Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 15

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¿CUÁNDO HA OCURRIDO TODO ESTO?

Alejandro está en lo que debe ser su despacho. Lo escucho hablar con alguien. Puede que esté acompañado, pero no. Me acerco a la puerta un poco más y compruebo que está hablando con el manos libres mientras toquetea el teclado del ordenador y observa la pantalla sin perder detalle. Como soy una cotilla redomada, suma y sigue al listado de mis virtudes, me quedo escuchando agazapada tras la puerta.

—Lo sé. Sé exactamente qué tengo que hacer —dice Alex.

—Pues no parece que lo sepas —le contesta el altavoz.

—Lo tengo controlado.

—Escucha, se nos está terminando el tiempo. Dijiste que lo tendrías cogido por los huevos en una semana. Han pasado tres. Tenemos que firmar la compra antes del viernes. La Junta me está presionando.

Mi dios del sexo deja el ordenador, agacha la cabeza, suspira y se masajea la sien. Parece preocupado..., casi derrotado.

—Alejandro. Esto es importante. No puedes echar a perder esta oportunidad de negocio por una noche... —dice el altavoz.

—¡No sigas! —corta mi hombre.

¿He dicho mi hombre?

—Hay muchos millones en juego. Esto no sólo va de ti. Somos muchos los implicados.

—Te he dicho que lo sé. Está... controlado —repite.

—Te llamo el lunes —sigue y cuelga.

Se queda mirando fijamente al ordenador y gruñe. Con las manos en la cabeza, se toca el pelo de manera frenética y espasmódica. No entiendo por qué está tan preocupado, pero siento unas irremediables ganas de consolarlo. Así que llamo a la puerta y la empujo con cuidado, lo justo para que nuestras miradas se encuentren. Conectamos al instante. En un primer momento me observa como si le doliera, pero al instante siguiente sonríe, se recuesta sobre su silla y me hace un gesto para que me acerque. Lo hago. Me sienta sobre su regazo y me abraza. Yo me dejo. El ataque de nervios en el que me encontraba me ha impedido darme cuenta de que estoy casi desnuda. Sólo llevo una camiseta enorme que me puso él hace un par de horas. No llevo ropa interior y se me ven fácilmente los pechos. A él no parece importarle. Entierra su cara en mi cuello e inhala fuertemente. Justo lo que yo he hecho nada más despertarme. Aspirar su olor. Introduce una de sus manos bajo la camiseta y me acaricia la espalda.

—Estás temblando.

—Estoy bien... Ahora que estoy contigo.

Saca la cabeza de mi cuello y entrelazamos las miradas. Acerca su boca a la mía y me besa lentamente. Me separo un poco.

—Puedo irme si tienes trabajo —insinúo.

Y reanuda su beso. Sus besos. Mis besos. Nos devoramos pausadamente, sin prisas durante... Pierdo la noción del tiempo. Esta vez no llegamos a más. Queremos saciarnos el uno del otro de una manera inocente. Precavida. Ahora mismo, es lo que necesitamos. Sentirnos, percibir como nuestra piel se eriza al tocarnos, apreciar cómo nuestras pupilas se dilatan de deseo por el otro, valorar nuestras emociones. Dios, esto es una locura. ¿Cómo he dejado que pasara? Me va a destrozar. Alejandro no es de los que se enamoran. Cuando ya no quiera nada más de mí, me apartará y me alejará de su lado. Pero yo seguiré sintiendo esta necesidad de sus besos, de sus caricias, de su deseo, de su mirada, de su posesión, de su fuerza, de su ímpetu..., de... él.

No sé cuándo ha ocurrido. Ni me lo voy a plantear. Sólo necesitas ocho coma dos segundos para enamorarte perdidamente de alguien y yo, desde luego, no he necesitado más.

«Estás completamente jodida».

Intento contener el llanto, pero me es imposible. Unas irrefrenables ganas de llorar se han apoderado de mí y las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Alex se da cuenta, pero no dice nada, sigue abrazándome, absorbe con sus delicados besos mis sollozos y deja que me desahogue durante varios minutos.

