Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 26

Оглавление

24

PROMESAS

A las siete de la tarde Alejandro me ha llamado ocho veces y me ha dejado unos sesenta mensajes de WhatsApp. Debe de estar muy cabreado. Me lo imagino a punto de que le explote la ya conocida vena de la frente. No le gusta no tenerme controlada.

—Habla con él —me sugiere Sara justo antes de beber de su cerveza. Hemos cambiado los gin–tonic por botellines. Seis cascos vacíos yacen sobre la mesita baja del salón.

—No estoy preparada —bebo yo también.

—No hace falta que le cuentes nada. Dile que estás bien.

—No lo estoy —me tapo la cara con el antebrazo.

—Puede que te quite la pena a base de polvos —la miro y está circunspecta, no parece que bromee—. Estoy hablando en serio —se levanta y camina descalza hasta la cocina—. Quizás necesites que te recuerde lo que tienes ahora —escucho cómo abre el frigorífico y lo cierra a continuación. Vuelve a sentarse en el sofá a mi lado y me da un botellín bien frío quitándome el que tengo casi vacío en mi mano. Lo deja sobre la mesa junto al resto. Bebemos a la vez.

—Sé lo que tengo ahora —en realidad no tengo ni idea. Sé que lo quiero y que él dice sentir lo mismo, pero todos nos cegamos al principio. Puede pasar cualquier cosa —querrá que me vaya con él.

—Vete, ¿qué problema hay?

Lleva razón. Quizá lo que necesito es sentirlo cerca. Abrazarlo, hundirme en su pecho y olvidarme de todo ¿Podría hacerlo? Al tercer tono descuelgo.

—¿Dónde estás? —ladra.

—Hola... —escucho un gruñido ininteligible al otro lado de la línea.

—No me toques los cojones, Dani —está muy cabreado. No esperaba otra cosa.

—Estoy en mi casa. Con Sara.

—Esa ya no es tu casa. Baja, estoy en el coche —pi pi pi pi piiiii se escucha. Me ha colgado. Me quedo mirando el móvil durante unos segundos hasta que cojo el bolso y lo guardo dentro.

Ni siquiera lo pienso. Le doy un beso a Sara en la mejilla y mi buena amiga me da ánimos y me recuerda la suerte que tengo con un dios griego esperándome abajo. Y salgo del piso en su busca.

Veo la limusina negra y mi piel reacciona. Carlos me está esperando en la acera, me acerco, lo saludo, me sonríe y abre la puerta trasera ceremonioso haciéndome una pequeña reverencia con la gorra. Entro y no me da tiempo a sentarme. Alejandro tira de mí, me sienta sobre sus rodillas, me abraza y hunde la cabeza en mi regazo. Su olor penetra en mis fosas nasales y me siento en casa. Es simple. Ahora no entiendo la razón por la que llevo toda la tarde huyendo de él.

Hay sensaciones que no puedes controlar. Tal vez no manejarlas nos hace creernos más dueños de ellas porque la dificultad de comprenderlas nos hace merecedores al alcanzarlas. Eso me pasa con Alejandro. Las sensaciones que mi cuerpo experimenta a su lado son inconfesables. No podía manipularlas a mi antojo, pero eran mías y las conocía. Con Álvaro siempre fue más complicado, no encontraba nombre para ellas y me costaba transformarlas en algo positivo, en algo a lo que poder aferrarme. Había huido tanto de él y de su recuerdo que todo parecía que había pasado en otra vida.

—Preciosa—agarra mi cara y me besa desesperado—, ¿dónde has estado? —susurra más para sí que para mí.

He viajado cinco años atrás, perdida, donde tú no existías ni estabas para cuidarme. Donde todo se vuelve gris y llueve sin cesar. Donde un día me extravié y me costó tanto encontrarme.

Nos besamos. Nos aferramos el uno al otro como si no hubiera nada más.

—Te quiero —sale del fondo de mi alma, y soy completamente sincera.

