Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 23

Оглавление

21

SORPRESAS TE DA LA VIDA

Entro en la galería el lunes por la mañana con las energías renovadas. Llevo en las manos dos cafés capuchinos con doble de azúcar que acabo de comprar en la cafetería de la esquina. Estamos a principios de noviembre, pero el sol luce con intensidad. O eso, o la felicidad que irradia mi corazón hace que lo vea todo de varios tonos color caramelo. Me he arreglado como me sentía. Un vestido camisero corto de flores blancas, rojas y moradas, sobre un fondo negro, una chaqueta negra entallada de crepé de corte sartorial, unos botines de plataforma y un bolso grande a juego. Llevo el pelo suelto haciendo ondas naturales. Los labios pintados con mi barra favorita, Ruby Woo de MAC, y las uñas del mismo color rojo.

Me siento bien. A esta hora de la mañana la galería aún no ha abierto al público. La tranquilidad que se respira se mezcla con el olor a óleo y la serenidad de la soledad. Cruzo las tres salas que separan la entrada de mi despacho y me deleito mirando el arte que me rodea. Me encanta mi trabajo. Me apasiona y, además, lo hago bien. Antes de entrar en mi oficina veo a Berta sentada en su mesa. Levanta la cabeza y me saluda.

—Buenos días, Dani —sonríe de oreja a oreja.

—Buenos días, Berta. ¿Qué tal el fin de semana? —le dejo el café sobre la mesa.

—Gracias —lo coge y le da un sorbo—. Magnífico. He estado en la sierra con unos amigos —bebe de nuevo—. Tienes varios correos importantes a los que contestar. Y ha llamado la secretaria del señor Álvaro Llorens. Está en Madrid desde ayer. Se pasará por aquí a lo largo de la mañana. Casi escupo el capuchino que estoy saboreando. Abro los ojos de par en par.

—¿Qué? ¿Por qué no me lo has dicho antes? —grito con voz de grillo.

—Acaba de telefonear hace diez minutos, iba a llamarte en cuanto te he visto entrar por la puerta —nota mi nerviosismo—. Tranquilízate, todo saldrá bien. Lo llevas esperando mucho tiempo.

Sí, es lo que quería. Que el dueño de todo esto, responsable de mi futuro en esta empresa y la persona que decidirá si voy o no a París, se dignara a aparecer por aquí después de más de seis meses de intenso trabajo. ¡Joder! Pero no esperaba que fuera hoy mismo y que avisara con tan poco tiempo de antelación.

Preocupada me dirijo a mi despacho. No ha sido buena idea ponerme estos botines tan altos, me tiemblan las rodillas. Me siento y suspiro. Trato de calmarme.

«No pasa nada. Todo va a salir bien. Lo tienes todo controlado».

Abro el correo y voy seleccionando. El spam va a la papelera, contesto rápido los e-mails menos importantes y dejo para el final a los que le tengo que dedicar algo más de tiempo. Cuando termino con esta tarea, miro el reloj. Ha pasado media mañana y el señor Llorens aún no ha aparecido.

Salgo del despacho y Berta no está en su mesa. Me dirijo a la sala de exposiciones principal y la encuentro hablando con una chica muy alta y sofisticada. No debe de tener más de veinticinco años. Va vestida de Prada. Lo sé a ciencia cierta. No es que yo tenga nada en mi armario que se le parezca, no puedo permitírmelo, pero conozco todas sus colecciones, reconocería cada uno de sus modelos desde kilómetros de distancia. Me acerco a ellas. Me escuchan llegar y se giran hacia donde estoy.

—Daniel, ella es Isabelle Dugés, secretaria del señor Álvaro Llorens. Isabelle, te presento a Daniel Sánchez, directora de la galería.

Me sonríe.

Le sonrío.

Nos damos la mano.

—Encantada de conocerla —dice en un perfecto castellano, pero sin poder esconder el atenuado acento galo.

—Igualmente, señorita Dugés —pronuncio el apellido en un perfecto francés. Estudié el idioma durante mis cuatro años de universidad. El plan era irme a vivir a París, con Álvaro, juntos... Mierda, mierda, joder.

—El señor Llorens ha tenido problemas esta mañana —Berta me salva de hundirme en el lodo de recuerdos. Enseguida me recompongo. Estoy acostumbrada a cambiar el chip. La modelo de Prada se dirige a mí.

