Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 13
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PUTO DIOS DEL SEXO
El dueño de esa mirada que me tiene atrapada se levanta sin decir nada. Alejandro. Lo observo mientras avanza directo hacia mí. La blusa desabrochada sin corbata, las mangas de la camisa remangadas hasta el codo y el pelo desaliñado. Intento salir corriendo, pero mis piernas no se mueven. ¡Malditas traicioneras! Está a menos de un metro cuando me rodea y cierra la puerta. Suspiro aliviada, pero la sensación dura un segundo. Su olor penetra en mis fosas nasales y se me para la respiración. Me estremezco.
Vuelve a pasar por mi lado sin tocarme ni rozarme. Se aleja y deja caer su cuerpo, sin llegar a sentarse, sobre una gran mesa de despacho. Cruza los brazos a la altura del pecho. No piensa decir nada. Yo tampoco. Él ha pedido que viniera. Que me diga lo que tenga que decir y saldré de aquí cagando leches, siempre que mis piernas decidan dejar de traicionarme y me hagan caso. Las muy putas.
Me observa. Diría que está furioso, pero no lo entiendo. No he robado nada. Ni partido. Ni destrozado. No hemos hecho el ridículo, al menos nadie nos ha visto, ni nos hemos peleado en medio de la pista. Esta noche, aclaro. Ya estoy diciendo tonterías. Bueno, las estoy pensando, que no es tan malo como soltarlas sin ton ni son y que alguien las escuche.
«Para, Dani, no te embales».
Descruza los brazos y aprieta con las manos el borde de la mesa. Me doy cuenta que tiene los nudillos blancos. Si no deja de apretar con esa fuerza, la va a hacer añicos. La sala está equipada con tecnología punta. Veo todo un frontal, el de mi izquierda, lleno de ordenadores y monitores desde donde se puede vigilar y controlar toda la discoteca, y la pared de enfrente, la de mi derecha, es un cristal que va del suelo al techo y desde donde se aprecia toda la sala. Aquí no se escucha la música, sólo un leve zumbido. Está bien insonorizada. Me asomo sin casi moverme y puedo visualizar la pista completamente llena y a la gente bailando desinhibida y libre.
«Cabrones con suerte».
Se levanta y me asusto. Qué bien le sienta esa camisa blanca remangada hasta el codo, los botones abiertos dejando entrever su pecho…, esa forma de caminar…
Babeo.
Se acerca lentamente a mí.
Vuelvo a babear.
La verdad, me da un poco de miedo. Su cara sólo indica fiereza y sus ojos indomables empiezan a vidriarse. Diría que son un poco más oscuros que hace sólo unos segundos. Me pongo en guardia. Mi cuerpo se alerta.
Frena.
Se masajea la sien, se toca el pelo y llena sus pulmones. Trata de tranquilizarse, pero algo me dice que no lo consigue. Vuelve a mirarme y su visión sigue siendo la de una persona alterada, perturbada, algo le ofusca y no logro entender de qué se trata. Se da cuenta de lo nerviosa que me está poniendo y se aleja unos pasos. No sabe manejar la situación y eso le asusta. Y creo que no me equivoco si digo que es la primera vez en la vida que le pasa. Está muy aturdido.
Sólo llevo aquí un minuto y ya siento que el oxígeno de esta gran habitación se agota. Le doy un toque a mis piernas para que me hagan caso y, cuál no será mi sorpresa, comienzo a caminar en dirección contraria a él. Pero sólo consigo avanzar un metro.
—Dónde cojones crees que vas —ruge enfurecido.
Hala, otra vez mis piernas deciden hacer caso al dueño de esa voz y pasar de mí descaradamente. Paro. Es más, me giro y voy hacia él. Me detengo justo a un metro de distancia. «Vaya, gracias, piernas traicioneras».
Nos observamos.
Bueno, yo lo contemplo, no puedo remediarlo. Resulta en exceso atractivo. Y Sara no se equivoca. Rezuma sexo por todos los poros de la piel. Puedo olerlo desde aquí.
Silencio.
Él lo rompe:
—¿Esta noche te has propuesto besar a todo mi puto club? —ladra, los ojos se le salen de las órbitas.
No sé qué pensar.
