Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 33
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EL AMOR TE CIEGA
Despierto abotargada y confusa. No sé qué hora marca el reloj ni dónde me encuentro exactamente. Abro primero un ojo y después otro. Conozco la lámpara de Ikea blanca modelo Illsta que cuelga del techo. Mi cuerpo descansa fatigado en el lugar seguro de mi habitación. Respiro en paz.
Me giro sobre mí misma, paso el brazo derecho bajo la almohada y me encuentro con una escena que no debería hacerme sentir la serenidad que percibo al contemplarla. No me extraña, sin embargo, que mi ánimo se relaje ante ella. Alejandro reposa dormido sobre una silla de la terraza. Debe de estar incomodísimo. Alguna vez me he quedado dormida en ella tomando el sol y me he levantado con un intenso dolor de cuello. La chaqueta cuelga del espaldar. No lleva corbata y la blusa blanca desabotonada hasta la mitad deja al descubierto su fornido y esculpido pecho. Las mangas alzadas a la altura del codo y el pelo alborotado hasta lo indecible. Ha debido manosear demasiado su cabello rebelde, un tic recurrente para él que delata su estado de nerviosismo, no lo puede controlar. La tenue luz de la mesita de noche le da un halo de erotismo que, aunque no necesita, multiplica su sensual masculinidad por mil. Me reconforta verlo tan relajado, pero no puedo olvidar lo ocurrido. Ni mi dios griego del sexo puede arreglar tal estropicio.
Abre los ojos y se encuentra con los míos. No se altera lo más mínimo ni mueve un ápice el cuerpo. No quiere espantarme, sabe que volveré a salir corriendo. Así nos llevamos varios minutos.
—¿Te encuentras bien? —no se levanta, nota mi estado de confusión—. Te has desmayado.
—Estoy bien —comienzo a recordar—. Necesito agua.
—La tienes sobre la mesilla —no se acerca a la cama para ofrecérmela, sigue sin moverse, está tan asustado como yo. Sorbo a sorbo termino con el líquido del vaso.
—¿Quieres más?
—No —lo dejo donde estaba—. No te preocupes, estoy bien. Será mejor que te vayas —no lo miro, vuelvo a tumbarme dándole la espalda porque no quiero que me vea llorar.
—Dani, tienes que escucharme —su tono ronco y suplicante me hace estremecer. Cierro los ojos y los aprieto tratando de contener el llanto.
—Vete, por favor. Déjalo estar —las lágrimas ruedan descontroladas por mis mejillas. Escucho las patas de la silla chirriar contra el suelo y a Alejandro levantarse. No lo veo, pero puedo imaginarme cómo se revuelve el pelo de forma compulsiva procurando tranquilizarse.
—Marina nunca significó nada —se detiene manteniendo su posición distante—. Lo nuestro terminó antes de conocerte —sus palabras me hieren, le dio un anillo, iban a casarse—. Cierto que estuvimos comprometidos. Comparto negocios con su padre y nos llevamos bien… Congeniábamos en la cama, para mí suficiente, y nada más. Me pareció una buena idea… —me incorporo y me siento sobre la cama con la espalda apoyada sobre el cabecero. Quiero mirarlo de frente—, hasta que te conocí a ti. Supe desde el primer momento que eras especial, que cambiarías mi vida, que podrías hacer conmigo lo que te propusieras —avanza en mi dirección y se arrodilla frente a mí sobre la cama. Siento cómo se hunde—. Eso me dio mucho miedo —su voz se quiebra—. Siempre lo he tenido todo bajo control. Dani, acariciar tu piel, besarte y poseerte es lo único que me reconforta. Tu sonrisa es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida —coge mis manos y las besa con devoción—. Comprendí qué es hacer el amor la primera vez que me acosté contigo. Fue sexo pervertido en una limusina, sí, pero nada comparable a lo que había hecho hasta aquel momento. Advertí que estaba perdido mucho antes de besarte por primera vez —roza con sus labios mis mejillas absorbiendo las lágrimas que aún ruedan por ellas hasta morir sobre las sábanas. Inspira fuerte, llena los pulmones y pega su frente sobre la mía—. Nada ni nadie podrá apartarme de ti —mueve sus labios sobre los míos de lado a lado rozándolos apenas—. Me vuelvo loco cada vez que pienso en la posibilidad de perderte —me besa y gimo sin poder remediarlo. Nuestras bocas bailan al son de mis sollozos y me rindo a él sin remedio—. Daría mi vida por ti sin pensarlo. Nunca he querido nada ni a nadie tanto como te quiero a ti.
