Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 20

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17

YO… TE QUIERO

Salimos a la calle ataviadas para deslumbrar. Sara lleva un vestido muy corto, estrecho y escotado de color azul eléctrico. Zapatos de tacón negros peep toe Daviner de Dune y bolso drapeado a juego y chaqueta de cuero, también negra. Yo he optado por una falda roja corta de vuelo y top negro corto palabra de honor. Chaqueta de ejecutivo negra y zapatos de tacón negros a juego con la cartera que llevo en la mano.

El taxi nos espera en la puerta. Roberto y Sofía van a retrasarse y cenaremos solas. Me parece una buena idea, aunque improvisada. Necesitamos ponernos al día con nuestras vidas. Necesito contarle lo que me está pasando y, con suerte, me convenza de que salga corriendo y me vaya a vivir a otro país. Confío en que sea así.

Entramos en el restaurante italiano y un camarero nos acompaña hasta una mesita pequeña, con mantel a cuadros rojos y blancos y una vela en el centro, con una situación privilegiada, justo al lado de una gran ventana que da a la calle. Hacía mucho tiempo que no veníamos a cenar a esta preciosidad de lugar. La luz es tenue y no hay demasiado ruido, se puede escuchar el hilo musical y a Rosalía, una cantante italiana de los años setenta, entonando sus canciones. Nos sentamos una frente a la otra en dos sillas blancas de madera.

Pedimos una botella de Amatista, un vino blanco afrutado que tomamos frío (y del que somos capaces de bebernos una botella cada una. A los hechos me remito). Sara mira su móvil como si la vida le fuera en ello. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—Deja el dichoso aparato o me voy —la insto como ultimátum.

—Perdona —sonríe y lo guarda en el bolso.

—Vaya cara de tonta tienes —le digo y vuelve a sonreír.

—Lo sé. Tu tienes la misma. Suelta por esa boquita —me mira inquisitiva.

—Empieza tú, yo voy a necesitar una botella de vino.

«O dos».

La camarera se acerca a nuestra mesa, llena nuestras copas, deja la botella dentro de una cubitera y se va. Cogemos cada una la nuestra, las levantamos y brindamos.

—¡Por los hombres que saben romper bragas y follar como dioses! —sonrió, necesitaba su frescura.

Una pareja mayor que cena en la mesa de al lado la miran atónitos. Lo ha dicho demasiado fuerte. Mi amiga, que no tiene vergüenza alguna, lo mira a él y le dice:

—Ya era hora, llevamos meses en dique seco —le guiña un ojo. El hombre no dice nada y vuelve la mirada hacia su acompañante.

—Te echaba de menos. Me alegro de volver a verte así —le informo.

—Yo también me alegro de que te follen como mereces —ríe.

—¿Puedes hablar más bajo? —sugiero.

—Sí, pero no me da la gana.

Pedimos la comida y cuando terminamos, vamos por nuestra segunda botella de vino. (¿Qué os dije? Una cada una). Le acabo de contar lo ocurrido los últimos días. Cómo Alejandro se presentó en la puerta del gimnasio, le pegó un puñetazo a Jose y me obligó a irme con él. Ella me pone al día de su historia con Joan y yo me quedo a cuadros cuando reconoce que siente algo por él.

—Qué callado te lo tenías —la acuso.

—Tú tampoco has estado mucho por casa últimamente. Va en serio, ¿no?

—Estoy enamorada de él —confieso—. No sé cómo ha ocurrido, pero... le quiero —Sara no dice nada.

—¿No vas a llamarme descerebrada? —levanto las palmas de las manos.

—¿Por qué? Él también te quiere.

—Estás loca. No me quiere. Sólo quiere follarme.

—Un hombre que sólo quiere follarte no pasa contigo la mayor parte del tiempo. Te ha tenido secuestrada dos días.

—Recuerda que desapareció. No me ha llamado en toda la semana.

—Pero ha vuelto. Eso confirma mi teoría.

—¿Qué teoría? —pregunto intrigada.

—Que ha intentado alejarse, no sé por qué —bebe un sorbo de vino—. Pero no puede hacerlo.

Ha clavado, palabra por palabra, lo que Alex me ha dicho. Lo que tengo que averiguar es por qué ha intentado alejarse de mí. Tiene que haber una razón. Yo la tenía. Y aún la tengo, pero no voy a luchar más contra mis sentimientos. Ellos han ganado.

—Estoy muerta de miedo —reconozco.

—Es normal —coge mi mano y la aprieta dándome fuerzas—. Pero ya era hora de que tu corazón volviera a dejar entrar a alguien.

—Ese es el problema. No sé cómo ha ocurrido. A veces siento que la otra persona no salió jamás.

—¿Me estás diciendo que aún sientes algo por Álvaro? —aún me duele escuchar su nombre.

—¡No! No lo sé... Es complicado. Aunque me traicionara de aquella manera, nunca he podido olvidarlo. A veces dudo que pueda hacerlo algún día —agacho la cabeza y me toco la frente. Me agobio. Hacía mucho tiempo que no decía esto en voz alta—. Pero no…

—¿Alejandro sabe algo?

—Ni siquiera le he dicho que lo quiero —levanto la barbilla y miro mi copa. La cojo y le doy un sorbo—. Sabe que hubo alguien que me hizo mucho daño.

—Tienes que ir paso a paso —me aconseja.

