Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 12
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BESOS, BESOS, BESOS
Entramos en el restaurante y Sofía y Roberto nos saludan levantando las manos. Nos damos un abrazo de grupo que me reconforta. Nada como pasar tiempo con la familia para olvidar. El Bump Green es un gastrobar que apuesta por la cocina ecológica, creativa, sana y sabrosa, todo elaborado con materias primas orgánicas. Un espacio clásico aunque sigue las tendencias y el diseño de moda. Todo en tonos beis y repleto de vegetación. Nos encanta este sitio.
El camarero se acerca y pedimos una botella de vino y varios platos para compartir. Una ensalada de brotes baby con queso de cabra, nueces, cantagrullas, sorbete de manzana, apio, membrillo y alcaparras; unas ostras veganas compuestas de hojas marinas de la huerta con emulsión casera y unos fideos de calabacín.
—Enhorabuena, Dani —Roberto rodea mis hombros con su brazo y me aprieta con cariño—. La inauguración fue todo un éxito. Don Palometidoporelculo —es su jefe y así lo apodamos porque solemos motear a quienes nos sacan de quicio—, me ha encargado escribir un artículo sobre la exposición para el número de diciembre. Tienes que concederme una entrevista.
—¿De verdad? —respondo atónita. Trabaja para una de las revistas culturales más importantes del país. Sonrío. Me tiro sobre él y lo abrazo con fuerza.
—Llama a mi secretaria y te concederá una cita —bromeo y ambos reímos.
—Estamos en un sitio público —apunta Sara con sorna, como si eso fuera un problema para ella.
Vuelvo a mi asiento y mi mejor amiga levanta la copa instándonos a todos a que hagamos lo mismo.
—Esto se merece un brindis —levantamos todos los brazos y juntamos las copas en alto en el centro de la mesa—. Por un futuro prometedor —chocamos las copas y bebemos, pero Sara para a medio camino—. ¡Y por los siete polvos que ha echado Dani en menos de veinticuatro horas!
Escupo el líquido que tengo en la boca y contengo las ganas de matarla. Sofía se descojona y Roberto no sabe dónde meterse. Me mira pidiendo algún tipo de explicación. Explicación que, por supuesto, no voy a darle.
Terminamos de cenar y decidimos ir a bailar al club de siempre, Adara. Allí nos sentimos como en casa. Y conocemos a los porteros, que no sólo nos dejan entrar sin condiciones, sino que además cuidan de nosotras cuando nos pasamos de la raya y no nos sueltan sermones de hermanos mayores. Yo creo que Joan, el más fuerte de ellos, está enamorado de Sara, pero nunca ha dicho ni ha hecho nada para aproximarse a ella lo suficiente en ese sentido. Lo sé por cómo la mira, cómo la cuida y por cómo le tiembla el pulso cada vez que está demasiado cerca de ella, que, por cierto, son bastantes veces. Es muy propensa a meterse en problemas, le gusta desafiar a cualquiera que la rete con la mirada. Es bastante atractivo, con la cabeza rapada y los ojos azules. No entiendo por qué mi casi hermana nunca se ha fijado en él.
Roberto no me ha dicho nada. Ha decidido ignorar el tema y creo que es lo mejor. O no. No lo sé. Tal vez es necesario aclararlo todo y seguir adelante. No creo que la mejor forma de arreglar esto sea escondiendo la cabeza bajo tierra cual avestruz asustada. Pero no seré yo quien empiece la conversación que tenemos pendiente. La cobardía. Otra de mis virtudes.
Llegamos pronto y una de las relaciones públicas (parece que nos esperaba) nos invita a entrar en uno de los reservados. Desde él se aprecia todo el club. Nos sentamos y una camarera muy atractiva entra y le hace ojitos a Roberto. Él no se percata, o lo disimula, pero no le hace el menor caso, ni siquiera la mira.
Pedimos las bebidas y comenzamos a bailar. Me sienta bien. Sara y Sofía charlan enfrascadas en una conversación muy normal, al menos para ellas: quién les da más placer, las mujeres o los hombres. Yo lo tengo claro. Ellas no tanto. Tienen muchas teorías al respecto. Roberto baila junto a mí y me pregunta si estoy bien. Le digo que sí. Quiero darle normalidad a este asunto. Comenzamos de nuevo a bailar.
