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Introducción

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Probablemente haya empezado a escribir este libro en junio de 1982. Tengo grabadas las sensaciones del día posterior a la derrota en Malvinas, mi perplejidad en la escuela frente a la mirada de mis compañeros enfundados en sus delantales, y mi pregunta:

–¿No están tristes que perdimos en Malvinas?

Recuerdo claramente que dije “en”, y no “las”. Se trata, para este libro, de una distinción bien importante. La guerra de 1982, si bien fundamentada ideológicamente en un reclamo territorial, tuvo entonces, y tiene hoy, para muchos, un sentido mucho más amplio que ése. Pero si no perdimos “las islas”, “el territorio”, ¿qué es lo que perdimos allí?, ¿qué es lo que se pone en juego cada vez que pronunciamos el nombre del archipiélago? Es una cuestión central para no subsumir los significados otorgados a Malvinas después de la guerra en la construcción previa, aquella que contribuyó al amplio apoyo que ésta tuvo.

¿Qué guerra terminó en las islas Malvinas, el 14 de junio de 1982? ¿Qué guerras comenzaron ese mismo día? Ambas preguntas constituyen el eje de este libro: explorar las relaciones entre la experiencia de los actores, protagonistas y testigos voluntarios o involuntarios de una guerra y sus consecuencias. Recorrer las formas en las que la coyuntura política de la transición a la democracia en la Argentina condicionó a los portadores y herederos de las memorias acerca del conflicto del Atlántico Sur en los medios y formas para hacerse ver y ser escuchados. Analizar qué relatos y recuerdos acerca de la guerra llegan hasta hoy.

No es una historia de la guerra en las islas Malvinas, sino de las distintas formas en que ésta fue vivida, y de sus consecuencias, como una forma de pensar las relaciones entre la cultura y política argentinas y el archipiélago emblema. El libro se ocupa, sobre todo, de las memorias de y sobre los ex soldados combatientes1 para, por extensión, analizar el espacio en el que sus acciones comenzaron a circular entre sus compatriotas. Parte de la idea de que, aunque extremo por sus características, la guerra de Malvinas es un episodio emblemático de un proceso mucho más amplio: aquel mediante el cual la sociedad argentina se relaciona con sus jóvenes, les otorga y vive su protagonismo y los disciplina. Es, en consecuencia, una aproximación al lugar de las juventudes en la política.

Malvinas significa muchas guerras: viejas formas de entender a la nación y a la política entraron en crisis, autorrepresentaciones de las relaciones sociales y de la cultura cayeron para no levantarse más, o continúan siendo lloradas en secreto en cada aniversario del desembarco. Pero Malvinas, sobre todo, significa un puñado de jóvenes y sus familias que actuaron con sus cuerpos el drama de numerosas derrotas colectivas e individuales. No es posible pensar en una memoria sobre las islas que domine por sobre las demás, porque el reclamo de reconocimiento de los más afectados choca con las voluntades de olvido y las simplificaciones de quienes, conmovidos o incómodos por la presencia de Malvinas, apostaron a la posibilidad del cambio y la regeneración antes, durante y después de la guerra.

Este libro atraviesa y está atravesado por estas tensiones. Navega entre las islas que constituyen el archipiélago de experiencias y discursos sobre Malvinas a la manera de los exploradores de una tierra ignota, que acumulan indicios que poco a poco permiten intuir un conjunto: debe identificar, describir, otorgar un sentido a una serie de imágenes inconexas y muchas veces contradictorias, para volcarlas en una cartografía inexistente. Clasifica rocas, islotes, escolleras, bancos de algas, flora y fauna diversas, habitantes de costumbres extrañas y antagónicas, pero que la voluntad del viajero ubica en su mapa en construcción como integrantes de un mismo grupo insular. Pero hasta que tal cosa sucede, estos indicios son sólo una acumulación de sensaciones, imágenes y reflexiones, que deben ser mensuradas, fijadas en una carta que sirva para las posteriores navegaciones.

