Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 29

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DESAPARECER

La secretaria, ayudante, acompañante o lo que sea de Álvaro, me ve y se levanta. Me estaba esperando. Qué bien. Ironizo.

—Buenos días, señorita Sánchez.

—Buenos días, señorita Dugués —sonrío forzada. Paso por su lado sin pararme siquiera. Me sigue. Entro en mi oficina.

—El señor Llorens —«ahora lo llama señor»— quiere sobre la mesa de su despacho toda la documentación relacionada con el traslado de la exposición. Dossiers de cada obra, empresa de transporte especializada, revisión de contratos… —no soporto escucharla.

—Lo tendrá todo, no se preocupe —la corto. No necesito que me diga lo que tengo que hacer. Llevo trabajando en este proyecto más de seis meses.

Ni siquiera me digno mirarla. Su sola presencia me molesta.

«¿Por qué te molesta, Dani?».

Argg. Me pongo los ojos en blanco mentalmente. Porque es imbécil. Una imbécil muy elegante. Lleva un traje de chaqueta gris oscuro de Prada con una camisa blanca y el pelo recogido en un moño que parece informal, pero que no lo es. Me pregunto si algo comprado en un mercadillo cuelga de su armario. Gira sobre sus Manolo Blahnik rojos de setecientos euros (la guinda del pastel) y sale del despacho. La odio.

Respiro varias veces y decido empezar a poner orden en mi descolocada vida en general, y en mi desenfrenada vida sentimental en particular, a la alta velocidad a la que va.

Empecemos por partes. Necesito hablar con Sara para que me aconseje sobre qué hacer. Va a alucinar cuando se entere de que Alejandro y Álvaro son hermanos. Hermanos. La llamo por teléfono. Un mensaje puede tardar demasiado. Necesito ir cerrando temas con urgencia.

—Hola, zorra —me saluda.

—Buenos días para ti también —digo resignada.

—¿Cansada? ¿Toda la noche follando? ¿Te la metió por el culo? ¡Qué pena me das!

Reímos. De sobra sabe que tengo un problema con eso. No es que no quiera que ocurra. Es que no he tenido buenas experiencias al respecto. Lo he dejado por imposible.

—Sabes que en esta vida no todo es follar, ¿no?

—¿No? —me responde teatralmente sorprendida y alargando la o. Volvemos a reír.

—Pero, ¿follaste o no?

—Sí —acepto—, pero no te llamo para contarte cómo mi dios griego del sexo me folló bajo la ducha durante más de dos horas —la pico.

—Guarra —rompemos en carcajadas.

—Escucha, ¿puedes quedar para comer? Es importante.

—¿Problemas?

—Código rojo.

—Está bien. ¿En Vitorino a las dos?

—Perfecto.

—Te dejo. Mi jefe me mira con cara de mal follado. Este sí que necesita un buen polvo bajo la ducha. Se conformaría con hacerlo en cualquier sitio, de hecho. Seguro que no moja desde que España ganó el mundial de fútbol —y cuelga.

Me encanta hablar con ella, me llena de energía. Es tan vital e irradia tanta positividad que te impregna con ella. Ama la vida y sabe vivirla. No sé qué haría sin Sara. Una cosa tachada de la lista. Respiro varias veces y cojo fuerza para lo que viene.

«Tú puedes, Dani».

Claro que sí.

Antes siquiera de buscar en la agenda su nombre, el móvil suena y vibra en mi mano. Es Alejandro. Descuelgo.

—Te echo de menos —susurra sensual tras la línea.

—Me dejaste sola en la cama —lo acuso.

—Parecías una oruga enroscada entre las sábanas —se está riendo de mí—. Vale —sigue en un tono más áspero y menos divertido—, en realidad tenía prisa y, si te despertaba, te follaría. Tenía una reunión a primera hora de la mañana fuera de Madrid.

—Me hubiera gustado que lo hicieras —gimo.

—A mí también —dice rotundo, ronco, sensual y salvaje. Él es todo eso y más. «Céntrate Dani. A lo que ibas»—. Tenemos que hablar —cambio diametralmente la atmósfera que hemos creado—. Ni siquiera sé dónde trabajas.

