Читать книгу Trilogía completa "Un gin-tonic, por favor" - Estrella Correa - Страница 27
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LAS BOMBAS INFORMATIVAS DE UNA EN UNA
A las seis salgo de la galería. No queda nadie dentro, únicamente el personal de seguridad. Sus manos rodean mi cintura antes siquiera de poder darme cuenta. Mi cuerpo reacciona y cada vello de mi piel se eriza dándole la bienvenida.
—Eres mía —susurra en mi oído. Me giro y le rodeo el cuello con mis manos. Sonrío. Estoy en casa. Soy completamente suya.
Me besa. Atrapa mi labio inferior y lo muerde con los dientes. Después lo lame sanándolo. Hace lo mismo con el superior y, justo antes de que caiga desvanecida junto a sus pies, me levanta, me aprieta contra su cuerpo y me besa de manera envilecida. Me encanta. Es un depravado. Su forma de besar debería estar prohibida en público. Es pornográfica. Y, como no puede ser de otra manera, gimo y él sonríe sin apartarse ni lo más mínimo. Sabe que me tiene exactamente donde quiere.
—Te follaría ahora. Te empujaría a esa pared, me encargaría de que tu cuerpo no se viera con la columna. Te arrancaría las bragas y te subiría la falda lo justo para poder hundirme en ti —«¿Hola? ¿Y por qué no lo haces?». Se aparta dejándome desamparada—. Pero no tenemos tiempo. Tengo una sorpresa para ti —dice en un tono totalmente diferente.
Qué lástima, me lamento para mis adentros.
Coge mi mano y tira de mí.
Me meto en el coche a regañadientes. Alejandro le indica a Carlos dónde tiene que dirigirse y descuelga el móvil para atender una llamada.
—No, ya te he dicho que no puedo viajar ahora... Mañana a las nueve —y cuelga.
Yo lo miro embobada. No me acostumbro a su inusual belleza. No puedo explicar lo atractivo que es. En ese momento atrapa mi mirada y en milésimas de segundo todo a nuestro alrededor deja de importar, nuestras respiraciones se aceleran y el calor inunda nuestro cuerpo.
—Carlos, sigue dando vueltas hasta que te lo diga —y pulsa el botón cerrando la mampara que nos separa del chófer sin dejar de mirarme.
—La sorpresa puede esperar —su sensual voz destilando confianza y sexo consigue que me deshaga por dentro sin tan siquiera tocarme.
Me coge por las caderas, me pone sobre su regazo, levanta mi falda y de un tirón rompe mi ropa interior. En este momento ya estoy sacando su polla de los pantalones dejándola libre ante mí. La suave piel de su zona más íntima me calienta entera.
Jadea, gime, suspira.
Jadeo, gimo, suspiro.
Jadeamos, gemimos, suspiramos.
Alejandro me levanta lo justo para dejarme caer sobre ella y adentrarse lentamente en mí. Me derrito. Llega hasta lo más profundo y un grito desgarrado sale de mi garganta. Alex sonríe satisfecho y comienzo a moverme sobre él sin poder pararlo. Gruñe. Le gusta lo que le hago. Sin darme tiempo a reaccionar, me levanta, me posa de espaldas sobre el sillón que tenemos enfrente y se tumba sobre mí sin dejar de bombear. Cada vez más fuerte.
—Me has echado de menos —musita anhelante junto a mi oreja.
—¡Sí!
—Te gusta lo que te hago —no digo nada, no puedo más. Vuelve a profundizar en mí, esta vez más fuerte instándome a que le conteste.
—¡Sí! —sale y vuelve a entrar sin compasión.
—Alejandro… —vuelve a hacer lo mismo—. Alex...
—¿Quieres correrte preciosa?
—Por favor... —lloriqueo.
Para y empieza a hacer círculos con las caderas parando mi incipiente orgasmo, pero alargando el placer. Sabe lo que se hace. «Maldito dios griego del sexo». Tras breves instantes, comienza de nuevo a bombear fuerte y duro y, tras ordenarme que me corra, lo hago sin poder remediarlo. Caigo desde un decimosexto piso en picado. Todas mis neuronas se unen en una fiesta para sentir el placer que demuestra el experto.
Siento cómo se derrama dentro de mí y la sensación hace que ya tenga ganas de comenzar de nuevo. Nunca me cansaré de él. Sale de mí gruñendo y, tras un último y corto beso, se sube el pantalón, nos recomponemos un poco y le indica a Carlos que ya puede dirigirse al restaurante.
Me pregunto si el chófer sabe lo que hacemos cuando su jefe levanta la mampara y yo voy en el coche.