Llegamos a casa abrazados, recordándonos sin palabras lo que sentimos por el otro. Alejandro me pregunta varias veces qué me pasa, le digo que no me encuentro bien, que me duele la cabeza y que necesito descansar. Lo deja estar. Algo no le cuadra, pero no insiste. Decide que es mejor dejarlo para cuando me encuentre mejor. Cenamos algo rápido, nos duchamos y nos acostamos. Me rodea con los brazos y me acerca a él.

—Prométeme una cosa —le pido.

—Lo que quieras, preciosa.

—Que jamás me mentirás —se remueve nervioso y pasa demasiado tiempo hasta que confirma mi petición.

—Siempre te diré la verdad —besa mi frente.

A la mañana siguiente, Alejandro no me despierta. Cuando abro los ojos, son más de las diez. No he podido dormir mucho. Recuerdos que creía lejanos se han ido agolpando en la mente durante la madrugada y no han hecho otra cosa que acrecentar mi dolor de cabeza. Me levanto y me dirijo a la cocina. Mi dios griego me espera sin camiseta y yo babeo sin poder remediarlo. Su espalda se mueve y la tinta de sus tatuajes baila al compás de sus músculos. Creo que nunca podré acostumbrarme a tanto derroche de masculinidad. El ángel alado parece volar. Es impresionante.

Me acerco por la espalda y lo abrazo. Poso mi mejilla sobre ella y respiro. Siento su calor y cómo se relaja. Deja lo que tiene entre las manos, se da la vuelta y me rodea entre sus brazos.

—Buenos días, preciosa —susurra entre mi pelo.

—Buenos días —me besa la frente, se aparta y me ordena.

—Siéntate, tienes que comer —hago lo que dice aunque me cuesta separarme de él. Me pone delante un plato con dos tostadas y un café.

—Come —vuelve a ordenarme.

Estoy esperando que me pregunte qué pasó ayer. Estoy segura que no lo va a dejar pasar. Yo tampoco lo haría. No le va a gustar lo que le voy a decir, pero no le voy a mentir. Dejo la tostada sobre el plato y me armo de valor.

—Alejandro... ayer... —por un momento no sé cómo seguir. Deja de leer el periódico que acaba de coger y me mira inquisitivo

—Ayer desapareciste —dice en tono neutro.

—Esto va demasiado deprisa. Necesito tiempo para asimilarlo —no he mentido, pero no he dicho toda la verdad.

—Esta es tu casa —la voz suena más dura, se está cansando de esto.

—No, no lo es... —su cara me asusta—. Bueno, vale, deja que me haga a la idea.

Me mira con fijeza y durante un minuto no dice nada. Deja el periódico sobre la encimera, después el café y se levanta ceremonioso. Acorta la distancia que hay entre nosotros. Yo tengo que tragar varias veces y respirar hondo para no caer desfallecida. Me quita la taza de las manos, me coge por las caderas y me sienta sobre el frío acero. Gimo de la sorpresa. Me acaricia los muslos y me separa las piernas para acomodarse entre ellas. Su mirada me tiene atrapada y sólo la aparto para observar cómo humedece su labio inferior con la lengua para después morderlo lentamente.

—Sé que algo ocurrió ayer —musita junto a mi boca. Baja hasta mi cuello y lo muerde para después besarlo. Yo estoy en algún lugar entre Venus y Júpiter—, ¿me lo contarás? —mete las manos bajo mi camiseta y me acaricia la espalda mientras sigue con su reguero de besos hasta la clavícula izquierda.

—Me cuesta… mucho adaptarme a los cambios y... ha habido muchos —digo entre casi gemidos.

De repente se separa de mí. Vuelve a mirarme a los ojos, pero esta vez no veo calor en su interior. Sabe que le he mentido o que, al menos, no he dicho toda la verdad.

—Vístete. Te dejaré en la galería. Te recogeré a las seis. Iremos a cenar. Quiero que conozcas a alguien —cambia radicalmente de tema.

