Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 19
Оглавление16
HABLA CONMIGO
Cinco años y medio antes.
Un calvario, así ha sido el último mes. Álvaro ha desaparecido. Está completamente perdido. Nos hemos visto casi todos lo días, en la facultad a la que vamos juntos la mayoría de las veces, pero no es la persona que conocí. No sonríe, no hace bromas, no me mira, no me dice que me quiere, aunque sé que aún lo siente. Alguna vez veo que me observa y se me parte el alma, parece que le duela tenerme cerca. Me desgarra el corazón cada vez que se hunde un poco más. Está destrozado y no sé cómo puedo ayudarlo. Me desquicia, me vuelve loca no saber qué hacer. Me da mucho miedo plantearme esto, pero si no quiere estar conmigo, ¿por qué no me deja de una vez? No me permite acercarme, no me deja quererle, casi ni nos vemos... ¿por qué no me aparta de su vida para siempre? Reconozco que yo no consiento que se aleje demasiado. Cuando creo que eso va a ocurrir, lo agarro fuerte y no lo dejo marchar, pero él nunca ha insistido en irse, ni siquiera lo ha insinuado. Hay días, los menos, que vuelve a mí durante unos breves instantes. Lo siento cerca y mi corazón se llena. Pero en lo que tarda un pájaro en batir las alas, lo vuelvo a perder y la oscura soledad vuelve a hacer acto de presencia.
—¡Dani! —Marta se sienta junto a mí en el banco en el que me encuentro. He salido de clase a tomar un poco el aire. Es una compañera. Los últimos meses hemos estado bastante tiempo juntas. Álvaro no quiere ni realizar los trabajos en grupo conmigo, así que me he tenido que buscar otros compañeros.
—Hola, Marta —le sonrío como puedo.
—Vamos a comer juntos a la cafetería. Estamos planeando qué hacer para la graduación y vamos a discutir muchísimo. Será divertido. ¿Te apuntas?
La graduación. Casi no recordaba que en dos semanas terminamos. Sólo nos falta la nota del Trabajo de Fin de Grado y seremos graduados en Bellas Artes. Me ilusiona mucho que eso ocurra, lo he querido durante toda mi vida, pero hay algo importante que no me deja disfrutar de este momento como se merece. Ahora mismo no sé qué va a pasar con nuestras vidas. No hemos vuelto a hablar de París. No hemos buscado piso ni hemos planeado nuestro traslado a esa ciudad. Me niego a pensar que eso no ocurrirá, que no seremos felices, que no pasaremos juntos la eternidad. Intento no pensar en eso demasiado. Cuando murieron mis padres, aprendí a vivir el momento, ni siquiera el día a día. No pensaba en nada que no fuera la próxima media hora y eso llevaba haciendo los últimos meses.
—¿Te vienes o qué? —interrumpe mis pensamientos.
—No, gracias, ya he comido —le enseño mi bocadillo a medio terminar.
—Oh, vale —se levanta—. Pero contamos contigo y con Álvaro para la cena y la fiesta.
—Claro. Cuenta con nosotros.
Al Álvaro que conocí y del que me enamoré le encantaría la idea de pasarlo bien en una fiesta, junto a mí. Al Álvaro en el que se ha convertido no le hará ninguna gracia estar rodeado de gente ni de mí. Aunque todavía puedo convencerlo si le digo que habrá mucho alcohol. Últimamente bebe demasiado. Tal vez yo también debería perder un poco la cabeza por un día.
Las lágrimas se amontonan, pero no quiero llorar. Mi teléfono empieza a sonar y me saca de mis pensamientos.
—Hola, Fernando —saludo a mi hermano después de coger aire.
—Hola, Dani, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú?
—Trabajando mucho.
Se está convirtiendo en un gran hombre de negocios. Hace un año abrió su primera empresa de compra venta de no sé qué y ya tiene más de treinta sucursales por toda España. Y ahora trata de expandirse por Europa. Ha estado tan ocupado durante estos dos últimos años que ni siquiera conoce a Álvaro.
—No puedo ir a tu graduación —sigue y me deja helada, él es mi única familia—. Lo siento, Dani, tengo una reunión en Londres ese día. He intentado cambiarla, pero es imposible.
—No importa —miento, claro que importa, no tengo a nadie y contaba con él para que se alegrara por mí ese día. Espero que Clara no me falle. No apostaría porque Álvaro aparezca aunque también sea su graduación.
Fernando vuelve a disculparse varias veces y me promete que me llamará en cuanto vuelva. Intento no hacer un drama de esto. Hace mucho tiempo que aprendí a valerme por mí misma.
