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A media mañana el Nene le hace una seña y suben al auto. Pichón juega con la correa del bolso entre los dedos.

Le habla de la canchita que está en el límite del barrio, le pregunta si conoce a los que paran ahí, pregunta por uno en especial.

–El sobrino del Laucha, ¿lo tenés?

Pichón cabecea para decir que no. Los nervios, las manos inquietas. Quiere decir , quiere responder a todo lo que le pregunta el otro, quiere ser útil. Pregunta en qué puede ayudar. El Nene diciendo que no importa, que no se preocupe, que era por las dudas lo conociera.

Las últimas cuadras diciéndole que ahí va a estar bien, que Sosa le va a enseñar, que no le vaya a fallar, que haga buena letra.

–Esperame acá.

Después son quince, veinte minutos largos de ver que dentro del negocio el Nene y Sosa conversan. Uno que señala al auto, otro que se acerca a la vidriera para mirar afuera, sobre la puerta un cartel viejo y amarillo que dice Autopartes, los ojos de Pichón buscando el nombre del negocio. No hay. Solo Autopartes y el dibujo de un tubo de escape con pies y sonrisa.

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