Sé que el club Adara es suyo, pero no es a lo que se dedica. Sólo lo ha estado gestionando mientras la encargada, Verónica, está fuera. Tengo que preguntarle cuándo vuelve. Uno de los mil temas que tenemos que tratar.

—No has preguntado —pongo los ojos en blanco, no es tan simple.

—Señor Fernández, la señorita Marina de la Rosa desea verle —escucho tras la línea a la que debe ser su secretaria.

—Alejandro, tenemos que hablar —ahora lo que se oye es una voz estridente. Será la tal Marina. El tono con el que lo ha dicho me dice que ella también tiene temas pendientes con él. Empiezo a ponerme nerviosa.

Espera, Marina de La Rosa, la morena que le acompañó a la exposición el día de la inauguración. Me entran ganas de vomitar. El silencio que se crea, demasiado largo y espeso, junto con esa voz chillona y la familiaridad con la que ha tratado a Alex, me pone nerviosa.

—Tengo que dejarte, nos vemos esta tarde —y cuelga.

Su manera de despedirse consigue que mi nerviosismo se convierta en un estado de alerta y ansiedad considerable. ¿Quién es realmente esa mujer? ¿Por qué Alejandro me ha colgado por ella? No tacho esta tarea de mi lista. La dejo como pendiente subrayada con rotulador amarillo fluorescente. No he conseguido nada. Ni que quedemos para hablar ni que me haga conocedora del lugar donde trabaja. Tendré que conformarme con la información anexa que he conseguido sin proponérmelo. Una tal Marina de la Rosa tiene la suficiente confianza con él como para llamarlo por su nombre de pila e irrumpir en su despacho un miércoles a las nueve y media de la mañana sin que le dieran paso. Arggg.

No lo puedo remediar. Me distrae. Me entretiene prometiéndome sexo fuerte y mágico sin planteárselo con esa voz salvaje y sensual, y pierdo la cabeza.

«Y las bragas, la mayoría de las veces».

Tengo que cambiar de táctica. Yo también puedo ser muy convincente. No volverá a tocarme hasta que no se sincere conmigo. Lo repito varias veces en mi mente. Para conseguir algo, sólo tienes que creer que puedes hacerlo.

«Y tú nunca podrás convencerte de ello».

Reviso el correo. Nada importante. Decido ponerme a preparar la documentación que Álvaro me ha pedido a través de la señorita Prada–Manolos para dejarla sobre su mesa esta tarde antes de regresar a casa. Voy al archivo, una habitación pequeña al fondo del pasillo, y recopilo la información. Lo tengo todo bien organizado. Cierro el último cajón y giro sobre mis zapatos. Me topo con un torso ancho y robusto. Me asusto y me quedo clavada en el suelo.

—Hola.

Álvaro tuerce la boca en una media sonrisa que podría desarmar al puto ejército chino y camina un paso deshaciendo el espacio que nos separa. Puedo sentir su respiración a escasos centímetros de mi cara. Se agacha lo suficiente para quedarse a mi altura y deja su boca a un diminuto centímetro de la mía. Su mirada, oscura y profunda como la Fosa de las Marianas, consigue que se me corte la respiración.

«Aléjate, Dani. Da un paso atrás». Pero no puedo moverme.

—Ho... la —sé fuerte, me arengo.

Levanta su mano derecha despacio y estoy al borde del abismo. Cierro los ojos amedrentada por lo que puede pasar y aprieto las carpetas que sostengo sobre mi pecho. Roza con la manga de su chaqueta la parte superior de mi brazo izquierdo y me tenso hasta apretar cada músculo de mi cuerpo. Un segundo después coge una carpeta que está sobre una repisa detrás de mi espalda. Se separa y se va. Durante unos segundos no reacciono. Al momento siguiente me flaquean las piernas y me doy cuenta de que necesito llenar mis pulmones de oxígeno. Respiro hondo y dejo caer mi lánguido cuerpo sobre el archivador que tengo justo a mi espalda.