No quiero ir a trabajar. Justamente hoy no me apetece en absoluto, pero no puedo hacer otra cosa. Además, tengo mucho trabajo, quiero dejarlo todo cerrado antes de presentar mi dimisión y he de buscar una sustituta. Quiero que nada quede al azar. He invertido mucho tiempo en este proyecto y, aunque yo no esté ya al frente, deseo sinceramente que salga bien.

Alejandro se despide de mí en el coche, con un último beso me recuerda a quién pertenezco y salgo temblando como siempre. No lo puedo controlar. Mi cuerpo casi se desvanece cuando él lo toca. No puedo hacer otra cosa que no sea aceptarlo, pero no puedo pasar por alto lo distante que ha estado durante el corto trayecto.

Entro en la oficina y esta vez tiemblo por otro motivo muy diferente. Berta se acerca a mí y me dice que el señor Llorens ha tenido que salir de viaje. Mi cuerpo se relaja. Todo será más fácil si no lo tengo cerca. Espero que tarde al menos una semana en volver. O dos. «O toda la vida». Para entonces ya me habré marchado.

Tras dos horas de papeleo caigo en la cuenta de que ya no iré a París con la exposición. Llevaba esperándolo mucho tiempo. Me apena, pero me digo a mí misma que es lo mejor. Tendré otras oportunidades.

Salgo del despacho y Berta no se encuentra en su mesa. Voy a la sala de reuniones a buscarla para irnos a comer, veo el proyector encendido y lo apago, también las luces. A punto de abandonar la pieza, choco de frente con un torso duro. Ese olor..., su olor. Levanto la mirada y sus ojos me atrapan. Doy un paso hacia atrás.

—Buenas tardes, señor Llorens —intento sonar profesional. Ninguna otra relación nos va a volver a unir jamás.

—Buenas tardes, señorita Sánchez —está serio, se gira un segundo y cierra la puerta con llave metiéndosela a continuación en el bolsillo. Empieza a faltarme el aire. ¿Qué pretende?—. Sólo quiero hablar contigo. No quiero que salgas huyendo —respiro fuerte, casi hiperventilo—. No quiero que dimitas. Sé cuánto te gusta este trabajo.

Salgo corriendo y tiro de la puerta intentando abrirla. Álvaro me coge de la cintura, me da la vuelta y me apoya contra la madera. Puedo sentir su mirada sobre la mía, pero yo cierro con fuerza los ojos. Me está haciendo daño. Se da cuenta y me suelta sin apartarse lo suficiente como si mi piel le quemara. Sigue hablando.

—Tranquilízate. No voy a tocarte —se queda a medio paso de mí—. En pocas semanas viajamos a París, no puedes renunciar a eso. Llevas mucho tiempo esperándolo.

—Nueve años y medio —le recuerdo, él sabe muy bien a qué me refiero.

—No voy a hablar de eso —sentencia.

—No es necesario. Hace mucho tiempo que lo tengo superado —no sé si mi voz refleja la seguridad que intento expresar.

—Pues demuéstralo. No dejes que esto interfiera en tu carrera —se acerca un palmo más a mí. Intenta atrapar mi mirada, pero la aparto.

—No lo hará. Hay más galerías aparte de esta —vuelvo a girarme y golpeo la puerta como si se fuera a abrir por arte de magia. Al instante lo siento demasiado cerca de mi espalda.

—Dani… —no sé si es una súplica, una orden o una queja, pero su voz logra atravesar las primeras capas de mi corazón.

—Abre la maldita puerta —musito en un ruego.

—Dime que no vas a dimitir —puedo sentir su calor sobre mi cuello. Y en ese momento golpean la madera y gritan tras ella.

—Dani, ¿estás ahí? —Álvaro da un paso hacia atrás, yo me giro y permito que encarcele mi mirada pidiéndome en silencio que no diga nada. Por supuesto, no le hago caso.

—Berta, estoy aquí. Me he quedado encerrada, ¿puedes abrir la puerta? —le ruego a mi compañera intentando no ahogarme en la profundidad de sus ojos negros suplicantes y confusos.

—Claro, ahora vuelvo, voy a buscar la llave.

