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Las huelgas patagónicas

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Durante la Primera Guerra Mundial, la lana argentina se exportaba a los aliados, cuya demanda se incrementó de 49,6 millones de pesos oro en 1914 a 101 millones en 1918. Luego del armisticio, los precios de la lana cayeron dramáticamente. Como resultado de las importaciones en tiempo de guerra, el mercado de Londres estaba sobreabastecido de lana y los almacenes británicos se hallaban abarrotados con 2,5 millones de fardos de lana australiana y neozelandesa invendibles. Al mismo tiempo, en la Argentina los ganaderos de ovinos de la Patagonia se enfrentaron con grandes reservas de lana sin vender. Para afrontar la crisis económica, los empleadores despidieron a muchos trabajadores y redujeron los salarios, mientras que el precio de los alimentos básicos se duplicó. La Patagonia es una vasta región en el extremo sur del continente compartido por la Argentina y Chile, con una extensión de 1.073.060 kilómetros cuadrados de los cuales 911.843,2 pertenecen a la Argentina y 131.233,6 a Chile. El sector argentino de la Patagonia estaba subdividido en territorios nacionales hasta la década de 1950, cuando fueron declarados provincias. La provincia de Santa Cruz limita con la de Chubut al norte, con Chile al sur y con el océano Atlántico al este. Tiene una superficie de 243.934 kilómetros cuadrados y, según el censo de 1914, 9.928 habitantes. En 1920 Río Gallegos, la capital territorial, era una ciudad de unos 3.500 habitantes. A principios del siglo XX, la Patagonia argentina era descripta como “el lejano oeste”: remota, despoblada, subdesarrollada y refugio para parias y forajidos. Las principales actividades económicas eran el frigorífico y la cría de ovejas. La cría de ovejas fue la principal actividad económica hasta que se establecieron cuatro frigoríficos, dos propiedad de la Swift, uno de Armour y el otro de un sindicato de ganaderos argentinos.30

Al inicio de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad Obrera de Río Gallegos, fundada en 1910, y la FORA promovían activamente la sindicalización de los peones en las estancias de ovejas y difundían literatura anarquista. Una serie de huelgas azotó a la Patagonia argentina durante 1914-1918, huelgas que producirían la inevitable secuela de detenciones, redadas policiales y cierre de comités sindicales. Los líderes sindicales y los organizadores fueron en su mayor parte italianos y españoles, de acuerdo con las olas de inmigración que emigraron a la Argentina durante el último cuarto del siglo XIX. Los simpatizantes eran en su mayoría chilenos, del archipiélago de Chiloé, golpeados por la pobreza al punto de que, según un testigo ocular de los acontecimientos que estaban a punto de desarrollarse, “constituían una masa generalmente analfabeta, o semianalfabeta, dócil, sumisa, atávicamente propensa al alcoholismo”.31

Los mayores comercios del territorio eran propiedad de la Sociedad Anónima Importadora, comúnmente conocida como La Anónima, establecida en 1908, parte del grupo Braun Menéndez. Se trataba de un conglomerado que incluía una flota ballenera, una línea naviera y ranchos de ovejas en los sectores argentino y chileno de la Patagonia. La clase media de Río Gallegos estaba compuesta principalmente por inmigrantes españoles, dueños de pequeñas tiendas que simplemente no podían competir con las grandes tiendas de La Anónima.32

