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RECONOCIMIENTOS

Mis reconocimientos van en una secuencia de hitos que han marcado la ruta de mis aprendizajes, que son, al fin y al cabo, lo que comparto con los lectores.

Encuentro que mis reconocimientos inician con los organizadores y con los participantes del Programa de Alta Gerencia que, con la inspiradora presencia de Peter Drucker, se llevó a cabo en 1964 en la Universidad del Valle, en Cali, Colombia. Bajo el liderazgo de Manuel Carvajal Sinisterra, a la fecha presidente de Carvajal S. A., concurrió toda la plana mayor del empresariado del departamento del Valle del Cauca. Fungí en el programa como uno de varios instructores, pero ante el cúmulo de conocimientos que adquirí sobre cómo funcionan en la vida real las empresas y las comunidades con las que interactúan, mi participación fue de aprendiz. Mis agradecimientos van en dirección de quienes hicieron posible que yo fuera parte de tan notable acontecimiento: Roderick O’Connor, del Georgia Institute of Technology, y mentalizador de este; Alfonso Ocampo Londoño, rector de la Universidad del Valle; Reynaldo Scarpetta, decano de la División de Ciencias Sociales y Económicas de esta universidad, y Germán Holguín Zamorano, director del Instituto Colombiano de Administración (Incolda).

Años después, cuando la violencia marxista de los setenta nos sacó literalmente de la universidad estatal, formé parte de un grupo de desalojados que, desde cero, concebimos, diseñamos y pusimos en marcha, con el apoyo de las principales empresas de la región, lo que hoy es la Universidad Icesi, en Cali. Fue allí donde, en mi calidad de Vicerrector, con la colaboración de directivos, administradores, profesores y alumnos, descubrí que mi verdadera vocación era la de educador. Por ello, mi gratitud para Alberto León Betancur y Alfonso Ocampo Londoño, primer y segundo rector de esa universidad; Lucrecia Cruz, secretaria administrativa; Rodrigo Varela, director del Centro de Creatividad Empresarial; Hipólito González, director de Planeación, y, sobre todo, para mis alumnos de pregrado y posgrado que, en mucho, han forjado lo que yo realmente soy.

En 1990, después de una ausencia de casi treinta años, regresé al Ecuador a formar parte del equipo de asesores económicos del presidente Rodrigo Borja. Mi reinserción en las realidades políticas y económicas del país no pudo ser más afortunada. Por encargo del presidente de la República, convoqué y coordiné el trabajo de ocho comisiones conformadas con representantes de los sectores público, privado y laboral que se dedicaron a estudiar una agenda de ocho temas, con el fin de proporcionar al presidente elementos de juicio para la decisión que, a nombre de los ecuatorianos, él debía llevar a la próxima reunión de presidentes de la Comunidad Andina en Caracas sobre si el Ecuador entraba o no en el proceso de conformación de la Zona de Libre Comercio al 31 de diciembre de 1991. Por acuerdos conjuntos entre los tres sectores, los temas que se estudiaron fueron política laboral; promoción del comercio exterior; políticas de desarrollo industrial; política agropecuaria; política arancelaria y mecanismos de integración; eficiencia y simplificación del sector público; política financiera y promoción de inversiones y políticas de transporte, comunicaciones y otros servicios. Con base en los resultados de esta consulta, la decisión que a nombre del país llevó el presidente a la reunión fue afirmativa. En este caso, mis principales reconocimientos son para el expresidente Borja y para Washington Herrera, en aquel entonces secretario general de la Administración Pública, por su permanente apoyo y por haberme dado la oportunidad de participar en un curso de intensa actualización sobre un vasto frente de problemas y aspiraciones que en esos momentos vivían los ecuatorianos. Los agradecimientos siguientes son para quienes fueron, mis instructores inmediatos, entre ellos destaco a Germánico Salgado, Luis Luna Osorio, Carlos Palacios y Marcelo Ruiz, en el sector público; Roberto Peña Durini, Roberto Illingworth, Carlos Rivadeneira, Ignacio Pérez, Neptalí Bonifaz, Diego Gándara, Fabián Corral y Francisco Díaz Garaicoa, en el sector privado, y Fausto Dután, en el sector laboral.