La música se mete en nuestros cuerpos y las notas retumban en nuestro interior. La camarera entra y, mientras deja las bebidas sobre la mesa, observo que me mira mal.
—Creo que tienes una admiradora —le grito al oído.
La música en el reservado no es tan alta como fuera, pero aun así no se puede hablar sin gritar. Roberto la mira.
—No me interesa.
—Venga ya. Es tu tipo. Es guapísima.
Me coge de la cintura, me da la vuelta y sonríe. Seguimos bailando. La camarera trae la segunda ronda de bebidas, que nadie ha pedido, y nos aproximamos a cogerlas. Sara y Sofía han terminado de discutir sobre el «Teorema Sexual de Hombres y Mujeres y Viceversa» y se acercan a nosotros. Sofía me coge la cara con ambas manos, sin avisar, pega sus labios a los míos y me mete la lengua hasta la garganta. Me marea durante un par de segundos. Me suelta y le grita a Roberto:
—Llevas razón. ¡Besa muy bien!
Casi se me cae la copa al suelo. Pero no sé por qué me asusto. Estas dos locas son capaces de cualquier cosa.
—¡Cerda! —le grito. Pero no puedo enfadarme. No puedo hacer otra cosa que reír hasta que me duele la mandíbula. Lo único que hace que me incomode es que saca a relucir un tema del que estoy huyendo. Cuando terminamos de reírnos, Roberto me está mirando, me coge de la mano y tira de mí.
Joder. Ha llegado el momento.
«Y tú con esos pelos», bromea mi subconsciente.
Me bebo la copa de un trago. No creo que sea la mejor idea, pero no soy capaz de enfrentarme a esto sobria. Esquivamos a la gente que baila desinhibida cogidos de la mano. Llegamos a la puerta de la discoteca, pero no llegamos a salir. Nos quedamos en el hall del club, que es más grande que el salón de nuestro piso. Allí la música no llega del todo, pero retumba en las paredes. Agarra suave mi muñeca, me gira y me pega a la pared.
—Dani... yo...
—Déjalo, Roberto. Somos amigos..., olvidemos el tema.
—No quiero olvidarlo. No puedo.
Nos miramos. Se acerca a mí un par de centímetros. No hablo. No digo nada. No sé cómo salir indemne de esto. Tengo mucho miedo a decir algo equivocado y que me odie para siempre. Lo quiero en mi vida.
—Te quiero, Roberto. Pero no de la forma que crees.
—De la forma que necesito —empieza a estar molesto.
Volvemos a mirarnos. Se vuelve a acercar dos centímetros más.
—Vamos, Dani. Tú también lo sientes —me levanta la mano que aún no ha soltado desde el reservado y me besa los nudillos. No, no lo siento.
—No es buena idea. Eres mi mejor amigo. No quiero que esto termine con nuestra relación.
—No lo entiendes, ¿verdad? Quiero que nuestra relación llegue a más. Quiero...
—No lo hagas más difícil, por favor. Deja que me vaya y olvidemos lo ocurrido.
Pero debo hablar otro idioma diferente al suyo porque vuelve a acercarse a mí otros dos centímetros y roza su boca con la mía. Esto no es lo que deseo, sin embargo, no soy capaz de apartarlo bruscamente y que se aleje de mí para siempre. Es otra de mis virtudes. Tengo un miedo atroz a que la gente que me quiere me abandone.
Me besa de forma lenta, está esperando a que le siga, pero no puedo hacerlo. Al momento algo pasa, se apaga la música y se encienden todas las luces de la discoteca. Roberto se aparta y yo le doy gracias al Dios de la Oportunidad por apiadarse de mí en estos momentos tan difíciles. Me va a dar algo.
Escuchamos hablar a los porteros. Joan le dice al más bajito que suba al despacho a ver qué ha podido ocurrir. Mi amigo me mira con cara de culpabilidad y me dice que lo siente. De nada me sirve que se disculpe si lo va a volver a intentar. Ya se lo he dejado claro. Se lo he dicho sin rodeos. No sé de qué otra forma aclararlo. Tal vez necesita un croquis, con manual de instrucciones y anexos explicativos. Al fin y al cabo es un hombre. ¡No puedo esperar más!