Después de colgar, respiro profundamente varias veces y me levanto. Su presencia es como un imán para mí, me giro un poco y lo veo a lo lejos. Álvaro está subiendo a un coche con un tío que no conozco de nada. Él también me ha visto, pero, como ya es costumbre, me ignora y hace como que ni siquiera le importo. Se me rompe un poco más el corazón y decido hacer lo que llevo haciendo ya varias semanas. Me voy a casa a llorar y martirizarme. Últimamente no me encuentro muy bien. Mi cuerpo no reacciona como quiero que lo haga. Álvaro está muy lejos y no sé si conseguiré́ volverlo a traer.
*******
Actualidad.
Leo una revista sentada sobre el sofá en casa de Alejandro mientras escucho de fondo un programa de radio llamado “Sábados calientes”. Ayer casi nos declaramos. Vale, no me dijo que me quería, no dijo que estuviera enamorado de mí, pero dejó bastante claro que me quiere a su lado. Que me necesita. Y su forma de tocarme me hace sospechar que siente lo mismo que yo. Llevo en una nube desde entonces. Pasan las cinco de la tarde y ha estado más tiempo dentro que fuera de mí. El cansancio me puede, no entiendo de dónde saca la fuerza para estar follándome todo el día. Tengo que volver a darle la razón a Sara. Es exactamente el tipo de hombre que ella definió. Espero que se equivoque en lo de que necesita tirarse a tías diferentes. Ese detalle debió omitirlo.
Tengo ganas de hablar con ella, contarle todo lo que me está pasando y saber cómo está. Anoche tampoco dormí en casa. Sé que no le importa y que se alegra por mí, sin embargo, algo me dice que debo estar cerca de ella ahora. Cojo el teléfono.
—Hola, amor.
—Hola, zorra. Me tienes abandonada —esta es mi Sara.
—¿Qué haces?
—Mmm... nada... —tarda demasiado en contestar—. Quita... —susurra.
—¿Estás con alguien?
—Eh... no.
—¡Estás con alguien! —me parece raro que me mienta sobre esto, aquí hay gato encerrado.
—¿A quién te has llevado a casa? —pregunto alzando la voz.
—Te lo cuento cuando te vea.
—No te lo crees ni tú ¡Venga ya! ¡Suéltalo! —doy un saltito en el sofá.
—Está bien..., es Joan.
—¡Lo sabía! —chillo
—No te aceleres. Sólo nos hemos acostado... varias veces. Si no te hubieras mudado, lo sabrías.
—No me he mudado —me muerdo una uña.
—Escucha —cambia de tema—, esta noche he quedado con Sofía y Roberto. Vamos a salir. Te iba a llamar ahora para decírtelo. No puedes decir que no. Tenemos mucho de qué hablar.
—Por supuesto que sí. ¿A qué hora hemos quedado? —no me puedo negar, la tengo un poco descuidada y, además, me apetece mucho.
—Roberto pasa a recogernos a las nueve.
—Vale. Estaré allí antes de las ocho. Necesito cambiarme de ropa —mientras termino de decir esto, Alejandro se acerca donde estoy, se detiene frente a mí y me mira fijamente a los ojos. Yo también lo hago—. Te dejo. Nos vemos en un rato —y cuelgo.
—¿A quién vas a ver después? —pregunta tratando de parecer tranquilo, sin embargo puedo notar el bombeo de la sangre de sus venas desde donde me encuentro. La respuesta no va a ser fácil.
—He quedado con Sara. Vamos a salir esta noche —disimulo la importancia de mi respuesta ojeando la revista.
«No ha sido tan difícil como esperabas». Me anima mi subconsciente.
Espera que esto aún no ha terminado, le contesto.
—¿Las dos solas? —me mira mientras abre un poco más las piernas. Sabe lo que le voy a decir.
—Ehh... No. Con Sofía y.... —bomba va— Roberto. —Sigo leyendo como si no tuviera importancia. Paso una página. Silencio. Se cruza de brazos.
—Roberto... —en este punto empiezo a escuchar el rechinar de sus dientes.
No digo nada.
Por cierto, a todo esto. La revista puede estar del revés que yo no me daría ni cuenta.
—¿Ese que te besó en medio de mi puto club? —sigue cada vez más enfadado. Mis manos comienzan a temblar (y no de miedo, que conste. La razón se acerca más a la excitación).
—Sigue siendo mi amigo. Además, le dejé claro que no quiero nada con él. Nada...
—¿Te has acostado con él? —me corta. Los ojos le chispean. Hago como la que no lo ha escuchado. Paso otra página.