—Me ha pedido que me vaya a vivir con él —la corto y la miro. Ahora sí que la he sorprendido.

Coge la botella, se llena la copa hasta la mitad y se la bebe de un trago. Yo le acerco la mía para que haga lo mismo. La llena, me la llevo a la boca y, de un sorbo largo, la dejo vacía. No me juzga, ni me critica.

—¿Qué vas a hacer? —se seca la boca con la servilleta.

—¿Lo preguntas en serio? No voy a irme a vivir con él —levanto la voz conforme voy hablando—. Está loco. Completamente ido. Casi no nos conocemos. No llevamos nada juntos.

—Está bien. Lo pillo. No me tienes que explicar por qué no es una buena idea. Pero... tal vez sea lo que necesitas.

—Vale, estoy rodeada de locos. ¿Qué has fumado hoy? —le sonrió sarcástica.

—Escúchame. Llevas sola demasiado tiempo. Nadie ha conseguido despertar en ti ningún tipo de sentimiento desde... desde ese cabrón malnacido. Alejandro lo ha conseguido en muy poco tiempo. Tiene que ser especial. Tiene que ser por algo.

—No me imagino la vida sin él. Pero...

—Estás contestándote tú sola —la miro dubitativa. Ella pone cara de confianza y vuelve a cogerme la mano.

—Dani, escúchame. Te mereces ser feliz. La vida le ha dado otra oportunidad a tu maltrecho corazón. Si Alejandro ha conseguido entrar, es que tiene que estar ahí. Es para ti.

—No sé lo que siente por mí.

—Eres imbécil. ¡Por favor, Dani! Quiere que vivas con él. Quiere despertarse a tu lado cada mañana. Quiere tenerte cerca cada día. ¿Eso no te dice nada? No sabía que fueras tan tonta.

—Oye, no me insultes —me suelto la mano.

—Eres idiota.

—Y tú una zorra —me hace reír, la adoro.

—Y me encanta —sentencia.

Volvemos a llenar las copas, brindamos por las nuevas oportunidades y terminamos con la segunda botella durante la siguiente media hora.

Paramos un taxi en la puerta del restaurante y le pedimos que nos lleve a Adara. La distancia que nos separa del club no es excesiva, pero las dos botellas de vino son razón suficiente para plantearnos la posibilidad de no llegar caminando. Sara ha quedado allí con Joan para que luego la lleve a casa, pero me ha prometido que esta noche es nuestra. Yo no creo que ir al club de Alejandro esté entre sus mejores ideas, pero no puedo negarme. Mi amiga quiere ver a su enamorado y su relación no es tan complicada como la mía. Me resigno. Tengo la esperanza de que Alex no ronde el lugar esta noche. Tenía algo urgente que hacer. Joan nos ve en la puerta. Nos acercamos a él, abre la cadena y pasamos sin tener que esperar la kilométrica cola de la noche de los sábados. Le da un beso a Sara y compruebo lo prendado que está de ella. Me saluda.

—Hola, Dani. El señor Fernández me ha dado instrucciones —claro que sí, no podía ser de otra manera—. Venid conmigo —coge a Sara por la espalda. Yo los sigo.

Ni pregunto. No quiero saber si anda por aquí. Las dos botellas de vino, la música y el barullo empiezan a surtir efecto y comienzo a desinhibirme. Llegamos al reservado en el que estuvimos la última vez, el más cercano a las oficinas y caigo en la cuenta de que la vez anterior también estuvo orquestada por Alejandro. Nos invitaron al reservado y nos estuvieron trayendo copas sin pedirlas. Todo cobra sentido en mi mente. Me vigiló desde que llegué. El gorila simpático de Sara vuelve a besarla y se despide de nosotras.

—Si necesitáis algo, se lo decís a Gema —miro hacia donde señala y la camarera, la misma que la última vez (esa que le hacía ojitos a Roberto), nos sonríe. ¡Roberto! Caigo en la cuenta.

—Joan. Roberto y Sofía tienen que estar a punto de llegar.

—No os preocupéis. Los traeré hasta aquí —vuelve a besar a Sara y se va.

—No has sido del todo sincera. Lo vuestro va en serio —la acuso de amiga farsante, pero de buen rollo.

—No nos vamos a ir a vivir juntos —me la de vuelve como una hija de puta, pero la quiero. Y, además, me lo merezco.

—Nosotros tampoco —niego en rotundo—. Estás enamorada de él —afirmo. Se encoge de hombros y empieza a bailar. Yo la sigo.

La camarera trae nuestras copas y, justo detrás de ella, entran Sofía y Roberto. Nos abalanzamos sobre ellos. No nos vemos desde hace una semana. Gema mira de soslayo a mi amigo. Sí, le gusta. Este me abraza.

—Te he echado de menos. No has contestado a mis llamadas.

Me ha llamado en varias ocasiones a lo largo de la semana, sin embargo, no he tenido tiempo (ni ganas) de hablar con nadie. He ocupado mi tiempo en revolverme en mi pena.

«Te encanta hacerlo».

—Lo sé, lo siento —me disculpo.

—No pasa nada. Ahora estás aquí. Tenía ganas de verte —me sonríe.

—Yo también —le devuelvo el gesto.

Le he echado de menos, en serio. Pero no como él cree. Lo considero uno de mis mejores amigos, siempre hemos cuidado el uno del otro y me parece jugar sucio si lo utilizo de paño de lágrimas. No lo merece y yo tampoco.

