Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 24

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EL PASADO. AQUÍ Y AHORA

Estoy perturbada, sorprendida y desubicada, pero el sentimiento que me abruma es el miedo que se instala en todo mi ser. Me aprisiona el pecho y no me deja respirar. Álvaro me mira, no dice nada. Su cuerpo está tenso y puedo ver cómo le cuesta tragar. Al cabo de lo que me parece una eternidad.

—Daniel... —su voz… mi nombre en un susurro. Se trata de una maldita pesadilla. Cierro los ojos un par de segundos y los vuelvo a abrir con la esperanza de que se haya ido. No es así. Es una puta casualidad que sólo va a joderme la vida.

Al ver que no reacciono, se mueve y se sienta frente a mí. Me doy cuenta de que la mesa es demasiado pequeña. No hay suficiente espacio entre nosotros. No puedo respirar.

—¿Qué... qué haces aquí? Estoy esperando... —balbuceo.

—Me estás esperando a mí.

Su boca, su barbilla, sus fuertes manos, el pelo castaño que le cae por un lado de la frente, el brillo de sus ojos... Sigo sin reaccionar.

—Trabajas para mí —no entiendo nada—, en mi galería —su semblante es serio, su barbilla cuadrada está tensa y aprieta los puños sobre la mesa.

Me alegra no ser la única a la que esto le afecta.

«Es Álvaro, por dios. Está sentado frente a ti».

Ato cabos. Lo sé, ya era hora.

—Eres Jefe Orde... —cinco años sin vernos y ya voy a meter la pata. Vuelvo a callarme—. Eres tú...

—Debí decírtelo antes... No sé por dónde empezar.

¿Perdona? ¿Qué? ¿Debiste decirme qué? Podrías empezar desde el principio, pero no hace falta, es demasiado tarde. Me estoy poniendo muy nerviosa. El estado de shock está dejando paso al dolor y al odio descomunal que llevo guardando durante tanto tiempo. Cinco años de preguntas sin respuestas. Cinco años de incertidumbre. Cinco años sin saber por qué. Cinco putos años sin saber cómo pudo dejarme en aquel estado.

Reacciono. Intento levantarme, pero, antes de llegar a hacerlo, atrapa mis manos con las suyas aún sobre la mesa. Su tacto me hace retroceder en el tiempo. Su calor recorre mi brazo, atraviesa mi corazón y se introduce en mi alma. Su calor cala mi piel y me recorre entera. Intento soltarme, pero no me deja.

—Por favor, no te vayas. Déjame hablar contigo —¿hablar de qué?

—Has tenido cinco años. Cinco putos años desde aquella noche...

—Lo siento —se acerca más—. Necesito explicarte... —sube sus manos hasta rodear mis muñecas.

—¡No! —me asusto—. No me toques.

No quiero llorar, pero es inevitable. Suspira y me suelta. Me levanto, cojo la chaqueta, me cuelgo el bolso sobre el hombro derecho y me vuelvo. Se ha levantado y lo tengo frente a mí, pero no me toca. Me mira. No se mueve.

—Déjame irme... —digo suplicante.

Estas dos palabras tienen para mí más significado de lo que pueda parecer. Una vez me dejó ir, me echó de su vida. Ahora soy yo quien se lo pide. Tiene los ojos vidriosos, también está muy alterado aunque nadie que no lo conozca lo suficiente lo diría, se está conteniendo. Está luchando consigo mismo, no sabe qué hacer. Levanta su brazo derecho y, despacio, lo acerca hasta mi barbilla. La acaricia con los dedos sin dejar de mirarme. Cierro los ojos y me tenso. Parece contradictorio, pero me duele. Tras varios segundos, se aparta. Siento frío donde antes me tocaba y despierto del universo paralelo donde me había enviado. Paso junto a él y su olor vuelve a introducirse por mis fosas nasales y me eriza la piel. Los recuerdos se agolpan en mi mente mientras salgo corriendo del hotel.

