Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 11

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LA NOCHE ES JOVEN. Y NUESTRA

Llego a casa corriendo con el corazón acelerado. No hay nadie y respiro tranquila. No me encuentro preparada para el largo y tedioso interrogatorio de Sara. Querrá que le cuente hasta el más mínimo detalle y yo no quiero recordarlo. Sólo deseo arrancar su mirada de mi pensamiento, olvidar el mejor sexo de mi vida y negar cómo me hace sentir Alejandro. Si no lo recuerdo, no lo echaré de menos.

Vuelvo a ducharme. Todavía tengo su olor sobre mi piel. Me sacudo. Su posesión y dominación, la forma en que me ha hecho suya… Así no llevaré a buen puerto mi empresa. Me pongo unas mallas y una camiseta ancha y me voy a la cocina a hacerme un bocadillo de Nocilla.

Abro el ordenador, reviso el correo de empresa y compruebo que no hay nada importante. Le echo un vistazo también al personal. Uno llama mi atención y me alegra la mañana.

De: Clara Rodríguez Santana. Enviado: Ayer a las 11:46 p. m.: "Hola cariño. Perdona que haya tardado tanto en contestarte. He estado en Nueva York las últimas dos semanas. Tengo una sorpresa para ti. ¡Pronto podré ir a visitarte! Estoy deseando verte. Por aquí todo bien. Mi jefe sigue siendo un misógino desalmado, pero lo tengo controlado. Un abrazo. Te quiero".

Me tumbo sobre la cama con el bocata en la mano. Y no puedo evitar que una amplia sonrisa se dibuje en mi rostro. Tengo muchas ganas de ver a Clara, hace más de un año que no nos vemos. Australia, Italia (y todos los países por los que se mueve) están demasiado lejos y nunca encuentro tiempo para poder visitarla.

Le contesto.

De: Daniel Sánchez Duarte. Hoy: a las 13:59 a. m.: "¿En serio? Estoy deseando verte. Tenemos muchas cosas de las que hablar. Tienes que contarme tu viaje a Nueva York. Ha de ser impresionante ¡Qué suerte tienes! Puede que yo igual viaje pronto… Es largo de contar y nada seguro todavía. Yo también te quiero. Nos vemos pronto".

Hoy es viernes, pero, después de todo el trabajo de esta semana, me lo he tomado de descanso. No tengo que ir a la galería. Berta se ocupará de todo, está en buenas manos. Tal vez me pase el sábado por la tarde a ver cómo van las posibles ventas.

Termino de comerme el bocadillo, cierro los ojos e intento dormir, pero es imposible. Después del estrés de esta semana y todo el sexo de la noche –y la mañana– anterior debería estar destrozada, pero todo lo contrario. Mi mente no para de recordar lo ocurrido y mi cuerpo reacciona acorde con mis pensamientos.

«Malditos traidores».

Decido levantarme y ocupar el tiempo con algo mientras llega Sara. Espero que el plan de esta noche siga en pie. Necesito salir y olvidarme de todo. Debería pintar, hace tiempo que no lo hago.

La inauguración de la exposición ha sido un éxito, hemos tenido mucho público y se han vendido algunas obras. Para ser el primer día no está nada mal. Leo algunas de las críticas en diferentes diarios culturales on-line y son bastante buenas. Nadie nos corta la cabeza sin motivo alguno. La menos buena nos da al menos una oportunidad. Junto a una de las noticias hay una foto de él, alto, guapo..., quita el hipo. Lo acompaña la morena de tetas redondas, Marina dijo que se llamaba, quien sonríe de manera exagerada. El semblante de Alejandro es serio, parece que no le gusta llamar la atención. Leo el pie de foto: "El empresario Alejandro Fernández acompañado, como es costumbre, de la señorita Marina de la Rosa".

Tengo que olvidarlo. No sé por qué me preocupo de ello. Me he acostado con bastantes hombres y ninguno ha sido importante durante estos últimos años. Siempre he relegado cualquier posible sentimiento hacia cualquiera de ellos. Alejandro es uno más. Puedo disfrutar de todo el placer que pueda darme, que es mucho (definitivamente juega en la liga de las estrellas), durante el tiempo que dure y luego apartarme. Siempre que él quiera volver a verme, claro. No estoy segura de ello tal y como me echó de su casa esta mañana.