Nos acercamos a la mesa y cogemos nuestras copas. La camarera vuelve y trae también las de Roberto y Sofía. Brindamos por la noche, Madrid, la canción que suena (Lush Life de Zara Larsson) y por nosotros. La charla entre los cuatros me ayuda a olvidar lo único que ocupa mi mente últimamente. Tras un rato contoneando el cuerpo, Roberto coge mi mano, tira de mí y me lleva hasta la pista de baile en la sala de abajo.

—Vamos a bailar.

Lo sigo y me agarro fuerte a su brazo para no caerme. Después de todo lo que he bebido, no estoy muy segura de poder bajar las escaleras sin tropezar. Llegamos al centro de la sala y empieza a darme vueltas sobre mí misma. Reímos. Qué bien me siento. Tras el cuarto giro, me mareo y caigo sobre su pecho. Roberto pega su cara demasiado a la mía, pero me separo y sigo bailando.

Durante la siguiente media hora lo paso genial, sin embargo algo (tal vez mi inconsciencia) consigue que mire hacia el ventanal del despacho de Alejandro. Sobre el espejo que hace las veces de pared se reflejan la gran variedad de luces que lo cubren todo. La boca comienza a resecárseme y me doy cuenta que necesito con urgencia beber algo. Le sugiero que subamos de nuevo al balcón, así se llaman aquí a los reservados que cuelgan, y me sujeta la cintura durante todo el trayecto para mantenerme en pie. Llegamos arriba y nos encontramos a Sara que discute con Joan. Quizás me he equivocado y su relación sí es tan complicada como la mía. Nos acercamos a Sofía que baila asomada al balcón y le pregunto qué ha pasado.

—Nos estábamos besando cuando ha entrado —da un sorbo a su copa agarrando la cañita rosa. Mi cara le dice lo que opino al respecto.

—No me mires así. Sólo estábamos jugando —se excusa y mira a Joan—. Creo que no le caigo bien —se encoge de hombros.

Entiendo a la perfección la estima que Joan le tendrá a Sofía después de lo que acaba de presenciar (cero patatero). Yo no podría ver ni en pintura a la mujer (o al hombre) que encontrara comiéndole la boca a Alejandro. Es más, sólo pensarlo me dan ardores y ganas de vomitar. Si me pasara, creo que me moriría. Está bien, no creo que dejara de respirar, pero tendría ganas de ahogarme. No estoy preparada.

—Necesito ir al baño. Ahora vuelvo —me disculpo.

Dejo a Roberto y a Sofía bailando mientras Sara y Joan siguen engarzados en una discusión que se podría haber evitado si mi compañera de piso tuviera un poco de más luces. Definitivamente, después hablaré con ella y la instaré a que deje de hacer estupideces. Supongo que razonará tarde o temprano. Entro en uno de los aseos y me recompongo. Bebo un poco de agua llenando uno de los vasitos de plástico que cojo de un dispensario en una pared y refresco el cuerpo y la mente. Trato de apartar de mi cabeza a Alejandro durante un rato. La noche transcurre casi sin incidentes. Hasta ahora.

Salgo del aseo y Robert me espera fuera bastante borracho. No tanto como yo, pero tiene los ojos vidriosos y el reflejo de la variedad de luces colorea su iris. Me insinúa que bailemos (hasta aquí todo normal), me coge de la cintura y me atrae hacia sí. Demasiado. Yo me agarro a su cuello y me muevo en sintonía con su cuerpo. Suena Hello de Adele, pero una versión bastante más movida. Acerca su boca a mi cuello y lo roza con los labios. No hace falta ser muy lista para saber que esto no es buena idea. Intento separarme, pero me tiene bien atrapada. Sigue con su reguero de besos hasta llegar al lóbulo de mi oreja izquierda.

—Dani... —susurra. Vuelvo a empujarlo con fuerza, sin embargo no consigo apartarlo. Sigue besándome, ahora la barbilla y, justo antes de alcanzar mi boca, logro alejarlo.

—¡No!

—¿Es por él? —atrapa mi muñeca. No digo nada— ¡No te conviene! —tira de mí.

—Roberto, no sé cómo decírtelo. No siento nada romántico por ti —le digo mientras intento soltarme.

—Dame una oportunidad. Déjame demostrarte...

—Es imposible. Lo...

—¿Estás con él? ¿Es eso? Te dejará cuando se aburra de ti —por fin, nos separamos. Se ha pasado.

—No vayas por ahí. No... no quiero dejar de quererte.

—¿Me quieres? —parece contrariado.

—Sabes que sí. Eres muy importante para mí. No quiero perderte.

—Te quiero, Dani..., déjame demostrártelo... —se acerca otra vez, coge mi cara con ambas manos e intenta besarme de nuevo. Vuelvo a apartarlo.

—¡No puede ser! No lo hagas más difícil, por favor —me sincero. Sólo así conseguiré que se dé cuenta.

—Estoy enamorada de Alejandro —confieso. Me mira atónito.

—¡Venga ya! —levanta las manos—. No sabes lo que dices. Estás borracha —su tono de desprecio no me gusta nada.

—Lo quiero —me planto segura.

—¡Eso es imposible!

