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Nos Faltan 43: el museo como máquina de guerra

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El 26 de octubre, un grupo de jóvenes estudiantes de la Escuela Rural Isidro Burgos proveniente de Ayotzinapa, Guerrero, había considerado participar en la marcha del 2 de octubre, la cual conmemora anualmente la matanza estudiantil ocurrida durante 1968 en Tlatelolco, Ciudad de México. Ante la intolerancia del gobierno, la policía y ejército combinaron su violencia para desaparecer a los 43 normalistas, aunado a la masacre de Julio César Mondragón, quien fue torturado a tal grado de arrancar la piel de su rostro, y cuyas imágenes circularon en redes sociales, periódicos y diversos medios de comunicación nacionales e internacionales.

Precisamente, uno de los lugares que se movilizaron rápidamente ante la situación fue el Museo Casa de la Memoria Indómita, que, según el testimonio de Gálvez, antes del 3 de octubre de 2014 ya había logrado conseguir las 43 imágenes de los jóvenes estudiantes normalistas para denunciar la desaparición forzada por parte del Estado. De los cuales, por cierto, en 2018, aún no se sabe qué sucedió a pesar de las indagatorias del gobierno y la intervención de los organismos internacionales. En este sentido, este dispositivo exhibitorio de la lucha por los desaparecidos permitió la colaboración con las madres y padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014 y hasta la fecha.

En la entrevista que realicé de manera personal con Jorge Gálvez, también relató los vínculos históricos de las Doñas con las normales rurales por una cuestión ideológica y política. Es importante señalar que a estos estudiantes de las normales rurales también los apadrinaron varias ocasiones en sus graduaciones. Tal articulación y antecedentes históricos, no sólo permitieron armar rápidamente una exposición que visibilizaba, denunciaba y exigía la aparición con vida de los estudiantes, sino que agilizaba la rapidez en su actuar. La eficacia dependió de su histórica relación que les permitió actuar antes de que la noticia se viralizara en redes sociales e incluso entre los propios activistas. En cuanto a la exposición, más allá de una curaduría o una museograf ía grandilocuente, la significación se manifestaba con mayor fuerza en el apoyo y la solidaridad que demostraban dos luchas vinculadas, que en realidad es la misma, como expresó el coordinador del Museo.

La exposición de los rostros de los estudiantes, así como otra exposición organizada acerca de los padres de los normalistas, fueron precisamente una máquina de guerra ante la injusticia del dif ícil panorama político que se ha estado viviendo en México durante varias décadas, y que desde el inicio de la Guerra contra el narco, declarada en 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón, ha sido una masacre brutal. En este sentido, la salida del ejército a las calles ha entrado en una fuerte crisis que nos ha llevado recientemente (enero 2018) a la aprobación de la Ley de Seguridad Interior que otorga privilegios peligrosos a las Fuerzas Armadas.

Regresando a la cuestión de estas dos exposiciones, las cuales anclo al concepto de máquinas de guerra, es necesario comprender cuáles son las características de este perfil. Huberman, quien lanza este potente concepto hacia 2010, nos permite equiparar ciertas exposiciones como respuesta a los aparatos de Estado, los cuales utilizan sus museos como instituciones territoriales, centralistas, que están al lado del poder. En este sentido, Rufer afirmaría que construyen la curaduría del Estado. Así que retomando este concepto de Deleuze y Guattari respecto a máquinas de guerra, Huberman considera que la oposición ante este gran aparato del Estado, se puede perfilar mediante ciertas exposiciones, como un recurso que incrementa la potencia del pensamiento (Didi-Huberman 2011).

Por otro lado, Huberman señala que las máquinas de guerra se caracterizan por mostrar una falta de sincronía, por lo que sus resultados implican espera. Asimismo, considera que una máquina de guerra nunca termina del todo, nunca tiene la última palabra, dado que se basa en el montaje, el cual es un proceso inagotable. Para Didi-Huberman, la exposición es un acto político porque es una intervención pública, y aunque esto pudiera ser ignorado, sigue siendo una toma de postura dentro de la sociedad.

Bajo este concepto, considero que si bien las dos exposiciones temporales realizadas en el Museo Casa de la Memoria Indómita, poseen esta potencia política que señala Huberman, también quisiera referirme a una acción de exhibición que me parece poderosa, realizada en este recinto. Me refiero a las 43 bancas vacías expuestas sobre el andador peatonal de Regina, las cuales sacan a diario en esta calle. Este despliegue exhibitorio, por parte de quienes colaboran con el Museo Casa de la Memoria Indómita, es una intervención en el Espacio Público que recuerda la ausencia de los jóvenes estudiantes normalistas. Si bien las marchas o manifestaciones no podrían ser a diario y tampoco se ha adoptado una estrategia como en el caso argentino, donde cada cierto día de la semana se hacía una caminata en la plaza. La acción exhibitoria de exponer los 43 lugares que deberían ocupar los estudiantes, contiene esa potencia política de una máquina de guerra.

La exposición de estas bancas no sólo incrementa la potencia del pensamiento como afirma Huberman, sino que mantiene una crítica imparable que apunta como un tanque hacia el propio Estado, recordándole su responsabilidad en este crimen de desaparición forzada. Esta máquina de guerra se basa precisamente en el montaje, a la vez que es un acto performativo que no se limita a responder la lógica de una exposición temporal y mucho menos a la de las colecciones que se exponen de manera permanente, sino que sale a la calle como un proceso inagotable que sólo es posible culminar hasta que se haga justicia y aparezcan los estudiantes. En este sentido, la exposición de las 43 bancas en un espacio público constituye un acto político.

Atendiendo ahora la contraposición entre aparatos de Estado y máquinas de guerra que reflexiona Huberman, me interesa retomar lo que considero una respuesta del Estado. En primera instancia, es necesario reconocer el señalamiento de la sociedad en la famosa consigna “Fue el Estado”, el cual fue apoyado por asociaciones civiles, activistas, así como por diferentes organizaciones que luchan por los derechos humanos, e incluso en la denuncia de organismos internacionales que han señalado los abusos de las Fuerzas Armadas en México. En medio de este panorama, considero emblemático atender los mecanismos exhibitorios del Ejército. Este tema lo trataré a continuación.

¡Aquí los jóvenes! Frente a las crisis

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