Llego a la calle, me apoyo sobre una pared e intento respirar con fuerza abriendo paso al oxígeno hasta a mis pulmones. Creía que me asfixiaba. Mi mente se ha quedado totalmente anulada, sólo podía correr. Levanto la cabeza y el aire me despierta lo suficiente para no caer desmayada al suelo. Las manos y las piernas me tiemblan. Intento coger el móvil y teclear un mensaje a Sara para que venga a recogerme, pero la ausencia de pulso me hace imposible escribir sobre el diminuto teclado. No quiero llamarla, si hablo con ella o con cualquier persona ahora mismo, comenzaré a llorar y, en estos momentos, apenas consigo contenerme.

Guardo el móvil e intento serenarme. Cierro los ojos y vuelvo a exhalar fuerte. Estoy apoyada sobre la pared lateral del edificio. Unas macetas muy altas me esconden de la gente que pasa por la avenida ajena a mi desgracia. Porque esto es una desgracia. Que Álvaro aparezca ahora y sea mi jefe sólo puede traerme problemas. No puedo siquiera acercarme a él, ¿cómo voy a trabajar en su galería?

Abro los ojos y lo veo salir a la calle. Él no me ve. Parece muy preocupado, tocándose la sien y resoplando mientras habla con alguien por teléfono. Se acerca a un coche que para en estos momentos en doble fila. Saluda a un hombre con gorra que le abre la puerta trasera donde observo que lo espera una chica: Isabelle. Y desaparecen de mi vista. Ver cómo se aleja hace que mi corazón explote y las lágrimas salgan de mis ojos de forma compulsiva. No puedo parar, no voy a intentar retenerme. Necesito soltar toda la tensión acumulada durante todos estos años.

Entro en la galería y varias personas observan mi obra preferida. Desde la primera vez que la vi, me atrapó. Su profundidad, sus colores, sus formas, su luz... Es perfecta. Me transmite tranquilidad. Me conformo con observarla, jamás podría pagarla.

Cruzo las salas. Aún me tiemblan las manos. Durante todo el trayecto en taxi no he podido parar de llorar. El conductor no ha dicho nada, pero no ha dejado de mirarme por el espejo retrovisor con pena. Al bajar, he limpiado mis lágrimas con un pañuelo de papel que me ha ofrecido y me he puesto las gafas de sol. Llego al despacho quitándomelas. Entro y cierro la puerta, me apoyo sobro ella, suspiro y cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, mi mundo vuelve a darse la vuelta. Está frente a mí, a un metro de distancia.

—Te has dejado esto —deja la documentación sobre la mesa.

Clava su mirada en la mía. Da un cauteloso paso en mi dirección, alarga la mano derecha y me coge suavemente de la muñeca. No me aparto. Se asegura de que no lo rechazo, tira poco a poco hacia él hasta que sólo un centímetro nos separa, entrelazamos las miradas y me abraza. Me rodea con sus brazos y me pega completamente a su cuerpo que se amolda perfectamente al mío. Su calor, su olor... Comienzo a llorar de nuevo, hipo y convulsiono a la vez que intento respirar. Lo agarro fuerte y el tiempo se detiene.

*******

Cinco años y medio antes.

Me he puesto un vestido corto negro y plateado muy estrecho. Unas sandalias de plataforma plateadas y una chaqueta de hilo ancha a juego. Acabamos de graduarnos. Dos horas de entrega de títulos, consejos y enhorabuenas. Hemos terminado con las fotos y vamos camino del Hotel Silken Puerta Madrid donde cenaremos y lo celebraremos.

Entro en la habitación del hotel que hemos reservado de la mano de Álvaro. Pasaremos la noche aquí. Hoy está especialmente distraído. No me ha soltado durante todo el acto en la universidad y, al terminar, me ha besado y felicitado, pero no me ha sonreído. Sus labios se han estirado forzando una mueca, pero sus ojos no expresaban lo mismo.