Entro en Vitorino y diviso a Sara al fondo de la sala. Sonríe y me saluda con la mano mientras que con la otra da un sorbo a su copa de vino. Es el restaurante de moda. Un gastrobar. La comida es exquisita y en absoluto cara. Paredes blancas con cuadros en blanco y negro. Con fotos de antiguas leyendas del rock.

Mientras camino hasta ella observo que llena mi copa. Sabe que lo necesito. Me siento frente a mi amiga, de espaldas a la barra y me dejo caer en la silla, derrotada. Le doy un trago a mi bebida. Termino y la dejo sobre la mesa.

—Lo necesitaba.

—Buen sexo. Buen vino. Pide y la vida te lo da —levanta su copa brindando conmigo, pero no la sigo. Se encoge de hombros y bebe sola. La miro agobiada.

—Alejandro y Álvaro son hermanos —le suelto sin más. Sara escupe el líquido burdeos manchando mi vestido.

—Pero, ¿qué haces? ¡Mira como me has puesto! —me limpio con la servilleta. No la puedo culpar. Me lo he buscado yo solita.

—¿No pretenderías no esperar una reacción por mi parte ante la mierda que acabas de soltar? —tiene los ojos muy abiertos y está haciendo aspavientos con la mano que no sujeta la copa.

—Pues imagínate como me quedé yo.

El camarero se acerca, pedimos la comida y, mientras la traen, le cuento lo que ha pasado: mi sorpresa al encontrarlo en la cena, lo mal que me sentí y lo mal que me siento por no ser totalmente sincera con Alejandro, las ganas que tenía de atragantarme con una aceituna y morir trágicamente en aquel instante.

—¿Qué vas a hacer?

—Irme a vivir a Cuba.

—Saca dos billetes, me voy contigo —bebe. Caigo en la cuenta de que ella tampoco lo está pasando bien en estos momentos y me doy patadas en el culo por ser tan mala amiga.

—¿Todo bien con Joan?

—No es importante.

—Claro que lo es —le cojo una mano—. Perdona, soy una pésima amiga —digo sincera.

—Salimos el viernes y te perdono —propone con mirada pícara mientras se suelta de mi mano.

—Eso está hecho —levanto la copa instándole a que haga lo mismo y brindamos por una futura noche apoteósica. Sonreímos.

El camarero deja los modernos platos negros totalmente planos ante nosotras y empezamos a comer y a divagar sobre los distintos sabores que se mezclan en el paladar. Pincho con el tenedor lo que parece ser un tipo de queso frito con cebolla caramelizada sobre una base de masa de pan y me lo llevo a la boca. Cierro los ojos y lo degusto con deleite.

—Mmm. Está buenísimo. Podías cocinarlo un día en casa —abro los ojos.

—Ya no vives conmigo.

—Invítame a dormir una noche. Haremos una fiesta de pijamas. Yo llevo los mojitos.

—¿Tu irascible y dominante dios griego del sexo te deja dormir fuera de casa? Esto sí que no lo esperaba —le tiro un trozo de rosco y ella lo esquiva. Nos echamos a reír.

Seguimos disfrutando de nuestra comida rodeada de altos ejecutivos, empresarios con trajes de chaqueta de más de mil euros y alguna que otra cara conocida. Hablamos de cosas triviales, como por ejemplo del modelito que nos vamos a poner el viernes por la noche y qué zapatos le puede quedar bien.

—No quisiera volver al tema, pero, ¿Álvaro es moreno, alto, labios carnosos, cuerpo de impresión y sonrisa perfecta? ¿Como Theo James, pero cien veces más atractivo?

—Nadie es más atractivo que Theo James —afirmo rotunda mientras me peleo con lo que parece ser una espinaca—. Pero sí. Yo no lo habría descrito mejor, ¿por? —como está loca, no le hago mucho caso.

—Por nada —se encoge de hombros y rellena mi copa de vino hasta casi hacerla bosar.

—Buenas tardes, señoritas —esa voz a mi espalda hace que me quede helada y me ahogue con la comida que estaba a punto de tragar. Toso y bebo medio vaso de vino. Qué hija de puta, por eso me ha llenado la copa.

