Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 34

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DESPUÉS HABLAMOS


Unos calientes labios besan mi hombro izquierdo. Susurra a mi oído que me despierte. Abro los ojos y los rayos de sol atraviesan completamente el ventanal de mi habitación. Parpadeo varias veces para ayudar a mis pupilas a que se amolden a la luz. Veo a Alejandro completamente vestido con un traje de tres piezas azul oscuro, una blusa blanca y corbata gris perla. Se me corta la respiración. Está impresionante.

—¿Qué hora es? —me siento sobre la cama y cojo el café que me ofrece.

—Las ocho y media.

—¿Qué haces aquí a estas horas todavía? —debería estar trabajando, no es normal en él que no esté ya dirigiendo el mundo. Me pongo de pie y dejo la taza sobre la mesita de noche.

—Tenemos que hablar. Tengo una reunión muy importante dentro de media hora. Después de eso, te lo contaré todo —se acerca a mí y me abraza—. Por favor, prométeme que intentarás entenderme —la voz le tiembla por momentos, prueba de que en estos momentos no es el hombre decidido, fuerte, dominante y seguro que suele ser.

—Me estás asustando —lo miro a los ojos.

—No tienes por qué —roza mis labios con los suyos de lado a lado—. No lo suportaré —dice para sí.

—¿Qué ocurre? —poso el dorso de mis manos sobre sus mejillas.

—Sólo quería despedirme de ti —sus palabras me hieren.

—No me voy a ningún sitio —cierra los ojos azules y los abre convertidos en gris perla. Algo le lacera el corazón. Me besa con devoción.

—Esta noche hablamos, te lo prometo. No más secretos.

Esta última frase me recuerda dos cosas. Una, que he quedado para salir con Sara, y dos, que yo también guardo un secreto que me gustaría compartir con él.

—Yo también tengo que contarte algo, pero esta noche no puedo. Le prometí a Sara que saldría con ella —Alejandro tensa la mandíbula y me acerca más a él.

—Está bien. Carlos os recogerá, os llevará a cenar donde le indiquéis. Después al club y, te esperará para llevarte a casa. No importa la hora a la que llegues, te estaré esperando.

—Te lo agradezco, pero no hace falta que nos contrates una niñera, sabemos cuidarnos solas —tuerzo la boca exasperada.

—¿De verdad? —piensa en todas las veces que me ha tenido que rescatar. Achica los ojos enfadado, pero me atrae más a él para que note lo excitado que está.

—Está bien —claudico. De nada servirá discutir, nadie le lleva la contraria al jefe que se sale con la suya—. Tengo que ir a trabajar, no quiero volver a llegar tarde.

—Tranquila, he hablado con Álvaro. Te recogerá aquí sobre las diez, le acompañarás a una reunión —sin separarse de mí, vuelve a besarme—. Lo tienes completamente encandilado —tenso cada músculo de mi cuerpo—. Estoy empezando a ponerme celoso. Pasas con él demasiadas horas al día —baja el reguero de besos hacia mi clavícula— y sé cuánto le gustan las mujeres.

—No digas tonterías —intento parecer relajada y no darle importancia, espero que no note el ritmo disparatado de mi corazón.

—Tranquila, no se acercará a ti. Sabe que lo mataría si eso llegase a ocurrir —me mira y sonríe, yo le devuelvo forzada el gesto—. Tengo que irme, si no salgo de aquí ahora, no llegaré a la reunión —se acomoda el paquete en el pantalón—. Nos vemos esta noche en casa —me besa brevemente, se separa, pero, antes de cruzar la puerta de la habitación, se vuelve y me abraza. Con el dedo levanta mi barbilla—. Te amo más que a nada.

—Te amo —le respondo.

Miro mi reflejo en el espejo de la entrada. No me encuentro mal aunque no me siento del todo cómoda con ropa prestada. He tenido que tirar del ropero de Sara para poder arreglarme decentemente, ya que toda mi ropa junto a mis pertenencias están en casa de Alejandro, donde se supone que vivo.

«Tienes que pensar más las cosas».

—Estás guapísima —me anima Sara con voz ahogada y la nariz congestionada. Hoy no ha ido a trabajar porque le duele bastante la cabeza. Creo que está pillando la gripe, pero jamás lo reconocería. No le gusta sentirse débil.