Álvaro da otro corto paso hasta deshacer la distancia que nos separa y deja sus labios a poco más de un centímetro de los míos. Nuestras respiraciones indomables delatan nuestro estado de excitación. Ha pasado mucho tiempo, pero mi cuerpo reacciona a él como el primer día.

—Puede que tu mente luche contra lo que siente, pero tu cuerpo parece que no se ha olvidado de mí —me ha debido de leer la mente. Puedo sentir su calor rozando la suave y sensible piel de mis labios—. Demuéstrame que no sientes nada por mí y te dejaré. No salgas huyendo y abandones algo que tanto te apasiona.

No estoy segura de si se refiere al trabajo o a él. Pero no me importa, sólo deseo poner tierra de poner medio. Su aliento se mezcla con el mío y, tras varios segundos, se aparta. Se escuchan pasos tras la puerta y a continuación cómo Berta la abre. Me mira y después mira a Álvaro extrañada.

—Señorita Ramírez —se dirige a Berta. El tono determinado de su voz me sorprende. Ha conseguido regular su respiración en décimas de segundos. Yo aún estoy intentando no desvanecerme y caer de rodillas al suelo—. El vuelo se ha anulado. Necesito que prepare el despacho que está junto al de la señorita Sánchez. Lo utilizaré mientras esté en Madrid. Llame a mi secretaria y que vuelva a concertar la reunión con el señor James Wells para después de comer —ahora me mira a mí—. Señorita Sánchez, seguro que desea acompañarme, el señor Wells es...

Es el director del Museo de Arte Moderno más importante del Reino Unido, el Tate Moderm, actualmente el más importante del mundo, superando al MoMA de Nueva York y al Reina Sofía de Madrid.

—Sé quién es —le corto, y definitivamente mi yo profesional está completamente entusiasmado y supera al yo personal, desastroso y funesto—. Y estaré encantada de asistir a la reunión.

Álvaro sonríe triunfante haciéndome saber que le encanta salirse con la suya. Berta concierta la reunión mientras yo me preparo para la misma y nos vamos a comer antes de volver a trabajar. Al entrar en la oficina, descubro que Isabelle está en el nuevo despacho del señor Llorens ultimando detalles. Álvaro está sentado tras su mesa y, cuando me ve, levanta su mirada atrapando la mía. Consigo que sólo sea durante un breve segundo. Haciendo caso omiso a mi cuerpo, sigo caminando hasta sentarme en mi mesa y repetirme una y otra vez que soy una persona adulta y que puedo controlar esto.

Después de una hora, Berta entra y me comunica que Álvaro espera en la sala de reuniones. Me levanto nerviosa, pero con paso decidido. Estoy entusiasmada.

Tras dos horas de negociaciones y de observar admirada cómo Álvaro lo llevaba a su terreno y lo convencía sin ni siquiera proponérselo de que invirtiera en no sé qué más proyectos, nos despedimos del señor Wells y concertamos una próxima reunión, esta vez en Londres. Isabelle lo acompaña hasta la puerta y vuelvo a quedarme a solas con Álvaro.

—Lo has hecho realmente bien —dice.

—No he hecho nada. Sólo ver cómo te lo metías en el bolsillo desde mucho antes de empezar la reunión —le sonrió, no puedo hacer otra cosa, me ha impresionado.

—Vamos, tenemos que celebrarlo —tuerce la boca en una media sonrisa. Lo siento, pero no ha colado.

—No puedo, he quedado —y tampoco sería tan temeraria de emborracharme teniéndolo cerca.

«¿No te fias de ti?».

Pongo mentalmente los ojos en blanco.

—Está bien —se acerca peligrosamente a mí. Tiene que dejar de hacer eso. Debería dejar de invadir mi espacio personal. Me tenso, pero no me muevo—. Acabo de recordar que yo también tengo una cita.

¿Con quién? Afortunadamente no lo digo en voz alta. A mí qué coño me importa con quién salga. Me rodea y sale de la sala. Respiro aliviada.

Trilogía completa

Подняться наверх