Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 14

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TE QUIERO, NENA

Siete años antes.

—¿Por qué te gusta tanto este coche? —pregunto, intentando cerrar el cajón donde guarda los CD.

—Porque lo compré yo. —Masca chicle mientras conduce. Se baja un centímetro las gafas de sol y me mira—. ¿Paramos a comer?

—No. Tengo mucho que estudiar. Picamos algo en mi casa.

—Creo que te lo tomas demasiado en serio.

Ignoro su comentario y le envío un mensaje a Clara para saber si está, no encuentro las llaves del piso.

«¿Otra vez has perdido las llaves? Un día van a entran en casa y se lo van a llevar todo». Me contesta unos segundos después.

«¿Estás o no estás?». Insisto.

«Estoy llegando».

Nos abre con muy mala cara. Le doy un beso en la mejilla y le pido que no se enfade. Ella suspira, resignada, y le suelta una fresca a Álvaro.

—Estamos en el interior. Ya puedes quitarte las gafas de sol. —Enarca una ceja.

—¿Por qué te caigo tan mal, Clarita? —Pone la cara a la altura de la de mi amiga.

—Paso de ti, Alvarito. —Gira sobre sus Converse y camina hasta el salón.

Empiezan una trifulca sobre quien odia más a quien que dura más de diez minutos. Paso de ellos, me meto en mi habitación, me quito los zapatos y me tiro sobre la cama. Como en un acto reflejo, toqueteo la pulsera que siempre me acompaña (una cadenita de plata con varios objetos colgando que me regaló mi madre) y sonrío. Cojo el libro de Técnica de la mesita de noche y me pongo a estudiar. Solo consigo aprovechar la primera media hora. Después, Álvaro se acomoda a mi lado y me suplica que haga un descanso sin dejar de besarme el cuello.

—Acabo de empezar. —Me remuevo.

—Solo un ratito… —Sigue a lo suyo.

—Algunas personas tenemos que estudiar —lo empujo suavemente—, no gozamos de ese cerebro privilegiado —le toco la cabeza con el dedo.

No hace ni caso, me atrae hacia él, me sonríe, me quita el libro de la mano, lo tira al suelo y se tumba sobre mí.

—Y yo te necesito a ti para seguir cuerdo.

Me besa. Suavemente, despacio, tomándose su tiempo. Me acaricia. Me mima. Me saborea. Yo gozo de su roce y me derrito debajo de él. Me tiene totalmente atrapada, y no sólo hablo en el sentido literal de la palabra. Es tan absolutamente grande lo que siento por él que no puedo describirlo con palabras.

Este es nuestro segundo año juntos y nada ha cambiado desde el primer día entre nosotros. No podemos separarnos el uno del otro, casi vivimos juntos. O estamos en su casa, o estamos en la mía.

Se puede decir que no tiene familia. Sus padres no han fallecido como los míos, pero casi no los ve. Esto me da mucha pena. Yo ni siquiera los conozco. La verdad es que sé muy poco sobre su familia. No se llevan bien y no le gusta hablar del tema, así que yo intento ignorarlo aunque no siempre lo consigo. Lo único que he podido sonsacarle es que su padre no está de acuerdo con la carrera que ha escogido y a lo que quiere dedicar el resto de su vida. Quiero saberlo todo sobre él y que lo sepa todo de mí. Le he abierto mi alma. Le he hablado del dolor por la muerte de mis padres, de la soledad que siento desde entonces, del vacío que se apoderó de mí y que sólo él ha conseguido llenar de alguna manera. Del daño que sentí en mi corazón y de lo resentido que está todavía. Todo. Quiero que lo sepa todo. Que él fue quien me abrió el espíritu, quien hizo que el dolor se atenuara, quien recompuso los pedazos poco a poco y quien ocupa la mayor parte de mis pensamientos y mis ilusiones.

Tras hora y media de saciarnos el uno del otro, nos abrazamos. Me gustaría que el tiempo a su lado restase y no sumara, que no acabara nunca este momento, ni ninguno de los que paso a su lado.

