Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 21

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ALÉJATE DE ÉL

Me despierto con los primeros rayos de sol. Intento moverme, pero sus fuertes brazos tatuados me tienen aprisionada. Todavía sigue dentro de mí. Abrazándome por la espalda. Me retiro un poco y me giro. Nuestros cuerpos se separan. De su boca sale un pequeño gruñido. Se ha quedado bocarriba a mi lado. Lo miro. Duerme plácidamente. Contemplo su cara relajada y no puedo dejar de suspirar. Es perfecto. Su mandíbula cuadrada, sus jugosos labios, sus largas pestañas, su pelo alborotado... Caigo en la cuenta de que aún no sé qué edad tiene. No lo he pensado mucho porque me importa muy poco. Nada, en realidad. Es mayor que yo, pero no demasiado. Treinta y cinco tal vez.

Se mueve y sonríe. Debe de estar soñando. Me estremezco al ver esa imagen y caigo en la cuenta de que sólo quiero hacerlo feliz. Tengo que averiguar cómo conseguirlo, pero de momento sé cómo hacer que empiece bien el día. Sonrío para mí y me froto las manos mentalmente. Lentamente me levanto y me tumbo sobre él. Comienzo a besarle el torso y bajo hasta rozar su pene, que no está flácido del todo. Empiezo a besarlo despacio y a lamerlo desde la base hasta la punta. En el segundo lengüetazo está erecto y listo para actuar. Este hombre es un dios. Lo escucho suspirar. Sigo con mi tarea.

Después de varios minutos, noto cómo su mano derecha toca mi cabeza, lo miro sin parar de hacer lo que estoy haciendo y me observa extasiado. Gime. Su mano izquierda agarra con fuerza mi pelo y empuja mi cabeza para dirigir la rapidez y la fuerza de mi mamada. Gruñe. Lo cojo con la mano y lo masajeo de arriba abajo mientras que lamo la punta. Me suelta la cabeza y abre los brazos a ambos lados de su cuerpo extasiado. Se corre en mi boca mientras no dejamos de mirarnos. Absorbo toda su esencia y trago con gusto lo que me ofrece. Está caliente y espeso, es sensual y muy sexy. Quiero hacerlo otra vez. Termino y, antes de reaccionar, se incorpora, atrapa con sus grandes manos mi cintura, me tumba sobre la cama y comienza a besarme.

—Quiero esto cada día.

Baja rozando con sus labios mis pechos, mi estómago, mis ingles... hasta llegar a mi zona íntima para devolverme el favor. «Admítelo, Dani. Tú también quieres esto todas la mañanas». Y todas las noches, ya puestos a pedir. Cuando me corro, se introduce en mí sin contemplaciones. Vuelve a estar completamente excitado. ¿Dónde has estado durante toda mi vida?

Me despierto y Alejandro no se encuentra a mi lado. Me siento en la cama y pienso en todo lo que ha pasado en tan poco tiempo. Me quiere. Ese pensamiento me reconforta. Me quiere desde la primera vez que me vio. Eso dijo anoche y sé que no es una forma de hablar. Lo dijo muy en serio. Esto me hace pensar que no sé cuándo fue la primera vez que me vio. Me gustaría saberlo, tengo que preguntárselo. Me levanto y me dirijo hacia el cuarto de baño. Necesito una ducha. Me visto lo más rápido posible. Tengo ganas de verlo y estar junto a él. Es lo único que me pide el cuerpo. Sentirlo. Estoy irremediablemente enamorada de este hombre. Me ha atrapado de una forma que no comprendo. En muy poco tiempo. Su temperamento, su dominio, su dulzura, su corazón... Todo ha hecho que no pueda vivir sin él.

El salón me espera desierto. Entro en la cocina y tampoco lo veo. Me dirijo a su despacho. Paso sin llamar y está de espaldas mirando por la ventana. Al escucharme, se gira y sonríe. Corro literalmente hacia él y salto sobre su regazo enredando mis piernas alrededor de su cintura como un monito. Me agarra fuerte y ríe. Ilumina la habitación.

