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Agradecimientos

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A mis primeros entrevistados, Diego Rubino y Omar Olsiewich, compañeros de trabajo de Telefónica, y a todos los que a lo largo de estos años abrieron sus recuerdos para mí. Mi afecto y amistad para Antonio Reda, Miguel Ángel Trinidad, Gabriel Sagastume y David Zambrino, ex combatientes. Antonio y Miguel han sido interlocutores generosos y desprejuiciados. Sin el aporte de Miguel, algunas partes de este libro serían bastante más oscuras. A los cuatro agradezco, en especial, la compañía en un trabajo fascinante pero muchas veces también solitario e ingrato.

Agradezco a Salvador Vargas, padre de Alejandro, muerto en Malvinas, por mostrarme uno de los sentidos que se le puede dar al dolor.

Gracias a Anne Perotin–Dumon y Alex Wilde, colegas pacientes. Este libro tuvo su origen en una invitación de Anne, y a ella debo el impulso y el respaldo para avanzar en textos preliminares, escritos para un taller realizado en Londres en octubre de 2003. Desde entonces, ambos son de esos amigos que a la distancia siempre están.

Mi amigo Gabriel Ozón siempre tuvo tiempo para ayudarme en mis obsesiones, aún mientras armaba su hogar en Incalaperra.

En honor a la genealogía de una investigación, agradezco a Dora Schwarzstein, in memoriam, y a Paul Thompson, por creer en una carta.

Luis Alberto Romero hizo agudas y muy inteligentes lecturas de versiones iniciales de algunos capítulos, que me obligaron a revisar cuidadosamente mis ideas.

En Gran Bretaña, agradezco a los miembros de la Oral History Society, especialmente a Alistair Thomson y Robert Perks. También a Mark Burman, de la BBC, porque una promesa de las que se hacen después de algunas cervezas desembocó en mi viaje a Malvinas. Mi afecto a los malvinenses Kay McCallum, Patrick Watts y John Fowler.

Muchas gracias a Javier Trímboli y a mis ex compañeros del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y de la Nación, por las posibilidades de discutir e instalar estas cuestiones en distintos espacios a lo largo de muchos años de trabajo conjunto. A Alberto Sileoni, Ministro de Educación de la Nación, que en su momento me brindó la confianza para desarrollar estas iniciativas, y a Alejandra Birgin, que escuchó la propuesta de trabajar sobre los treinta años del golpe y la apoyó desde un principio. Fue la posibilidad de comenzar a cubrir una vacancia.

Violeta Rosemberg, la incondicional, merece un agradecimiento especial. Valeria Morelli es de esas interlocutoras que ponen la vara alta y nos obliga a ser mejores en lo que decimos y hacemos.

Julio Calvo, veterano de guerra, y María del Carmen Gaitán, su esposa, aportaron materiales de Puerto Madryn. Cecilia Flachsland me dio información fundamental acerca del rock y las Malvinas. Silvina Jensen es una amiga y colega de lujo, y una de las personas más generosas que conozco.

Mi hermano Germán es mi sangre en la Patagonia y me envió gran parte del material fueguino. Con él pude volver a Malvinas en 2007. Betty y Carlos, mis padres, guardan hace años recortes para mí. Angélica y Eduardo, mis tíos, fueron la puerta al Sur. Bárbara Palma del Rey y Ángel Melgar, amigos antes que nada, son un apoyo afectivo y logístico imprescindible. Muchas horas de trabajo de las que demandó este libro fueron posibles gracias a mis suegros Norma y Erasmo.

También tuvieron que ver con este libro Jennifer Adair, Ernesto Alonso, José Asturi, Máximo Badaró, EVA, Juan Pablo Fasano, Lila Feldman, Mónica Galassi, Carlos Gamerro, Jennifer Herbst, Elizabeth Jelin, Guillermo Korn, Mirta Lobato, Maria Laura Guembe, Graciela Karababikian, Silvina Segundo, Pablo Palomino, el Núcleo Memoria (IDES), Laura Panizo, Fernando Peirone, Daniela Pelegrinelli, Gustavo Urpianello y Mariano Volpedo.

Un agradecimiento especial a los trabajadores del Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata, impecables, eficientes, pacientes y comprometidos.

Muchas gracias a Fabián Bosoer, Analía Roffo, Martín Granovsky, Juan Boido, Claudio Zeiger, Pablo Stancanelli y Carlos Gabetta por la posibilidad de publicar e intervenir en las discusiones sobre Malvinas desde distintos ángulos y en distintos lugares.

Mi agradecimiento a María Fernanda Cañás y a mis colegas y alumnos del ISEN, porque me obligaron a ser riguroso y me enseñaron muchas cosas.

Mi reconocimiento a Juan Suriano y Fernando Fagnani, mis editores, por confiar en mis tiempos de trabajo antes y ahora. Y a las chicas de Edhasa, siempre atentas y cordiales con mis obsesiones bibliográficas.

Muchas gracias a Julio Vezub, compañero de ruta reciente pero fundamental. A José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, por el diálogo inteligente y el apoyo. A Rubén Chababo, director del Museo de la Memoria de Rosario, otro de esos compañeros intelectuales de lujo.

Un scrimshaw y un brindis imaginarios en Nantucket con mi amigo Juan Bautista Duizeide, imprescindible compañero y fogonero de mis sueños.

Un saludo al Barón y al Winston, compañeros de ruta, y a Ismael y el General, por las discusiones interminables acerca de los temas de este libro.

María Inés, mi esposa, tipió gran parte de las citas y testimonios de este libro. Trabajamos a la par desde hace muchos años y es la compañera de mi vida. Imposible pensar en nada sin su ayuda y consejo. Iván y Vera, mis hijos mayores, toleraron compartirme con el cientificuento. Ana llegó a la familia después de la primera edición de este libro, pero también soporta mis ausencias. Cualquier cosa que escriba para ellos será insuficiente.

Las guerras por Malvinas

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