—Ssshhh —trata de calmarme. Cuando consigo tranquilizarme un poco, me coge en brazos y me lleva a la cama.

—Vamos, necesitas descansar.

Entramos en la habitación, me deja en el suelo y me quita la camiseta instándome a que alce los brazos. La saca por mi cabeza. Me deja completamente desnuda. A continuación él hace lo mismo. Aprovecho para admirar su perfecto cuerpo cincelado. Me posa sobre las sábanas y se tumba detrás de mí abrazándome desde la espalda. Me quedo dormida mientras él me besa la nuca y los hombros. Es la sensación más agradable y deliciosa que he sentido nunca. En tan sólo una semana he pasado de querer alejarme de él, porque todas las señales eran de advertencia, a necesitarlo para poder dormir y sentirme a salvo.

Esto no puede ser bueno.

Esto no debe seguir así.

Esto no puede terminar bien.

—¿A dónde vamos? —pregunto, él se gira y me sonríe.

—Es una sorpresa —alarga su brazo y posa su mano sobre mi muslo. Presiona un poco y en milésimas de segundos mi cuerpo se activa y vuelve a vibrar por él.

Vamos en su BMW serie 7 y me siento relajada. Hemos pasado el día juntos y todo ha sido natural y comedido, bueno, nada es comedido a su lado, él es todo pasión y desenfreno, pero creo que ha estado conteniéndose, no sé si porque no quiere asustarme –ya es tarde para eso–, o porque él también necesitaba un poco de tiempo.

Por la tarde me ha acompañado a casa y ha esperado dando vueltas por el salón como un mono enjaulado mientras yo me duchaba y arreglaba. Cuando he salido preparada y me ha visto, he observado cómo se le dilataban las pupilas y cómo de su garganta ha salido un casi imperceptible gruñido. Me ha agarrado de la mano, ha tirado de mí fuera de la casa mientras susurraba para sus adentros que no íbamos a salir de allí si lo pensaba demasiado. En el ascensor he podido ver cómo se recolocaba su dominante intimidad. Ha sido gracioso. Puede ser un dios dominante y, al mismo tiempo, dulce y humano.

Son las nueve de la tarde de un sábado de finales del mes de octubre. Aún hace calor, aunque por la noche refresca bastante. He optado por un vestido gris oscuro cortado bajo el pecho y agarrado al cuello, largo y de falda de vuelo. Unas sandalias negras de plataforma Variana de ALDO y a conjunto con el bolso con tachuelas, una chaqueta de cuero. Él va impecable con unos pantalones chinos gris oscuro, zapatillas Globe Motley grises, camiseta blanca y una chaqueta larga de paño negra muy casual. Está para comérselo. Cuando lo vi salir del dormitorio, a mí también se me dilataron las pupilas y se me volvieron a mojar las bragas, si las hubiese llevado puestas.

Paramos ante el edificio del Círculo de Bellas Artes. Me encanta venir aquí, lo visito un par de veces al mes. Me impregno del arte de toda clase de artistas y sus obras me abren la mente y me ayudan a ver las cosas desde otra perspectiva. Pero... no entiendo qué hacemos aquí. Creí que iba a llevarme a cenar. Bajamos del coche, le da las llaves a un hombre al que llama Carlos, parece que nos estaba esperando y le indica que le mandará un mensaje cuando lo necesite.

Posa su mano derecha bajo mi espalda, me empuja suavemente y comienzo a caminar junto a él. Es una necedad y muy sutil, pero me domina, es así de simple. Me da la mano y me insta a que entre delante de él.

—¿Qué hacemos aquí?

—Mi niña curiosa... —me besa los nudillos.

«¿Mi... niña?». Coge la pala y recógeme del suelo.

