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Revolucionarios

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Algunos jóvenes comenzaron a participar en organizaciones políticas que le disputaron el monopolio de la fuerza al Estado, y que en ese proceso se apropiaron o resignificaron muchos de sus símbolos.24 La radicalización de la juventud fue un fenómeno que conmovió profundamente a las Fuerzas Armadas, encargadas tanto de “formarla” como de combatirla en sus aspectos más extremos.

En algunos casos, los jóvenes militantes fundamentaron su opción en la misma formación que el Estado les había impartido. El 28 de septiembre de 1966, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, un grupo nacionalista secuestró un avión de Aerolíneas Argentinas que iba a Río Gallegos y lo desvió a las islas Malvinas, aterrizó en Puerto Stanley e izó la bandera nacional, en lo que se conoce como Operación Cóndor. El periodista Héctor Ricardo García recuerda que “un mes antes [Dardo] Cabo, jefe de la acción, reúne a 16 jóvenes cuyas edades oscilan entre 18 y 31 años, y comienza a prepararlos para el operativo. Primero, explicando lo que se hará, luego por qué, más tarde cómo. Y finalmente, lo más difícil: a lo que se expondrán. La cárcel es el tema número uno (...) Pero lo real es que todos estaban dispuestos a terminar en ella. Sin rencores y sin temores. Pese a su juventud promedio (el mayor tiene 31 años) no temen pasar varios años entre rejas, pues creen que su causa es más que justa, y que están colaborando en algo netamente argentinista”.25

Los jóvenes, entre quienes militaba una mujer, estaban vinculados al nacionalismo de derecha y al peronismo, y eran estudiantes y obreros, la mayoría relacionados con la Unión Obrera Metalúrgica. En su “Declaración” publicada por la revista Así meses después, reivindicaban su condición de “cristianos, argentinos y jóvenes”, pertenecientes a “una generación que (...) asume sin titubeos la responsabilidad de mantener bien alto el pabellón azul y blanco de los argentinos” y que “prefiere los hechos a las palabras”.

Esa responsabilidad la concretaron tomando la posta del Ejército en la defensa de la soberanía nacional, porque la instrucción que habían recibido los habilitaba para ello:

La responsabilidad de nuestra soberanía nacional siempre fue soportada por nuestras Fuerzas Armadas. Hoy consideramos le corresponden a los civiles en su condición de ex soldados de la Nación demostrar que lo aprendido en su paso por la vida militar ha calado hondo en sus espíritus pues creemos en una patria justa, libre y soberana (...) En nombre de todos cuantos habitan nuestro suelo y en especial la juventud argentina, o concretamos nuestro futuro, o moriremos con el pasado.26

Por último, las organizaciones armadas surgidas en las décadas del sesenta y setenta, por sus mismas características operativas, destinaron un lugar central a la formación militar, y a la vez se nutrieron y estimularon los aspectos propagandísticos vinculados a las virtudes militares leídas en clave revolucionaria.27 El PRT-ERP, por ejemplo, instituyó el 22 de agosto como el “Día del combatiente revolucionario”, en homenaje a sus militantes asesinados como represalia del intento de fuga de Trelew (1972). El número homenaje del Estrella Roja, publicado en el primer aniversario de la matanza, incluye semblanzas biográficas de los caídos en los que las menciones al cumplimiento del deber, la entrega de la vida y el sacrificio, tienen inmediatas resonancias con los calificativos empleados para hablar tanto de los revolucionarios como de los guerreros de la Independencia.

Carlos Astudillo, por ejemplo, “era simplemente un santiagueño bueno y sencillo, un muchacho que amaba a su patria y a su pueblo y un hombre que empuñó las armas porque no podía soportar que los patrones de adentro y de afuera sigan engordando con el sudor y la sangre de nuestros hermanos”. Mario Delfino “murió primero porque era uno de los mejores”.28

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