Me suelta y me siento sobre la cama. Entra en el baño, cierra la puerta y lo pierdo de vista. La habitación impresiona. Suelo negro y paredes blancas de las que cuelgan grandes espejos plateados. Todo muy moderno y funcional. La cama es de un metro cincuenta sobre la que puedes rodar.

Al cabo de unos minutos, Álvaro sale sorbiéndose la nariz. Cree que soy tonta y que no me he dado cuenta de que se ha metido coca. No es la primera vez, lo llevo viendo varios meses. No le he dicho nada. Lo he intentado, pero no me ha dejado ni empezar a hablar. No quiere escucharme, no quiere hablar conmigo. Aparece cuando quiere y desaparece tan rápido como vuelve. Tengo que solucionar esto ya, no puedo esperar más. Desde que volvió de Barcelona está perdido, pero además este trimestre ha sido muy intenso. No pierdo la esperanza de que sólo esté estresado y se relaje y vuelva a ser el mismo en cuanto esto acabe.

Cenamos en un salón abierto que lleva directamente a una terraza desde la que se ve gran parte de la ciudad. Álvaro, que está sentado a mi lado, se ha bebido ya dos botellas de vino. Está un poco desfasado. Él, siempre controlado, desaliñado, pero correcto, está perdiendo los papeles por momentos. He intentado que se calme y se serene, pero no lo puedo controlar. Ha ido dos veces al baño y sé qué ha estado haciendo allí. Se vuelve a levantar. Pide disculpas y se va. Me levanto y lo sigo. Como sospechaba, vuelve a entrar en el aseo. Espero unos segundos y entro detrás de él.

El baño es muy grande. Lo busco, pero no lo veo. Escucho unas risas al fondo, dentro de un cubículo y me acerco. No está cerrado del todo. Empujo la puerta y encuentro lo que sospechaba. Álvaro está esnifando cocaína sobre la tapa del váter acompañado, y esto es una sorpresa para mí, por Laura, una compañera de clase con la que últimamente lo he visto muy a menudo. Creo que ha pasado más tiempo con ella que conmigo este último mes. Cuando me ven, ni siquiera se esconden ni se avergüenzan, terminan lo que están haciendo y se levantan. Laura sale del cubículo, me mira y ríe cínicamente. Se va. Paso de ella. El que me interesa está sentado sobre la tapa del váter, echando su vida por el retrete y esperando a que yo desaparezca para poder tirar de la cadena y ahogarse sin público. En lugar de enfadarme, me invade la pena. Está totalmente perdido y sólo quiero ayudarlo. Deja caer la espalda hacia atrás y cierra los ojos.

—Deberías alejarte de mí. No quiero hacerte daño.

—Demasiado tarde, ¿no crees? —abre los ojos y me mira.

—No sabes lo que dices.

—No, no lo sé. Me has echado de tu vida. No me cuentas nada —empiezo a enfadarme.

Paro, cierro los ojos, suspiro e intento serenarme. Quiero que se abra a mí. No puede ser demasiado tarde. No pienso rendirme. Me acerco a donde está, me arrodillo frente a él y le cojo de las manos.

—Mírame —le pido y lo hace—. Te quiero, no voy a dejarte nunca. Por favor, déjame ayudarte —se levanta y tira de mí levantándome con él. Me abraza durante unos segundos.

—Nena..., te amo —y me besa. No dura demasiado, lo justo para recordarnos que tenernos el uno al otro es un regalo. Bueno, yo nunca lo he olvidado. Él logra acordarse de vez en cuando.

A las tres de la mañana no me siento los pies. No es que esté siendo el alma de la fiesta, pero estas sandalias son demasiado altas y yo no estoy acostumbrada más que a llevar zapatillas de deporte. Me siento. Sergio se acerca a mí con una Coca-Cola en la mano.

—¿Cansada? —me ofrece la bebida y se sienta a mi lado. Estamos en la terraza del hotel y se está levantando un poco de aire que se agradece en esta noche de julio. Bebo un sorbo del refresco que me ha traído.