Lo amo. Cada poro de mi piel grita su nombre y sólo un deseo recorre mi cuerpo y mi mente. Rompo en un llanto silencioso.
—Esta mañana… encontré lencería de otra mujer en la cómoda —no sé ni lo que digo. Me mira confuso y al momento siguiente tuerce la boca en una sensual sonrisa.
—Es tuya, la compré para ti —susurra junto a mi boca.
—Tengo que contarte algo —balbuceo, después de todo, le debo sinceridad. Vuelve a agarrar mi cara entre sus manos y me mira fijamente.
—Sshh —me hace callar y mordisquea mi labio inferior— necesito estar dentro de ti. Déjame sentirte —suplica desesperado. No contempla la idea de que pueda negarle nada y, por supuesto, no lo hago. Ha leído mi mente y mi corazón. Como siempre, sabe qué necesito en cada momento.
Aquella noche hicimos el amor. Amor en grande, en letras mayúsculas, subrayadas y en negrita. Fue sexo, sí. Sexo puro, sensual, pervertido y desesperado. Fuimos dos amantes anhelando fundirnos en uno. Sin saciarnos, sin reparar en el final de nuestra locura. Dándolo todo y recibiendo más. Alejandro estuvo más tiempo dentro que fuera de mí. Sin duda fue la experiencia más intensa que había experimentado. Como si lo único que necesitáramos para seguir cuerdos fuera estar totalmente unidos. Nuestros cuerpos, sensibles y ardientes, luchaban por no separarse hasta la extenuación. No me di cuenta en ese momento, después comprendí el miedo que trasmitía cada suspiro, gemido y jadeo que salía de su sensual boca. Estuvo conmigo sin dejarme caer, acompañando mi placer de silenciosas súplicas. Arropando mi cuerpo bajo el suyo, luchando para que aquello no acabara. Pude ver alguna solitaria lágrima rodar por su mejilla, como si las emociones que sentía dentro de mí le hicieran daño hasta dejarlo sin respiración. Pocas horas después, lo ocurrido aquella noche cobró un maléfico y doloroso sentido. Pero jamás me arrepentiré de lo que le di y de lo que recibí, de las sensaciones que sentí, desconocidas hasta el momento, y de lo que creamos sin proponérnoslo. El recuerdo de la más intensa locura que nos acompañará toda la vida.
Me despierto como me he quedado dormida, con los tatuados brazos de Alejandro rodeando fuerte mi cintura, mi espalda contra su pecho y su virilidad descansando semi-erecta dentro de mi cavidad. Los primeros rayos de sol atraviesan la ventana bañando nuestros desnudos cuerpos. Sólo necesito moverme un poco pretendiendo zafarme de su opresión para que su miembro se hinche ocupándolo todo, llenándome. Un calor abrasador recorre mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta la garganta. Vuelvo a moverme y gimo sin poder contenerme. Siento la dureza de su larga y gruesa verga dentro de mí. Vuelvo a repetir el movimiento buscando mi placer. Sin esperarlo, Alejandro embiste con una fuerte estocada y me lanza hacia delante. Reacciono con un grito seco, no me lo esperaba. Agarra fuerte mis caderas, me atrae hacia sí y me empala sin piedad una vez más.