Subimos en uno de los ascensores y salimos a una terraza enorme e iluminada. Sabía que estaba aquí, pero nunca había subido. No la conocía. Es maravillosa. Desprende lujo y elegancia. Segrega romanticismo con esas ristras de pequeñas luces encendidas y mucha vegetación. Huele maravillosamente bien, a primavera, aunque estemos en octubre. Frente a nosotros se postra la diosa Minerva y más allá, a lo lejos, puedo ver la Castellana, la Puerta de Alcalá, Gran Vía y la Cibeles. Esto es un lujo para todos los sentidos, pero especialmente para la vista.

Estamos completamente solos. Sólo veo a un camarero que en estos momentos se acerca sonriendo hasta nosotros.

—Buenas noches, señor Fernández —hace una pequeña reverencia con la cabeza—. Acompáñenme, por favor.

Mis pies no se mueven hasta que Alejandro no tira sutilmente de mí. Estoy impresionada y conmovida. Ha organizado esta cena, en este sitio y se ha encargado de que lo tuviéramos sólo para nosotros. Le ha tenido que costar una pasta y un par de influyentes llamadas telefónicas para conseguirlo, y en tan poco tiempo. Pero lo que más me emociona y, al mismo tiempo me perturba, es que haya hecho todo esto por... mí. Debe significar algo, ¿no?

Nos sentamos en una mesa muy pequeña adornada con una vela y unas pocas margaritas blancas. Son mis preferidas. Qué casualidad. Me recuerdan a mi niñez, a las tardes en la casa del pueblo de mi abuela. Rodeada de mi familia, de mis... padres.

Estamos uno frente al otro, pero podemos tocarnos con facilidad. Nuestras piernas se rozan bajo la mesita.

—Alejandro, esto es... demasiado —le acaricio la mano y después la aprieto.

—Todo, nena —me guiña un ojo.

No sé qué quiere decir con «todo», pero es la otra palabra la que me deja petrificada: «Nena». Me conmuevo y algo se remueve en mi interior. Hace mucho tiempo que nadie me llama así. Sé que es un apelativo muy común, pero para mí tiene mucho significado. Estoy...

*******

Seis años antes.

—¡Nena¡ ¡nena! —me giro y antes de darme cuenta lo tengo sobre mí, me ha cogido en brazos y estoy dando vueltas abrazada a su cuello.

—Hemos aprobado Arte Procesual —sonríe—. No nos queda nada, nena. En pocos meses te tendré toda para mí... en nuestro piso en París —me baja y me besa.

París. Un proyecto que teníamos en mente desde hacía un año, el comienzo profesional de nuestras carreras. Estaba muy ilusionada. Era algo que llevaba esperando mucho tiempo. Me entusiasmaba en demasía, pero lo que más me seducía era la idea de irme con él, juntos, a otro país. Empezar algo nuevo y nuestro. Iniciar una vida juntos era lo que deseaba desde que me había dado cuenta de que no podría llamarse vida la existencia lejos de él.

Termina de besarme.

—Tengo que irme, llego tarde a Pintura Mural —me besa la nariz—. Te recojo a las seis —vuelve a besarme y desaparece ante mis ojos igual de rápido que ha llegado.

Ni siquiera me ha dejado decir nada. Me tengo que agarrar a la pared para no caerme de lo mareada que me encuentro. Es un torbellino que se llevó todo lo malo de mi vida, una tormenta que arrasa mi día a día, un remolino de sentimientos que me superan, un ciclón que invade mi mente a cada segundo haciéndome feliz. Llegó y trastocó mi existencia, y nada ha vuelto a ser igual. Todo fue... muchísimo mejor.

Son más de las seis de la tarde. Concretamente las seis y veinte y Álvaro todavía no ha llegado. Estoy dando vueltas por mi piso sin saber muy bien qué hacer. He terminado de preparar la mochila con un poco de ropa antes de las cinco. Desde entonces estoy esperando. Le he mandado un par de mensajes y no me ha contestado. Vamos a pasar el fin de semana a una casa en el campo que tiene su familia no muy lejos de aquí. No sé exactamente dónde. No me ha dicho nada. Quiere darme una sorpresa. Ese era el plan.