Primero, este es su puto club. Eso tiene mucho sentido. Lo he visto aquí alguna que otra vez, aunque la mayoría casi no las recuerde. Y no tiene pinta de frecuentar estos sitios. Que sea el dueño es otra historia. Ahora todo cobra más sentido. Me ha estado acompañado a casa las últimas semanas. Pero no me conocía de nada. Me ha estado vigilando. Debe ser normal para él. Elegir a su presa y acecharla hasta acostarse con ella. No es difícil para alguien con su poder, su presencia y esta discoteca como trampa para ratones. Qué fácil. Es muy listo. Pues conmigo la lleva clara.
«Ya te has acostado con él. Siete veces».
Vete a la mierda.
Segundo, y no menos importante: ¡Qué coño le importa a quien bese! Tal y como mi subconsciente me recuerda, ya me he acostado con él. Ha conseguido su propósito. Y no le ha costado demasiado, por cierto. Qué quiere ahora. ¿Amor eterno? Ironizo. Este portento no es de los que se enamoran ni son fieles a una misma persona. Lo de tener pareja estable ni lo reflejarán sus estatutos. Esta clase de persona necesita un harén a su alrededor para saciarse y así es como se siente pleno. Ya me lo dijo Sara, necesita beneficiarse a tías diferentes para nivelar la tensión sexual mal repartida del mundo. Y si eso ocurre varias veces al día, la tranquilidad invade el cosmos. El Teorema del Instinto Genital Masculino ¿No lo habíais escuchado nunca? Pues ale, una clase gratis de cultura sexual. Lo que vais a aprender leyendo la puta historia de mi vida.
Espera un momento. Él es el Dios de la Oportunidad. Caigo en la cuenta. No puede ser casualidad que cada vez que han intentado besarme, algo nos interrumpiera. Y está claro que le molesta. No es que no me alegre, si hoy me hubiese ido con alguien a casa, mañana me arrepentiría y mucho, pero no me gusta que se sienta con tanto poder como para decidir nada sobre mi vida. Por muy poca cosa que sea. No sé quién se cree que es.
Me cruzo de brazos. Voy a ignorar lo que acaba de preguntarme. Me pongo chula.
—Dime cuánto te debo por las copas y me iré.
No las habíamos pagado. Todo había sido muy rápido. A lo mejor me ha llamado para que salde la deuda. Me atraviesa con la mirada y aprieta la mandíbula. Un segundo después ríe cínicamente.
—Me importa una mierda... —vuelve a ladrar y para, no termina lo que iba a decir y yo prefiero no saberlo.
Se incorpora de golpe, avanza hacia mí hasta que está lo suficientemente cerca de mi cara como para sentir su respiración sobre mi boca.
—Te voy a follar. Ahora. Sobre esta mesa. Si no quieres que eso ocurra, tienes exactamente tres segundos para salir de aquí —asegura sensual y salvaje.
Vale, preferiría saber qué es lo que le importa una mierda, o no, no lo sé. Ahora mismo no le importa nada, sólo quiere follar. Conmigo. Mismo. Ahora. Aquí, sobre esta mesa. Ha tomado una decisión y la va a llevar a cabo. Y yo quiero que me folle, no me puedo mentir a mí misma, otra cosa diferente es que deba. Aun estoy a tiempo de escapar de él, de todo el dolor que puede causarme si lo dejo, de que pueda destrozarme en un futuro, de que me haga añicos el corazón y se lo coma trocito a trocito. Debería hacerlo. Correr, digo. Pero una cosa es lo que deba y otra muy diferente lo que todavía no he hecho. No he salido de aquí corriendo y no creo que me queden muchos segundos para seguir debatiendo sobre el tema.
«Vete, Dani. Y no mires atrás».
—Cero.
«Mierda».
Se abalanza sobre mí y chocamos, nuestras bocas se unen como si llevaran años anhelándose. Mi cuerpo ha decidido por mí y parece que lo tiene bastante claro.
Me devora. Lo devoro. Nos devoramos.