Pero algo me dice que, si me adentro en esta aventura, saldré escaldada. No es un hombre de los que se olvidan fácilmente. Estoy segura de ello porque apenas he pasado con él unas horas y tengo el presentimiento de que no las podré olvidar en la vida.

Es guapo hasta doler, alto, fuerte, moreno, con tatuajes –detalle que para mí suma diez puntos– y una sonrisa que te corta la respiración, además de esa mirada perdonavidas que te deja sin aliento y hace que te flaqueen las piernas. El sexo con él ha sido salvaje, debe tener bastante experiencia. ¡Mierda, estoy celosa! Y ha tenido un detalle llevándome a cenar a ese sitio tan bonito y tan importante para él. Pero ninguno de estos atributos va a ser suficiente para que me enganche por la simple razón que son exactamente los atributos que harían que me enamorase perdidamente, por ejemplo, de él.

Está decidido. Correré como alma que lleva el diablo en dirección contraria. Saltaré fronteras y cruzaré países, pero ese toro no me pilla en el ruedo. Me pondré a salvo, en mi zona de confort, donde nadie pueda hacerme daño y así estaré tranquila. El Huracán Fernández no me pilla en medio del lago. Está decidido.

«Eso ya lo has dicho».

Si el problema está resuelto, ¿por qué sigo tan nerviosa? Intento relajarme, sólo hace unas horas que he estado con Alejandro y eso deja huella. Tiene sentido, ¿no? Es normal que mi cuerpo reaccione y me traicione. Además, las agujetas post sexo desenfrenado no me ayudan. Esta noche lo pasaré bien, beberé un par de copas de vino y me olvidaré de todo. No será difícil. Sara me apoyará en mi Misión Olvido y convertiremos la noche en épica. Haremos que sea así.

—Despierta dormilona —susurra a mi oído. Me quejo y me tapo con la almohada—. Levanta, son las ocho de la tarde. Y tienes que contarme muchas cosas.

Gruño. No quiero despertarme. Y no me apetece que me sometan al tercer grado. En cuanto ponga un pie fuera de esta cama, parecerá que estoy en Guantánamo y no es lo que ansío.

—Vamos, no vas a escaparte. Cuéntame todos los detalles —tira de las sábanas y me destapa totalmente.

Vuelvo a gruñir.

—No quiero.

Sé por experiencia que no me dejará en paz hasta que se lo haya contado todo, así que dispongo el ánimo para encarrilar el relato lo más apresurado y breve posible, rápido e indoloro. Me levanto y me voy, aún con los ojos cerrados, a tumbarme sobre el sofá. Mi despampanante amiga llega con dos Coca-Colas y una minifalda que parece más un cinturón que otra cosa. Me insta con la mirada para que empiece a soltar.

Me incorporo, doy un trago largo a mi refrescante bebida y la dejo sobre la mesa auxiliar.

—Nada del otro mundo —le resto importancia.

—Sí, ya —no se lo cree. Le ha faltado preguntarme si le veo cara de gilipollas.

La miro, me refriego la sien con ambas manos, suspiro y me tiro de espaldas al sofá.

—Es el puto dios del sexo —digo sin darle énfasis a mi afirmación. Me resigno. Sara salta y da una palmada.

—¡Lo sabía! —le da una vuelta a la silla.

No quiero pensar por qué lo sabía. Ella es la experta en estos menesteres. Yo no soy una principiante en el tema, pero no poseo su currículum. La miro con serenidad y espero a que deje de saltar.

Me mira, ríe y decide sentarse.

—Dani, ese hombre emana sexo por todos los poros de la piel. Ese no puede pasar un día sin follar. Hombres así explotan si no se tira a una tía o dos al día. Su cuerpo lo grita. Hasta tú has debido darte cuenta.

Esto no me ayuda. Claro que me he dado cuenta. Mi cuerpo reaccionó a su presencia desde la primera vez que lo vi. O al menos desde la primera vez que recuerdo haberlo visto, ya que él insiste en que nos conocemos de días anteriores de lo que mi mente logra recordar. Nada más mirarme dejé de respirar. Cuando me tocó para presentarse formalmente, la descarga de electricidad y la adrenalina hizo que el corazón se me parara. ¡Por supuesto que me he dado cuenta!

—Joder —vuelvo a incorporarme y pongo la cabeza entre las piernas.

—No seas dramática. No veo cuál es el problema.

La observo.

—No me mires así. Disfruta. Coge lo que te ofrece y después te olvidas. Siempre lo haces. No sé por qué ahora tiene que ser diferente.

