siempre nos lo está recordando, prefiere que le tuteemos, pero no logro conseguirlo. No me sale natural—. Vienes a conocer la nota, ¿verdad? —pregunta retóricamente mientras sacude unos documentos que lleva en la mano—. He tenido problemas con el ordenador, pero déjame darte la enhorabuena —y me tiende la mano. Sonrío de oreja a oreja. Por fin, algo bueno.

—Gracias, Señ... Felipe —rectifico a tiempo—. No lo hubiera conseguido sin su... sin tu ayuda.

—Claro que sí, Daniel. Tienes mucho talento, puedes hacer lo que quieras tú sola.

Hablamos un poco de mi futuro. Me pregunta qué tengo pensado hacer ahora y me invento una pequeña historia. Mi plan durante cuatro años ha sido irme a París con Álvaro e intentar seguir formándonos allí, pero, aunque no hemos hablado de ese tema últimamente, tengo bastante claro que eso no ocurrirá. Me dice que tendrá las notas publicadas en un par de horas, nos despedimos y me voy. Esperaré para ver la calificación de Álvaro antes de irme a casa a seguir llorando mi pena. Se graduará con honores, estoy segura, pero, ya que he venido, no me voy a ir sin verla. Él seguro que ni se interesará por ella. No se interesa por nada. Tampoco por mí.

Para hacer tiempo, decido ir a la cafetería a desayunar algo. No he comido nada en casa. En realidad, no recuerdo cuando fue la última vez que comí en condiciones. Estoy un poco mareada, necesito azúcar.

Subo de nuevo por las escaleras hacia el pasillo donde se encuentran los despachos de los profesores y donde deben estar ya las notas puestas. Efectivamente, están publicadas.

Sánchez, Daniel: 9.

Sanz, Álvaro: MH.

No esperaba menos de él. Matrícula de Honor. Se lo merece. Me alegro mucho. Decido llamarlo para darle la noticia. No sé si me cogerá el teléfono, pero no pierdo nada por intentarlo.

Un tono. Dos tonos. Tres tonos. Cuatro tonos.

—¿Quién es? —pregunta una voz de mujer, cantarina, demasiado feliz y satisfecha. «¿Quién demonios eres tú?».

—Eh... Hola, quiero hablar con Álvaro.

—Está ocupado —escucho risas.

—Perdona, ¿quién eres?

—Una amiga —se escucha una voz de fondo, la de Álvaro. Le quita el teléfono.

—Dani, no puedo hablar...

—Conmigo —le cambio el final.

—No te pongas así, celebramos el final de carrera, que hemos terminado —«¿la carrera o lo nuestro?». Está algo borracho y tal vez colocado—. Después hablamos —no habla claro.

—Sí, ya —y cuelgo.

Intento olvidarlo y centrarme en no llorar hasta llegar a casa y cerrar la puerta. Me urge salir de allí a toda prisa.

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