—Mírame —ordena, y yo lo hago—, ¿te ha follado? —ahora soy yo la que está muy cabreada y me levanto.
—¡Por supuesto que no! —contesto sincera aunque no tengo por qué hacerlo.
—¿Estás segura?
—Oye. No tienes por qué dudar de mí. Te estoy diciendo la verdad. Sólo somos amigos.
—¿Eso crees, Dani? —levanta las manos exasperado—. Eres una ilusa. Está enamorado de ti —clama.
—¡Estás completamente loco! ¿También le vas a dar un puñetazo por ser mi amigo? —sigo gritando—. Además, no siente nada por mí —en realidad no miento, estoy segura de que sólo está confuso.
Su mirada me atrapa. Se entrelaza con la mía y mi piel se electrifica. Recorre la distancia que nos separa y estoy perdida.
—¡Joder, nena! Estoy completamente...
—¡No me llames así! —vocifero. Ese apelativo me supera.
Alejandro se queda atónito. Empieza a tocarse el pelo compulsivamente y veo en su cara desesperación. Yo caigo de espaldas en el sofá y empiezo a llorar con la cara entre mis manos. Se agacha a consolarme.
—No llores, pequeña. Por favor..., dime qué he hecho.
No puedo parar de llorar. Lo quiero. Lo quiero tanto que no puedo respirar. No puedo controlar esta situación por más tiempo. Necesito decírselo. Necesito que sepa lo que siento por él. Pero, ¿y si él no siente lo mismo por mí? No quiero asustarlo. No podría aguantar que se volviera a alejar. Ya no.
—Por favor... —hipo—, déjame irme a casa —sigo llorando. No puedo verlo, pero noto cómo se pone tenso—. No te voy a dejar..., sólo quiero... hablar con Sara.
—Habla conmigo.
—No quiero asustarte —me recompongo y me limpio las lágrimas con el dorso de la mano.
—No lo harás.
—No sabes lo que dices. No me conoces de nada.
—Déjame conocerte. Ábrete a mí.
Vuelvo a ponerme nerviosa y las lágrimas reaparecen por mis mejillas y ruedan a borbotones. Me levanto y lo aparto. Las palabras salen de mi boca como si me quemaran por dentro.
—¡Estoy muy jodida! ¿Qué quieres saber? —hago aspavientos con las manos—. Hace años alguien me partió el corazón, lo hizo añicos... ¡me destrozó!... —sollozo. Intento respirar—. ¡Aún estoy buscando los pedazos! —su cara es indescifrable—. No quiero..., no podría volver a soportarlo. No quiero que desgarres lo que queda dentro de mí. Pero... pero, ¿sabes qué? Que es demasiado tarde... —mis sollozos se convierten en un llanto espasmódico que me impiden seguir hablando, afortunadamente. Caigo de rodillas en el suelo y mi cuerpo convulsiona al compás de mis gemidos. Alejandro no dice nada. Me mira completamente perplejo. No sabe qué hacer. Después de lo que me parece una eternidad, se agacha y me abraza.
—Por favor..., llévame a casa —le suplico.
—Está bien, pequeña. Te llevaré.
Después de una hora, el tiempo que he tardado en tranquilizarme, Alejandro me ha cogido en brazos, nos ha desnudado a los dos y nos ha metido en la bañera. Casi no hemos hablado. Se ha dedicado a lavarme, acariciarme, besarme y a decirme una y otra vez que todo va a salir bien. Que cuidará de mí. Cuando el agua se ha enfriado, me ha sacado, me ha posado sobre el suelo despacio, y con una toalla me ha secado lentamente todo el cuerpo, venerándolo. Después me ha vestido y me ha sentado en la cama hasta que ha terminado de vestirse él.
Dios mío. Lo amo. Lo amo con toda mi alma.
Aparca el coche en la puerta de mi apartamento y nos bajamos. Cierra, se acerca a mí y me da la mano mientras caminamos hacia el portal. Lo suelto para poder abrir la puerta y, justo después de entrar, vuelve a cogerla de una forma natural, como si lleváramos años haciéndolo, como si el gesto de permanecer unidos fuera parte de nuestra vida.
Aviso a Sara de que entro en el piso y me sorprendo al encontrarme todo tan calmado.
—¡Sara, he llegado!
En ese momento y, aún cogida de la mano de Alejandro, mi amiga sale de la habitación en paños menores jugueteando con Joan que, claramente, le está metiendo mano. Alejandro sonríe, pero yo me disculpo de todas formas. Tras unos segundos, se percatan de nuestra presencia.
—Hola... —mi amiga enseña los dientes, es toda una exhibicionista, no le importa que la vean casi desnuda. Joan se pone tenso y mira a Alejandro como si le tuviera que dar algún tipo de explicación.