—¿En qué piensas, nena?

—En todo lo que te quiero —me aprieta más contra él y suspira—. ¿Sabes?— sigo—, aún espero que se cumpla el deseo que pedí la noche de la lluvia de estrellas... ¿Qué pediste tú? —Me agarra los pechos y los masajea suavemente.

—Esto...

Abro la boca sin saber qué decir. Lo siento reír sobre mi cuello. Le doy una patada y lo empujo al borde de la cama muerta de risa.

—Serás idiota... —le tiro un cojín y se vuelve a acercar a mí.

—Te quiero, nena —me da un corto beso en los labios. Se levanta y se va. Escucho cómo se despide de mi compañera de piso y cierra la puerta.

No puedo ser más feliz.

*******

Actualidad.

Estoy muy cómoda en el pecho de Alejandro, pero, por mucho que esté disfrutando este momento, no voy a permitir que tenga la oportunidad de echarme de su lado, otra vez. Así que, aunque no es lo que deseo, me voy a ir yo.

Levanto la cabeza y, aún jadeando, me separo de su cuerpo despacio. Sale de dentro de mí y se retira. Me bajo de la mesa, tiro de la falda hacia abajo y busco con la mirada mi destrozado tanga. Está completamente roto bajo la mesa. Me agacho, lo cojo y lo guardo en el bolso que aún llevo colgado.

Alejandro todavía no ha dicho nada. Lo miro. Está apagando algunos monitores y se está poniendo la chaqueta. Voy a decir adiós, pero en ese momento me da una toallita húmeda y me dice que me limpie.

—Gracias, prefiero ir al baño.

—Esa puerta de ahí —la señala.

Entro, demasiado deprisa, y cierro la puerta. Me lavo y vuelvo a salir. No quiero tardar demasiado. No sé hacia dónde ir. Me decido por la puerta de salida.

—Tenemos que hablar —suena a una orden.

No sé exactamente de qué. Tal vez sea del hecho de que se ha corrido varias veces dentro de mí en las últimas horas y no ha utilizado preservativo y, en realidad, no sabemos nada el uno del otro. Es un tema peliagudo, pero necesario aclarar. Yo puedo ser una descerebrada que busca atraparlo y él tiene pinta de haber recorrido mucho mundo. Me vuelvo y voy directa al grano:

—Tomo la píldora —parece que no está sorprendido. Ni del tema que le he sacado, ni del hecho de que la tome.

—Me dejas mucho más tranquilo —dice en un tono demasiado sarcástico.

Parece que no era eso de lo que quería hablar.

—Y tú deberías ponerte condones para fo... —levanto la voz.

—Yo no follo sin condón —me corta—. Y modera tu lenguaje, señorita.

Voy a obviar esto último que ha dicho.

—Pues cualquiera lo diría..., creo que en las últimas veinticuatro horas se te ha olvidado usarlo... —me pongo a contar con los dedos— bastantes veces.

Viene hacia mí decidido, me coge de la mano y tira.

—Vamos, hoy duermes en mi casa.

—Yo creo que no —digo mientras me suelto, pero me vuelve a agarrar.

—Estoy seguro de que sí —ruge, pero me vuelvo a soltar.

—¿Por qué debería?

Me vuelve a coger. Esta vez sobre sus hombros. Durante unos segundos me quedo paralizada y al momento siguiente empiezo a patalear.

—Suéltame. Suéltame, ¡joder!

Camina hacia el fondo de la habitación. Le da a un botón y se abre un ascensor ante nosotros. No me había dado cuenta de este pequeño detalle. Entramos, me suelta frente a él, apoya mi espalda sobre el espejo y se agacha lo suficiente para dejar sus ojos a la altura de los míos.

—No deberías... —dice como si también estuviera seguro de que no me conviene acercarme a él, como si me estuviera advirtiendo—, pero no puedes hacer otra cosa. Intentas alejarte de mí, pero tu cuerpo no puede evitar necesitarme.

