Читать книгу Cómo entender la economía del Ecuador 1965-2017 - Franklin Maiguashca - Страница 18
2.3. ARROGANCIAS Y HUMILDADES
ОглавлениеCon el tiempo, entre propios y extraños, la arrogancia de los economistas ha llegado a ser casi axiomática. Tal es así que, de cuando en cuando, eminentes exponentes de la profesión se han sentido con la obligación de llamar a la humildad a sus colegas. En esta sección nos ocupamos de los dos lados de esta curiosa medalla.
IMPERIALISMO DE LA ECONOMÍA
En 1977, George Stigler y Gary Becker, los dos ganadores del premio Nobel en Economía, escribieron:
Según el punto de vista tradicional, cuando la explicación de un fenómeno económico llega al punto de la diferencia entre los gustos entre las personas, el argumento se queda en un callejón sin salida: en este punto, el problema se lo hace a un lado y se lo deja en manos de los que estudian y explican estos gustos (¿psicólogos? ¿antropólogos? ¿frenólogos? ¿sociobiólogos?). Pero siguiendo nuestra interpretación preferida, nosotros nunca llegamos a este dilema: el economista continúa en la búsqueda de diferencias en precios e ingresos para explicar las diferencias o cambios en el comportamiento (cursivas del autor).
Todos los cambios en el comportamiento se explican por cambios en precios e ingresos, que son precisamente las variables que organizan y dan poder al análisis económico. Adicciones, publicidad, etc., no son los que afectan los gustos [...] son los precios y los ingresos los que lo hacen (cursivas en el texto original).
Nuestra hipótesis es trivial, por cuanto solo asevera que lo que debemos hacer es aplicar la lógica económica estándar tan extensamente como sea posible. Pero esta hipótesis es también un desafío exigente por cuanto nos urge a no dejar por fuera problemas opacos y complicados con la fácil sugerencia de que explicaciones adicionales puedan surgir, ojalá algún día, por el lado de nuestras ciencias hermanas del comportamiento69 (cursivas del autor).
Llama la atención la arrogancia de la última oración. Según estos autores, para las “ciencias hermanas”, la existencia de los economistas es una verdadera bendición de Dios, por cuanto los profesionales de dichas disciplinas, por ineptitud u otra extraña razón, intelectualmente no están a la par de lo que ellos pueden hacer.
En este orden (o desorden) de ideas, en el año 2000, Edward Lazear, que llegó a ser jefe de los consejeros económicos del presidente George W. Bush, en un artículo intitulado sin reticencias “Economic Imperialism”, hizo un elogioso recuento de cómo, de la mano de Becker principalmente, la incorporación del marco conceptual de la maximización, el equilibrio y la eficiencia había generado nuevos entendimientos en tareas tan diversas como los gustos, la demografía, la discriminación racial, la familia, las interacciones sociales, la religión, la determinación de la calidad de la mano de obra, la administración de personal, la contabilidad, la estrategia corporativa, el comportamiento organizacional, el derecho, la economía política y la economía de la salud. No es de extrañar, por tanto, que con evidente autosatisfacción diga:
En este ensayo sostenemos dos postulados. El primero es que la economía ha sido imperialista, y el segundo que ese imperialismo ha sido exitoso [...] Definimos imperialismo económico como la expansión que la Economía ha hecho sobre tópicos que van más allá del alcance clásico de estos asuntos como son las preferencias del consumidor, la teoría de la firma, mercados (explícitos), actividad macroeconómica, y los campos que han surgido directamente de estas áreas. Los imperialistas económicos más agresivos intentan explicar todo comportamiento social utilizando herramientas de la Economía (cursivas del autor).