Subimos al reservado y tres tíos de impresión rodean a mis dos amigas trastornadas y bisexuales. No están bien de la cabeza y cualquier día me vuelven loca a mí. Nos los presentan y uno de ellos me mira con cara de cordero degollado. O con cara de que el cordero degollado, si me dejo, sea yo. Es muy atractivo y el brazo lo lleva tatuado. No necesito más para decidirme. Esta va a ser la forma de dejarle claro a Roberto que el tándem "él y yo" no es buena idea y, de paso, dejarme claro a mí que puedo tener sexo desenfrenado después de lo ocurrido esta mañana, olvidarme del cabrón enchaquetado y seguir con mi vida como si no lo hubiese conocido nunca. Tal vez no sea un buen plan, pero estoy desesperada y necesito hacer algo al respecto. Sólo hay un par de problemas. Que sí que lo he conocido, y de forma muy íntima, y que las dichosas agujetas que me ha dejado no hacen otra cosa que no sea recordármelo. Maldito cabrón enchaquetado.
Lo odio.
Lo re-odio.
Argg.
La camarera trae otra ronda y vuelvo a beberme mi copa de dos tragos. No me ha llamado ni me ha mensajeado en todo el día. Después de cómo me echó de su casa esta mañana no es que lo esperara, pero en lo más profundo de mi ser me quedaba un resquicio de esperanza. ¿Esperanza de qué? No quiero que se ponga en contacto conmigo.
Seguro.
Decido que este es un buen momento como cualquier otro para borrar su número de teléfono. No creo que me sienta tentada de llamarlo, pero por si acaso, ya sé que después de la quinta copa no soy dueña de mis actos. Después de la séptima ni me acuerdo de ellos.
Me siento y pretendo dejar un poco de lado al tío que me voy a tirar esta noche. Saco el móvil de mi cartera y lo busco. Jaime –no os he dicho todavía cómo se llama el hombre que me está comiendo la oreja, literalmente hablando–, me susurra sin dejar de hacer lo que está haciendo:
—¿Te vas a poner a jugar al Candy Crush?
Vale, está perdiendo muchos puntos. Otra tontería como ésta y lo tiro a la pista de baile. Y estamos a una altura considerable. Que tenga cuidado conmigo. Lo miro y guardo el móvil. Es más guapo de cerca. Voy a olvidar lo que ha dicho y me voy a centrar en su cuerpo. Está claro que su mente no me va a atraer en la vida. Buena señal. Fantástica. Jamás me engancharé a él. Pertenece al primer grupo de tíos, los que tirarte y olvidar al levantarte. Genial. Se me ilumina la cara.
Miro a mi alrededor y Sara y Sofía se están enrollando con los otros dos, no recuerdo sus nombres. Menganito y fulanito. Menganito es el rubio, que está violando la boca de Sara. Y fulanito el moreno, que masajea el culo de Sofía. Roberto ha desaparecido. No lo veo por ninguna parte. Me vuelvo a plantear si liarme con este caballero –que no huele del todo mal– será buena idea. Roberto ya no está y uno de mis propósitos, intentar que este se haga a la idea de que no soy para él, se ha ido al traste.
Aún me está comiendo la oreja. Lo dejo y poco a poco se acerca cada vez más a mi boca. La roza y la sensación no es del todo desagradable, así que dejo que continúe. Comienza a morderme el labio inferior. Es una sensación interesante. Nada comparado con lo de anoche y esta mañana, pero esto es lo que me conviene. No sentir demasiado. Me aferro a la idea de que es mejor sentir poco a arriesgarme a que me partan el corazón. No lo permitiré.