—Buenos días, preciosa —muerde mi cuello para luego lamerlo y besarlo—. ¿Estabas aprovechándote de mí? —vuelve a clavarse enérgico en mí. Gimo y asiento con la cabeza retadora y divertida—. Mi niña mala. Ahora me toca a mí.
Sale de mi cuerpo dejándome completamente desamparada, me coloca bocarriba, coge la corbata del bolsillo de los pantalones de su traje que yacen en el suelo junto a la cama y sube de nuevo arrodillándose en el colchón. Agarra mis manos, las une haciendo un nudo con la prenda y sube mis brazos por encima de mi cabeza con rapidez y destreza ordenándome que no me mueva. La soltura de sus movimientos evidencia que no es la primera vez que lo hace. Aprieta el lazo y el dolor de la seda en mi sensible y sobre estimulada piel conecta directamente con la parte más oscura y baja de mi pelvis. Jadeo. La mirada de Alejandro, lasciva y lujuriosa, atrapa la mía y penetra en ella dejándome totalmente expuesta. Mi cuerpo, dócil y sumiso, le rinde pleitesía y se ofrece sin condiciones. Masajea con sus robustas manos mis rodillas y a continuación me abre las piernas dejando por completo a la vista mi húmeda y empapada vagina. Su carnal y devota mirada se clava en ella mientras que con los dientes se muerde el labio inferior pausadamente. Se está recreando. Mi respiración acelerada mueve mis pechos rítmicamente clamando atención. Se da cuenta y arquea la espalda acercando su boca a ellos dándoles lo que ansiaban. Los mordisquea y lame sin compasión.
Gimo, gime.
Jadeo, jadea.
Grito, grita.
Gemimos, jadeamos, gritamos de puro placer.
Levanto las caderas en busca de fricción, pero las manos atadas en mi cabeza no disponen de margen para el movimiento. Gruño reclamando más contacto. Mi piel, roja de excitación, clama a voces una caricia. Mi dios griego del sexo se separa de mí y la desesperación se vuelve incontrolable. Con facilidad da la vuelta a mi cuerpo y me planta bocabajo. Abre su mano bajo mi vientre y me insta a incorporarme dejándome con el trasero levantado y las manos y las rodillas sobre el colchón. Me masajea con ambas manos, gruñe y me da un fuerte azote. Grito. La quemazón penetra hasta llegar donde el dolor se vuelve placer. Vuelve a masajearme dando calor a mi colorada piel y repite el azote, esta vez más fuerte. Fricciona la cacha que está castigando y dirige la caricia hasta la parte más oscura de mis nalgas. Me tenso al instante. No estoy segura de lo que puede ocurrir a continuación. Baja la mano hasta mi vagina, húmeda y palpitante, mete un dedo con facilidad hasta el fondo y me masturba con él. Jadeo intensamente. Tras breves minutos, lo saca y lo dirige en dirección ascendente hasta esa zona prohibida que nunca nadie ha visitado antes. Se detiene y hace círculos en la zona más sensible.
—Alex…
—Te quiero toda —introduce la punta del dedo índice poco a poco—. Relájate, no voy a hacerte daño, te gustará, confía en mí —mi cuerpo entero tiembla ante la expectativa. Introduce el dedo hasta la mitad y comienza a dar vueltas dentro. La sensación me gusta, ardo de placer de pies a cabeza. De repente, me encuentro moviéndome hacia él buscando más presión. Se arquea sobre mi espalda besándola desde la cintura hasta el cuello y susurra en mi oído.
—Lo deseo. Y tú deseas complacerme. Y el placer que te daré será explosivo y devastador. Suplicarás que lo repita pronto.