—¡Tú no sabes nad...! —grito. Sin embargo no termino porque se abalanza sobre mí y consigue atrapar mi boca con la suya. Durante una milésima de segundo no reacciono. Al momento siguiente lo aparto y chillo.

—No vuelvas a acercarte a mí.

Y lo huelo. Mi cuerpo reacciona a su presencia antes que mi mente. Miro a la derecha y ahí está. Enchaquetado, su pelo perfectamente despeinado, sus ojos azules negros de ira, su mandíbula cuadrada apretada, el cuerpo tensionado y los puños cerrados apretados junto a su costado. Morado de rabia. Roberto huele el peligro y, cuando miro en su dirección, se ha marchado. Prefiero que sea así. Se escapa a mi conocimiento lo que puede ocurrir a partir de ahora. Alejandro me mira cabreado, sin embargo, es su cara de desprecio lo que me mata por dentro.

—Alex... —intento acercarme a él y se aleja.

Da media vuelta y atraviesa el pasillo por donde entiendo que ha venido. Va hacia su despacho y yo, loca, lo sigo. Corro, literalmente, tras él. Abre la puerta y no la cierra. Entiendo, por el gesto, que soy bienvenida (aunque cabe la posibilidad de equivocarme). Así que entro en la habitación decidida a arriesgarme. Alejandro se toca el pelo y tira de él desquiciado. Frena frente a un armario, lo abre, coge una botella de whisky, llena un vaso plano y se lo bebe de un trago. Mueve la cabeza de lado a lado, vuelve a llenarse otro y hace lo mismo. Caigo en la cuenta de que nunca lo he visto beber antes mientras tiemblo y espero que el silencio no me mate.

—Lo... lo siento —le digo y me atraviesa con la mirada—. No sé qué has visto, pero no es lo que crees.

«En serio, ¿piensas que utilizar esa manida frase te va a librar de esto?».

—¿Qué creo, Dani? —su voz me da miedo.

—No... no lo sé —titubeo.

—Exactamente. No lo sabes —vuelve a darme la espalda, mira el vaso vacío que tiene en la mano, lo tira contra la pared y el estallido que provoca al caer eriza cada vello de mi piel. A continuación, coge la botella y da un trago directamente de ella.

Mi yo descerebrada me empuja hacia él y lo abrazo fuerte por detrás. No me preguntéis por qué reacciono así, ni yo misma podría explicarlo. Tal y como están las cosas ahora mismo, tal vez lo mejor sea alejarme de él, sin embargo, mi cuerpo (y todo mi ser) me pide lo contrario: tocarlo. Apoyo la cara en su espalda y siento su calor sobre mi mejilla. Cuando nota que lo agarro, suspira y parece que se relaja, pero sólo dura unos segundos. A continuación suelta la botella, agarra mis brazos, los abre y me aparta. Camina hasta quedar de pie tras su mesa. Quiere poner espacio entre nosotros y esto me deja desolada.

—Os estabais besando —le cuesta decirlo, le duele. Y saberlo me impide respirar.

—¡No! —por supuesto que no, me digo. Él arquea las cejas dándome otra oportunidad, espera la verdad. Esta situación la viví de pequeña incontables veces.

—Vale, intentaba besarme —reconozco—, pero...

—¡Joder! Estabas abrazada a él —sus ojos arden de ira.

—Escúchame, llevabas razón, Roberto siente algo por mí, pero...

—¡¿Se te ha declarado?! —brama. Rodea la mesa y se acerca a mí a grandes zancadas—. ¿Te ha dicho que te quiere?

—Sí, pero... —vuelve a cortarme encolerizado, no me deja hablar.

—¿Le quieres? —«¿Qué?». No contesto—. ¿Le quieres? —repite más fuerte y cabreado.

—¡No! ¡Sí!, claro que lo quiero, es mi amigo —no debería haber dicho eso, aunque sea cierto—. No te enteras de nada, ¿verdad? —contesto rabiosa.

—No, parece que no. Te dejo sola cinco putos minutos y te besas con el primero que se te pone a tiro —se pasa y mucho.

—Vete a la mierda —giro sobre mi cuerpo y voy hacia la puerta.

Necesito salir de aquí, pero antes de conseguir llegar, tira de mi brazo hacia él. Lo empujo. No puede tratarme así. No puede insultarme de esa manera. Me sigue, agarra mi muñeca, me gira y me besa con fuerza, me hace daño, sin embargo, me rindo a él. Agarra con sus manos mi culo y me levanta. Yo rodeo con mis piernas su cintura aunque no es lo que quiero.

«Claro que no».

—Tal vez necesites una dosis de tu propia medicina —dice displicente.

¿Sería capaz? El cuerpo se me tensa e intento soltarme y alejarme de él, pero agarra fuerte mis muslos que rodean su cintura y no me lo permite. Siento lo excitado que está. Intento desabotonarle la camisa, pero no me deja. Me tira sobre el sofá alejándome de él.

—No me toques —ruge. Quiere castigarme—. Date la vuelta y agárrate al sofá.

Lo hago, estoy completamente excitada, no quiero, pero lo estoy. Mi cuerpo se rebela contra mí pidiéndome a gritos que le deje darme placer de la forma que él desee. Me baja las bragas sin compasión y me da un fuerte azote en la nalga abrasándome la piel. Grito. No lo esperaba. A continuación me masajea en el mismo sitio y vuelve a azotarme. Después del tercero, me penetra sin piedad. Gruñe. Jadeo.