La chispa que eventualmente detonaría el conflicto ocurrió en enero de 1920, cuando los empleados de la tienda La Anónima de Río Gallegos fueron a la huelga. Poco después, Antonio Soto, un español nativo de Galicia, llegó a la ciudad. Soto era un brillante orador de destacados antecedentes intelectuales y fue quien pronto resultó electo secretario general de la Sociedad Obrera. En julio, tuvo su bautismo de fuego como líder sindical, cuando exigió mejores salarios. Los trabajadores de hoteles y los estibadores de todo el territorio desataron una huelga hasta que sus demandas fueron satisfechas. Pero el inquieto Soto aún no había terminado. A sugerencia suya, a mediados de septiembre la Sociedad Obrera solicitó un permiso para celebrar una reunión el 1 de octubre, para conmemorar la muerte del anarquista español Francisco Ferrer Guardia, ejecutado por las autoridades españolas en Barcelona en 1909. Actuando bajo las órdenes del gobernador territorial, Diego Ritchie, el jefe de policía de Río Gallegos se negó a expedir tal permiso. El gobernador interino de Santa Cruz era Edelmiro Correa Falcón, un periodista conservador que también fue secretario general de la Sociedad Rural de esa provincia, entidad que defendía los intereses de la clase estanciera. Sin amilanarse, el día 30 la Sociedad Obrera convocó una huelga general de 48 horas y distribuyó volantes por toda la ciudad. Ritchie envió un destacamento policial que saqueó la tienda que imprimió los folletos, cerró las oficinas editoriales del periódico La Gaceta del Sur, allanó las oficinas de la Sociedad Obrera, donde se estaba llevando a cabo una reunión, y arrestó a todos los presentes.33

Ismael Viñas, el juez de distrito, un radical y amigo personal del presidente Yrigoyen, revisó el expediente y ordenó la liberación de los prisioneros. Después de muchas vacilaciones, el gobierno federal intervino y ordenó a Correa Falcón que lo hiciera. Correa Falcón se percató de que ya no tenía el control. Toda la provincia estaba en huelga, los puertos se hallaban cerrados y en las zonas rurales la temporada de parición de las ovejas se acercaba.34

Con la entusiasta aprobación de la Liga Patriótica, los ganaderos y comerciantes formaron y equiparon la Guardia Ciudadana, para “mantener la ley y el orden”, pero el tiempo se estaba acabando. La Liga Patriótica Nacional se había formado en 1901, cuando la Argentina y Chile estaban una vez más al borde de la guerra sobre sus límites, para proporcionar práctica de fusil e instrucción cerrada.35 Por fin Yrigoyen decidió intervenir. A principios de enero convocó a un oficial radical al mando del 10.º regimiento de caballería, el teniente coronel Héctor Benigno Varela, a la Casa Rosada. Varela y su asistente, y el teniente Elbio Carlos Anaya, segundo jefe de la unidad, fueron recibidos en el despacho presidencial. Yrigoyen los saludó con afabilidad, y habló abstracta y lentamente. Recordó sus años de lucha en el partido radical, y luego se puso de pie, indicando que la entrevista había terminado. Varela preguntó qué se iba a hacer en Santa Cruz. Con un toque de confianza y calidez, Yrigoyen respondió: “Teniente Coronel, vaya a ver lo que está sucediendo y cumpla con su deber”.36

El 8 de enero el Ministerio de Marina anunció que infantes de marina habían sido despachados a Río Gallegos, y que un escuadrón naval estaba en estado de alerta. Un buque-tanque de la armada con tropas adicionales llegó algo más tarde ese mismo día. El 10 el remolcador naval ARA Querandí arribó a Río Gallegos con 50 hombres del 10.º de caballería. En la noche del 28 de enero de 1921, 150 hombres del 10.º y el 20.º del segundo regimiento de caballería bajo órdenes de Varela abordaron el ARA Guardia Nacional, un transporte naval con destino a Río Gallegos. El 29 el teniente comandante Ángel Yza, el recién nombrado gobernador de Santa Cruz llegó a Río Gallegos. Yza y el juez Viñas eran radicales y se entendían bien. El primero se reunió con los líderes de la huelga y finalmente llegó a un acuerdo. Los huelguistas se rindieron a las autoridades, liberaron a los rehenes que habían tomado, entregaron su escaso arsenal y devolvieron los caballos capturados. Pronto se reanudó el trabajo en las estancias de ovejas.37