«Por supuesto que lo sabe. No seas ilusa».
Me ruborizo.
—Me vuelves loco. No puedo controlarme contigo cerca —me gusta lo que dice, pero no sé por qué creo que no está hablando conmigo y es más una queja que otra cosa.
Me siento junto a él y me acomodo bajo su regazo. Y toda la tensión acumulada durante el día me abandona. Los miedos y las inseguridades desaparecen y las dudas se alejan despidiéndose de mí. Él, ahora, lo es todo.
Vuelven a llamarlo por teléfono. Descuelga, pero no me suelta. Y sólo necesito este momento para entender que hasta su voz es dueña de todo mi ser.
Nos bajamos del coche y, sin soltarnos las manos, entramos en el restaurante. No necesita hablar. Justo al vernos, una chica muy guapa se acerca a nosotros e indica a Alejandro (a mí creo que ni me ha visto, y si lo ha hecho me ha ignorado con mucha elegancia) que la acompañe a un reservado en la parte de arriba. Entramos en este y hay una mesa preparada para tres comensales. Me lamento. Quiero tenerlo para mí sola. Soy muy egoísta, pero después del fatídico día que he pasado, lo necesito sólo para mí. De momento me entran unas ganas irrefrenables de irnos a casa. Me mira y sabe lo que pienso. Me abraza contra su pecho.
—Quiero que conozcas a alguien —me besa la frente.
—Yo quiero que me lleves a casa —me desnudes y sigas con lo que estabas haciéndome en la limusina, me digo. Gimoteo. Me mira. Y me desarma.
—No me tientes. Podría hacerlo aquí —mete su mano bajo mi falda y sube poco a poco hasta tocar mi sexo—. Podría hacerlo donde quisiera. Joder. No sabes lo dura que me la pone que siempre estés preparada para mí —gimo. Me vuelve a tener donde quiere. De repente se aparta de mí. Odio que haga eso—. Pero no es un buen momento —se acomoda en una de las sillas.
—Siéntate —ordena. Lo miro aturdida. Tuerce la boca en un gesto satisfecho. Sabe cómo me siento. Respiro, quejándome en silencio. Hago lo que me dice, me siento a su lado y vuelvo a resoplar. Quiero mi golosina.
Justo cuando mi corazón está volviendo a latir con normalidad, alguien entra en el reservado irrumpiendo mi tranquilidad. No me lo puedo creer. Levanto la mirada y me encuentro a Álvaro sonriendo, pero totalmente contrariado. No esperaba encontrarme aquí, estoy segura de ello. Alejandro se levanta, Álvaro deja de mirarme y centra toda su atención en él. Le sonríe abiertamente y el otro hace lo mismo. Se acercan fundiéndose en un cariñoso abrazo. Yo, mientras, recojo mi mandíbula del suelo, mirando hacia la puerta y contando hasta cien para no salir corriendo. No podría de todas formas, mis piernas han dejado de funcionar. He dejado este mundo para hacer un viaje astral de un millón de años luz.
«Houston, tenemos un problema».
Me sudan y me tiemblan las manos. De extrema precisión que beba agua, pero ni siquiera me atrevo a coger la copa y que descubran lo nerviosa que estoy. Dudo, en estos momentos, que sea capaz de coordinar dos palabras coherentes seguidas. Estoy en un gran aprieto. Ojalá la Tierra se abriera bajo mis pies y me tragara, pero no lo hace. Tampoco lo esperaba. Mierda, a ver cómo salvo la desagradable situación.
—Dani, Dani... —me llama Alejandro. Salgo de mi ensoñación—. Dani... —me tiende la mano para que me levante. Lo hago, me tiemblan las rodillas, pero consigo tenerme en pie a duras penas—. Te presento a Álvaro...
Sí, ya nos conocemos. Nos enamoramos hace muchos años, me destrozó el corazón, me dejó embarazada y desapareció. No lo he vuelto a ver jamás. Hasta hace un par de días. Por cierto, me ha dicho que me sigue queriendo y está tratando de comprobar si sigo sintiendo algo por él y de convencerme para que no deje de trabajar en la galería, donde puede controlarme y tenerme cerca. Alejandro sigue haciendo las presentaciones.
—Mi hermano, Álvaro. Ella es Daniel, mi futura esposa —¿qué?
¿Qué?
¿Qué?
¡¡¿Qué?!!
¿Ha dicho hermano?
¿Ha dicho esposa?
Por favor, las bombas informativas de una en una.