No digo nada. Se instala el silencio. No es incómodo porque entre nosotras nunca lo es, pero esta ausencia de respuesta por mi parte la hace reaccionar.

—Te gusta. Te gusta mucho... —su tono cambia de entusiasta a atolondrado y se sienta a mi lado—. Pero eso no es malo, Dani —me abraza—. Es estupendo. Disfrutar del sexo con alguien que te hace perder la razón, es maravilloso —intenta animarme.

—¡No! Nada es maravilloso —la aparto—. No lo voy a volver a ver. Lo tengo decidido. Esto no es una buena idea. Al contrario, es una malísima idea. Nadie volverá a hacerme daño. No voy a darle la oportunidad.

—No puedes seguir así toda la vida —ahora está un poco enfadada. Es curioso cómo es capaz de cambiar de estado de ánimo—. Algún día llegará alguien, Daniel. Te hará temblar, te dejará sin palabras, sin resuello, hará que tu mundo se tambalee y no podrás hacer nada por evitarlo...

—Si puedo, lo haré —la interrumpo—. No dejaré a nadie entrar en mi vida que pueda enfangar la tierra firme que piso. ¡Me gusta mi mundo seguro, me gusta mi vida tal y como es!

La miro y veo su cara de resignación. Para que deje de preocuparse, la abrazo e intento quitar hierro al asunto. No deseo que se preocupe. Ella me conoció cuando estaba hundida en el lodo, me ayudó a recuperarme sin casi conocerme y sin pedir nada a cambio. Nadie mejor que ella sabe cómo lo pasé, cómo me afectó todo y lo que tardé en reponerme. Así que sabe mejor que nadie cuál es la razón por la que no quiero dejar entrar a nadie en mi vida. Por eso mismo no entiendo cómo no acepta mi decisión.

—Te tengo a ti. Es todo lo que necesito —sonrío.

—Yo también te adoro, tonta. Pero necesitas algo más. Yo jamás me acostaré contigo —bromea.

Nos reímos.

—Vamos, tenemos que vestirnos —me insta—, nos espera una noche de locura —se levanta y tira de mí.

—Espera —cree que se va a ir de rositas—. ¿Dónde has dormido tú?

—Por ahí —se encoge de hombros.

—Yo te lo tengo que contar todo mientras tú te guardas las cosas.

—No es importante —camina hacia la habitación.

—Claro que lo es —la sigo—. Si no lo fuera, me lo dirías.

—Esa táctica es muy antigua —dice mientras se quita la camiseta y la tira sobre la cama—. Te lo diré, ¿vale? —coge una toalla, pasa por mi lado y entra en el baño—. Ahora tenemos prisa —y cierra dejándome con la palabra en la boca.

Está bien. Es momento de prepararnos para deslumbrar bajo las estrellas. La noche es joven. Y nuestra.

Bajamos en el ascensor y, como siempre, aprovechamos su enorme espejo para comprobar lo fantásticas que estamos y para retocarnos un poco los labios. Sara lleva un minivestido rojo de Asos y unos tacones de diez centímetros de Marypaz. El pelo suelto y una chaqueta de cuero motera. Está impresionante. Yo he decidido hoy ir un poco más cómoda y he optado por un vestido blanco corto de mangas semi-cortas y caído por un hombro, unos tacones grises y una coleta alta trenzada y despeinada. No he cogido nada de abrigo, no hace mucho frío. Estamos a finales de octubre, pero no lo parece. Además, cogeremos un taxi y no vamos a beber en la calle. Hace mucho tiempo que dejamos de hacerlo.

—He quedado con Roberto y Sofía. Esperan en el restaurante.

Salimos del ascensor y nos dirigimos a la calle. El taxi aguarda aparcado en doble fila. Espero que no quiera volver a hablar del tema. También quiero enterrar esta cuestión. Que nos liemos no es buena idea. Sería una opción segura. No me atrae lo suficiente como para perder la cabeza por él y podríamos pasarlo bien durante un tiempo, pero somos amigos. Uno de los pocos que tengo y no me encuentro preparada para perderlo. Muy pocas personas conforman mi pequeña gran familia, a muy pocas he dejado entrar y no quiero prescindir de él. Me hace reír y me cuida. Me siento bien a su lado. No quiero parecer egoísta, pero durante mucho tiempo necesité que cuidaran de mí y él fue una de las personas que lo hicieron. No estoy dispuesta ni preparada para que eso deje de ocurrir. Lo necesito a mi lado. Pero no de la forma en la que él creo que quiere. Mejor será que hablemos y dejemos las cosas claras entre los dos. Lo quiero. Pero no de una forma romántica. Deseo con todas mis ganas que llegue a entenderlo y lo acepte. No es mi intención hacerle daño. Lo besé estando borracha. No fue esa la razón por la que lo hice, me apetecía y a él también, pero esto dejó de tener gracia en cuanto se me declaró el día de la inauguración de la exposición. Que fue ayer, por cierto. Parece que ha pasado muchísimo más tiempo.

