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El sentido común político securitarista

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Las comunidades que se organizan para promover la seguridad localmente definen sus acciones sobre la base de los recursos políticos, culturales y técnicos con los que cuentan. Sus iniciativas de seguridad se basan en lo que Gramsci llamaría un sentido común político que dicta no sólo qué hacer y con qué medio enfrentar un problema, sino que dicta la interpretación del mundo (Gramsci 1971). No existe, por supuesto, un sentido común político unánime, pero tampoco se puede obviar la existencia de unas ideas políticas generalizadas (de LaRoche 1990; Cruz 2000). ¿Qué filosof ía cotidiana sobre la violencia y la inseguridad tienen las personas de una ciudad como Bogotá? ¿Qué sentido común político encarna esas ideas?

En una investigación realizada para responder estas cuestiones se pudieron detectar varios rasgos de la filosof ía cotidiana de las personas en los barrios más pobres de Bogotá sobre la inseguridad y la violencia (Peña 2017). La presentación de los detalles sobrepasaría la extensión del presente artículo, pero es relevante mostrar los resultados más gruesos de dicha investigación porque permiten entender el contexto en que se mueven las organizaciones sociales, la relevancia de las acciones y, por supuesto, sobre qué principios entienden las personas que se deben fundar las relaciones con quienes se comparte la calle, el barrio y la ciudad y, de forma muy interesante, la impronta que ha dejado la pugna entre izquierda y derecha en su comprensión y narración de los problemas de inseguridad y violencia. Todos estos temas tienen especial relevancia para el contexto de construcción de paz y la comprensión de las innovaciones políticas de las organizaciones.1

En la mencionada investigación, se realizaron entrevistas semiestructuradas en las zonas donde operan las organizaciones sociales y que versaron sobre tres cuestiones principales, a saber: a) ¿Cuáles son las fuentes de la inseguridad y violencia en su barrio?; b) ¿Qué hacer para contrarrestarlas?; y c) ¿Quién es el responsable de promover la seguridad y la convivencia? El análisis de las respuestas permitió revelar cuatro rasgos indivisibles del sentido común político allí.

El primero es la interpretación de los problemas de inseguridad y de las tensiones sociales como una disputa entre izquierda y derecha. Las personas narran los problemas de seguridad más próximos como un problema causado por “la izquierda” que la definen, en resumidas cuentas, como aliada de toda la delincuencia. Esta no es una interpretación popular nueva porque a lo largo de todo el conflicto armado interno y de una férrea Doctrina de Seguridad Nacional, se ha logrado instalar la idea de que el comunismo es un enemigo que acecha desde dentro y fuera del país. La Política de Seguridad Democrática logró servirse de ese patrón para construir un discurso de seguridad basado en insidias y maquinaciones muy cercanas a las de la Doctrina de Seguridad Nacional.

Se detectaron posturas autoritarias anti-izquierdistas en las que se le atribuían los problemas de inseguridad —y de los problemas generales de la ciudad y el país— a “la izquierda”, la cual se asocia no sólo con partidos políticos (el Partido Comunista Colombiano, el Polo Democrático Alternativo, el MOIR, etc.), sino con ONG de Derechos Humanos, sindicatos, estudiantes de universidades públicas, grupos de hip-hop, grafiteros y organizaciones sociales. Consideran a este heterogéneo grupo como aliados y/o miembros de la guerrilla, fuente de toda la delincuencia. Así, dentro del grupo de personas anti-izquierdistas, todos estos grupos que componen “la izquierda” están siempre al lado de la delincuencia porque ésta tiene, se supone, como objetivo imponer un régimen basado en la inmoralidad y la corrupción. Este discurso no tiene nada de nuevo en Colombia.

El segundo rasgo del sentido común securitarista es el de la intolerancia social. Frente a la pregunta de qué hacer para enfrentar a la delincuencia, algunas de las respuestas fueron abiertamente autoritarias y abogaban por medidas como “la limpieza social” para promover la seguridad en la ciudad. Las posturas autoritarias se sirven de una división entre los buenos y los malos ciudadanos y se construyen sobre la base de la deshumanización y la apatía moral (moral disengagement) (Bandura et al. 1996; Bandura 1999, 2002; Detert, Treviño y Sweitzer 2008) evidenciadas en el lenguaje de desinfección; la manipulación de comparaciones; la negación o desplazamiento de la responsabilidad sobre otros; ignorando o minimizando los efectos perjudiciales de las acciones de unos y, al mismo tiempo, maximizando y atribuyendo culpas a otros.

Un tercer aspecto dentro del sentido común securitarista es que se considera al sistema de justicia y al Estado de derecho como alcahuetes de la delincuencia y como una barrera para la obtención de seguridad rápida y efectiva. En esa lógica de pensamiento, “el Estado” es considerado como débil o maniatado por normas, leyes y actores dentro del mismo Estado que hablan de protección de derechos humanos. Esa idea refuerza el anterior rasgo sobre el uso de mano dura o la justicia por mano propia.

El último rasgo del sentido común político securitarista es que incluye una representación espacial sobre la configuración política externa y sobre la relación con los países vecinos. Si bien las referencias son sobre todo nacionales, la efectividad de esta filosof ía política cotidiana se deriva de la posibilidad de extender las clasificaciones, tales como amigo-enemigo, al resto de los países. Por eso hablamos de un sentido común geopolítico como rasgo del sentido común político securitarista. Curiosamente, este sentido común se plantea como una confrontación capitalismo-comunismo. Entre las personas, este rasgo se expresa en la idea de la existencia de una supuesta alianza entre la izquierda local (organizaciones sociales, ONG y políticos) con la izquierda internacional (Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua).

Sin olvidar que la inseguridad es un sentimiento fundado en experiencias concretas de las personas (ser víctima de robos, agresiones, presenciar la operación de economías ilegales, etc.) es pertinente observar que la geopolítica tiene una dimensión cotidiana que es clave incorporar para entender que la sensibilidad y, especialmente, la manera como la gente construye y se refiere a los problemas de inseguridad no está aislado del contexto político en el que se fabrican las representaciones espaciales (Estados aliados, Estado amigo, eje del mal, etc.). Esa geopolítica cotidiana de la seguridad muestra que hay dimensiones de la seguridad más allá del Estado, que tiene una incorporación en las sensibilidades y relatos de las personas (Pain y Smith 2012).

¡Aquí los jóvenes! Frente a las crisis

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