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La lucha sigue: Museo Casa de la Memoria Indómita

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Antes de abordar el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y su relación con este espacio museal, es importante señalar que me interesa examinar el museo desde la perspectiva de Tony Benett, quien lo analiza desde la noción de complejo exhibitorio. En relación con esta noción, Mario Rufer explica:

El historiador Tony Bennett acuñó en 1988 el término de “complejo exhibitorio” para estudiar la importancia que las grandes exhibiciones y los museos adquirieron en la escena europea internacional durante el siglo XIX. De algún modo lo que Bennet intentaba exponer es que las nociones científicas de orden, jerarquía, clasificación y pertenencia se volvieron un “problema de cultura”: esto es, se tornaron parte de una estrategia pedagógico-formativa fundamental de las nuevas esferas públicas y la construcción de civilidad (incluso para las clases trabajadoras). Una tecnología visual con procedimientos específicos se volvió parte de una rutina para crear ciudadanía. (Rufer 2014, 96)

Una vez entendido que el museo constituye una tecnología visual que desarrolla determinadas estrategias pedagógicas/formativas, planteo el estudio de dos complejos exhibitorios en tensión. Por un lado, el proveniente del discurso oficial del Estado mexicano a través del despliegue exhibitorio militar, y, por otro, el contradiscurso desarrollado a través del Museo Casa de la Memoria Indómita, recinto que aborda el caso de los desaparecidos políticos, el cual es gestionado por el Comité Eureka.

Para entender la lucha del Comité Eureka, es necesario saber que esta organización, surgida en el contexto de la Guerra Sucia en México, fue fundada hacia 1977 por Rosario Ibarra de Piedra, cuyo hijo, Jesús Piedra Ibarra, fue detenido y desaparecido en Monterrey por parte de miembros del Estado mexicano. Así inicia este Comité Pro-Defensa de presos, perseguidos, desaparecidos y exiliados políticos de México, que desde su origen ha luchado para que los desaparecidos por parte del Estado sean presentados con vida.2 Es importante comentar que así como en Argentina se les llamó a las mujeres que luchaban por sus desaparecidos, las Abuelas y las Madres de la Plaza de Mayo, a las mujeres de Comité Eureka se les conoce como las Doñas, a las cuales me estaré refiriendo a lo largo del texto.

La lucha constante de las Doñas del Comité Eureka ha consistido no solamente en exigir la presentación con vida de los desaparecidos políticos, sino que ha sido una ardua tarea que da seguimiento a los casos, documentan, realizan manifestaciones públicas, y han logrado la liberación de por lo menos 148 personas. Asimismo han exigido la aparición de más de 557 personas que tienen registradas en sus archivos, cuenta que desde 1969 sigue aumentando cada sexenio y a la cual se suman los estudiantes de Ayotzinapa.

Respecto al Museo Casa de la Memoria Indómita, se encuentra en la calle de Regina número 66, entre la calle 5 de Febrero y 20 de Noviembre, a cuatro cuadras antes del Zócalo de la Ciudad de México. La casona de tres niveles, construida en 1923, fue en su momento estación de bomberos y en 2005 fue otorgada en comodato por el entonces jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador. La inauguración se realizó el 14 de junio de 2012 (Ibarra 2013, 57).

Ahora bien, ¿qué dio lugar a la creación del Museo Casa de la Memoria Indómita y cómo se puede entender su existencia en una dimensión política? De entrada, existen varias investigaciones acerca de este espacio, como la de Tatiana Wolff (2014), que aborda este recinto desde una perspectiva más descriptiva con una óptica museológica.3 También podemos encontrar el de Alejandra Fonseca y Sebastián Vargas, quienes lo inscriben como una alternativa coherente capaz de generar una asertividad comunicativa acerca del tema de la desaparición forzada. Estos dos autores entienden que los museos de la memoria, como el caso de la Casa de la Memoria Indómita, están inscritos en las cuestiones del trauma y el dolor, por lo que postulan que este espacio de exhibición aborda eficazmente la problemática que presenta, en contraste con los discursos del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México que consideran ineficaces, tendenciosos, despolitizados y desvinculados del contexto mexicano (Fonseca y Vargas 2015, 78-80).