Todo comienza a darme vueltas y me encuentro bastante mareada. Alejandro se da cuenta y me sienta sobre su regazo. Me da un poco de agua y bebo.
—Estoy bien —balbuceo.
—No estás bien. Nos vamos a casa.
—En serio. No ha sido nada.
Le sonrió y se tranquiliza. Me besa sin importarle que estemos acompañados y se levanta conmigo aún en brazos. Me deja sobre mi silla y se sienta junto a mí. Miro hacia mi izquierda y Álvaro se está sentando a mi otro lado y frente a su hermano. «Su hermano». Tengo que digerirlo rápido.
Intenta sonreír, pero no le llega a los ojos, no puede esconder lo contrariado que está. Desde luego, no esperaba encontrarme aquí. Ya somos dos. Alejandro vuelve a acercarse a mí, me da un corto beso, esta vez en la mejilla y me dice bajito que en cuanto quiera nos vamos.
—No hace falta —le contesto intentando no parecer contrariada. Álvaro nos mira y no puede ocultar la sorpresa. Tampoco puede esconder el rechinar de sus dientes.
—Vaya. No sabía que tuvieras novia. Y, mucho menos, que fueras a casarte. Han cazado al indomable Alejandro Fernández —sonríe, o al menos lo intenta. Y, sin apartar su mirada de mí, sigue—. Enhorabuena, es una preciosidad —se me corta la respiración, muevo compulsivamente las manos y centro mi atención en el bordado de las servilletas.
—Lo sé. Tengo mucha suerte —deja de mirarme y se pone serio. Mira a su hermano amenazante—. Y es toda mía. Ni se te ocurra acercarte a ella. Sigue revoloteando alrededor de esas modelos que te persiguen —y ensancha una sonrisa sincera reflejándola en sus ojos, feliz de tener a su hermano cerca. Pero sé que lo ha dicho muy en serio. Aplastaría a cualquiera que osara tocarme. Ya lo ha hecho antes. No es una simple advertencia. Dios mío, si se entera de algo... Caigo en la cuenta.
Código rojo,
código rojo,
¡código rojo!
Tengo que hablar con Sara urgentemente. Necesito que me aconseje sobre qué hacer. No sé cómo le sentaría a Alejandro conocer la historia al detalle, aunque me preocupa más cómo le sentaría enterarse por otra boca sin que yo haya tenido la oportunidad de explicárselo. Pero ahora mismo no me siento capaz de sumar dos más dos, y mucho menos daría con la forma de relatar el drama ni aún con un guión delante.
«Relájate, Dani. Disimula. No es el momento de atragantarse y ahogarte con hueso de aceituna».
—Tranquilo, tío. Jamás se me ocurrirá tocar algo que te pertenece —sonríe, pero no le llega a los ojos. Se miran.
—Me alegro de verte —le dice sincero Alex.
—No te pongas sensible. No lo aguantaría —rompen en carcajadas. Esta vez, totalmente sinceras.
Y me doy cuenta de la nueva faceta que estoy descubriendo de mi dios del sexo. Relajado, sonriente, sin preocupaciones, feliz. Parece mucho más joven de lo que es. En un ambiente distendido, sin negocios, llamadas..., se muestra mucho más atractivo, si eso fuera posible. En segundos aparto mi mirada obnubilada de él y tomo conciencia de lo que realmente está sucediendo.
Mientras hablan entre ellos, yo no puedo dejar de pensar en lo mal que puede terminar esto para todas las partes. Son hermanos, por dios, y lo último que quiero es que tengan problemas por mi culpa.
En ese momento el teléfono de Alejandro vuelve a sonar. Tras mirarlo, se disculpa diciendo que sólo será un momento y sale del reservado para poder hablar, dejándonos solos a Álvaro y a mí. Intento parecer tranquila y le sonrío tímida. Mi cuerpo se alerta en cuanto este atrapa mi mano izquierda que reposa sobre la mesa con la suya. Se está pasando. Intento apartarla, pero no me deja. La aprieta fuerte. Lo miro a los ojos encolerizada sin saber a qué coño está jugando.
—Suéltame. Has prometido a tu hermano que no me tocarías. Veo que no has cambiado nada —escupo dolida.
—No te equivoques —susurra y sin atisbo de dudas atrapa mi mirada y se acerca demasiado—. Tú no le perteneces. Olvidas que fuiste mía mucho antes que de él.
Se me corta la respiración y siento como si alguien tirara de una alfombra bajo mis pies. Estoy totalmente desubicada. Perdida. Esto no está bien. Y, por mucho que lo imagino, no encuentro un final feliz para ninguno de los tres.