Aparentemente los trabajadores habían triunfado, pero la Sociedad Rural lanzó una insidiosa campaña en la prensa local contra el gobierno por ser demasiado blando con los huelguistas. En julio, no es de extrañar, los ganaderos y la dirección de las plantas frigoríficas renegaron del acuerdo y se despidió a los activistas mientras se movilizaba el comité provincial de la Liga Patriótica. En respuesta, los trabajadores declararon un boicot contra los dos hoteles existentes en Río Gallegos, más tarde extendido a todas las tiendas propiedad de La Anónima. El gremio de taxistas se adhirió al boicot al negarse a transportar pasajeros a los hoteles o a las tiendas. La Sociedad Obrera terminó declarando una huelga general. La policía de Río Gallegos, aunque pequeña, estaba decidida a sofocar cualquier protesta o huelga. Dispensada por una orden judicial, allanó las oficinas de la Sociedad Obrera y destruyó el mobiliario y la modesta biblioteca. Los enfurecidos trabajadores convergieron en las estancias para incitar a los peones a plegarse a la huelga y tomaron rehenes, comida y caballos. La mayoría de los estancieros huyeron para ponerse a salvo con sus familias. Sin embargo, uno de ellos, un alemán llamado Schroeder, eligió defender su estancia. El 5 de noviembre un grupo de diez huelguistas a caballo, nueve de los cuales eran chilenos, llegaron a la estancia de Schroeder gritando “¡Viva la huelga!” mientras agitaban banderas rojas. Los hombres de la familia Schroeder abrieron fuego. Después de sufrir dos muertos y varios heridos, los chilenos se retiraron. Temiendo que regresaran en mayor número, la familia se amontonó en un automóvil rumbo a Puerto Coyle, donde telegrafiaron a la policía y pidieron apoyo. Alarmado, Yrigoyen ordenó el envío de tropas adicionales a Santa Cruz. Varela y su regimiento se embarcaron hacia Río Gallegos el 4 de noviembre, llegando a Puerto Loyola, ubicado a doce kilómetros de esa capital, el día 9. Varela no estaba dispuesto a negociar, sino totalmente decidido a sofocar la huelga de una vez por todas. Según fuentes anarquistas, más de 1.500 huelguistas, de los cuales la gran mayoría eran chilenos, fueron ejecutados sin juicio alguno en los campos y cerros de la Patagonia. Sin embargo, la mayoría de los historiadores dan una cifra bastante más baja, de 300 a 500 muertos, mucho más creíble. En directo contraste, las fuerzas navales enviadas a la Patagonia trataron a los huelguistas humanamente y, según varios testigos oculares, “se comportaron como caballeros”.38