Veamos una muestra de este ambicioso empeño. En el artículo “An Economic Analysis of Marital Instability”, Becker, el principal exponente de esta corriente, y sus coautores hacen los siguientes supuestos:
Las personas se casan cuando la utilidad esperada del matrimonio excede la utilidad esperada de permanecer solteras. Adicionalmente, es natural suponer que las parejas se separen cuando la utilidad esperada de permanecer casados cae por debajo de la utilidad esperada del divorcio o de la posibilidad de volverse a casar. Una manera de hacer compatible la alta utilidad esperada del matrimonio cuando este ocurre y la relativa baja utilidad que se espera en el momento de su disolución es introducir incertidumbres y desviaciones entre las utilidades esperadas y las realizadas. En otras palabras, las personas que se separan probablemente obtuvieron de su matrimonio resultados menos favorables de los que esperaban en el momento en que este ocurrió.70
No sin razón, por tanto, Lazear, en forma algo inesperada, dejó entrever temores cuando dio a conocer a los lectores que había un interrogante que traía entre pecho y espalda:
Sabemos ya que los economistas se sienten cómodos cuando trasladan los instrumentos del análisis estándar al estudio de asuntos que afectan a las sociedades como un todo o a partes de las estas. Lo que queda por verse es si quienes no son economistas puedan ser persuadidos eventualmente que nuestro enfoque es útil (cursivas del autor).
Como quedó demostrado en la segunda sección de este capítulo, el tiempo y las aguas no han sido generosos con este anhelo, ni por el lado de los economistas ni por el lado de los no economistas. En 2002, por ejemplo, recibióel Nobel en Economía un sicólogo, y en 2017, un economista del comportamiento, dos personajes cuyo trabajo ha dejado en ascuas al “imperialismo de la Economía”. Bajo su inspiración, en el mundo entero, la corriente que está tomando mucha fuerza es el trabajo multidisciplinario de los profesionales de las ciencias humanas, en los cuales están participando hasta los economistas.
AUTOSUFICIENCIAS OFENSIVAS
Las relaciones de los economistas con las demás disciplinas sociales no son de las mejores. En un artículo de Fourcade, Ollion y Algan publicado en el invierno de 2015, intitulado con el doublé entendre intencional de sus autores, como “The Superiority of Economists”, lo primero que nos comunican es que en una encuesta realizada a principios de 2000, el 77 % de los estudiantes de posgrado en Economía, en instituciones de élite, estaban enteramente de acuerdo con el enunciado de que “La Economía es la más científica de las ciencias sociales”, presunción que a estas alturas del capítulo no es nueva para los lectores. Los autores luego informan cómo, al examinar las 25 publicaciones más prestigiosas en Economía, Ciencia Políticas y Sociología, encontraron que entre 2000 y 2009, en todos los artículos publicados en el American Economic Review (portaestandarte de la profesión), el 40,3 % de las referencias citaban a otros artículos publicados en las otras 24 revistas de la disciplina, pero que tan solo el 0,8 % de las citas provenían de las principales revistas en Ciencias Políticas y un mínimo, correspondiente al 0,3 %, a las de Sociología.
A continuación, en el mismo artículo, se resumen los datos de una encuesta de 2006 a una muestra conformada por 100 profesores universitarios estadounidenses en cada una de las disciplinas que aparecen en el cuadro 2.2. El enunciado sobre el cual se recogieron los pronunciamientos fue: “En general, el conocimiento interdisciplinario es mejor que el conocimiento obtenido en una sola disciplina” y, como se puede ver en las respuestas, mientras en todas las otras disciplinas los encuestados estuvieron apabullantemente a favor (desde un 59,8 % entre los científicos políticos a un 86 % entre los dedicados a la enseñanza de las finanzas) solo los profesores de Economía estuvieron mayoritariamente en contra (57,3 %).
Evidencias adicionales sobre la “insularidad” de los economistas son más bien episódicas, pero no por eso menos informativas. Paul Krugman, en su discurso de aceptación del premio Nobel en 2008, hace un recuento de cómo para llegar a sus modelos de comercio intraindustrial, trabajo que le valió la concesión del premio, tuvo que esperar hasta que Stiglitz y Dixit publicaran su modelo de competencia monopolista en 1977. Sin embargo, en ningún momento se refiere a que, desde principios de los setenta, en el mundo empresarial se venía utilizando, y con excelentes resultados prácticos, el “modelo de las cinco fuerzas” de Michael Porter, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, que, en su esencia, es una guía muy didáctica de cómo generar una ventaja competitiva en mercados de competencia imperfecta. De igual manera, tampoco hizo referencia alguna a la publicación, en 1990, de los resultados del monumental estudio de la economía internacional hecho también por Porter en los ochenta, que este condensó en su famoso “diamante” que ha sido, desde entonces, el caballito de batalla ampliamente utilizado por los países que han salido, con diferentes grados de éxito, al desafiante mundo del comercio intraindustrial.