—Perdonad. Creíamos que estábamos solos —Sara se disculpa.
—Acabamos de llegar —le informo.
—Vale..., ahora volvemos —empuja a Joan de nuevo dentro de la habitación. Alejandro me gira y me atrae hacia él.
—Bienvenido a mi hogar. Una locura constante —se la presento formalmente.
—No pasa nada —me besa la frente—, pero no me gusta que vivas aquí si esto ocurre muy a menudo —se separa un poco.
—Más veces de las que me gustaría —susurro para mí, pero me escucha y se tensa.
—Lo digo en serio. Esto no me hace ninguna gracia.
—Ya… A mí tampoco, pero es mi casa. Y esa, mi alocada amiga —intento bromear—. No tengo otra opción —me encojo de hombros.
—Sí que la tienes —me he perdido, ve lo confusa que estoy—. Ven a vivir conmigo.
"Hola, me llamo Alejandro, tengo el cuerpo de una escultura griega, follo como un dios, tengo varias empresas, entre ellas el club donde sueles emborracharte, me gustan lo coches caros, colecciono BMW, y conducir como un loco es uno de mis hobbies. Me enfado con facilidad, soy muy irascible y dominante, sobre todo en la cama. Por cierto, me apellido Fernández. ¿Te vienes a vivir conmigo? Te follaré cada día hasta dejarte extenuada. No importa que sólo llevemos dos semanas juntos. ¿Hola?".
Ahora sí que estoy segura de que ha perdido la cabeza. Le acabo de pedir tiempo. Hace dos horas le conté por qué necesito ir despacio. Por qué me dan miedo las relaciones. Le acabo de pedir que me traiga a casa para poder pensar con claridad lejos de él y me viene con esas. Me aparto de su cuerpo.
—No hablas en serio —entro en la cocina. Necesito agua.
—Yo nunca bromeo —dice con voz ronca y segura, y sigue mis pasos.
—Estás loco —no quiero alterarme—. No lo has pensado… —bebo.
—Lo llevo pensando mucho tiempo —eso tiene gracia.
—¿Cuánto tiempo? —cojo la botella del frigorífico— ¡Nos conocemos de hace sólo un par de semanas! —levanto las manos.
—No necesito más. Supe que pasaría desde el primer momento en que te tuve entre mis brazos.
Bebo y cuando termino me limpio la boca con el dorso de la mano.
«Dani, cállate», me aconseja mi subconsciente.
No me puedo callar.
—¿Te refieres a la vez que me echaste de tu casa después de haberme follado cinco veces en pocas horas? Sí, lo recuerdo muy bien. Jamás podré olvidarlo. Recuerdo claramente cómo me sentí al respecto.
No le gusta lo que le digo. Su cabreo aumenta por momentos. Pues que se prepare porque no he terminado. Lleno mis pulmones de aire y sigo.
—¿O te refieres a la vez que desapareciste durante cuatro días? Espera, eso fue anteayer, no se te ha podido olvidar tan rápido. Durante esos días, ¿también tenías claro que viviríamos juntos?
—Sí —dice convencido—, pero tengo que contarte algo... —da un paso acortando las distancias—. Espero que no me od…
—No hace falta que me cuentes nada. No me voy a mudar a tu casa, al menos, no tan pronto. Está decidido.
Sumerge sus largos dedos entre su pelo y tira suavemente de él. Cierra los ojos. Se está desquiciando.
—Por supuesto que está decidido —su imperturbabilidad me enciende, realmente cree con seguridad que me iré con él.
«Claro que lo harás».
Tú, cállate.
Le suena el móvil. Mete la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta de cuero negro que lleva puesta y descuelga. Salvados por la campana.
—No es un buen momento, después te llamo... No... Ese lunes no puedo viajar a París... No puedo... Está bien —mira su reloj—, estoy allí en media hora.
Me mira.
—Tengo que irme. Id al club. Llámame cuando termines, te recojo y nos vamos a casa.
«¿Ordena, mi señor, algo más?».
—A tu casa —especifico.
—No vamos a discutir sobre esto —me da un beso y se va. Pero no un beso corto y casto. No. Se para frente a mí, con la mano derecha agarra fuerte mi cadera y con la izquierda rodea mi nuca atrayéndome hacia él. Lame mi labio inferior, después el superior y saquea mi boca de manera desmedida y desesperada dejándome claro que no quiere irse. Pero… se va. Y me deja completamente extasiada y mareada. Tengo que agarrarme a la encimera para no caerme de culo. Estábamos discutiendo, ¿no?