Le he contado lo de ayer mientras me ayudaba a vestirme. Que me levanté decidida a ir a ver a Alejandro a su empresa para contarle todo, que mis planes cambiaron el sentido de mi visita al encontrarme con ropa de mujer entre sus cajones y de la gran sorpresa que me llevé al enterarme de la existencia de su ex-prometida.

—Gracias —le digo sincera.

—No es nada. En realidad la falda te queda un poco larga —sonríe.

Sí, ella es más alta que yo y se nota en la ropa, pero aún así me encuentro estupenda. Llevo un vestido corto que a mí me queda a la altura de las rodillas, con cinturón, mangas japonesas y estampado floral sobre un fondo celeste. Es precioso. Afortunadamente tenemos el mismo número de pie. Llevo unas sandalias marrones, cerradas al tobillo, de plataforma de London Rebel y un bolso shopper con acabados de ante y costuras cruzadas. Lo acompaño todo con un abrigo largo y ligero color marfil a juego con las flores del vestido. Sí, voy muy elegante a la vez que fresca. No me identifico mucho con la sobriedad, hace sentirme triste. Pero no me refiero a la ropa cuando le he dado las gracias.

—No me refiero a la ropa —me giro hacia ella, sentada en el sofá tapada con una manta—. Gracias por todo, no sé qué haría sin ti —me siento junto a sus piernas y tiro de la manta para taparla completamente. Me levanto y le doy un beso en la frente—. Podemos dejar lo de esta noche para otro día.

—¿Estás loca? Estoy bien, de verdad. Sólo se trata de un maldito resfriado. Se me pasará —llaman al portero.

—Es Álvaro. No puedo hacerlo esperar —cojo el bolso de la encimera y me dirijo hacia la puerta—. Llámame si necesitas cualquier cosa.

—Tranquila, estaré bien —me mira dulce—. ¿Lo estarás tú? —sabe que la cercanía de Álvaro me trastoca sin remedio, hay sentimientos que no logro controlar por mucho que lo intente y por muy claro que tenga lo que siento por Alejandro. La miro y le sonrío transmitiéndole tranquilidad. No sé si lo consigo. Ella hace lo mismo.

—Cariño, no te juzgaría si decidieras perdonarlo y darle otra oportunidad.

—Lo sé, no es eso. Hace mucho que logré perdonarlo. No entiendo por qué no consigo sacarlo definitivamente de mi corazón —abro la puerta buscando aire fresco.

—Quizás no lo logres nunca, pero eso no significa que no ames a Alejandro.

—No dudo de mi amor por él. Es tan fuerte que a veces me hace daño.

—¿Qué te preocupa entonces?

—Que no sea suficiente —suspiro, salgo y cierro la puerta. Me dejo caer sobre la madera y respiro varias veces buscando las fuerzas que necesito para enfrentarme a la persona que me está esperando abajo.

Salgo a la calle y el corazón se me acelera sin poder controlarlo. Álvaro está apoyado sobre el capó del coche. Lleva un traje de chaqueta oscuro con blusa blanca sin corbata y un par de botones sin abrochar. Elegante y sofisticado a la vez que despreocupado y relajado. Unas gafas de sol Ray-Ban cubren sus maravillosos ojos negros, esos que un día me enamoraron y me hicieron perder la cabeza. Su fuerte y trabajado cuerpo rezuma masculinidad y su porte transmite confianza y seguridad, tan bello que no puedo apartar la mirada de él. Por mucho tiempo que haya pasado, no puedo negarme a mí misma lo que mi corazón siente cuando se encuentra a mi lado. Un día lo fue todo para mí. Tanto que casi me pierdo buscándolo. Se acerca decidido.

—Estás preciosa —se detiene a un metro de mí.

—Gracias —procuro no darle importancia—. ¿A dónde vamos? —comenzamos a caminar hacia el coche. No contesta, me abre la puerta caballeroso y entro. Cierra, rodea el auto y se sienta junto a mí despreocupado. El conductor arranca el todoterreno negro con los cristales tintados y se incorpora al tráfico.

—Tengo una sorpresa para ti —me mira.

—No me gustan las sorpresas —giro la cabeza y atrapa mi mirada. Me pongo tensa.

—Tranquila, es laboral —conoce mi cuerpo perfectamente. Suspiro.

Después de veinte minutos de camino con un tráfico demasiado denso, el conductor para frente a un edificio antiguo cerca del centro. Nos bajamos y lo admiro cautivada por su belleza. Ladrillos rojos, grandes ventanales de cristal envejecido formando pequeños rectángulos y un gran portón de hierro flanqueando la entrada. Álvaro se adelanta y abre la puerta.