Ha definido exactamente lo que siento, pero me da la sensación de que no sólo habla de mí.

Salimos del ascensor cogidos de la mano. Llega directamente a un garaje privado donde sólo hay tres coches. Nos subimos a un BMW serie 7. ¿Colecciona esa marca como cromos? Cuando me suelta, me doy cuenta de lo fuerte que me tenía agarrada.

No hablamos por el camino. Aprovecho el trayecto para analizar lo que me ha dicho unos momentos antes. Es verdad que mi cuerpo necesita estar con él de manera desesperada, pero no creía que se hubiera dado cuenta. A veces soy un libro abierto. O ha aprendido a leer demasiado rápido cada uno de mis sentimientos.

«No flipes, Dani. No tienes sentimientos hacia él».

Lo miro y parece que está enfadado. Aprieta tanto el volante con las manos que tiene los nudillos blancos. Pero enfadado por qué. Este hombre morirá de un ataque al corazón más pronto que tarde. Parece que está debatiendo la idea de llevarme con él, o alejarse de mí. Pues ya somos dos. No hace falta que le dé tantas vueltas. Que me lleve a casa y se aparte. No ha dicho que no pueda hacerlo, sólo se ha referido a mi necesidad de él, nunca a su necesidad de mí.

Para frente a su edificio. Pulsa un botón sobre el panel del coche y el garaje se abre. Bajamos dos plantas y aparca en una plaza muy amplia. Junto al serie 6. Y al lado de tres motos preciosas. No entiendo mucho de dos ruedas, pero sé leer y soy observadora. Una es una Ducati Monster 1200 R roja y las otras dos marca BMW negras y blancas.

No espero a que me abra la puerta, aunque por un momento he pensado que debería. Me da la impresión que es de ese tipo de hombres. Nada más salir, me vuelve a coger de la mano. Ahora que me ha dado tiempo de tranquilizarme, soy más consciente de la fuerza que ejerce sobre ella.

Entramos en su maravillosa casa. Me encanta, es impresionante. La última vez que estuve aquí, ayer, no me dio tiempo a admirarla como se merece. Es enorme. Concepto abierto. Tiene seis habitaciones aunque yo sólo conozco una y la cocina (y el suelo de la cocina). Colores sobrios. El suelo de madera oscura. Paredes beis y cortinas del mismo color. Dos inmensos sofás de cuero marrón en el centro del salón. La estancia es más grande que mi casa. La cocina al lado semi-abierta, con una gran barra por un lado y una puerta con arco en otro.

—¿Qué quieres beber? —después especifica— ¿Agua? —su manera de levantar las cejas al preguntarlo me indica que no se me ocurra pedir otra cosa que no sea eso. Debe creer que ya he bebido suficiente por esta noche.

—Sí, gracias.

Camina hacia la cocina y lo sigo. Abre el frigorífico y saca dos botellas de agua muy frías. Me ofrece una y la cojo. Está helada.

—Bebe —bebo. Lo necesito y él lo sabe.

Alejandro imita mi gesto sin dejar de mirarme por encima de la botella. Me siento sobre un banco alto.

—Tenemos que hablar —me clava la mirada.

Vuelve a insistir. Es cierto que antes no ha terminado de decirme lo que quería. Ni siquiera lo dejé empezar. Me gusta interrumpir las conversaciones que no me interesan. Otra de mis virtudes. Tengo muchas. De esta hasta me enorgullezco. Me llevó mucho tiempo perfeccionarla. Pero no puedo eludir esta charla otra vez y, además, a mí también me interesa aclarar de qué va esto.

—Lo siento.

No salgo de mi asombro repentino. Se está disculpando por algo. Me intriga saber de qué. No digo nada. Lo dejo que siga.

—Sé que puedo ser un poco... desconsiderado. Soy posesivo. Lo soy con todo lo mío.

Yo diría más bien dominante, descortés, autoritario, irascible, serio... Tiene lógica que controle lo que es suyo, pero yo no lo soy. ¡Nos conocemos de hace sólo cinco minutos!

