Читать книгу Las guerras por Malvinas - Federico Lorenz - Страница 16
Vísperas
ОглавлениеNo deja de ser un elemento para mencionar que tres de las películas que abrieron la dictadura militar como tema de debate al gran público durante los años de la transición a la democracia tengan como espacio privilegiado a la escuela. Tanto La noche de los lápices (Olivera, 1986) como Los chicos de la guerra (Kamin, 1984) y La historia oficial (Puenzo, 1985) tienen una mirada muy crítica a las aulas, desde distintas perspectivas, pero enfatizando en los tres casos el carácter represivo y seudo militar del sistema educativo. Los jóvenes que transitaron la escuela secundaria en los años de la dictadura vivieron una experiencia teñida por el hecho de que el gobierno de facto veía en ellos tanto posibles subversivos como el futuro de la Nación.
Aquellos combatientes en Malvinas que pudieron hacerlo, por su edad, cursaron su escuela secundaria a partir de 1976, es decir, el mismo año del golpe militar. Y aunque miles de ellos ni siquiera habían terminado la escuela primaria, es importante destacar el clima cultural en relación con la juventud en el que crecieron. Algunas de las características más represivas de la escuela se exacerbaron, pero otras, de más larga data, continuaron funcionando como lo hacían desde principios de siglo. A finales del siglo XIX, sectores de las elites “preocupados por la formación de la nacionalidad” asignaron a la escuela un lugar central en este proceso, puesto que “para ellos la defensa de la integridad de la patria se convertía en una demanda fundamental, superior a la de los intereses individuales, de modo que los lazos que ligaban a los individuos debían asentarse en una moral patriótica que garantizara su actitud de entrega a la nación”.29
En relación con este punto, Rosana Guber reconstruyó en forma muy completa el lugar que la ocupación británica de las islas Malvinas ocupó en ese proceso, sobre todo a partir de la década de 1930. Los testimonios acerca de un sentimiento de algún tipo en relación con las islas Malvinas antes de 1982 son recurrentes: pasan por la reivindicación territorial, y el espacio central de su construcción fue la escuela:
Cuando estaba en 5° grado tenía una maestra que me hablaba mucho de las Malvinas. Empecé a tenerles una bronca terrible a los ingleses, por eso cuando fui a las islas me dio una gran alegría. Pensé en la Patria y no en los tiros, ésa es la verdad.30
Martín Balza, que combatió en Malvinas como teniente coronel y fue Jefe de Estado Mayor del Ejército en la década del noventa, recuerda que
“Las Malvinas son argentinas”, repetía la maestra allá en la escuelita de Salto, mi pueblo natal. En ese momento no comprendía el verdadero significado de esas palabras. Sin embargo, fueron forjando en mí un sentimiento difícil de explicar que, sin duda, compartimos la gran mayoría de los argentinos. La Escarapela, la bandera, el Himno y la imagen de Malvinas, en un marco de guardapolvos blancos, son símbolos que se arraigaron profundamente en el corazón de muchas generaciones.31
En resumen, la sociedad argentina de los años setenta y ochenta, además de tener incorporada la guerra en su vocabulario cotidiano, era un colectivo habituado a la muerte y a la violencia políticas, que a la vez tenían a los jóvenes como uno de sus actores principales. Una visión dominante establecía que esta última estaba originada en la “subversión” y el “terrorismo”, pero frente a estos hechos, desatados por “jóvenes descarriados”,32 la propaganda oficial podía oponer otra juventud como modelo, que en gran medida se nutría de virtudes militares. Un manual de Instrucción Cívica sostenía que
Se necesitan muchachos
de cuerpo robusto y alma sana
con ideas claras, sentimientos nobles
y voluntad firme.
Leales y generosos; puros y sinceros
respetuosos de sí mismos y de los demás
resueltos a capacitarse
para construir un mundo mejor
y una Patria más gloriosa [...]