Dos minutos después de la última vez que miré la pantalla de mi móvil, lo vuelvo a hacer. La observo como si tuviera la culpa de su tardanza. Son las siete de la tarde y mi estado de nerviosismo ha pasado a un casi ataque de pánico. No es normal que haga esto. Siempre estamos conectados. Si no estamos juntos, nos enviamos mensajes. Nunca pasa más de una hora entre envío y envío aunque no tenga nada que decirme. Está claro que ahora tiene que darme alguna explicación, así que no entiendo por qué no me llama.

Después de quince minutos más de desesperación, llamo a un par de compañeros de clase para ver si saben algo de él. Sergio, uno de ellos, me dice que salió de clase a las once de la mañana para contestar una llamada telefónica y que no volvió a entrar ni para recoger sus enseres de pintura. Se marchó. Pero no sabe dónde. Después de eso, nadie ha vuelto a verle por la facultad.

A las nueve lo he llamado veinte veces, le he enviado varios correos y mensajes de texto. No me quedan pelos en la cabeza ni uñas en los dedos. Me he tomado tres valerianas y cuatro tilas, pero no han servido de mucho. No han servido de nada.

A las diez no puedo parar de llorar. Mi mente es muy imaginativa y lo vislumbra de la peor forma posible. Estoy tentada de llamar a los hospitales. Son miles las conjeturas que pasan por mi cabeza.

A las doce, me he tenido que tomar un tranquilizante de los que tengo guardados en el fondo del cajón de la mesita. Hacía años que no los necesitaba, pero esta es una buena ocasión para hacer uso de ellos. A la una de la mañana estoy totalmente drogada y no puedo parar de llorar. Tirada sobre mi cama, espero que el sueño me venza y la oscuridad se apiade de mí. Necesito dormir y dejar de martirizarme. Mi mente va a mil por hora y necesito que pare, dejar de imaginar las mil y una circunstancias, todas de ellas catastróficas, en las que se puede encontrar Álvaro.

El sábado por la mañana no me encuentro mejor. Clara, mi compañera de piso, intenta consolarme, pero sabe que es imposible que pueda dejar de preocuparme. No encuentro otra explicación que no sea la de que le ha pasado algo y, como no conozco a su familia ni ellos sabrán de mí, nadie me ha avisado de nada.

Deambulo durante todo el día por el piso. Por la tarde le pido a Clara que me acompañe a casa de Álvaro. Estoy casi segura de que no estará allí, por eso no he ido antes, pero tengo que comprobarlo y descartar la opción de que esté tirado en la bañera, con un golpe en la cabeza y desangrándose. Sí, así son todas las opciones que baraja mi mente. Fatales y sin un final feliz.

Frente a su puerta, me tiembla tanto el pulso que soy incapaz de meter la llave en la cerradura. Clara me la quita de las manos, la introduce y gira. Voy directa al cuarto de baño de la habitación. El dormitorio está todo destartalado. Hay ropa tirada sobre la cama y zapatos esparcidos por el suelo. El armario está abierto y no encuentro su mochila. Parece como si hubiera tenido que hacer el equipaje corriendo. Tenía que haber hecho la maleta para irnos de fin de semana, pero de ninguna manera hubiera dejado todo así. El piso de Álvaro siempre ha estado recogido y limpio. Él no dejaría la habitación de esta manera. El resto del piso sigue en orden y en su sitio.

Volvemos a casa y Clara no encuentra la manera de hacerme sentir mejor, así que prefiere estar en silencio y yo se lo agradezco. Esa noche vuelvo a drogarme para poder descansar algo. Me quedo dormida preguntándome qué ha podido pasar, convencida de que tiene que haber una explicación lógica para todo ello y de que Álvaro volverá y me lo contará.

«Tranquila, Dani, todo va a salir bien».

A la mañana siguiente me despierta el sonido del móvil. Me asusto y me levanto de golpe a descolgar el teléfono que tengo abrazado al cuerpo.

—Dani —es la voz de Álvaro. Suena cansado y desesperado. Creí que me enfadaría con él, pero no puedo hacerlo.