—Pasa —se inclina haciendo una reverencia y sonríe. Ordeno a mis piernas que caminen y entro seguida de Álvaro que cierra la puerta tras de sí. El interior es todavía más impresionante que el exterior. Sorprende una inmensa sala completamente vacía con techos de cuatro metros de altura. La luz natural penetra por los grandes ventanales.

—¿Te gusta? —pregunta ilusionado.

—Es maravilloso —no me salen las palabras.

—Albergó una antigua fábrica de zapatos —sonríe mientras yo lo miro confundida—. Cuando volvamos de París, este local estará listo y acondicionado para la nueva galería. Quería que lo vieras antes de que empezaran las obras. Sé cuánto te gustan los edificios antiguos.

—¿Por qué haces esto? —no sé si estoy enfadada o confundida, o ambas cosas tal vez.

—Soy un hombre de negocios. Creo que puedo ganar mucho dinero con él. Tiene muchas posibilidades. Cualquier empresa de prestigio en esta ciudad hará cola para celebrar sus eventos aquí —dice seguro de sí mismo, pero sabe que no me refiero a eso. Se da cuenta. Y se pone serio—. Te prometí que no te tocaría si te quedabas y no lo haré, pero no puedo hacer nada respecto a lo que siento por ti y no pienso luchar contra ello. Estoy cansado —da un paso hacia donde me encuentro—. Dime que no sientes nada por mí —la profundidad de sus ojos me confunden.

—Sabes que no puedo. Ya te lo he dicho.

—Entonces no me iré. A no ser que me lo pidas fervientemente —camina otro paso acortando nuestras distancias. En ese momento alguien me salva de morir ahogada en el mar de sentimientos contradictorios que me crea Álvaro. Hace acto de presencia Isabelle.

—Álvaro, tenemos que irnos. Víctor Noguera nos espera para la reunión. Su secretaria ha llamado varias veces. La ha adelantado una hora.

—Dile que no puedo y cámbiala para la semana que viene —le contesta a ella, pero no aparta su mirada de la mía.

—Sabes que es imposible, esta tarde se va del país y tú tampoco estarás —Álvaro suspira cansado, pero no pierde su firmeza.

—Está bien —la mira ahora a ella—. Estaré allí en quince minutos.

Isabelle se gira y sale a la calle dejándonos solos de nuevo. Álvaro vuelve a concentrarse en mí y tiemblo de miedo.

—El lunes por la mañana salimos a primera hora hacia París. Estaremos allí unos días —¿qué?

—No puedo, es imposible —intento parecer segura.

—No digas tonterías. Tenemos que reunirnos con el director de la galería, hacer entrevistas y prepararlo todo para el traslado.

—Puede hacerlo Isabelle. Estará encantada de ayudarte.

—Ese no es su trabajo —está enfadado—. Te necesito a ti —dice rotundo y mi cuerpo lo interpreta alterándose—. Escucha, mi promesa sigue en pie, será un viaje de negocios. Te recogeré a las diez —no admite discusión alguna.

—Está bien —me considero una profesional y voy a hacer bien mi trabajo. Cuando el traslado de la exposición finalice, lo dejaré.

—¿Hablas en serio? —pregunta confuso. Lo miro arqueando la ceja, no lo entiendo—. Creí que me costaría más convencerte. Realmente, has cambiado mucho.

—Soy una profesional, no te voy a dejar tirado en medio de un proyecto de estas características —comienzo a caminar hacia la puerta. Me coge de la mano y tira de mí.

—Gracias.

—No lo hago por ti sino por mi trabajo —me suelto y salgo a la calle. Entro en el coche y a continuación lo hace él por el otro lado. Se sienta lo más alejado que puede de mí y respira profundamente, como si se quitase un gran peso de encima.

Cruzo la puerta de la oficina a la una de la tarde. No entiendo la razón por la que Álvaro me ha obligado a acompañarlo a la reunión de esta mañana. No me he enterado de nada. Los números y los gráficos no son lo mío, nunca me han gustado ni se me han dado bien. Para coger notas y adorarle ya estaba allí Isabelle. Estoy segura de que tienen o han tenido algo. Ella está completamente enamorada de él. Lo sé porque yo antes también lo miraba así.

«¿Antes?». Pongo los ojos en blanco.