Las guerras por Malvinas propone una exploración semejante. Efectivamente, hay un mapa de relatos sobre la guerra en las islas, dibujado sobre todo en el quinquenio que va desde la derrota en el Atlántico Sur hasta los sucesos de Semana Santa de 1987. En ese lapso se conformó la mayor parte de las imágenes más fuertes acerca de Malvinas: los jóvenes inexpertos maltratados por sus oficiales, los chocolates donados vendidos en Comodoro Rivadavia, la pericia de los pilotos de la Fuerza Aérea, el hundimiento del Belgrano, del Galtieri borracho al Astiz cínico y cobarde, los “héroes de Malvinas” de Alfonsín, la gesta, la derrota, los veteranos en los colectivos, Sólo le pido a Dios, y tantas otras imágenes, concentran los sentidos acerca de la guerra y coexisten emergiendo alternativamente en respuesta a distintos estímulos políticos, sociales e históricos, ubicables en un tiempo concreto.

¿Cuál fue el lugar de los protagonistas más directos de la guerra en la construcción de tales emblemas? Es una pregunta central, pues el retorno de los jóvenes soldados derrotados se mezcló con la aparición de fantasmas en cada esquina, en cada cementerio de la república. Para responderla, la investigación se concentrará en los cinco años entre la derrota en el archipiélago y Semana Santa de 1987. Allí, predominó un proceso (más o menos completo y honesto, según quien lo describa, o según lo que necesitemos creer) de asunción de responsabilidades sociales en relación con la dictadura. Pero, sobre todo, fueron cinco años en los que campeó con fuerza la imagen de los jóvenes (y, más ampliamente, de la ciudadanía) como víctimas de la violencia, ejercida sobre todo desde el Estado. Cinco años en los que el lugar tradicional de las Fuerzas Armadas fue duramente cuestionado, y su relación como protectoras de la ciudadanía y de los sagrados valores de la Patria también.

Precisamente en ese marco, alrededor de diez mil jóvenes cuestionaron, con su mera existencia, el lugar de “defensores de la Patria” de las tres armas. Ellos habían combatido por la soberanía al mismo tiempo que eran “víctimas del Estado”. Como agrupación, reivindicaban su experiencia. ¿Qué lugar podía tener ésta, caracterizada por la violencia, aunque fuera en una “guerra justa”?

Desde 1982 aludir a Malvinas excede sobradamente la idea del reclamo territorial, aprendida por generaciones de argentinos bajo el lema de que las islas “fueron, son y serán argentinas”. Esta convicción (adquirida sobre todo en la escuela) fue el sustrato que alimentó la seguridad de muchos miles a la hora de apoyar la decisión del gobierno militar, en el poder desde 1976. Junto a ella, la noción de deber cívico, aprendida tras décadas de servicio militar obligatorio.

Estas dos certezas alimentan un lugar común, que reduce la guerra y sus consecuencias a un mero acto reflejo. Pero desde 1982 Malvinas refiere a la guerra, a los 74 días de conflicto con Gran Bretaña que culminaron con la rendición de Puerto Argentino y, por arrastre, con la retirada –más ordenada de lo que solemos declamar– de la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. Refiere a la única guerra convencional librada por la Argentina en el siglo XX, pero también –y este libro pretende demostrar que sobre todo– a la historia argentina reciente.

Para revisar nuestro pasado desde Malvinas describiremos y discutiremos la construcción de relatos acerca de la guerra, y de las legitimidades para hablar sobre ella. Los jóvenes protagonistas del conflicto dieron una dura batalla por intervenir en esa discusión, que comenzó ni bien llegaron al continente las noticias de la derrota. Imágenes, juicios y condenas, reclamos y reivindicaciones, tradiciones subterráneas y públicas se consolidaron y difundieron de la mano de la figura de los chicos de la guerra, devenidos ex combatientes y, más recientemente, veteranos. Pero en relación con el contexto histórico en el que actuaron, surge una disonancia: la Argentina es un país donde la voz de los testigos y actores ha desempeñado un lugar central en la construcción de los relatos acerca de la historia reciente, al punto de generar últimamente una serie de advertencias acerca de sus consecuencias por parte de algunos intelectuales.2 Dicha sobreabundancia refuerza una ausencia: la de aquellos hombres y mujeres afectados más directamente por la experiencia de la guerra, los soldados y sus familiares. A modo de ejemplo, cabe consignar que en el juicio que se le siguió a la tercera junta militar por la conducción de la guerra, no declaró ni un solo soldado conscripto, a pesar de que eran considerados víctimas de las Fuerzas Armadas. Contrariamente, el escenario del Juicio a las Juntas de 1985 tuvo a las víctimas como protagonistas principales.