Gimo. Mi respiración desbocada y entrecortada me impide hablar. Quiero que lo haga. Soy toda suya. Puede hacer con mi cuerpo lo que desee. Asiento con la cabeza. Saca el dedo y vuelve a masajearme con deleite. Me pellizca las cachas y gruñe jadeante. Siento la punta de su polla en la entrada de mi agujero. Introduce un par de centímetros y para. Su fiero jadeo es música para mis oídos.
—Toda, Dani, eres mía —su voz ronca, sensual, salvaje y dominante consigue que me rinda a él todavía más. Introduce otro par de centímetros y jadea desesperado. Se está conteniendo para no dañarme. Le gustaría empalarme con rudeza, pero se pegaría un tiro antes de plantearse la posibilidad de hacerme daño. Entierra hasta la mitad y siento el músculo interno abrirse para acoplarse a su grosor. Un fuerte ardor crece dentro.
—Arrgg —gruño.
—Tranquila, el dolor desaparecerá rápido —para y tras breves segundos la quemazón cesa y un inconfesable placer supura por cada poro de mi piel. Me muevo hacia tras pidiéndole que penetre más. Alejandro lo hace hasta introducirse por completo. Jadea y lo acompaño. Me da un azote en la cacha derecha y un estallido delicioso me hace estremecer. Un millar de sensaciones recorre a gran velocidad mi cuerpo. Alex comienza a moverse grácilmente, sin prisa, pero sin pausa. Entra y sale. Entra y sale. Jadeo y me acompaña. Sigue con su baile, empalándome, haciéndome suya por completo, ansiando más. Entra y sale. Entra y sale. Pega su pecho a mi espalda y masajea con un dedo mi clítoris con parsimonia.
—Alex… —suplico. Gruñe—, no puedo más.
—¿Quieres correrte? —no contesto, sabe que sí—. No hasta que te lo diga.
Sigue concentrado en sus penetraciones sin olvidarse de mi hinchado clítoris. Me tenso. Aprieto los ojos con fuerza y estiro la mandíbula rechinando los dientes.
—Córrete, preciosa. Córrete para mí —la orden da el pistoletazo de salida a mi rendición. Mi cuerpo explota en un mar de sensaciones. Los poros se abren mientras que mi vagina se contrae espasmódicamente. Alrededor todo da vueltas, el oxígeno se acumula en el cerebro descomponiendo las moléculas de mi organismo. Mi lánguido y extenuado cuerpo consigue quedarse en la misma posición porque los fuertes brazos de mi dios lo sostienen. Siento cómo se derrama dentro de mí, lubricando esa zona virgen hasta ahora. Calienta cada rincón y lo hace suyo para siempre. Definitivamente sí. Quiero tropezar de nuevo en esta piedra y pronto.
Mi cuerpo desmembrado, extenuado, cae sobre el colchón y el de Alejandro se desploma sobre él aplastándolo por completo. Nuestros jadeos y gemidos aún resuenan en la habitación. Su respiración acelerada me agita. Aún sigue dentro de mí. Apoya la mano izquierda junto a mi cabeza y se impulsa hacia arriba separando su pecho de mi espalda. Con la derecha coge su miembro y lo saca centímetro a centímetro hasta extraerlo completamente. Siento un leve escozor. Se tumba a mi lado dando un ronco gruñido. Rodea mi cintura con sus brazos y me atrae hacia sí. Besa mi hombro con devoción y mete la cabeza en el hueco de mi cuello.
—¿Te sientes bien? —susurra sensual, pero con un cierto tono de preocupación en su voz. No pregunta por cortesía, realmente necesita saber que me encuentro cómoda con lo que acaba de pasar.
Giro mi cuerpo y lo acoplo al suyo. Lo miro y sonrío controlando mi todavía agitada respiración. Lo beso despacio. Unimos nuestros labios húmedos y calientes.
—Podemos repetirlo cuando quieras —me aparto lo suficiente para verle la cara. Una inmensa sonrisa cubre su rostro. Me quedo dormida con los labios de Alejandro regando mi piel.