Justo antes de conseguir meterme la lengua, se vuelve a apagar la música y todo se ilumina de manera que nos ciega. Jaime –así se llama– se aparta de forma automática como lo hizo Roberto momentos antes y yo consigo recomponerme. El Dios de la Oportunidad vuelve a apiadarse de mí y le doy las gracias en silencio. Durante este breve segundo me doy cuenta de mi error. Liarme con Jaime no va a hacer que olvide a Alex y sólo han pasado unas horas desde que me acosté con él. No estoy preparada para tirarme a dos tíos diferentes el mismo día. No soy Sara. Ni Sofía. Ellas se tiran a dos el mismo día y a la vez si les apetece y se les presenta la oportunidad. No las estoy criticando. Creo que ellas disfrutan del sexo de una manera más plena. No le ponen límites a su placer. Exploran y deciden lo que les gusta y lo que no, que son muy pocas cosas. Gozan de su sexualidad sin fronteras y no ponen etiquetas ni se sienten mal por lo que hacen, por cómo sienten. No dejan que la sociedad dirija sus vidas, la personal e íntima, y no son amigas de los protocolos además de que odian los prejuicios. Son realmente libres y eso, en realidad, me causa envidia.
Se escuchan murmullos y abucheos. No es normal que en uno de los mejores clubs de la ciudad pase esto. Y mucho menos dos veces en la misma noche. Tienen que tener problemas serios.
Sara se levanta y me pide que la acompañe al servicio. Muy oportuna también. No tendré que darle explicaciones a mi rollo desde hace media hora. Después del baño me iré a casa y le diré a mi amiga que se disculpe por mí. Que se excuse diciendo que me ha picado una avispa en el ojo, he tenido que coger un taxi y dirigirme sin remedio al hospital. Es creíble, puede pasar.
Vamos las dos dando tumbos hacia los aseos. No están muy lejos, pero tenemos que subir a una entreplanta, justo antes de lo que deben ser las oficinas y la sala de seguridad. Sigo teniendo agujetas y los tacones no ayudan. Sara tampoco. La muy zorra va casi dejada caer sobre mi brazo. No puedo con ella, pesa demasiado. Todo ha vuelto a la normalidad. La música vuelve a sonar y la luz ahora es más tenue. Qué digo tenue, casi no vemos el suelo que pisamos. Todo el universo se pone de acuerdo para que Sara tropiece, se agarre a mi bolso y las dos rodemos por las escaleras. Qué bochorno.
Compruebo que no nos ha pasado nada. Son sólo tres escalones y están enmoquetados, todo está más cuidado en la zona de reservados. Miro a nuestro alrededor para acreditar que ningún ser humano se ha percatado de nuestra caída. Menos mal. Nadie en mi campo de visión.
Como podemos, nos levantamos, recolocamos nuestros vestidos y terminamos en carcajadas. No paramos de reír. Suelto adrenalina. Esto sí que es justo lo que necesito. Intentamos recomponernos y echamos a andar de nuevo hacia nuestro propósito, los baños, pero dos brazos tiran de nosotras y nos pilla de improvisto. Miramos hacia la cara que nos vigila y no podemos hacer otra cosa que seguir riendo. Joan, con semblante serio, nos observa con esos ojos de un negro intenso.
—Hola, Joan —le dice Sara con cara de no haber roto un plato—. Sólo nos estamos divirtiendo.
—Creo que necesitas que llame a un taxi.
—No me quiero ir a casa, ¡gracias! —le dice sonriendo, pero de manera cortante.
Sara intenta avanzar y soltarse, pero Joan no la libera. Yo me he quedado al margen y no voy a meterme. Soy una espectadora con silla en primera fila para ver esta película donde ni los protagonistas se han dado cuenta de que pueden llegar a serlo, y no me pienso perder el estreno. Nadie me ha invitado, sin embargo, voy a aprovecharlo. Quiero comprobar cómo termina la cosa.
—Yo creo que sí. Aunque tenga que llevarte en brazos —ruge seguro.
—Eres gilipollas.
—Niñata engreída.
Se retan con la mirada. Mi alma gemela me coge de la mano y me insta a que la acompañe.
—Vamos, Dani. No quiero seguir hablando con imbéciles.
Pero Joan a mí tampoco me ha soltado todavía, y tiene una razón.
—Ella tampoco va a ninguna parte. Tiene que acompañarme.
Me quedo sin palabras. Creo que no he hecho ninguna barbaridad. Al menos no esta noche. No he bebido como para perder el sentido y, si hubiese pasado algo, lo recordaría. No niego que alguna vez hayamos roto alguna cosilla –sin querer–, o incluso hayamos robado un servilletero muy mono que nos adorna la mesa de la cocina, pero nada más. Y esta noche nada de nada. Lo juro. Puedo dar fe de ello.