—No me gusta andarme con rodeos y contigo estoy dando demasiadas vueltas.

—Yo creo que has sido muy claro. Nos hemos acostado. Demasiadas veces. No es para tanto —le resto importancia y a él se le cambia el semblante.

—¿Te han parecido demasiadas? —su voz dura es remplazada por un sensual y salvaje gruñido. En un segundo el aire se enrarece, mi corazón se acelera y todo se vuelve un tono más íntimo. Se está acercando a mí lentamente. Rugiendo por dentro. Me roza.

—Creo que lo hemos hecho demasiado rápido... —me coge en brazos y me sube sobre la encimera—. Ahora te voy a volver a follar... —se pega a mí y se acomoda entre mis piernas—. Sólo una vez... —me acaricia la cara y el cuello con ambas manos—, pero va durar... —roza mis labios con los suyos moviéndolos de lado a lado—. Toda la noche.

Es una promesa. Y me besa. Primero despacio. Mordiéndome el labio inferior y después lamiéndolo lentamente. Hace lo mismo con el superior. Cuando termina, se abre paso con la lengua dentro de mi boca explorando todos sus recovecos. Yo estoy ya muy excitada y, antes de darme cuenta, tiene la mano derecha metida entre mis piernas. No le ha costado ningún tipo de trabajo acceder a mí porque no llevo ropa interior, el tanga que destrozó hace un rato sigue dentro de mi bolso. Justo la vez anterior que hizo conmigo y con mi cuerpo lo que le vino en ganas. Gimo.

—¿Lo ves?— saca el dedo de dentro de mí y me lo acerca a la boca. Quiere que vea lo rápido que me excito por él. Yo la abro y lo introduce en ella—. Siempre estás preparada para mí. Tu cuerpo me espera con ansia —lo saca—. Hoy lo vamos a hacer despacio. Te voy a dejar marcada para que no vuelvas a resistirte a mí.

Jadeo. Me coge en brazos y me lleva al dormitorio. Me deja de pie junto a la cama. Me mira, me observa y comienza a desnudarme. Esta vez todo ocurre muy despacio. Me quita la cremallera del vestido y este cae al suelo. Ahora mismo estoy casi completamente desnuda. Sólo llevo el sujetador y mis zapatos de tacón. Se aparta y me devora con la mirada. Vuelve a acercarse y me quita el sujetador. Él sigue completamente vestido. Me empuja hacia la cama y me deja caer despacio. Se olvida de mi boca y comienza a besarme los pechos.

—Son perfectos... —primero besa el derecho, lentamente, cuando lo tengo completamente enrojecido y sensibilizado, lo pellizca con la fuerza suficiente para que una corriente eléctrica recorra mi cuerpo. Tiemblo y jadeo.

—Siente cómo te toco... Cómo cada célula de tu piel reacciona a mis caricias... —sigue bajando y me besa el ombligo..., las caderas..., las rodillas... Vuelve a introducirme un dedo. Mi cuerpo vuelve a vibrar. Gimo.

—Lo notas..., estás hecha para disfrutar de todo lo que voy a darte... —mi mente ha viajado a otro planeta y no puede unir dos palabras coherentes.

—¿Lo sientes? —me introduce otro dedo. Esta vez un poco más brusco y chillo.

Sigue con el masaje en mi interior, entrando y saliendo. Entrando y saliendo. La otra mano abandona las suaves caricias que me estaba regalando sobre los muslos y sigue sobre mi clítoris masajeándolo con mucha parsimonia. Es tal el placer que siento que me parece estar experimentando el orgasmo más largo e intenso de mi vida. Necesito explotar ya. Necesito que me haga caer al abismo. No puedo esperar más.

—Alejandro..., por favor... —suplico.

—¿Qué quieres, Dani?

—Necesito..., necesito... correrme.

Sin parar de torturarme, pero ahora más despacio:

—¿Qué necesitas?

—A ti..., te... te necesito a ti.