—Vengo a decirle en persona que Álvaro... el señor Llorens... —rectifica, ay, ay, ay, estos dos tienen algo— desea invitarla a comer. Quiere pedirle disculpas por no acudir a la inauguración de la exposición —me tiende una tarjeta—. A la una y media de la tarde. Procure ser puntual. Le molesta mucho tener que esperar —cojo la tarjeta y sin mirarla la guardo—. He de irme. Hasta pronto —gira sobre sus tacones y sale contoneándose de la galería. Berta me mira.

—Es... simpática —no respondo.

Miro el reloj. Son las doce y media de la mañana. He quedado para comer con Alejandro. No sé cómo le sentará que anule nuestra cita. Opto por escribirle un mensaje. Rápido e indoloro. Por teléfono me arriesgo a quedarme sorda:

"No puedo comer contigo. Una reunión de negocios. Te llamo cuando termine. Te lo compensaré". Pulso "Enviar".

No tarda más de dos minutos en contestar:

"Es de mala educación dejar tirado a tu novio. Por supuesto que me lo compensarás. Dalo por hecho. TE QUIERO".

Vuelvo a leer el mensaje. Tu... ¿novio? Me asusto un poco, pero gana el sentimiento de felicidad.

Le envío otro: "Estoy deseando tener que compensarte... de mil formas diferentes. Por cierto, ¿cuántos años tienes? YO TAMBIÉN TE QUIERO".

Me contesta:

"Joder, preciosa, estoy cachondo. No veo la hora de tenerte desnuda. Tengo treinta y siete años".

Vaya. Dos más de los que pensaba. No es que me importe. Sólo que aparenta bastante menos.

Dejo el móvil sobre mi mesa y me siento frente al ordenador. Comienzo a revisar el inventario de las ventas que se han producido desde la inauguración. Entra un correo electrónico por el servidor.

De: Álvaro Llorens.

Hoy a las 12:50 horas.

Asunto: No llegue tarde.

"Señorita Sánchez, cuando llegue al restaurante diga mi nombre. La acompañarán a la mesa. Tal vez me retrase un poco. Usted sea puntual".

No lo conozco de nada, pero ya me cae mal. Dominante, autoritario, acostumbrado a mandar, y a que le doren la píldora. Me lo imagino de mediana edad, de unos cuarenta y cinco, con sobrepeso y una incipiente calva.

«Y con un palo metido por el culo».

Mi subconsciente a veces acierta. Es un maleducado. Ni "Hola, ¿qué tal?". Quiere disculparse, sí, pero ha tenido varias semanas para llamar y justificarse y no lo ha hecho.

«Es el dueño de la empresa. No tiene que excusarse por nada».

Cada vez tengo menos ganas de asistir a esta reunión–comida–o–como–se–llame. No me apetece tener que ser simpática, ni tener que hacerle la pelota al Jefe Ordeno y Mando. Así lo voy a llamar. Ale, ya tiene nombre. Bautizado queda.

Voy al baño, me refresco un poco, me retoco los labios y vuelvo al despacho a recoger la documentación que he preparado esta mañana tras la noticia de que iba a venir. Querrá estudiar todos los datos de las obras, sus ventas y oportunidades de traslado. Me pongo la chaqueta, me cuelgo el bolso y, justo antes de salir por la puerta, me coloco las gafas de sol. Me dirijo al borde de la acera para parar un taxi. De pronto, siento que unas grandes manos tiran de mí, me dan la vuelta y me abrazan. Unos jugosos labios se pegan a los míos. Me altero. Se separa y sonríe. Lo admiro. Dios, es perfecto. Lleva barba de varios días y el pelo alborotado que contrastan con su traje Armani y su Rolex de oro con esfera y pulsera negra. Debe costar más que mi salario anual. Es increíblemente atractivo.

—Buenas tardes, preciosa. ¿Puedo acompañarla a su almuerzo?

No sé por qué me pregunta. No me deja contestar. Tira de mí y me mete en la limusina. No puedo dejar de mirarlo embobada.

—Carlos, a... —me mira.

Despierto de mi ensimismamiento.