—Espera —le pido, pero no lo hace. Todo lo contrario. De una estocada me impulsa hacia delante.

—No te sueltes —sisea enfadado.

Está siendo brusco y violento, sin embargo, que sepa que puede hacer conmigo lo que quiera, me excita a niveles extrasensoriales. Agarra fuerte mis caderas, tanto que sé que me va a dejar marcas. Agarro fuerte el respaldo del sofá e intento que sus fuertes estocadas no puedan conmigo. Me derrito. Duele y, al mismo tiempo, es lo más placentero que mi cuerpo ha experimentado hasta ahora. Después de un sinfín de penetraciones despiadadas, muevo mi mano acercándola a mi clítoris y poder correrme como necesito, pero, justo antes de llegar a tocarme, me para con un gruñido y me penetra con más fuerza.

—No te toques —vuelve a empujar—, no vas a correrte ahora —dice tosco.

Y sigue con sus penetraciones. Cada vez más fuertes. Cada vez más aceleradas. Cuando siente que me voy a correr, para. Estoy desquiciada.

—Necesito correrme —susurro lloriqueando.

Llega hasta el fondo de un solo movimiento y se queda quieto dentro. No puedo respirar.

—Y yo necesito —sale y vuelve a entrar— que entiendas —repite la acción, estoy al borde del colapso— que eres mía —ruge.

Y entra y sale.

Entra y sale.

A un ritmo demencial.

A un ritmo desesperado.

Hasta dejarse ir dentro y fuera de mí, llenándome la espalda con su semen y la sala con sus rugidos. Inmediatamente después se aleja, se sube los pantalones y sin mirarme va hasta el mueble a servirse otro vaso de whisky. Yo intento serenarme. Misión imposible con lo excitada que me ha dejado. Me levanto y voy al baño a limpiarme la espalda con una toalla. Cuando vuelvo, lo encuentro sentado en su silla mirando fijamente la pantalla. Sigue sin hablar y ni siquiera me mira, como si yo no estuviera delante de él como un pasmarote. Me ha utilizado a su antojo, me ha hecho ver que soy suya y que puede tenerme dónde y cómo quiera y que después puede pasar de mí de esta manera. Tengo un cabreo descomunal.

«Es que puede hacerlo».

—¿Quién te crees que eres? —me planto delante de su mesa—, ¿quién coño te crees que eres? —sigue sin hacerme caso.

Decido hacerme la digna y salir de allí. No quiero estar cerca de él. Antes de girar el pomo, escucho:

—No soy yo el que estaba besando a otra —apunta sereno dándole a continuación un trago al whisky.

Me paro en seco. Su frase cae como un jarro de agua fría sobre mí. Lleva razón. Si yo presenciara lo que él acaba de ver, no sería tan razonable. Ese pensamiento me trae de golpe a la realidad. Giro sobre mí misma y camino hacia donde se encuentra.

—No sé de qué manera decírtelo: ¡deja de hacerme daño, joder! —empiezo a sollozar–. No lo besaba. Estaba intentando ser sincera con él. Le estaba diciendo que.... —«no lo hagas Dani»— que no tiene nada que hacer porque... —«cierra el puto pico»— porque estoy completamente enamorada de ti.

La mueca de su cara cambia de repente a una de sorpresa. No entiendo muy bien por qué, creo que cualquier persona podría darse cuenta (llegado el caso) de que perdí la cabeza por él hace ya bastante tiempo. Asimilo que la situación ya no tiene vuelta atrás y decido sincerarme del todo, aunque mi subconsciente, en estos momentos, se esté tirando por un precipicio.

—Te quiero. No… no sé cómo ha pasado. Yo... yo... te quiero —rompo a llorar. Ni él con palabras ni su cara me dicen nada. Sólo me mira impávido.

Comienza a faltarme el aire y, aprovechando que la mesa nos separa y que él no termina de reaccionar, salgo corriendo y escapo. Necesito aire fresco.

18

Y YO A TI

Cinco años y medio atrás.

No me encuentro bien. Abro la puerta de casa y voy directamente al baño. Vomito varias veces. Durante unos minutos no separo la cabeza de la taza del váter. Me toco la frente y creo que tengo fiebre. He debido de coger algún virus.

Consigo levantarme del frío suelo de baldosas blancas y me meto en la bañera. Tal vez eso me relaje. Pero no lo hace. Tras media hora bajo la ducha de agua caliente, salgo, me pongo el pijama y me dirijo a la cocina. Necesito comer. Tengo hambre, pero no quiero forzar mi estómago, así que decido hacerme algo ligero. Un sándwich de pavo.

No hay nadie más en el piso. Clara ha ido a casa de sus padres unos días a cuidar de su madre enferma mientras se recupera. Ya han terminado los exámenes, así que no tenía mucho que hacer por aquí. Sólo espero que vuelva antes de mi graduación. La necesito a mi lado. Me gustaría tener a alguien que me quiere cerca de mí en esos momentos.

Termino de cenar y me tumbo en el sofá a ver una película antigua que televisan en una cadena pública decidida a no pensar en Álvaro, en dónde estará y con quién. Me da miedo decírmelo en voz alta. Aceptar que la persona a la que amas cada vez está más lejos de ti, aunque no te haya dejado oficialmente, no se digiere con facilidad. Por fortuna, me quedo profundamente dormida antes de que empiece la trama, así que mi mente descansa durante un rato. Últimamente tengo más sueño de lo normal, debe ser por lo mal que duermo por las noches.