—Gracias.

—¿Has visto a Álvaro? El grupo de Mural queremos hacernos una foto. Hace tiempo que no lo veo.

—No, estará en el baño —«esnifando coca».

—¿Quieres bailar? —me sonríe.

—Me encantaría, pero no puedo más —me masajeo los tobillos—. Creo que voy a subir a la habitación a descansar.

—Oh, vale —me levanto y me tambaleo. Me agarro al hombro de Sergio y él me sujeta el brazo. Reímos.

—Será mejor que te acompañe.

Cruzamos la sala y, antes de entrar en el ascensor, Sergio se despide de mí y vuelve a la fiesta. Me quito los zapatos incluso antes de darle al botón de la planta en la que está nuestra habitación. «Oh, esto está mucho mejor». No tengo ni idea de dónde puede encontrarse Álvaro. Justo antes de que Sergio se sentara a mi lado, le he enviado un mensaje diciéndole que estaba muy cansada y que me iba a la habitación. Me ha parecido ver que había leído el mensaje, pero no estoy muy segura. Las luces de colores de la fiesta no me han dejado comprobarlo con nitidez.

Salgo del ascensor y camino por nuestra planta descalza con las sandalias en la mano. El pasillo me parece bastante más largo que esta tarde. Estoy muy cansada. Física y anímicamente. La situación me desespera. Álvaro ha desaparecido. Después de decirme que me ama con locura, pero de pedirme que me aleje de él, casi no he vuelto a verle. He intentado pasarlo bien y no darle a las cosas más importancia de la que realmente puedan tener, pero no ha servido de nada. Mi cabeza no para de dar vueltas a lo que puede estar pasando por la de Álvaro. No le encuentro explicación. Si me quiere tanto, ¿por qué me aleja?

Llego a la puerta de la habitación y escucho ruidos dentro. Introduzco la tarjeta y abro la puerta. Después de eso, todo se vino en tropel. Necesité varios segundos para darme cuenta de lo que estaba pasando. Álvaro estaba en la cama con... Marta. Me paro en seco. No mis pies, sino todo mi cuerpo, todo mi ser, toda yo y, aunque el corazón me bombea a mil por hora, todo sucede a cámara lenta. Es como estar en el estreno de una película a la que no te han invitado y de la que intentas escapar, pero alguien ha cerrado con llave la puerta de la sala de cine y resulta imposible salir.

Me falta el aire, todo se pone negro y poco más recuerdo. Ni siquiera sé si alguno de ellos se percata de mi presencia; más que nada porque nadie sale en mi busca. Álvaro me llamó un par de veces al día siguiente, pero jamás le cogí el teléfono, entre otras cosas, porque yo dejé de ser yo y dejé de existir para ser otra diferente. Salí de allí a toda prisa y lo siguiente de lo que tengo un poco de conciencia es del vómito en un macetero antes incluso de llegar al ascensor.

A partir de ahí todo se vuelve negro. Los siguientes días pasaron como una nebulosa, con agujeros negros donde los días parecían años y mi existencia luchaba por no desaparecer. No conseguía, por más que lo intentara, controlar el temblor de mis manos. Miraba a mi alrededor y todo parecía ir a cámara lenta. No lograba unir un pensamiento con otro, en la mitad del primero me perdía y volvía donde lo había dejado al principio. No encontraba respuestas ni a las preguntas más obvias. Sabía que el mundo no terminaba ahí, que la vida seguía y que todo a mi alrededor era tan real y tangible como siempre, pero nada volvería a ser igual porque yo no era la misma persona.

Bebía agua cuando el cuerpo me lo pedía, comía algo a la fuerza cuando Clara me obligaba, dormía a base de pastillas. No tomé conciencia de lo preocupante de mi estado y de las consecuencias que iba a tener hasta que un día, varias semanas después, me desperté en el hospital con Fernando y Clara a mi lado con caras de "qué coño estás haciendo con tu vida".

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