Saludo a Berta y quedo con ella para comer dentro de media hora. Cierro la puerta de mi despacho, me quito el abrigo y lo cuelgo en el perchero que tengo detrás de la mesa. Aún no me he sentado frente al ordenador cuando Berta llama al teléfono del despacho.

—Dani, tengo a Alejandro Fernández muy enfadado esperando tras la línea. Me he imaginado que a lo mejor no querías hablar con él. Casi me deja sorda.

Me tenso al instante. Qué habrá pasado. ¿Se habrá enterado ya de la relación que me une a su hermano? ¿Sabrá que la semana que viene viajo a París? ¿Las dos cosas?

—Está bien, gracias. Pásamelo —digo resignada. Lo que tenga que suceder, sucederá. Suspiro.

—Dani —su voz no refleja el enfado que esperaba, parece como si le tranquilizara escucharme—. Estoy harto de llamarte al móvil, no contestabas —no me riñe, sólo está nervioso.

—He estado reunida. Lo puse en silencio y se me ha olvidado subirle el volumen después, ¿te ocurre algo? —lo escucho reclinarse en su sillón.

—Sólo quería escuchar tu voz —está desesperado, no entiendo por qué.

—¿Han ido bien las negociaciones de esta mañana? —nunca me cuenta nada de sus negocios, ni me interesa mucho, creo que no me enteraría de nada, sin embargo sé que algo le preocupa y quiero saber por qué. Suspira y puedo imaginármelo enredándose el pelo compulsivamente.

—Todo está bien…, ahora que hablo contigo —la profundidad en su voz me abruma—. Prométeme que me escucharás. No estoy dispuesto a perderte. No lo soportaría.

—Me estás asustando —me tiembla la voz.

—Esta noche… —se escucha una voz femenina de fondo—. Tengo que dejarte. Por favor, confía en mí. Te amo —y cuelga.

Anoto en la lista "confesar a Alejandro y procurar que no le dé un infarto" la noticia de que me marcho a París dentro de tres días con Álvaro. Muy complicado compaginar todo para que lo nuestro salga bien. No le gustará la idea y mucho menos cuando sepa que estuve muy enamorada de su hermano.

A las cinco salgo de la galería y voy a casa de Alejandro a ducharme y prepararme para salir con Sara. He hablado con ella varias veces a lo largo de la tarde para intentar persuadirla y convencerla de la equivocación de salir cuando está a punto de pillar la gripe, pero he cesado en mis inútiles intentos. "Daniel Sánchez, me prometiste una noche de juerga y desenfreno", me ha dicho después de insultarme y justo antes de colgarme. Le he mandado un mensaje diciéndole que la recogeré a las nueve. De paso le he pedido perdón porque me haya preocupado por su salud. Espero que pille la ironía.

Entro en casa de Alejandro. Claudia trajina con la cena y prepara la mesa para dos. Aún es pronto, pero lo deja todo listo cada día antes de irse a las ocho.

—Buenas tardes, Claudia —entro en la cocina y dejo el bolso sobre la encimera.

—Buenas tardes, señora —me sonríe alegre.

—Por favor, llámame Dani —abro el frigorífico y saco una botella de agua—. No es necesario que haga tanta comida. Hoy no ceno en casa. Debí decírtelo antes.

—Lo sé, el señor me ha avisado. Estoy preparando la cena para él y para el señor Álvaro —dejo de beber al instante. «Dani, no es tan raro. Son hermanos». Pero algo no me cuadra.

—¿Te ha dicho algo más? —intento obtener información aunque ni siquiera sé qué estoy buscando, a lo mejor la suerte me sonríe y de casualidad encuentro algo.

—No, no ha estado muy hablador. No es muy comunicativo, pero me ha parecido preocupado. Desde luego estaba muy tenso.

—Gracias —me vuelvo y salgo de la cocina. Definitivamente el día no le ha ido bien. Trato de convencerme camino de la ducha de que tal vez no tenga que ver conmigo ni con nosotros, pero no logro olvidarme de nuestras últimas conversaciones. Algo le atormenta y quiere compartirlo conmigo. Me sobrecoge qué pueda ser, algo importante sin duda cuando tiene tanto miedo a que eso pueda acabar con nuestra relación. Conoce con exactitud la profundidad de mis sentimientos hacia él.

La cena con Álvaro no me alarma. Son hermanos. Tendrán mil cosas de las que hablar. No me creo el centro del universo. Y Álvaro jamás le contaría nada en la certeza de que eso sólo logrará alejarnos más. Entonces, ¿por qué está desazón en mi estómago?

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