Ignoro la hora que marca el reloj, pero siento su calor a mi lado, ese que lo hace presente en casa aunque no esté. Abro un poco los ojos y lo veo junto a mí, de rodillas en el suelo, observándome y acariciando mi cara. Consigo sonreír un poco y él me devuelve la sonrisa. Ese gesto..., un simple detalle de atención por su parte, hace que el calor vuelva a mis mejillas y la sangre a mi corazón.

—Te quiero —dice como si fuera la verdad más pura que haya dicho jamás.

Me coge en brazos, me aprieta contra él y me lleva a la habitación mientras no para de besarme dulcemente. Las mejillas, la frente, la sien, los labios... Me deja sobre la cama despacio y se tumba sobre mí. No hace nada, sólo me mira. Tras una eternidad, sigue con su reguero de besos pacientemente, sin prisas, suavemente. Por la barbilla, el cuello, los hombros... Vuelve a parar y, conforme va desnudándome, besa cada centímetro de mi piel sin dejarse nada. Me baja los pantalones y los tira al suelo; me besa los tobillos, las rodillas, los muslos... Me quita la camiseta, me besa los pechos, el estómago, las ingles... muy despacio, muy, muy despacio, tomándose todo el tiempo del mundo. Finalmente, se levanta, se desnuda lentamente y vuelve a tumbarse sobre mí. Mi cuerpo reacciona ante su desnudez. Es perfecta. Vuelve a besarme, esta vez un poco más vehemente. Para y clava su mirada en la mía.

—¿Me quieres? —tiene los ojos vidriosos.

—Más que a mi vida —y es literal.

Sigue saqueando mi boca con la suya y, tras un rato, coge su pene y roza la entrada de mi vagina. Todo mi ser tiembla. Lo necesito como al aire para respirar.

—Te amo —las lágrimas comienzan a caer por sus mejillas mientras introduce su pene dentro de mí.

Cuando lo ha enterrado completamente, vuelve a decir:

—Te amo, nena —sale—. Te amo —entra— con toda... mi alma —sale—, no lo olvides... —entra— nunca.

No puedo hablar, el llanto no me deja. La sensación que se está creando dentro de mí me produce un miedo aterrador. Me golpea el pecho. Llevo deseando esto mucho tiempo, que reaccione, pero algo en lo más profundo de mi ser me grita a voces que se está despidiendo. «No te vayas Álvaro, quédate conmigo siempre». Seguimos así durante mucho tiempo, lo está alargando y yo no quiero que termine. Entra en mí.

—Eres... —sale— toda... —entra— mi vida —sale.

Sigue con sus embestidas, cada vez más rápidas e intensas, sin parar de decirme que me ama y que eso nunca cambiará. Yo consigo hablar y transmitirle que mi mundo gira en torno a él. Noto que se corre y me dejo ir con él. Siento como se derrama dentro de mí. Percibir su calor en mi interior es hermoso. Él. Yo. Nosotros. Somos uno. Ahora mismo podría jurar que no hay nada ni nadie capaz de separarnos. No nos dejamos de mirar en ningún momento.

—Nena..., siempre seré tuyo —una de sus lágrimas cae sobre mi mejilla izquierda mezclándose con las mías.

—Yo... siempre seré tuya.... Siempre —«no te despidas de mí, amor».

Me abraza fuerte, desesperado. Noto la tensión de su cuerpo y mi llanto se hace más intenso. Él tampoco puede controlarlo y los dos lloramos abrazados diciéndonos que nos amamos hasta quedarnos profundamente dormidos.

*******

Actualidad.

Acabo de decirle a Alejandro entre sollozos que lo quiero, justo después de que me poseyera sin dejar que me corriera dejando claro que es dueño y señor de todo mi cuerpo. Hoy los errores se suceden uno detrás de otro y la prueba de ello es que no ha reaccionado, se ha quedado impertérrito. ¿Y qué pienso sobre ello? ¿Además de que podían proponerme para «tonta del año»? Pues que esto es exactamente lo que tanto miedo me daba, me da y me dará: no ser correspondida de la forma que necesito. No estoy preparada para que me vuelvan a destrozar por dentro.

Corro por el pasillo de la planta alta del club. Paso de largo los balcones y bajo las escaleras sin casi tocar el suelo. Llego a la pista de baile y la gente me empuja. Las lágrimas no me dejan ver por dónde voy. Tropiezo con alguien, caigo al suelo y me vuelvo a levantar. Tengo que salir de aquí lo antes posible. Intento abrirme paso entre la multitud, pero es bastante complicado. La gente bebe y baila a mi alrededor. No puedo respirar a punto del colapso. Siento la música retumbar dentro de mi cabeza. Me golpea directamente en el corazón. No noto las piernas ni las manos. Sólo tiemblo.

