Читать книгу Historia de dos partículas subatómicas - Franco Santoro - Страница 14

*** Vicente, llegando a la estación Santa Lucía, se despidió de Felipe, diciéndole que debía trabajar en una obra de construcción en plena Alameda.

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―¿De jornalero? ―preguntó Felipe.

―No precisamente.

―¿Entonces?

―De artista.

―Está bien ―dijo Felipe, desinteresado―. Yo me devolveré a la estación Vicuña Mackenna para contar mis monedas. Nos vemos nuevamente por ahí.

―Nos vemos.

Vicente cogió sin dificultad su atril y el puñado de cuadernos y bajó del metro.

Llegó a la calle Santa Rosa, paró en la improvisada puerta de una obra recién comenzada, futura sede de una universidad privada, y preguntó al portero si podía entrar.

―¿A qué quieres entrar, hijo?

―A dibujar. Solo a eso.

Después de un largo rato, luego de hablar con los jefes de los jefes, el portero desencadenó la entrada.

Vicente pintó el concreto tallado por manos callosas, el atardecer y el cielo anaranjado interrumpido por grandes tajadas de nubes. Quedó un cielo enfermizo, enloquecido por tantas texturas. Los obreros de casco amarillo parecían moverse dentro de la hoja. Se sentían martillar, sudar y oler a cebolla.

Enseguida, sin que nadie lo viera, destelló la mirada a través de un agujero y contempló a los hombres desnudos, bañándose en las casetas donde un chorro de agua insignificante les quitaba la capa de mugre que habían creado durante la jornada. Se secaban durante largos minutos con las toallas, principalmente el racimo de cocos. Mientras tanto lanzaban bromas sobre las tetas caídas de los más viejos, la corneta chica de algún desafortunado y el poto chupado de los que exhibían hombros espartanos.

El camarín era pequeño, con piso de tierra y bancas húmedas. Luego de la ducha, necesariamente había que caminar con chalas para no formar barro en las plantas de los pies.

Historia de dos partículas subatómicas

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