Cumplida mi tarea en el sector público, en 1992 me incorporé al sector privado como director de la Maestría en Administración en la Universidad San Francisco de Quito USFQ. En esta casa de estudios, a más de la dirección de la maestría, he sido decano del Colegio de Administración para el Desarrollo (CAD), decano de Estudiantes y, sobre todo, me he desempeñado como profesor de Economía en los cursos de pregrado y en los de posgrado, incluyendo los del MDI, espacio en el cual vio sus primeras luces este libro.

Han transcurrido veinticinco años de una excepcional y grata estadía. Mi gratitud especial a Santiago Gangotena y a Carlos Montúfar, a quienes les debo el gusto y el privilegio de haber sido parte de la mejor institución de educación superior del país. A Fernando Romo, director del MDI, y a sus asistentes, Alicia Rivera y Gisella Sánchez, quienes han sido soportes clave en mi desempeño docente. A continuación, mi agradecimiento a Gabriela Moreno y Pedro Romero, quienes, cuando se desempeñaron como coordinadores del área de Economía, fueron de gran ayuda en los puntos altos y bajos que acompañaron la escritura de esta obra. En esta misma línea están Pablo Lucio Paredes y Mónica Rojas, decano y coordinadora de la actual Escuela de Economía, por sus siempre presentes estímulos tanto en la escritura de este libro como en su publicación. A propósito de este último pero vital paso, mis sinceros y muy especiales reconocimientos son para Andrea Naranjo y al equipo editorial María José Valencia, Valentina Bravo, Krushenka Bayas, Shirma Guzmán de la USFQ PRESS, más Fabián Luzuriaga y Xavier Lasso, director de la filial ecuatoriana del FCE y Ariadna Vargas, gestora cultural del FCE.

Varias fueron las personas que dentro y fuera de la USFQ leyeron uno o varios capítulos del manuscrito, y cuyos acuerdos y desacuerdos contribuyeron a mejoras concretas en la versión final. Entre los primeros, mis sentidos reconocimientos para Rodrigo Borja, Luis Luna Osorio y Abelardo Pachano; entre los segundos, para Estuardo Gordillo, Magdalena Barreiro, Carlos Freile, Roberto Salem y Jaime Maya.

Acá en Ecuador, al igual que en Colombia, ante la imposibilidad de agradecer de manera individual, a continuación expreso mi gratitud a dos colectividades: mis alumnos en todos los cursos de pregrado y posgrado, y los empresarios con quienes he tenido la oportunidad de trabajar como consultor. Mucho de lo escrito en este libro proviene de lo aprendido en estas amables y fructíferas interrelaciones.

A nivel familiar, los reconocimientos van en dos direcciones. En Quito, mi gratitud para Juan Maiguashca Guevara, quien en sus varias visitas a esta ciudad fue mi interlocutor particular de varias de las ideas que aparecen en numerosas páginas de este libro, y para Lincoln Maiguashca Guevara, que leyó el manuscrito y sobre la marcha hizo correcciones necesarias, exigió precisiones indispensables y sugirió acertados cambios. En Colombia: Ana Fernanda Olano, Manuel Maiguashca Olano y Ana Fernanda Maiguashca Olano, a pesar de la distancia, estuvieron presentes con la especial compañía que solo los propios son capaces de brindar.

Por último, es indispensable dejar constancia de que nada de lo que yo hago en mi trabajo profesional, incluyendo el haber escrito este libro, sería posible si no fuera por el eficaz y eficiente apoyo administrativo y profesional de mi asistente Viviana Zurita. Mis agradecimientos hacia ella no tienen límites.

Franklin Maiguashca Guevara

Noviembre de 2018

Cómo entender la economía del Ecuador 1965-2017

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