*******

Ocho años atrás.

—He preparado algo especial. —Suena avergonzado. Me tapa los ojos con un pañuelo al bajar del ascensor en la azotea de su edificio. Lo escucho reír.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Compruebo que no ves nada. ¿Cuántos dedos hay?

—Tres.

—¿Ves? Pero si te lo he apretado bien.

—He acertado de casualidad. Te lo prometo.

Comenzamos a caminar.

—Voy a caerme. —Me agarro a su brazo y aprieto.

—No seas quejica. Estamos a punto de llegar. Un paso más. —Me sitúa en un punto en concreto— ¿Preparada?

Me quita la venda de los ojos y parpadeo acostumbrándome a las pequeñas luces que tengo delante de mí.

—¿Qué es esto?

—Un picnic. Y después veremos la lluvia de estrellas. —Señala un montón de cojines y mantas.

—Nos vamos a morir de frío. —Me río.

—Yo te abrazaré y te daré calor. —Deja un beso sobre mi cuello y le rodeo la cintura con los brazos.

Cenamos algo esperando que las estrellas comiencen a caer y nos tumbamos bocarriba sobre las mantas de colores. Llevan anunciando el acontecimiento todo el mes.

—Mira, Dani. Piensa un deseo —dice señalando el cielo.

Cierro los ojos.

—¡Ya! —los abro y sonrío.

—Tienes mucha suerte. Espero que hayas aprovechado tu deseo. La ciencia dice que si consigues pedirlo con la primera estrella que cae, se cumplirá sin ningún lugar a dudas —lo miro, fascinada.

—No me mires así... —sigue—, está científicamente demostrado... —aparenta seguridad en lo que dice—. Te lo prometo.

Y yo me enamoro un poco más. Si eso puede ser posible. Su mirada deslumbra como faros en la oscuridad y su sonrisa se introduce en mi corazón y lo hace bombear con fuerza. Llevamos un año juntos y aún tiemblo con su presencia. Es algo que me supera. Su frescura, sus ganas de vivir, su alegría y su bondad me contagian y nunca en mi vida he sido tan feliz. Nunca he vivido cada día como lo hago ahora. Nunca he tenido tantas ganas de disfrutar de cada momento, de saborear cada segundo. Siempre he sido una persona muy alegre aunque haya pasado malos momentos a lo largo de mi vida, pero desde que lo conozco todo ha cambiado de color. Todo brilla con más intensidad y admiro cada detalle de la maravilla que me rodea. Es una sensación gratificante, grandiosa. Me atrevería a decir que hasta solemne. La tranquilidad se ha instalado en mi cuerpo, pero a la vez rebosa energía y destila confianza. Es increíble e inesperado. Jamás creí que fuera posible que una persona te hiciera sentir de esta forma... Pero Álvaro, de una manera inesperada e imprevisible, lo ha conseguido.

Despierto de mi ensoñación y me está mirando.

—¿Qué? ¿No me crees? —pregunta.

Yo creería que la Tierra es plana si él me lo dijera.

Me giro un poco y lo abrazo. Lo huelo y me siento en casa. Su aroma me reconforta y me calma. Él es todo lo que necesito.

—¿No vas a decirme lo que has pedido?

—Si te lo digo, no se cumplirá —ronroneo.

—Claro que sí —se gira un poco y me aparta para mirarme—. Esa afirmación sí que no está científicamente demostrada.

Y los dos convulsionamos en carcajadas.

Este es mi mundo.

Él es mi mundo.

Todo gira en torno a él.

Las estrellas empiezan a caer y disfrutamos en silencio del espectáculo. Mil estrellas fugaces nos bañan y yo sólo puedo pensar en lo feliz que soy a su lado y desear con todas mis fuerzas que lo que he pedido se haga realidad.

Esto es lo que quiero.

Esto es lo que necesito.

Sí o sí.

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