—Álvaro...

—Dani..., yo... lo siento.

Llevo varios segundos llorando. No puedo controlarme. Una tranquilidad infinita acaba de invadir mi alma. Está vivo. No le ha pasado nada. En lo más profundo de mi ser resonaba con fuerza la posibilidad de no volver a verlo jamás. Y eso me aterraba. No lo podría aguantar... otra vez. Cuando perdí a mis padres, el desgarro en mi joven corazón fue de tal magnitud que no podía respirar, se detuvo el fluir de la sangre en mis venas y dejé de percibir todo lo que pasaba a mi alrededor. Afortunadamente, ahora mismo, vuelvo a hablar con él.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estás?

—No quiero hablar de eso ahora. Sólo... sólo quería que supieras que me encuentro bien. Estoy en Barcelona.

Sus padres viven en esa ciudad, una de las pocas cosas que sé de su familia. Algo importante ha tenido que ocurrir para que Álvaro haya viajado hasta allí. En los casi cuatro años que llevamos juntos, sólo ha ido en dos ocasiones y ninguna de ellas en Navidad. Ha preferido quedarse conmigo, argumentando que yo no tengo familia y que no va a dejarme sola, pero sé que hay algo mucho más profundo para no querer estar con su familia unos días tan señalados. Este tema me cabrea mucho y me enfada. Yo daría la vida por volver a ver a mis padres sólo una vez más.

—No estoy seguro de cuando volveré... Tal vez.... —suspira— espero estar allí el jueves... —noto cómo tapa el auricular y lo escucho hablar con alguien.

—Tengo que irme... Adiós, Dani.

—Te quiero... —pero estoy segura de que no ha llegado a escucharlo.

Me siento más tranquila ahora, después de hablar con él, pero estoy segura de que algo va bastante mal y eso no me deja vivir.

Es jueves. Llevo deambulando por casa y por la facultad cuatro días. Me parezco mucho a un zombi, pero mi piel no es tan blanca ni como carne humana para desayunar. Intento hacer mi día a día lo más normal posible, tal vez así pase el tiempo más rápido, pero de ninguna manera. No hemos vuelto a hablar. No me devuelve las llamadas. Me he dado cuenta de que no tiene intención de hablar conmigo. Yo le envío cada noche un mensaje diciéndole que lo quiero y, por supuesto, tampoco obtengo respuesta. Debería volver hoy. Tengo muchas esperanzas de que eso ocurra. Necesito verle. Estar alejada de Álvaro no es fácil. Pero también necesito hablar con él y que me diga cuál es la razón, porque debe haberla, de que haya salido corriendo y no tenga tiempo –ni ganas– de hablar conmigo.

Después de clase decido pasarme por su casa y comprobar que no ha llegado. No me extrañaría nada que hubiese vuelto y no me hubiese llamado. Lleva toda la semana ignorándome, sería perfectamente capaz de hacerlo un día más.

Abro la puerta y entro. Nada ha cambiado desde que estuve aquí el domingo por la tarde. Todo sigue recogido y en su sitio. Incluso la habitación que adecentamos Clara y yo antes de marcharnos. Miro a mi alrededor y todo está vacío sin él. Nada tiene sentido. El sofá donde nos abrazamos la primera vez que dormimos juntos, la habitación donde tantas buenas noches hemos pasado... Todo me parece extraño y lejano si su aura no lo rodea.

Me tumbo en la cama y su olor impregna mis fosas nasales. Abrazo la almohada y las lágrimas comienzan a caer. Todo lo que llevo guardando esta semana sale a borbotones de mí sin poderlo controlar. No quiero aguantarlo más. Deseo que aparezca ya. Necesito tenerlo a mi lado. No sé si está bien. No sé qué ha pasado. No sé nada. Absolutamente nada. Envuelta en mis pensamientos y sin darme cuenta, me quedo dormida. No he necesitado una pastilla esta vez. Su olor para mí es una droga mucho más potente.

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