—Que no se te olvide —y, sin dejar de hacer lo que está haciendo, me besa desenfrenado. Mi pecho, mi mente, mi estómago, mi alma..., toda yo explota en mil pedazos y todo se nubla a mi alrededor. Es tan fuerte la sacudida que llego a perder la noción del tiempo. Convulsiono y me estremezco.

Aún me encuentro recuperándome del orgasmo, retorciéndome bajo su cuerpo, cuando noto que se saca la verga y la introduce en mí de una estocada. Chillo. Él jadea fuerte, como si le doliera. Me llena por completo. Sale un poco y vuelve a introducirla. Vuelve a jadear de manera deliberada.

—Me estás volviendo loco.

He viajado a tantos planetas en las últimas dos horas que no sé muy bien en cuál de ellos me encuentro. Entra y sale. Entra y sale. Lo hace despacio. No tiene prisa. No me mintió cuando dijo que esto iba a durar... toda la noche.

Me despierto abotargada, pero sé muy bien dónde estoy. Exactamente en la cama de Alejandro. El cabrón enchaquetado que está negociando la compra de una empresa con mi hermano. ¡Fernando! Si me viera en estos momentos, se volvería loco. Su hermana, yo, alternando con un hombre "demasiado mayor" (por cierto, tengo que preguntarle cuántos años tiene), quedándose a dormir en su casa y... follando de esta manera tan... bestial. Esto último no se lo creería aunque se lo dijera. Piensa que aún soy virgen. En realidad sabe que no es así. Le quedó bastante claro cuando me ocurrió aquello, pero parece que le guste pensarlo. Soy su hermana pequeña. Supongo que es normal.

Me he dado cuenta de que Alejandro no está a mi lado. Ruedo un poco sobre la cama y su olor penetra en mis fosas nasales. Cierro los ojos e inspiro profundamente. Me turbo. Todo mi cuerpo reacciona y vuelvo a viajar, esta vez, al país de nunca jamás. Los abro y la luz tenue a través de las cortinas baña mi piel. Debe ser bastante temprano. El sol aún no brilla con toda su intensidad. No habremos dormido más de dos horas. Tal y como prometió, estuvo follándome toda la noche, aunque esta vez no fue exactamente... follar. Nos sentimos. Nos miramos. Conectamos de una manera muy íntima. Lo había sentido con él la primera vez que lo hicimos, pero esta vez ha sido diferente. Es como si nos hubiéramos dado cuenta de la existencia del otro y de la necesidad de tenerlo cerca. Al menos, en mi caso, ha sido así. No sólo ha sido... físico.

Estoy bastante asustada. Un cúmulo de sentimientos me aprisionan el pecho. Esto es exactamente de lo que llevo tanto tiempo huyendo. Esto es, justamente, lo que no quería que volviera a pasar. Esto es lo que tanto miedo me da. De momento no puedo respirar. Noto cómo mi boca se seca y una piedra de varias toneladas aplasta mi pecho. Me siento en el borde de la cama y agacho la cabeza entre las piernas. No mejora. Hacía mucho tiempo que no tenía un ataque de pánico de estas dimensiones. Me miro las manos y están temblando. Las abro y cierro un par de veces. Respiro lentamente como me enseñaron en la terapia e intento relajarme, pero no sirve de nada. No puedo controlarlo, es demasiado intenso.

Necesito agua.

Me levanto y cruzo el pasillo. Tal vez me ayude salir del dormitorio. Llego a la cocina arrastrando los pies, abro el grifo, lleno un vaso hasta la mitad, bebo a sorbos y consigo apaciguar los nervios. Después de unos minutos, escucho unas voces amortiguadas a lo lejos y soy consciente de que no he visto aún a Alejandro. Mi estado de ansiedad no me ha dejado preocuparme de otra cosa, pero ahora que me encuentro mucho mejor, decido ir en su busca. No puedo alejarme de él, tal vez necesite su cercanía.

«¡En el lío que te estás metiendo!».

Lo sé.

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