La Patria necesita de esos muchachos
y los necesita con urgencia.33
La probabilidad de una guerra con Chile fue un episodio que retrospectivamente puede ser visto como un adelanto de las imágenes que poblarían la prensa argentina entre abril y junio de 1982: movilizaciones de tropas, solidaridad con los soldados, ansiedad y, sobre todo, una posibilidad de imaginar una Argentina unida. A finales de 1976 fue el primero de los incidentes entre las dictaduras chilena y argentina, y produjo un vuelo solidario de personalidades públicas a la zona en litigio:34
Nosotros. Los pasajeros del avión escucharon esa palabra miles de veces el sábado 23 de diciembre. En boca de los soldados que corrían a pedirles autógrafos (“... nosotros somos”). En boca de los oficiales que se sentaron junto a ellos y a los soldados (“Porque nosotros estamos...”). En boca de los mozos conscriptos que se acercaron con las bandejas con empanadas y locro (“Lo hicimos nosotros, los soldados de Jujuy que estamos en Río Grande). En boca de los choferes (“Nosotros le vamos a llevar la comida a los muchachos que están en los puestos de avanzada...”). Nosotros. Siempre nosotros (...) Al caer la noche a más de 3500 km de Buenos Aires, el soldado Jorge Washington Miranday, riojano, de 18 años, estaba nuevamente de guardia en el puesto número..., en algún lugar al Norte de Río Grande. Cerca de su ametralladora descansaba su tesoro: una libreta negra, con más de cien páginas firmadas, autografiadas. Además, revelada de urgencia en el laboratorio del batallón, había una foto. A esta altura, después de casi una semana, la foto está un poco ajada. Pero todavía se puede ver. Muestra a Silvana Suárez, Miss Mundo, birome en mano, firmando un autógrafo en una libreta de tapas negras. A su lado, fusil al hombro, un soldado sonríe con timidez.35
Frente a la escalada bélica, era posible imaginar la apelación a los valores presentes en algunos sectores de la juventud, aquellos orientados por los valores patrióticos. Como en tantas otras ocasiones de la historia, la inminencia de la guerra podía ser vista como una posibilidad de regeneración y reencuentro:
La Juventud Argentina, no puede permanecer indiferente (...) Muchos sectores de la juventud de hoy, amansada en los comités demagógicos o narcotizada con los triunfos efímeros del deporte, no concurre ante las grandes convocatorias de la Nación, pero no nos desalentamos. Como en el pasado, se hará presente si la Patria la llama.
Nuestro deber ahora es despertarla y enseñarle los problemas que nos afligen. No la llamamos a empuñar las armas. Ya llegará la hora y ojalá no llegue nunca el momento de hacerlo. Por ahora la llamamos para que participe en las maniobras pacíficas de la democracia.
Sabemos que el laudo es nulo y así debe declararlo el gobierno, pero sabemos también que esa resolución categórica y energética, no abrirá los caminos de la lucha armada, sino de las negociaciones decorosas y fraternales. Si así no fuera los argentinos no tendremos la culpa.
La Juventud Argentina quiere la Paz, pero no queremos una paz a cualquier precio. Es por eso que hago un llamado desde la tribuna a la juventud chilena.
No queremos encontrarnos frente a frente en los campos de batalla, sino juntos, en las mismas legiones libertadoras, como un Chacabuco y Maipú, frente al enemigo común: el comunismo.
No queremos enfrentarnos en los combates sangrientos, sino encontrarnos en el ágora de la defensa de los derechos humanos y en las asambleas libres de la democracia.
Si así no ocurre la culpa no será nuestra. Lucharemos como siempre defendiendo el territorio, los mares, los cielos y el honor de la República.36
En la arenga aparecen sintetizados los elementos que hemos venido describiendo: un fuerte imaginario patriótico, el lugar central que la sociedad asignaba a la juventud (obviamente, cuando ésta cumplía con determinadas características) y la noción de que el verdadero conflicto es el ideológico materializado en el enfrentamiento Occidente Cristiano-Comunismo, que había orientado la formación de las Fuerzas Armadas.
Con el desembarco en las islas Malvinas la sociedad argentina, en el otoño de 1982, recibía una nueva posibilidad de unirse frente a un objetivo común. Los protagonistas serían los jóvenes argentinos bajo bandera, los mismos que habían participado en la “lucha contra la subversión” y que “estaban haciendo guardia”, como rezaba una publicidad de diciembre de 1975, “para que usted y su familia puedan celebrar en Paz”.37 Otra vez sonaba la hora de la juventud. Nuevamente en un escenario académico, estas fueron las palabras de asunción de rector del Colegio Nacional de Buenos Aires en mayo de 1982:
Señores ex alumnos que están luchando por la Patria en las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, y en los mares del Atlántico que bañan nuestras costas:
Sepan que el histórico Colegio Nacional de Buenos Aires, el Colegio de la Patria, siente orgullo de todos ustedes porque pelean por una causa justa.
Estamos seguros que defenderán el suelo argentino como lo hicieron nuestros mayores.
Esperamos el regreso para cuando el adversario reconozca la legitimidad de nuestros derechos.
Si alguno cae para siempre, ¡Dios no lo quiera!, el Colegio sentirá la sana envidia de saberlos reunidos con los grandes héroes de la Independencia.
¡Viva la Patria!38