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–Hace muchos años Durruti tenía un socio. El Chileno. Nadie sabía bien cómo había llegado, cómo se habían conocido. Pero para Durruti era intocable. Lo que decía el Chileno, valía. No sé. A lo mejor era la primera vez que tenía socio. La cuestión es que era confianza ciega. Si vos ibas con algo y le consultabas, Durruti decía ¿le preguntaste al Chileno? Y lo que hubiera dicho el otro, palabra santa. Te estoy hablando de hace mucho. No sé, veinte años, más.

Hubo un momento en que pensamos que siempre iba a ser así. Ellos dos manejando todo. Había otro cacique antes. Y justo se había muerto sin dejar nada armado. Un infarto y chau. No tenía segundo, eran todos soldaditos. Y Durruti aprovechó, hizo una movida y se hizo cargo. Después lo mandó llamar al Chileno, no sé de dónde lo conocía. Lo llamó y lo sumó. No como segundo, ¿eh? Como socio. Me acuerdo que nos dijo a todos que el Chileno mandaba igual que él. Yo le hice una cara como diciendo sí, claro porque no creía que fuera en serio. Pero sí. Bueno. Hacían todo juntos. Yo me daba cuenta que Durruti lo quería como si fuera un hermano. Pero se me hace que no se conocían tan bien de antes. No sé. No hablaban de eso. Hacete la idea de cómo era esto en esa época. El Nene tenía, no sé, seis años. Por ahí. Eran ellos dos solos, los padres se habían muerto cuando el chico era bebé, un accidente, no sé. Tampoco pregunté mucho. Cuando yo empecé a trabajar ya eran ellos dos solos. El Nene era chiquito. Ni a la escuela iba.

El Chileno estaba todo el día en la casa, con ellos. O en el galpón. No era este, ¿eh? Era otro, uno que había cerca de la avenida. No existe más. Hay unos negocios ahora. Bueno, no importa. La cuestión es que un día el Chileno se encuentra con dos tipos en la calle. Y le entra una alegría y una risa y un festejo y alguien los ve y, ya sabés cómo es el barrio, alguien le cuenta a alguien y entonces Durruti se entera y cuando el Chileno llega al galpón le dice me dijeron que te encontraste con unos amigos y el otro dice que sí y entonces Durruti le dice invitalos a comer y el otro le dice que no y así están hablando, charlando y después la cosa se disuelve. La cuestión es que unos días después vuelven a aparecer los tipos. A mí ya me dio mala espina. ¿Qué hacían tanto en el barrio? Le hubiera dicho a Durruti pero, como era él antes, me hubiera dicho que no, que si eran amigos del Chileno estaba todo bien. Bueno, nada. Se encuentran de nuevo. Durruti iba con el Chileno en el auto y desde un Peugeot estacionado en una esquina alguien empieza a los bocinazos y a mover los brazos haciendo señales. ¿Son tus amigos?, pregunta Durruti, el otro dice que sí. Estacionan para ir a saludarlos. Te lo cuento y veo que hace ruido por todos lados. Que ahora desconfiaríamos como locos. Que no dejaríamos que unos tipos anden dando vuelta por nuestra zona. Pero en esos años era distinto. No sé cómo decirte. Las cosas eran distintas. Durruti era distinto.

La cuestión es que se acercan, hay presentación, hay charla, cuando ya se están despidiendo, Durruti les dice que vayan al día siguiente al galpón, que se junten a comer algo y a charlar, les pregunta qué les gustaría comer. Uno dice Cabrito, para homenajear al Chileno. Hay risas. Unas risas de las que Durruti no participa pero igual se alegra.

Cuando al otro día llega el Chileno con los invitados, sobre la parrilla del fondo hay un cabrito asandosé. Cuando Durruti le dice que preparó su plato preferido hay más risas.

Durante la noche, cuando ya hayan tomado mucho, yo me acuerdo porque también estaba, uno de los invitados va a contar algo y tanto Durruti como yo vamos a entender de golpe que cuando ellos dicen cabro, hay que entender niño. Y que los cabritos que prefería el Chileno eran... Bueno. Eso. Yo vi cómo a Durruti le cambió la cara. A lo mejor estaba pensando todas las veces que el Nene se había quedado solo en la casa con el Chileno. A lo mejor estaba tratando de calcular dónde estaba el Nene en ese momento. Yo me di cuenta de que quería que se fueran, que se fueran todos. Pero que no lograba reaccionar.

Yo lo entiendo. Los amigos siempre tienen fallas. Pero eso. No. Eso no.