—Buenos días —digo junto a su oído.

—No recuerdo ninguno mejor —me besa con pasión durante más de un minuto.

—Necesito contarte algo... —separa un poco sus labios de los míos.

—Ahora no. Tengo hambre —lo miro con lascivia.

—Mi niña preciosa no se sacia con nada...

—Necesito un café y una tostada —río y le doy un pequeño puñetazo en el hombro izquierdo—. Dame de comer.

Me lleva a la cocina en brazos, tal y como estamos, conmigo enganchada a su cuerpo como un monito tití. Me posa sobre la encimera y, antes de alejarse, me da otro beso. Abre el frigorífico y coge la leche. Observo que está casi vacío.

—Necesitas pasarte por el supermercado.

—Iremos el lunes —¿Iremos? ¿Nosotros?, pienso mientras él abre un mueble tras otro sin encontrar lo que busca.

—No cocinas muy a menudo, ¿verdad?

—Claudia cuida de mí —espero que se refiera a la asistenta.

—Es la asistenta —lee mi mente—. No la conoces aún porque ha estado fuera. Esta semana te la presento y le dices las cosas que te gustan. Si prefieres, ella también puede hacer la compra. Hazle una lista con lo que necesitas.

Sigue dando por hecho que voy a venir a vivir con él. No tengo ganas de discutir, aunque es mi don más preciado. No quiero bajar de esta nube de algodón en la que me mezo desde anoche, pero el tema es de tal importancia que requiere mi presencia en la Tierra. Así que decido tirarme sin paracaídas desde el cielo. Soy una kamikaze. Así me va en la vida.

—No voy a vivir contigo —le cambia el semblante.

—No pongas esa cara. Es demasiado pronto —me exacerbo.

—El lunes a las diez recogerán tus cosas y las traerán aquí —sirve dos cafés.

—No puedo dejar tirada a Sara con el alquiler —cambio de táctica.

—Ya he hablado con ella. La ayudaré hasta que encuentre a alguien —me tiende mi taza, ni siquiera la veo.

—¿Que has hecho qué? —chillo. Él calla—. ¿Cuándo has hablado con ella? —pregunto intentando tranquilizarme, milagro si lo consigo.

—Hace un momento. Quiere que la llames —me cruzo de brazos y lo atravieso con la mirada—. No voy a discutir este tema —sentencia. Ya lo ha dicho todo el dominador. Deja el desayuno junto a mí y me ordena—. Come, mientras yo voy a hacer unas llamadas desde el despacho —me da un corto beso y desaparece de mi vista.

—No voy a dejar que me pagues el alquiler —grito a su espalda echando humo por los poros. Para ser un hombre de negocios, negociar no lo hace muy a menudo, al menos no conmigo.

En una maniobra de las fuerzas especiales, cojo el café y un vaso de agua con una mano, el plato con las tostadas con la otra y una servilleta de papel que muerdo con la boca. Veo el móvil sobre la mesa del salón y me hago con él después de dejar todo lo que llevo sobre el cristal (no puedo abarcar más). Lo enciendo para llamar a Sara y me doy cuenta de que tengo varias llamadas y un mensaje de Fernando. Lo abro y leo:

"Daniel, he hablado con Sara. Aléjate de él. Es peligroso. Te lo contaré todo cuando vuelva. Te quiero".

Entiendo, a tenor de la cantidad de llamadas, que el enfado o preocupación (o ambas posibilidades) tienen dimensiones considerables y, con lo cotilla que soy (no puedo negarlo), me intriga saber a qué se refiere mi hermano al describir a Alejandro como peligroso. Supongo que un hombre de negocios como él habrá que tenido que sacrificar muchas cosas para llegar donde está, incluso admito que haya tenido que cortar algunas cabezas (metafóricamente hablando). Negociar con él no puede ser algo afable y gustoso. Fernando habrá tenido que luchar con uñas y dientes para poder cerrar el trato (si es que ha conseguido cerrarlo). No me interesa mucho ese tema, pero si es igual de dominante e impetuoso en el trabajo que en la cama, será muy difícil poder trabajar con él.