—La Manzana, Hotel Hesperia. Paseo de la Castellana —me dirijo al chófer. Acto seguido, Alejandro pulsa el botón que nos aísla del conductor cerrando la mampara de cristal.

—Una reunión de trabajo en un hotel. Espero que sea con una mujer —está empezando a ponerse rojo.

—Un día de estos te explota la vena de la frente —no le hace gracia—. En el restaurante del hotel —especifico—. No es tan raro —no, no lo es, y lo sabe, pero sus celos son enfermizos.

—Dime al menos que no es con uno de esos artistas promiscuos —sonríe. Está feliz, no lo puede ocultar.

—Ven —me coge de las caderas y me sube sobre su regazo—. Quiero que huelas a mí y no olvides que me perteneces.

No podría hacerlo aunque quisiera. Soy totalmente suya.

Paramos en la puerta del hotel. Antes de dejarme ir, vuelve a besarme. Quedamos en vernos en casa después de trabajar y nos despedimos. El trayecto en la limusina ha sido corto, pero intenso. Es muy impetuoso.

Entro y busco los baños. Necesito retocarme los labios. Están hechos un desastre. Compruebo que vuelvo a estar perfecta y me dirijo al restaurante. Es precioso. Todo en tonos pastel, sillas y mesas de madera de abedul y mucha vegetación colgando de las paredes. La luz es tenue y natural. Es relajante. No hay mucha gente y casi no se escucha ruido. Una tranquilidad infinita invade la estancia. Me dirijo al camarero que está tras el atril.

—Buenas tardes. Estoy esperando al señor Álvaro Llorens.

—Buenas tardes, señorita Sánchez. El señor Llorens aún no ha llegado. La acompañaré a su mesa —dice sin ni siquiera mirar la reserva. Me indica cordialmente que lo siga.

Llegamos a un espacio casi totalmente cerrado, abierto sólo por mi derecha, muy amplio. Los techos son altos y, desde donde estoy, no puedo ver ninguna otra mesa. Es muy... íntimo. Demasiado, diría yo. Me quito la chaqueta, la cuelgo sobre el respaldo y me siento. Dejo la documentación sobre la mesa.

—¿Desea tomar algo mientras espera?

—Eh... agua, por favor.

—¿Con gas o sin gas? ¿Alguna marca en especial?

«Del grifo me vale».

—Cualquiera... sin gas.

—Enseguida se la traigo —da media vuelta y desaparece.

Miro a mi alrededor. Está todo muy bien cuidado. La decoración es simple pero exquisita. La luz, ideal. Manteles y servilletas blancos, un pequeño florero con campanillas en el centro de la mesa… Después de diez minutos no sé con qué entretenerme. Cojo el móvil y le mando un mensaje a Sara:

«¿Qué haces? Yo aburrida. Esperando para comer con mi súper jefe. Jefe Ordeno y Mando».

Contesta: «Comiendo con una compañera ¿El jefazo? Veo que ya lo has bautizado. ¿Gordo y calvo?».

Sonrío.

Vuelvo a escribir: «Aún no lo conozco, pero no me cae bien. ¿Has hablado con Joan?». Me preocupa ese tema.

Contesta: «Hablemos mejor de ti». A ella parece que no tanto.

Escribo: «Esta tarde pasaré por casa. Tengo que recoger algunas cosas. ¿Estarás allí?».

Contesta: «Mmm, probablemente sí. ¿Necesitas ayuda?».

Tecleo: «No, sólo quiero hablar contig...».

No termino de escribir el mensaje, siento su presencia a mi lado y parece que estoy en uno de los sueños que durante tantos años me han acompañado. Ese olor... Levanto la mirada y mis ojos se encuentran con los suyos. Siguen siendo negros como el azabache e infinitos como el universo. Durante un segundo vuelvo a perderme en sus profundidades. Mi corazón se para y la luz de mi alrededor desaparece. Todo se convierte en un bucle donde sólo está él. Tiene el pelo más corto, pero igual de alborotado. Su espalda ha ensanchado y sus brazos están torneados. Parece más alto, su presencia impone. Va vestido con un traje perfectamente planchado, no acierto a adivinar el diseñador, pero está hecho a medida. Sigue siendo... fastuoso, se ha convertido en un hombre, pero sigue siendo... él. Álvaro...

Trilogía completa

Подняться наверх