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PRÓLOGO

A Ana Belén la despierta un balazo. Abre los ojos y mira con rapidez a su pololo.

―¿Sentiste el balazo? ―le pregunta sin obtener respuesta.

El silencio de la habitación, interrumpido solo por el ladrido de los perros callejeros y el sonido del tubo que conecta el desagüe de los blocks, le entrega una empantanada vulnerabilidad que hormiguea en su cerebro.

―Oye, ¿sentiste el balazo?

Ante la falta de respuesta, Ana Belén se levanta de la cama y coge su libreta. Hoy se cumplen cuatro meses de su renuncia a la carrera de Administración de Empresas. Jamás le gustó. Entró por mandato paterno y materno, y estuvo yendo un año completo con diarias ganas de vomitar, a una facultad ubicada en la comuna de La Florida.

Ana Belén, de nuevo acostada en la cama, hojea su libreta y mira de vez en cuando a su pololo dormir. Lo mueve de forma brusca para despertarlo.

―¿Sentiste el balazo?

―¿Qué balazo? ―contesta él, ronco y perdido.

―El que sonó hace unos minutos.

―Anita, en esta población hay balaceras todos los días. Ya estoy acostumbrado a los putos balazos y no despierto con ellos.

―Aún no me acostumbro. Odiaría hacerlo alguna vez. ―Continúa hojeando su libreta.

―¿Qué estás leyendo?

―La historia del electromagnetismo. Está muy interesante. Antes la electricidad y el magnetismo se estudiaban de forma separada. El magnetismo se descubrió porque Dios nos dejó pistas para descubrirlo, tal como si quisiera que progresáramos como especie.

―¿De qué estás hablando? ―se burla el pololo.

―Hablo de que Dios dejó imanes en la naturaleza, pedazos de metales con los electrones alineados que generan magnetismo, atracción. Los pedazos de metales se descubrieron hace más de dos mil años en Grecia, en un lugar llamado Magnesia. Aquello fue el primer paso para tener el mundo de comunicaciones instantáneas que ahora tenemos.

El pololo no responde, solo se acerca a Ana Belén y la besa en la frente.

―Tienes la cara mojada.

La mujer se la toca y siente que su mano se empapa.

―Es agua, no transpiración.

―Tal vez sí es transpiración. Quizás tienes calor y necesitas que abra la ventana ―responde el pololo mientras se para de la cama para abrirla.

La sirena de una urgente ambulancia entre los pasajes de la población, invade la pequeña habitación de la pareja.

―El balazo debió llegarle a alguien ―comenta la mujer.

―¿Qué balazo?

―¡El balazo que te dije que escuché hace un rato!

Ana Belén se levanta de la cama y se pone una polera. Es el tercer día consecutivo que se pone la misma, holgada y celeste, y que solo entra al baño para lavarse los dientes, el culo, y cambiarse calzones. Antes de desayunar, le dice a su pololo:

―Quiero mostrarte algo que he descubierto.

―¿Qué me quieres mostrar?

―El método que tengo para volar.

―¿Para volar? ―grita él, sorprendido.

―Sí, para volar. Haberme salido de la carrera me ha entregado el tiempo necesario para investigar todo sobre la mecánica cuántica. Nuevamente tengo ganas de vivir. ―Suspira relajada. Acto seguido, explica su método para volar:

―En toda la historia de la humanidad, nadie nunca ha tocado nada. Yo no te he tocado a ti y tú no me has tocado a mí. Lo que sentimos al tocar algo o a alguien, es simplemente la fuerza electromagnética de los electrones que se repelen entre sí. En palabras simples, los átomos de tu piel se repelen con los átomos de mi piel; ese rechazo es lo que se siente al tacto. Y, tal como tú y yo jamás nos hemos tocado, tampoco nadie lo ha hecho con el suelo. La gente, de todo el mundo, en todos los países, está flotando.

El pololo la mira con cierta decepción en sus ojos y le dice:

―Es interesante, muy interesante lo que me acabas de contar, pero ¿esa es la forma que tienes para volar? ¿Flotar microscópicamente?

Ana Belén arroja su libreta hacia la cama y le ordena al pololo que se agache y mire sus pies.

Él obedece lanzándose al suelo. Existen al menos un par de centímetros de distancia entre la alfombra y la planta de los pies de su novia.

―¿Cómo haces eso? ―le pregunta con una voz que oscila entre la sorpresa y el susto.

―Es un secreto que me llevaré a la tumba.

Ana Belén, con los ojos semicerrados, se eleva un poco más del suelo e intenta caminar por la pieza.

―¿Qué se siente flotar?

―No seas chaquetero, no digas flotar, di volar.

―¿Qué se siente volar?

―Como si flotaras. ―Ríe a carcajadas.

Luego de pasearse por toda la habitación, Ana Belén se lanza a la cama, exhausta. El hombre se arroja sobre ella y le besa la boca y luego la frente.

―Sigues muy transpirada.

―Y eso que solo estoy con calzones y una polera delgadita. No tengo calor.

La pareja quiere tener sexo, pero no puede.

―¡El ruido de esa maldita ambulancia! ―reclama ella―. ¡Llévense al muerto luego!

El pololo se levanta y cierra la ventana. Antes de hacerlo saca la cabeza hacia el exterior para mirar la ambulancia, pero no hay ninguna.

―Se ve todo tranquilo ―le dice a Ana Belén―. La botillería está cerrada y solo andan perros en la calle.

―Entonces ven y acuéstate conmigo ―contesta en un tono placentero.

El pololo se tiende a su lado y la mira fijo. Ana Belén observa el cielo y grita:

―¿Por qué todo el cielo está morado?

***

Historia de dos partículas subatómicas

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