Читать книгу Historia de dos partículas subatómicas - Franco Santoro - Страница 18

*** Cuando dieron las dos de la madrugada, Felipe y Vicente salieron del local. Caminaron por la Alameda, a esa hora era un lúgubre paraje de decadencia, de mendigos y borrachos, de autos veloces y trifulcas. Esperaron la micro 210 en un paradero cercano a la Plaza Italia. Allí se encontraron con dos bellas muchachas sentadas en la cuneta. Felipe se acercó a ambas. Vicente se quedó detrás de él, mirando sus pinturas. No todas, solo la de la chica del sombrero. Prontamente, quedó tan inmerso en la tela que dejó de ver a su alrededor, de sentir el frío de la noche y no se percató del concurso de eructos que desencadenó Felipe con las jóvenes del paradero. El cantante tragaba aire como condenado para lanzar el rugido más grande de la escena, pero las mujeres eran mejores. Como artistas del flato, lo lanzaban con sensualidad, dejando un perfume a marihuana en el viento. Al llegar la micro, Felipe y Vicente se subieron junto con las dos chicas. Nadie pagó. “Permiso, tío, gracias” ―dijeron todos. Felipe quería tener sexo con ambas, ahí mismo, en los asientos de atrás. Vicente quería dibujar el acto. La más flaca desabrochó el cinturón del cantante y le chupó la verga con devoción. Luego se besaron en la boca. El micrero detuvo el andar de golpe, gastando el neumático de las ruedas. “¡Bájense, cabros cochinos, bájense ahora!”. Vicente obedeció primero, afirmando con el brazo sus dibujos. Se quedaron en una plaza toda la noche, bajo un árbol. Felipe roncó con ese ronquido de borracho, y las dos muchachas se marcharon sin decir nada. El pintor quería dormir, pero la noche no lo dejaba. Estaba hundido en el entusiasmo cardiaco que le producía la mujer del sombrero. Despertaron con el calor del mediodía. Un jardinero municipal había puesto aspersores para nutrir el pasto de rocío. Vicente se fue a su casa. Su hermano lo esperaba con desayuno.

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―¿Qué hiciste anoche que no llegaste? ―preguntó Teobaldo.

―Nada importante.

―Hoy no quiero que pintes en el patio. ―Dio un sorbo a su café y se echó a la boca un trozo de pan con mermelada―. Entraré la camioneta para revisarla.

―Pero si la revisaste antes de ayer.

―Sí, pero debo revisarla de nuevo.

En la noche de ese mismo día, Vicente entró a la panadería de la esquina para retratar a los panaderos. Trabajaban la madrugada completa, amasando y transpirando, rodeados de ruidos de máquinas. Se sacaban las poleras para disminuir el calor, mandaban una gran lengua de masa al pecho y desde esa posición cortaban pequeñas esferas que luego se convertirían en pan. Vicente dibujó el aire caldeado del lugar, los pelos en el pecho de los trabajadores y el aroma a alcohol que algunos fulguraban. Terminó de dibujar y escribió en una esquina de la hoja: Es un enigma si lo salado de la marraqueta es por la sal o por el pecho sudoroso del panadero.

Historia de dos partículas subatómicas

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