¿Qué hubieran agregado estas voces a la discusión? ¿Qué agregarían hoy? Destacar esta asimetría no surge de una mirada conspirativa, ni de la voluntad de construir una jerarquía del dolor o el sufrimiento, sino de la preocupación ante las construcciones simbólicas que se traducen en las posibilidades para miles de compatriotas de acceder o no a la consideración pública, al reconocimiento y a la reparación. Es mi intención ofrecer algunas ideas para pensar este problema, asumiendo que la guerra de Malvinas sigue siendo hoy un tema profundamente controversial. Incomodidades, resquemores o directamente prejuicios a partir de ideas superficiales acerca de “lo militar” y “lo nacional”, cuando no directamente dificultades generacionales u originadas en la propia experiencia, alimentan el problema que genera Malvinas para algunos actores intelectuales, sobre todo dentro del campo vagamente llamado “progresista”.

Inversamente, sectores reaccionarios o reivindicatorios de la dictadura militar no tienen ningún inconveniente en hablar del tema, y apropiárselo, más por la vacancia de algunas voces que por la legitimidad para hacerlo. Y como la voluntad de saber no es un acto neutral, es mi intención que este trabajo dificulte aunque sea sólo un poco ese proceso.

Hace diez años, al comenzar esta investigación recibí, al comentar a mis compañeros y docentes del profesorado mi intención de “trabajar sobre Malvinas”, cuestionamientos como este:

–¿No estarás a favor de los militares, vos?

Pero a la vez, éstos eran proporcionales a la suspicacia con la que fui recibido por algunos ex combatientes, o funcionarios militares:

–Estamos cansados de que nos desprestigien.

Pienso que este panorama, al menos en relación con Malvinas, no ha cambiado mucho. Más recientemente, en un archivo oral sobre la experiencia del terrorismo de Estado trabajamos sin considerar incluir testimonios de ex soldados o de sus familiares, pero, en cambio, les preguntamos a nuestros entrevistados –exiliados, familiares de desaparecidos, sobrevivientes de los campos de concentración, militantes– sobre su experiencia acerca de la guerra. Malvinas, en gran medida, ha sido construida como memoria de una manera vicaria.

Pero más allá de silencios y apropiaciones, bajo las más diversas formas, Malvinas late en toda la extensión del territorio argentino. En homenajes, en monumentos, en pesadillas tan interminables como los dolores generados por ausencias irreparables. Hay miríadas de memorias sobre Malvinas: alguien saludó un tren cargado de tropas hasta que se perdió de vista y se arrepiente de ese gesto vano a la luz de la derrota, otro aún camina la ruta ensanchada de una ciudad patagónica, esperando el aterrizaje de emergencia de aviones que no volverán, o siente anudada la lengua ante los acordes del Himno, en una fiesta patria, o se reprocha una solicitada firmada en el exilio, guarda diarios amarillentos y menea negativamente la cabeza preguntándose acerca de su ceguera.

Muchos miles, también, recuerdan el silencio feroz que enfrentaron y debieron guardar por su oposición a la guerra. Y hay unos pocos miles que siguen viendo como injusto que sus acciones sean cuestionadas aún hoy, y que asocian esos cuestionamientos a una palabra que les fue negada: los entonces jóvenes soldados de 1982.

Escribimos historia a partir de la duda, pero sobre todo de la insatisfacción. ¿Cuál es el origen de una y otra, en mi caso? Probablemente esa sensación de latencia de Malvinas, palpable en cantidad de registros y niveles, y su ausencia de muchos espacios de discusión pública. Me cuesta entender la urgencia que tiene en algunos lugares y para muchas personas este tema, y la forma cristalizada, anclada en el tiempo, en la que lo seguimos tratando.

La investigación también se alimenta de la indignación. Uno de los modos habituales que hay para explicar la cantidad de suicidios de ex combatientes desde el final de la guerra es atribuirlos a la sordera social frente a sus experiencias. Aquí hay un buen motivo para explicar la voluntad que orienta este libro: la convicción de que un silencio que se traduce en muertes es, básicamente, una injusticia. Y pienso que es en este otro mar argentino, el del silencio, que Malvinas vuelve a ser un archipiélago, entre otros muchos, que atravesamos tratando de dibujar una cartografía que nos permita ubicarnos en el espacio y en el tiempo.

Ramos Mejía (Buenos Aires), noviembre

de 2005 - Merlo (San Luis), enero de 2006.

Las guerras por Malvinas

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