Читать книгу Desarmadero - Eugenia Almeida - Страница 6
1
Оглавление–Se hicieron los gallitos. Se largaron solos. Como si fueran dueños. Decime. Decime qué tenía que hacer. Dos pelotudos que se ponen en pedo y se les ocurre salir a chorear. Así, de la nada. Y encima van de caño. Y matan. ¿Qué querías que hiciera? Pensé que era lo mejor. No había que dejarlos correr. Se iban a prender otros. Te estaban desafiando. Yo te protegí.
Durruti enciende un cigarrillo.
–Vos me estabas protegiendo a mí.
–Decime que entendés.
–Yo no te pedí que hicieras nada.
–Ya sé. Pero pensé que había que apretarlos. Para que quede claro.
–Es que no los apretaste, Noriega. Les metiste cuatro tiros. Adentro de su casa. Y me armaste tremendo quilombo.
–Si no los castigábamos era lo mismo que decir que cada uno puede hacer lo que se le canta.
–Parece que hay más de uno que piensa eso.
–Había que hacer algo.
–Eso lo decido yo. ¿Desde cuándo decidís vos? ¿Eh?
–No estabas.
–Justamente.
–Sabés que fue con buena intención.
–Si no supiera eso habría partes tuyas por todo el barrio. Ahora explicame cómo arreglo esto.
–Ya está. Va a estar todo quieto.
–Ningún quieto. Llamaste la atención.
–Pero lo cerré. Los pibes están muertos.
–¿Y qué creés que va a hacer la cana con eso?
–No sé. Hablá con ellos.
–¿Yo los tengo que hablar? ¿Y les digo qué? ¿Que tengo a cargo un pelotudo que mata a dos tipos y los deja en una casa a tres cuadras del desarmadero?
–No, bueno, pero vos podés arreglar.
–Noriega: esto funciona mientras sea callado. Me extraña que todavía no lo sepas. Ahora está todo el mundo culo al norte por tu chiste.
–Ya se va a calmar.
–Así por magia, no.
–Esperemos un poco.
–No te das una idea lo que me revienta que hablés en plural.
–Durruti.
El hombre de camisa levanta una mano abierta y pone la palma frente a los ojos del otro.
–Dale, genio. Decime cómo arreglamos. ¿Cómo era? ¿Pusiste orden para que todos supieran que nadie tiene que meterse con lo nuestro? Decí.
–Pensé que...
–No, no, no. Ahora pensá. ¿Qué tengo que hacer con vos? ¿Qué mensaje le tengo que dar a los otros? ¿Que me puentean y yo no hago nada?
–¡Yo no te puentié!
El otro empieza a retroceder temiendo que el movimiento que Durruti hace para espantar una mosca termine en el gesto de empuñar un arma.
–Decime. Qué hago.
–Pará, hablemos.
–Yo tendría que ir a tu casa y matarte toda la cría.
Noriega calcula el espacio, el tiempo. Mide si es capaz de correr y llegar a la calle antes de que una bala lo alcance.
–Pero sabés qué. Para hacer negocios hay que aprender a contenerse. Sólo por eso me voy a aguantar. Te vas a ir. Ahora. No vas a pasar por tu casa. Te vas a ir y no te quiero ver nunca más en la vida. Nunca. Yo te aconsejo que salgás del país. Si te quedás adentro, bien lejos. Y cuidate mucho de no volver a cruzarte conmigo. Las ganas de meterte un tiro las voy a tener siempre a mano. Te vas. Ninguna señal. Ni mail, ni correo, ni teléfono, nada. Desaparecés. Los dos pelotudos que se largan a robar sin hablar con nadie. Y que van y boletean gente. Y después vos, que me sumás dos muertos más. Me tengo que quedar frizado no sé cuánto tiempo. Que te quede claro que si no te mato ahora es sólo por eso. Por aquietar la cosa. Andate.
Durruti lo ve correr, tropezar, reacomodarse en el aire y seguir corriendo.
Al fondo del desarmadero está su hermano menor, meta charla con ese pendejo que trajo de la calle. Hay un pensamiento que está a punto de tomar forma pero antes, justo antes, el mayor hace un movimiento con la cabeza y se dice no, si tiene todas las minas que quiere.