Encima seguían con las bromas y cada vez que decían cabritos y se reían, Durruti y yo sentíamos algo que no sé decir. No sé, no sé. Hubiera querido quedarme para hablar con él. Pero no pude. En un momento se disculpó, dijo que al otro día tenía que entregar varios autos, me pidió que fuera al taller a buscar unas cosas. Lo que quería era que me fuera. Les dijo a las visitas si no les molestaba que siguiéramos en otro momento. Cuando el Chileno estaba por salir con ellos le dijo mañana venite temprano que tenemos que hablar.

Lo que hablaron, no sé. A lo mejor el Chileno le explicó que era una broma, que no era cierto, que cómo creía eso de él. No sé. La cuestión es que la sociedad siguió. Pero Durruti no le sacaba los ojos de encima. Algo deben haber acordado porque nunca más el Chileno se quedó solo con el Nene. Durruti estaba siempre atento. Tenso. No sé cómo se puede vivir así. Y en algún momento aflojó. Habrá pensado eso, que era todo mentira, que era una de esas cosas que se dicen, que cómo va a querer estar con chicos, en qué cabeza cabe. No sé. Cuando uno no quiere ver, no ve. Y así fue pasando el tiempo.

Un día Durruti se fue del taller a la casa a buscar unas cosas. No era donde viven ahora, era más adelante, del otro lado de la avenida, donde está la vinería ahora, ¿te das cuenta? Bueno, no importa. Era en otro lado. Al Nene lo sabía cuidar una señora que vivía en la misma cuadra. Le decía tía. Vos no la llegaste a conocer, la Marucha. Se va Durruti del taller a la casa, estaba a diez minutos caminando. Y cuando está llegando se cruza con la Marucha que iba con una bolsa de compras. Y se queda duro. Y le pregunta por el Nene. Y ella le dice no, me dijo el señor que él se hacía cargo, que me fuera, que él se quedaba. Un segundo tarda Durruti en entender que el señor es el Chileno, que cómo no le advirtió a esta mujer, que claro que ella iba a confiar. Sale corriendo hasta la casa y cuando llega no consigue meter la llave en la cerradura de lo nervioso que está y cuando entra, bueno. Cuando entra no sé lo que ve. Nunca habló de eso. No se habla de eso. Nomás sé que una hora después vino uno de los nuestros, todo agitado, a decirme que había que ir enseguida a lo de Durruti, que había pasado algo. Y yo salí corriendo. No sé. Lo primero que vi fue al Nene, que estaba sentado en un rincón, con sus shorcitos, mirando todo. Tenía una cara ese chico. No sé decirte. Ahora, cada vez que lo veo, veo esa cara. Nadie se había dado cuenta de sacarlo. Lo alcé, se me abrazó enseguida, me fui a lo de esta vecina, la Marucha. Estaba asomada a la ventana, como casi todos en la cuadra. Todos querían saber pero nadie quería salir. Eso hacen los disparos. O por lo menos en esa época. La gente se guardaba para mirar por una rendija. Por suerte me abrió. El Nene le estiró los brazos. Cuando se lo estaba dando me di cuenta de que tenía una mancha de sangre en la remera. Levanté la tela para ver si era suya la sangre, si lo habían lastimado. La piel lisita. Pensé que debía ser sangre del Chileno. Marucha no preguntó nada, abrazó al Nene, me hizo un gesto con la cabeza y cerró la puerta. Ya cuando llegué a la vereda se oían las sirenas de los patrulleros.

Me quedé en la esquina. Mirando de lejos. Yo sé que parece falta de lealtad pero era todo lo contrario. Si se lo llevaban a Durruti, alguien tenía que estar afuera para ayudarlo. Alguien de confianza. Vi que uno de los nuestros salía por el techo, saltaba tapias, ya llegaban los patrulleros. Me quedé fumando y mirando. Lo que yo quería era que Durruti me viera. Que supiera que estaba ahí. Pero tampoco podía ponerme tan a la vista. Lo que me desesperaba era hacerle saber que el Nene estaba a salvo. Porque todo eso era por el Nene. No podía acercarme. En esa época no teníamos paraguas. Dependía del cana que te tocaba. Sabía que tenía que aguantar y hacerle llegar el mensaje después, cuando supiera adónde lo llevaban. Mala cosa. Yo lo había visto al Chileno. No sé cuántas balas le metió. Pero eran muchas. Estaba lleno de huecos.

Se lo llevaron. Las manos esposadas a la espalda, el cuello caído, la cabeza baja.

Yo fui a hablar con la Marucha. Le llevé plata. No quiso aceptar. Me dijo que no me preocupara, que ya íbamos a ver. Yo me daba cuenta de que quería preguntarme qué había pasado pero el Nene estaba ahí a un paso, no se podía. Ella lo cuidó. Hasta que vinieron los de Minoridad. Fueron a la casa de Durruti y no encontraron a nadie y preguntaron y algún pelotudo les señaló la casa de la Marucha. Y ahí fueron. Y se llevaron al Nene.

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