CUADRO 2.2. “En general, el conocimiento interdisciplinario es mejor que el conocimiento obtenido en una sola disciplina” (porcentajes)
FUENTE: Fourcade, Ollion y Algan, “The Superiority of Economists”: 95 (Trad. por el autor)
Si se revisa el índice analítico de textos de comercio internacional tan conocidos a nivel de pregrado, como los de Krugman y Obstfeld, de Salvatore y de Carbaugh, Porter nuevamente brilla por su ausencia. Y si de textos de posgrado se trata, en el de Feenstra, considerado por The Economist referencia obligada para cualquier candidato al PhD que quisiera prepararse para sus exámenes en el área de comercio internacional, el nombre de Porter tampoco aparece por ningún lado.71
LLAMADOS A LA HUMILDAD
Durante de la primavera y el verano de 1942, desde el techo de la capilla del King’s College de la Universidad de Cambridge, John Maynard Keynes, de casi 60 años, y Friedrich Hayek, de 41, vigilaron diligentemente los cielos para dar su voz de alerta sobre la aproximación de bombarderos alemanes. Lo hicieron como ciudadanos muy pendientes del bien común y como los buenos amigos que eran.72 Sus diferencias doctrinarias e intelectuales eran por todos conocidas, pero lo que ninguno de ellos podía anticipar es que, con el correr del tiempo, los dos iban a coincidir en un llamado a la humildad a los economistas. En 1930, Keynes dijo:
No lleguemos a sobreestimar la importancia de los problemas económicos, o a sacrificar en nombre de sus supuestas necesidades otros asuntos de mayor y más permanente trascendencia. Esto debería ser materia para especialistas como la odontología. Si los economistas pudiésemos conseguir que se nos piense como gente humilde y competente, como si fuéramos dentistas, sería simplemente espléndido.73
En 1974, y ampliando sobre el tema, Hayek, al recibir el premio Nobel en Economía, puso con admirable precisión varios puntos sobre varias “íes”:
El premio Nobel confiere a un individuo una autoridad que, en economía, ningún hombre debe poseer. Esto no tiene trascendencia en las ciencias naturales. En ellas, la influencia que un individuo puede ejercer es principalmente sobre sus colegas profesionales, quienes, de inmediato, lo pueden poner en su sitio si es que se excede en sus competencias. Pero la influencia de los economistas que de verdad cuenta es la que este ejerce sobre gente no versada en sus temas: políticos, periodistas, empleados oficiales y el público en general.
No hay ninguna razón por la que un hombre que ha hecho aportes distinguidos a la ciencia de la Economía tenga que ser omnicompetente en todos los problemas de la sociedad, en la forma como la prensa tiende a tratarlo hasta cuando él mismo termina convenciéndose de que sí lo es. Le hacen creer a uno que tiene como obligación pública pronunciarse sobre problemas a los que posiblemente no haya prestado mayor atención.
Estoy, por tanto, casi inclinado a sugerir que se requiera de los galardonados un juramento de humidad, como un juramento hipocrático, de nunca salirse en sus pronunciamientos públicos de los límites de su competencia.74
Sabias palabras que hacen un magnífico dúo con la manera tan sencilla con la que Drucker comentó sobre el tema:
La Economía solía ser una disciplina grata debido a que era tan humilde. Si alguien hacía una pregunta a un economista de 1925 su respuesta era “No sé”. Lo cual no dejaba de ser una respuesta respetable (por lo menos modesta).75
No sabemos si alguna vez Rodrik leyó a Drucker, pero en 2015, en el octavo de sus mandamientos para economistas, corroboró sus sentimientos: “Está bien decir ‘no sé’ cuando le pregunten sobre política económica”.76
Amén.