—Joan..., suéltanos y nos iremos a casa —intento negociar.
—Lo siento, no puedo. Tú te vienes conmigo —me ordena—. Y Sara se va a casa. Avisa a Sofía —me vuelve a mirar, pero no me muevo.
—A qué estás esperando —ladra.
Comienzo a andar en dirección contraria a donde nos dirigíamos y vuelvo sobre mis pasos. Estoy harta de que todo el mundo me dé órdenes. Nos despedimos de los chicos y Sofía me acompaña hasta donde nos espera nuestra amiga discutiendo con el gorila Joan. Hoy lo miro de diferente forma. No me está pareciendo tan simpático.
—Espera aquí —me espeta.
Y lo hago. No sé por qué, pero lo hago. Se aleja con mis dos amigas y, por el balcón de la primera planta en la que me hallo, veo cómo salen de la discoteca. Sólo entro un momento en el baño que tengo a dos metros de distancia y vuelvo a mi sitio a esperar a mi amigo, el seguridad simpático gruñón. Soy una niña buena. Ironizo.
No tarda mucho. Lo justo para que vuelva a preguntarme qué es lo que quiere. No querrá enrollarse conmigo, ¿no? Descarto esa idea. No tiene ni pies ni cabeza. Después de lo de esta noche, estoy más segura que nunca que siente algo por Sara y no es sólo cosa mía. He visto cómo se miraban. Cómo se retaban. He sentido la tensión que hay entre ellos. Tendré que hablar con mi amiga. Pero sé lo que me va a decir, que estoy loca. Se cerrará y no querrá hablar del tema. Si esto ocurre, sabré que realmente siente algo por él. No me lo ha confirmado nunca y me lo niega, pero también tenemos en común el miedo a las relaciones. Cada una de nosotras tiene sus motivos, pero al fin y al cabo, huimos de los sentimientos. Jamás me ha explicado por qué y yo nunca le he preguntado. Cuando evitas este tipo de emociones, es por algo importante. Algo te ha hecho daño y te ha dejado huella y sé, por experiencia propia, que no es fácil hablar de ello y que no debes exponerte si no es por iniciativa propia. Algún día, cuando esté preparada, me lo contará. Y yo estaré a su lado. Pase lo que pase. El tiempo que haga falta. Y ella lo sabe.
Joan se acerca a mí y me dice que lo acompañe. Alejo la espalda de la pared en la que la tenía apoyada y comienzo a caminar detrás de él. Esta vez no me agarra del brazo. Si no me he escapado mientras acompañaba a mis amigas al taxi, no voy a salir corriendo ahora. Me insta a que lo siga. Subimos las escaleras hasta la última planta, continuamos por un pasillo muy poco iluminado y, sin avisar, para ante la última de las puertas. Casi me topo con su espalda. Tengo que frenar en seco. Llama y, sin esperar respuesta, abre y entra. Lo pierdo de vista.
No escucho nada y no es que no lo intente. Aunque estoy muy nerviosa, la cotilla que llevo dentro me puede y está deseando averiguar qué es lo que sucede. Me asomo un poco y sólo veo su espalda, es tan ancha que ocupa todo mi campo visual.
—Está bien, Joan, gracias —dice una voz grave.
Este se gira, da la vuelta y sin casi mirarme se va. Hoy no está siendo nada simpático. Tengo que replantearme si me gusta para Sara o no.
Aún no me he dado cuenta de nada. Nadie me ha invitado a entrar, pero ya tengo medio cuerpo dentro y, si he llegado hasta aquí, será porque alguien solicita mi presencia. Hoy me siento valiente.
Sólo he invadido un poco la habitación cuando me doy cuenta de que dos ojos me taladran con la mirada. Dos ojos azul intenso. Vuelvo a parar y se me reseca la garganta. No puedo tragar.
Es salvaje y sensual. Emana confianza y seguridad. Domina mi cuerpo sin ni siquiera tocarme. Me enciendo sin poder controlarlo.
Puto dios del sexo.