—Soy Álvaro —se presenta al darse cuenta de que yo no hago nada. Alarga el brazo y estrecha su mano con la de Sara. De otro sorbo me termino la bebida.

—Yo Sara —sonríe forzada—, la que te rebanaría la polla a trozos, hijo de puta —afortunadamente esto último sólo lo he escuchado yo. La reprendo con la mirada y ella me hace una mueca con la boca fingiendo arrepentimiento. Se está divirtiendo.

—Salió muy rápido del despacho, señor Llorens.

«No tienes filtro, Dani».

Joder. Al instante me arrepiento de lo que he dicho.

—¿Me ha echado de menos, señorita Sánchez? —dice clavando su mirada en la mía.

La retiro y observo cómo Sara vuelve a llenar mi copa con una sonrisa alumbrando su cara. Definitivamente quiere emborracharme. Pocos segundos después, cuando no ha pasado el suficiente tiempo para que el silencio se vuelva incómodo, siento unas fuertes manos agarrarme por la cintura y levantarme. Me rodea con sus brazos y me gira. Es curioso, pero, con sólo sentir su calor, mi cuerpo se relaja y, aunque sigo enfadada con él por tomar decisiones sin contar conmigo y colgarme como lo hizo, no puedo evitar sentirme irremediablemente atraída por su magnetismo. Agarra mi cara con ambas manos y me besa como si no estuviésemos rodeados de gente. Mi cuerpo tiembla y se rinde a él. Es todo lo que necesito.

—Hola preciosa. No esperaba encontrarte aquí —vuelve a unir nuestros labios y suelto un leve gemido que espero que sólo haya escuchado él. Se retira un poco y sonríe complacido.

—Me quedaría contigo, pero es una comida de negocios —no me suelta.

—Y llegamos tarde —avisa Álvaro intentando sonreír sin conseguirlo, con la mirada fija justo donde la mano de Alejandro agarra mi cadera.

Suena el teléfono de mi dios, mira la pantalla, se disculpa, se despide con un beso, demasiado largo, lleno a rebosar de promesas que no puede cumplir aquí y ahora, y se aleja de nosotros llevándose el móvil a la oreja. Álvaro me mira y se me acerca mucho más de lo aconsejable.

—Espero los documentos esta tarde sobre mi mesa. Nos vemos luego —esto último es un leve susurro muy cerca de mi oído. O así lo he sentido yo.

—Encantado de conocerla —mira y sonríe a Sara.

Paso de él nerviosa y me centro en mi amiga. El agobio y el enfado se acrecientan cuando veo a Sara a punto de partirse de la risa. Me siento y apoyo derrotada la cabeza entre mis dos manos. Quiero morirme y resucitar tumbada en una hamaca en las Islas Phi Phi.

—Yo haría un trío con los dos —la atravieso con la mirada y se calla.

—¡Te estás divirtiendo! —chillo. No me lo puedo creer.

—Perdona. Los nervios —intenta justificarse. Sigue riéndose sin poder parar. Coge la copa y se la lleva a los labios intentando controlarse.

—Alejandro quiere que me case con él —vuelve a escupir la bebida sobre mi ropa—. Joder, eres imbécil —me limpio de nuevo.

—¡La culpa es tuya! —puede que lleve razón.

—Eres una zorra.

—Lo sé —sonríe y bebe—, pero me quieres.

Sonrío resignada.

Por supuesto que la quiero. Y estoy deseando salir el viernes con ella y olvidarme de todo, aunque sólo sea durante unas horas. Tendré que enfrentarme a Don Dominante y Autoritario, pero no podrá hacerme cambiar de idea. Tiene que entender que poseía una vida antes de conocerlo. No puedo abandonar a mis amigos por él sin mirar atrás. No lo haré.

Terminamos de comer mientras intenta tranquilizarme y hacerme creer que encontraremos una solución y todo saldrá bien. Yo me resigno y me convenzo a mí misma de que tal vez tenga razón. No tiene porqué salir mal. Puede haber una solución aunque ahora no la vea.

«Claro que la hay, pero no es buena para ti».

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