Sigo corriendo y consigo llegar hasta la calle. Salgo y veo a Joan a lo lejos discutiendo con un par de jóvenes. Llueve, pero no me importa. Necesito aire y las gotas de lluvia caen sobre mi cara y se mezclan con las lágrimas que ruedan por mis mejillas a borbotones. Me alejo de la multitud de la entrada de la discoteca y me apoyo sobre un coche. Agarro fuerte mi pecho con una mano, pero el pinchazo que siento en él está ahogándome por dentro. Vuelvo a tomar aire y comienzo a andar de nuevo. Los coches empiezan a tocar sus bocinas y, al levantar la vista, me doy cuenta de que estoy en medio de la carretera. Intento mover las piernas, pero no me hacen caso. Estoy un poco mareada. La lluvia sigue cayendo sobre mí. Me froto la cara y los ojos tratando de centrar la mirada, sin embargo, no consigo ver más allá de un metro. Todo está borroso.

Los coches siguen tocando el claxon y pasando a un escaso metro de mi frágil cuerpo a toda velocidad. Escucho frenar a uno de ellos de manera brusca a la vez que pita de forma urgente. Veo las luces de dos faros acercándose a gran velocidad. Me quedo petrificada. Por un instante pasa por mi mente la idea de que quizá sean las últimas luces que vea en mi vida y, justo antes de que me arrolle, unos robustos brazos tiran de mí y consiguen apartarme de la carretera. Me está aplastando el pecho. Al momento siguiente estoy en la acera. Alejandro me abraza respirando bruscamente, mojado por la lluvia. Me posa sobre los adoquines de la acera sin apartarse demasiado.

—¡Han estado a punto de atropellarte! —brama.

—Aléjate de mí —lloriqueo y lo empujo. No quiero estar cerca de él. Me duele. Le he abierto mi corazón y se ha quedado estupefacto.

Salgo a correr por la acera. Vuelve a cogerme y a abrazarme. Forcejeo, pero no me deja apartarme de él.

—Por favor... —suplico y vuelvo a forcejear, pero Alejandro no me suelta.

—Por favor, para. Vas a hacerte daño —sigue abrazándome. Sus músculos están tensos y su respiración muy agitada. Nunca lo he visto tan nervioso.

—¡Pues deja que me vaya! —lo vuelvo a empujar, pero no se aleja lo más mínimo.

—No puedo. Lo he intentado pero, ¡no puedo, joder! —grita.

Se aparta repentinamente. Me tambaleo. Hago lo imposible por seguir de pie. Ahora que me ha soltado, no consigo moverme. Sigue.

—Tú tampoco te enteras de nada, ¿verdad? No pued... —lo corto.

—¿No me entero de qué? —bramo—, de que me apartas de tu lado cada vez que te da la gana, que te digo que estoy enamorada de ti y me dejas ir sin más, que no me quieres, que no sient...

—¡Te quiero, por Dios Santo! ¡Te quiero desde la primera vez que te vi!

Se abalanza sobre mí y nuestras bocas chocan como dos tanques enemigos en medio del campo de batalla. Me agarra del pelo, enreda sus dedos entre mis cabellos y tira hacia él. Yo me aferro a su cuello. Nos devoramos desesperadamente. Su lengua penetra en mi boca sin pedir permiso, se enreda y danza al compás de la mía.

Sigue lloviendo. Estamos empapados, pero lo único que nos importa es saciar la sed que tenemos el uno del otro y que no conseguimos calmar. Sus manos agarran ahora mi cuello y lo aprietan con ganas. Me está ahogando, casi no puedo respirar. Intento apartar su cuerpo de mí, pero no me lo permite. Alguien nos interrumpe.

—Estás aquí —Sara se tambalea junto a nosotros, casi no se mantiene en pie. Junto a ella se encuentran Sofía y Roberto.

Alejandro lo ve y puedo sentir su cuerpo tensarse, aunque ya no lo tengo pegado al mío. Me coge de la mano y se dirige a mi amigo:

—No vuelvas a acercarte a ella —es una dura advertencia. Roberto dirige su mirada hacia mí, pero yo no tengo nada que decirle.

Alejandro vuelve a rugir:

—¡Es mía! —mi amigo lo mira—, ¿me has entendido?

Roberto se pone en posición de defensa y yo empiezo a asustarme. No quiero que comiencen una pelea en la que los dos se pueden hacer mucho daño. Sara y Sofía nos miran como en un partido de tenis sin decir ni una palabra, atónitas. No entienden qué está pasando. Sara, la–oportuna–cuando–quiere, salva la situación.

—Tranquilos, esto no es un concurso para ver quién la tiene más grande —coge a Roberto y tira de él—. Nosotros nos vamos —no se resiste, se vuelve y se va con ellas.

Sofía me mira preguntándome qué coño pasa y yo me encojo de hombros. No es un buen momento para contarle nada. Se da media vuelta y camina en dirección a nuestros amigos. Paran en la puerta de la discoteca y los pierdo de vista un momento después. Alejandro me tiene agarrada tan fuerte que la sangre no llega a los dedos de mis manos. Intento soltarme. Aprieta un poco más. Duele.

—Me estás haciendo daño.

Afloja la presión que ejerce sobre ella sin llegar a soltarme. Ante esta situación tengo muchas opciones, sin embargo no voy a enfadarme con él porque haya advertido a Roberto. No lo disculpo, pero yo en su lugar no sé qué hubiera hecho. Bueno, sí. Algo mucho más irracional, como cortarle la cabeza y desparramar sesos de mujer por toda la calle, por ejemplo. Nos miramos y caigo en la cuenta de lo que ha dicho antes de que nos interrumpieran.

—Me... quieres... —susurro.

—Te quiero —sonríe.