Llamo a Sara.

—Hola, traidora —digo enfadada.

—No chilles —gruñe.

—No estoy chillando —grito un poco más alto, se lo merece.

—Me duele la cabeza —me la imagino cerrando los ojos.

—Pobrecita —ironizo—. ¿Has hablado sobre mi vida con Alejandro hace un momento? —voy directa al grano, para qué dar vueltas.

—Sí.

—¿Y?

—Y, ¿qué?

—No te hagas la tonta —la acuso.

—Te quiere. Vais a vivir juntos. Es normal. No te resistas. Ocurrirá —suspiro y me toco las sienes con las manos.

—¡¿Estás muy segura de que saldrá bien?!

—¿Por qué tiene que salir mal?

Es imposible razonar con ella. No voy a perder tiempo enumerándole las razones por las que esto puede no ser buena idea. Cambio de tema.

—Anoche Roberto intentó besarme... y dijo que me quería.

—Por eso estaba así Alejandro —confirma sumando dos más dos. Es muy lista.

—Sí. Nos vio. Se enfadó muchísimo. Después de eso, le dije que lo amaba.

—¿Y qué hizo?

—Al principio no reaccionó, después dijo que estaba enamorado de mí.

—Me alegro mucho por ti. Te lo mereces —siento su sonrisa a través de la línea—. Zorra con suerte.

—¿Qué tal con Joan? —estoy preocupada por ese tema.

—No buscamos lo mismo.

—Sara… —busco que me diga algo más, estoy segura de que es mucho más complicado que eso, pero no dice nada.

—Está bien —decido no presionarla—, pero prométeme que hablaremos del tema en otro momento.

—Te lo prometo.

Seguimos hablando un rato y nos despedimos. Consigo que me cuente que Joan la llevó a casa, pero no se quedó a dormir. Estaba muy enfadado con lo que había pasado con Sofía. Necesitan hablar y aclararlo. Espero que consigan arreglarlo. Sara también merece ser feliz. Por mi parte, deseo con todas mis fuerzas despertarme junto a Alejandro todas las mañanas, pero el temor que siento a exponerme a que vuelvan a hacerme daño es mucho más fuerte que las ganas de estar con él. «No te engañes Dani. Esto ya no tiene vuelta atrás». ¿Qué voy a conseguir alejándome? Sufrir más. Además, no se puede razonar con mi cabrón enchaquetado y es demasiado tarde para siquiera considerar la opción de salir corriendo. Es imposible. No puedo. No quiero separarme de él. Y ha dejado claro que no va a volver a hablar del tema.

Me doy cuenta.

Voy a vivir con él.

Quiero vivir con él.

Me dirijo al despacho dando saltitos de alegría a darle la noticia. Está decidido, no puedo luchar contra el destino. Este nos quiere juntos y no voy a batallar contra lo evidente.

Lo quiero.

Me quiere.

Nos queremos.

No puedo pedir más.

Entro sin llamar. Está hablando por teléfono. Sólo su presencia me hace vibrar. Está serio, no le gusta lo que está escuchando. Su clara mirada está oscurecida. Me acerco sin hacer ruido. No quiero molestar. Levanta la cabeza y su sonrisa me indica que soy bienvenida, así que me siento sobre su regazo mientras él termina con la llamada. Me hundo en su cuerpo. Nos acoplamos perfectamente el uno con el otro.

—No puedo viajar ahora... —me rodea con su brazo derecho mientras sostiene el teléfono con el izquierdo, me besa la sien—. No, es imposible... Llama a Michael, programa una reunión para el lunes a primera hora. Tengo que colgar —y cuelga.

Ni adiós, ni gracias, ni nada. Me preocupa que esté desatendiendo asuntos importantes por mí. Es la segunda vez que le escucho decir a alguien por teléfono que no puede viajar ahora. Me abraza e inspira fuerte.