En Río Gallegos, Varela fue homenajeado por la Sociedad Rural, y los principales políticos conservadores aclamaron “al heroico funcionario que había librado a los estancieros de la pesadilla de una revolución liderada por elementos extranjeros”. Cuenta la leyenda que numerosos miembros de la comunidad británica presentes cantaron “For he is a Jolly Good Fellow” en su honor. Mientras se hallaba en Río Gallegos miembros de la Sociedad Rural, la Liga Patriótica y la Liga de Comercio e Industria se reunieron en el puerto para despedirse del “héroe” que regresaba a Buenos Aires, pero una recepción muy diferente esperaba a Varela en la capital. Para la clase trabajadora, los anarquistas y socialistas, Varela era simplemente un carnicero que regresaba con las manos teñidas en sangre. Para los radicales, era simplemente una vergüenza. Solo una multitud de partidarios de la Liga Patriótica lo saludó en el muelle. Una vez en Buenos Aires, Varela se reunió con el ministro de Guerra, quien a regañadientes le dio permiso para ver al presidente. Después de varios intentos fallidos de hablar con Yrigoyen, quien obviamente trataba de evitarlo, Varela ingresó en su despacho sin previo aviso, antes de que los secretarios temblorosos y asombrados pudieran detenerlo. Sin amoscarse, Yrigoyen lo saludó amistosamente diciéndole: “¡Teniente coronel! ¡Usted es precisamente el hombre a quien deseaba ver!”. Varela estaba bajo escrutinio en la prensa local y en el Congreso. A pesar de la lejanía de la Patagonia, los detalles de las masacres habían comenzado a llegar a Buenos Aires. El juez Viñas había reunido detalles de testigos oculares sobre lo ocurrido en Santa Cruz y los había remitido al Departamento de Trabajo. Antonio de Tomaso, diputado socialista de Buenos Aires, expuso la verdad y exigió una investigación del Congreso. Una vez que se enfrentó a Yrigoyen, Varela mencionó los ataques de la prensa y le pidió una declaración oficial que reivindicara sus acciones y un decreto que recompensara a sus subalternos con promociones. También pidió al presidente que pusiera fin a las críticas de los socialistas. Yrigoyen, con calma, convocó al ministro de Guerra, mencionó el comunicado y el decreto solicitados por Varela, y luego concluyó la entrevista diciendo: “¡Quédese tranquilo, teniente coronel!”.39 Ni el comunicado ni el decreto fueron emitidos. Después de todo, el mandato de Yrigoyen expiraría en octubre. Entonces, ¿qué hay de la investigación del Congreso exigida por De Tomaso? Cuando se votó en la Cámara de Diputados, la mayoría radical lo hizo en contra de la moción y ese fue el final del asunto.40

Historiadores radicales que examinan la primera presidencia de Yrigoyen han omitido referencias a la Semana Trágica de Buenos Aires y a las masacres en la Patagonia, o simplemente distorsionaron los hechos. Según Gabriel del Mazo, cuando las compañías ferroviarias de propiedad británica exigieron tropas para sofocar las huelgas Yrigoyen rechazó tal solicitud y respondió:

Señores, [deben] entender que todos los privilegios en este país han terminado, y que las Fuerzas Armadas de la nación solo serán desplegadas para defender su honor e integridad. Este gobierno no pondrá fin a esta huelga mediante el uso de la fuerza.41

Sin embargo, las Fuerzas Armadas fueron empleadas para sofocar a los huelguistas en forma aún más violenta. En un estudio reciente de la movilización popular bajo el gobierno radical, Joel Horowitz concluyó que los disturbios rurales en áreas como la Patagonia amenazaron al gobierno porque muchas de las propiedades pertenecían a las elites locales o estaban controladas por intereses británicos. Como señala Alan Rouquié, la mayoría de los oficiales no olvidarían la actitud de un gobierno más preocupado por su imagen que por recompensar o justificar el comportamiento de Varela.42

Para un historiador británico, el episodio patagónico “se erige como la más grave acusación moral al gobierno radical, que descuidadamente dio al Ejército una mano libre para actuar como desea y exterminar despiadadamente a los huelguistas, aprovechando la lejanía de la región y las pobres comunicaciones con Buenos Aires que impidieron que la historia se conociera en Buenos Aires. El gobierno no tenía compromisos electorales en el sur, ya que la zona estaba formada por territorios nacionales sin derecho a voto. En vista de los acontecimientos de 1919, parece justo concluir que los obreros principalmente chilenos en Chubut y Santa Cruz se convirtieron en víctimas de los esfuerzos del gobierno para mejorar sus relaciones con los militares”.43

A pesar de su carisma innegable y su talento como político, Yrigoyen sufría un gran defecto de carácter: era totalmente inescrupuloso. Durante una reunión partidaria en 1894, Leandro N. Alem, su tío y mentor y la persona que lo conocía mejor, observó que Yrigoyen era la fuerza más poderosa que había conocido, porque no tenía escrúpulos. Por lo tanto, hacía lo que era conveniente más bien que lo que era decente. Estos rasgos con el correr del tiempo resultarían en su derrocamiento y subsecuentemente en el fracaso de la democracia en la Argentina.44

La Argentina entre dos guerras, 1916-1938

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