Y volvemos a besarnos, esta vez lentamente. Lame mi labio inferior, después el superior y, cuando termina, su lengua se adentra en mi boca. Pausadamente. Sintiéndonos. Percibiéndonos. Encontrándonos. Previamente, sólo nos teníamos delante. Ahora nos vemos, nos sentimos, nos tenemos.

Mientras conduce, no deja de acariciarme el brazo y el muslo, prometiéndome sin palabras todo lo que ocurrirá a continuación. Bajamos del coche calados hasta los huesos a causa de la lluvia mientras nos declarábamos en medio de la calle. (Una imagen muy romántica, pero voy a pillar un pulmonía). Comienzo a tiritar y Alejandro me abraza mientras subimos en el ascensor, cruzamos el ático y me lleva al dormitorio.

—Vamos —me insta a que levante los brazos—. Estás helada.

Sólo puedo sonreír. Nos desnuda a los dos y nos dirigimos al cuarto de baño. Sin soltarme, abre el grifo y, cuando el agua está suficientemente caliente, nos metemos dentro. Nos abrazamos mientras el calor del chorro de agua que cae sobre nosotros consigue que deje de tiritar. No para de acariciarme la espalda. Nos miramos.

—¿Estás bien?

Asiento con un leve gesto de cabeza y vuelve a abrazarme. Es una sensación maravillosa. Él. Yo. El agua caliente cayendo sobre nuestros cuerpos. La intimidad que nos rodea y el silencio que nos abraza. Nos besamos, primero suavemente y, conforme pasa el tiempo, se convierten en besos ardientes y apasionados. Me da la vuelta, posa su mano bajo mi espalda invitándome a que me incline hacia delante.

—Agárrate a la pared —ordena y lo hago. Deja de ser dulce para convertirse en el hombre dominante que tanto me gusta y me pone—. Necesito estar dentro de ti.

Y me penetra sin preguntar si estoy preparada porque sabe que la respuesta es sí. Mi cuerpo siempre lo espera dispuesto, a él, sólo a él. Siento cómo llega hasta lo más profundo de mi ser. Me agarra de las caderas y tira hacia sí para ahondar más en mí.

Jadeo.

Ruge.

Entra y sale.

Entra y sale.

Sus acometidas son cada vez más profundas y constantes. Le aviso que me voy a correr y él me ordena que espere. Sale entonces de mí y apoya mi espalda en la pared, se agacha y me abre las piernas. Su lengua recorre con parsimonia la parte interna de mis muslos. Gimo. Todo mi cuerpo tiembla. Agarro con mis manos su cabello y tiro de él guiándolo hasta el centro de mi placer. Me devora entera. Rápido y certero. Su lengua se mueve exquisita y sabia. Me corro sin ni siquiera darme cuenta de que iba a hacerlo. Se levanta y, sin esperar a que me recupere, me penetra rápido y duro. Se aferra a mi cabello mojado y me besa con desesperación.

Jadea.

Jadeo.

Jadeamos.

Entra y sale.

Entra y sale.

No puedo aguantar mucho más, espero que se dé prisa. Adivina mi deseo vehemente y me ordena entre susurros que me corra de nuevo. Lo siento derramarse dentro de mí mientras yo exploto y toco el cielo con las manos. Vuelve a abrazarme y besarme como si no hubiera un mañana. Terminamos de ducharnos, nos enjabonamos el uno al otro y nos enjuagamos. Salimos del baño y me tumba sobre la cama.

—Ahora voy a hacerte el amor —susurra mientras me besa.

Esto es nuevo. Hace mucho tiempo que no me hacen el amor. En mi mente se agolpan imágenes que había ocultado tras enormes bloques de cemento. Recuerdos que no hacían otra cosa que hacerme daño y partirme en dos. El dolor se posa sobre mí como un antiguo compañero de viaje y me aplasta cual losa de cien kilos. No puedo respirar, me encojo sobre mí misma y me agarro las piernas con las manos. Estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. Tiemblo. Alejandro se da cuenta de que algo no va bien.

—Dani, ¿qué te ocurre? —me abraza.

—No... no puedo respirar.

—Tranquila, estoy aquí. Nadie volverá a hacerte daño —besa mi frente y deja pasar unos minutos.

—Cuéntame qué pasó —pero no le contesto. Sigue besándome.

—Esto... esto me da miedo.

—Dani, jamás te dejaré. Estoy completamente enamorado de ti —sigo llorando—. ¿Quién te hizo tanto daño? —me rodea con sus brazos más fuerte si cabe y me recuesta sobre la cama. Me relajo un poco—. Déjame demostrarte cuánto te quiero.

Se tumba sobre mí y recorre con sus labios todo mi cuerpo. Cuando llega a las ingles, me abre las piernas y sopla sobre mi monte de Venus. Roza con su boca mi clítoris y lo succiona suavemente. Jadeo. Toda la zona está muy sensibilizada. Baja por mis muslos hasta llegar a las rodillas y vuelve a subir. Se detiene en mis pechos y se deleita con ellos. Vuelve a mi boca y su lengua juega con la mía. Coge su polla y me penetra despacio mientras repite una y otra vez "eres mía, eres mía". Me hace el amor, lentamente, despacio, sin prisas, durante más de dos horas. Cuando terminamos, nos abrazamos y, sin salir de mí, nos quedamos profundamente dormidos.

Trilogía completa

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