—Qué bien hueles —susurra con su cara entre mi cuello. Decido decírselo.

—Voy a necesitar espacio en el baño para mis cosas.

Noto cómo sonríe de satisfacción. Ha ganado. Seguro que no pierde muy a menudo. Levanto la cara y lo beso. Agarro con mis manos su cara y lo admiro. Es tan guapo que...

Mierda,

mierda,

mierda.

Estoy muy jodida, bien jodida.

No quiero volver a caer en el agujero negro de diez metros de profundidad si esto no sale bien. Quiero pensar que no soy la misma persona de entonces, que he aprendido mucho durante estos años y que la terapia me hizo madurar y ver las cosas con perspectiva. Sí, con perspectiva. La vida es una hija de la gran puta y te jode sin avisar, pero, a pesar de todo, tenemos la obligación de sonreír estoicamente y seguir hacia delante. Sí, eso aprendí del error más grande de mi vida: Álvaro. Dejo de besarlo y me levanto. Gruñe divertido.

—Necesito un armario para mí sola. Una estantería para mis libros, una mesa para trabajar... —se levanta tras de mí. Tuerce la boca en una feliz sonrisa—. También necesito una habitación para pintar... Y mi taza preferida... Y un gran zapatero... —en realidad no necesito nada de eso, sólo pretendo sacarlo de quicio, pero no lo consigo.

—Todo, preciosa. Si me dejas, te lo daré todo.

Me agarra de la cintura, me atrae hacia él con ímpetu y devora mi boca. Me derrito. Sí, esto es lo que quiero todos los días de mi vida.

Después de comer, decidimos salir a dar un paseo. Vamos al Retiro. Agarrados de la mano, caminamos durante más de una hora. Es perfecto. Como si lleváramos juntos toda la eternidad. Nos sentamos bajo un árbol.

—Háblame de tu familia —le pido recostándome sobre su hombro. Me rodea con sus brazos y me besa cerca de la comisura del labio.

—No los veo muy a menudo. Mi hermana Noelia…

—¿Tienes una hermana? —recuerdo que dijo que tenía dos hermanos, di por hecho que eran dos chicos.

—Sí, me recuerda mucho a ti. Vive en Londres.

—¿Cuántos años tiene? —estoy entusiasmada.

—No estoy seguro… —para de hablar y reflexiona unos segundos—. Unos veintisiete años. Le caerías bien.

—Me encantaría conocerla —sonrío.

—Vendrá en Navidad —me acerca a él y roza mis labios con los suyos moviendo la cabeza de lado a lado mientras aguanta la mía con las dos manos sobre mis mejillas.

—Mmm —ronronea—, necesito besarte.

Me ha contado que le encantan las motos. Va al circuito de Jerez cada año y le apasiona la velocidad, el viento en la cara y la sensación de libertad. Es tal la pasión con la que habla de ello que me pica la curiosidad y le pido que alguna vez me dé un paseo.

—Cuando quieras, preciosa —concede mientras mete la mano bajo mi blusa—. ¿Y qué haces tú para divertirte? —pregunta.

—Salir con Sara... —«bailar, emborracharme... tirarme a alguien». Esto sólo lo pienso. He tenido tiempo de darme cuenta de lo celoso que es. Lo digo en voz alta y no tengo parque para correr. Sigo hablando—. Me gusta leer, pero no lo digo como un tópico. Amo los libros, son parte de mí. Y, por supuesto, me encanta el arte y pintar. Cada vez que tengo tiempo, recorro los museos de Madrid. Estoy deseando viajar a París con la exposición, pero lo que de verdad siempre he soñado es poder visitar el MoMA (Museum of Modern Art) de Nueva York —mis ojos se iluminan, los suyos no.

—¿Vas a París? —suena sorprendido a la vez que molesto.

No hemos hablado sobre este tema. No he tenido mucho tiempo de ponerlo al tanto de mi vida.

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