Tiro de su pelo y jadea. Sentir cómo se excita conmigo hace que me estremezca. Me agarra con ambas manos el culo y aprieta. Gimo. Me alza y me insta a que lo rodee con las piernas. Siento como se clava en mí. Resoplo e intento separarme para poder respirar, pero me muerde y no lo permite. Se gira sin soltarme y me deja sobre la mesa sin dejar de consumirme. Sube sus manos por mis piernas, coge el dobladillo de mi falda y la alza hasta mi cintura. Siento como agarra mi tanga y tira de él rompiéndolo sin ningún tipo de esfuerzo. El dolor que produce el latigazo de uno de los elásticos sobre mi sensible piel me sacude y conecta con lo más profundo de mi ser. Deseo volver a ver ese torso, necesito tocarlo. Empiezo a desabrocharle la camisa, pero me coge por las muñecas y las lleva a mi espalda. Con una mano me sujeta y con la otra decide masajear durante demasiado tiempo mis pechos. Como siga así, esto se termina antes de lo esperado. Empieza a bajar y frota mi clítoris despacio, a continuación lo abandona y se adentra en mí fácilmente con un dedo. Ahogo un sofoco.
—Estás muy húmeda.
«Dime otra cosa que no sepa».
Seguimos devorándonos. La espera se está haciendo eterna. Al momento siguiente, se aparta completamente de mí. Deja de tocarme y yo me siento perdida. Abandonada. Nos miramos jadeando.
«¿Pero, ¿qué coño hace? Le gusta jugar...».
—¿Qué quieres, Daniel?
Me está devolviendo la de esta mañana, cuando lo seduje en la cocina.
«¿Qué? ¿Tú que crees?».
—No te voy a tocar hasta que me digas lo que necesitas.
Respiramos fatigosamente. Está bien. Como siga con este juego, no voy a tardar en llorar suplicando.
—A ti... dentro de mí...
Y, dicho y hecho. En poco menos de dos segundos se ha sacado la polla y la inserta en mí sin ningún tipo de consideración. No es que no la espere en estos momentos, pero ha sido tan rápido que me coge desprevenida, por más que se lo haya pedido yo.
Me llena entera. Siento cómo en la primera estocada llega hasta lo más profundo de mi ser.
—Espera —le pido.
Pero no lo hace y vuelve a penetrarme. Una oleada de placer me recorre de los pies a la garganta. Nadie, nunca en mi vida, me había hecho sentir tan sexual en tan poco tiempo. En la tercera estocada chillo de desesperación. Me voy a correr y creo que es demasiado pronto. Va a percatarse de cómo me hace sentir y no quiero descubrirme ante él. Nuestras miradas siguen conectadas. Dios, qué guapo es.
—Por favor... —lloriqueo mientras sigue profundizando en mí sin piedad. Una y otra vez. Una y otra vez.
—Dime qué deseas... y lo haré...
Su tono denota delirio. No sé a qué se refiere exactamente. ¿A ahora mismo? ¿Al resto de mi vida?
«Despierta Dani. Tanto placer está haciendo que pierdas la cabeza».
Sin decir nada más, con la mano que tiene libre, vuelve a masajear mi clítoris y a partir de ahí caigo en picado en una espiral de emociones. No lo puedo soportar más. El placer se expande desde mi estómago hasta los dedos de los pies. Caigo sin paracaídas desde un avión a diez mil metros de altura. Exploto. Y cada poro de mi piel se abre para absorber el impacto.
Empieza a bombear más fuerte. Sus gemidos, ahora gritos, me indican que él también está terminando conmigo. Nuestros ahogos retumban en la habitación. Dejamos de besarnos, pero seguimos mirándonos. La conexión que siento es intensa y devastadora. Física y mentalmente.
—¿Lo... sientes?
Por supuesto que lo siento. Cada célula de mi piel está conectada a él. Tras breves segundos de intenso placer, las embestidas cada vez son más lentas, pero igual de intensas y siento cómo se derrama dentro de mí. Está caliente y resbaladizo. Lo agarro del culo, lo empujo hacia mí y exprimo hasta la última gota de su esencia. Su dulce néctar me empapa, me deja marcada y él suelta el último rugido.
Apoyo la cabeza sobre su pecho intentando serenarme tras las últimas sacudidas del orgasmo. Ha sido extraordinario.
Me acaricia el pelo lentamente con una mano mientras que con la otra me masajea la espalda. Parece que está demorando el momento de salir de mí y yo, por supuesto, no le voy a decir que lo haga.