Ante los aportes de estas indagaciones mencionadas, me di a la tarea de conocer las razones que dieron lugar para la gestión y creación de este museo en palabras directas de su actual coordinador Jorge Gálvez, quien amablemente me recibió y compartió puntos fundamentales que a continuación trataré.4 También debo aclarar que no me interesa en este momento hablar de las especificidades técnicas o museográficas de este museo, relatando a profundidad el contenido, obras y demás objetos que se encuentran en él, tarea que ya Tatiana Wolff desarrolló en el texto citado, sino que me interesa hacer una lectura que se inscriba en la significación y potencia que este espacio tiene desde un ámbito político.

Partiendo de lo relatado por Jorge Gálvez, es posible afirmar que este museo inició con la preocupación del tiempo, dado que muchas de las Doñas se encontraban “angustiadas todavía de que no se les hubiera hecho justicia a sus hijos e hijas”, así como por su estado de salud y su avanzada edad. Por esta razón, el museo se erigiría como una estratégica de anticipación ante el ciclo inevitable de la vida, en tanto que afirmaban rotundamente: “queremos seguir luchando aún después de muertas y les encargamos la seguridad de nuestros hijos”. El museo, en este sentido, se inscribe en la búsqueda de generar una lucha no sólo por la justicia, sino contra el tiempo, irrumpiendo con la voluntad de lucha más allá del cansancio f ísico, el deterioro de la salud f ísica y la muerte.

Otro punto fundamental para las Doñas, aunado al museo, entendido como extensión de la lucha, fue la cuestión de entender que el público al que buscaban interpelar era a la juventud. Al respecto Jorge Gálvez relató:

Fíjate que siempre habían hablado del vínculo que tenían que tener con la juventud […] ellas siempre dijeron, tenemos que vincularnos de alguna manera con los jóvenes, y la única manera, aparte de la lucha, que uno tiene que inyectar esa, esa energía que hay en las protestas, en las demandas, en las exigencias a que se cumplan con las leyes, con nuestra Constitución, una de las cosas muy importantes es la cultura, es necesariamente un pueblo que es culto es indomable.

De manera que esta evocación de lo indómito, que precisamente forma parte del nombre del museo, constituye un nexo que las Doñas relacionaban con aquello dif ícil de someter, guiar, controlar o domar, evocando la identificación con los “espíritus libres de los jóvenes”.

En palabras de Jorge Gálvez, la problemática de la propuesta del museo no solamente estaba relacionada a un buen planteamiento del mismo, sino al dolor que implica hablar de un miembro de la familia desaparecido, “sobre todo cuando sabes quién es el que ha perpetrado esas desapariciones. En este caso, todos nuestros casos, es el Ejército mexicano”. De forma que este museo se constituye como un contradiscurso que se articula a partir del señalamiento, la visibilización y la denuncia que hacen los familiares hacia los militares mexicanos por el crimen de desaparición forzada. La potencia de su creación y exposición marca un hito en la historia no relatada y abre una página negra en las instituciones museísticas del Estado que irrumpe en la curaduría de la nación (Rufer 2009).

Este dispositivo museístico que busca construir un diálogo con la juventud, se perfila como un lugar de enunciación que se esfuerza por expresar “la continuidad de aquella lucha”, un lugar donde los archivos, fotograf ías y cada papel expuesto tiene una significación sacralizada por parte de los familiares, dado que “es el único contacto”, por lo que la apertura de esta intimidad del archivo coloca este lugar como un recinto afectivo que atraviesa el terreno de las emociones y apela a la empatía de quien lo visita. Una de las preguntas principales que surgieron en la creación de este museo es sobre el tratamiento del dolor y la experiencia traumática. Jorge Gálvez comentaba al respecto: “¿cómo se expone/ exhibe el dolor? y ¿cómo se dulcifica ese dolor?”. Esto con la finalidad de no generar una re-victimización, sino constituirlo como un espacio de amor, según las palabras del coordinador. En este sentido, Casa de la Memoria Indómita es, por supuesto, un espacio ideológico que busca proyectar una cierta lucha y reclamo que interpela al Estado, pero que, ante todo, es un espacio sensible y afectivo.

En este museo podemos encontrar un despliegue contrario al coleccionismo con que identificamos a las instituciones museísticas tradicionales, incluyendo a las pertenecientes al Estado (artístico, científico, tecnológico o de otra disciplina), dado que no parte de la idea de exhibir como acto de poder en sí, sino que deviene de un modo de denunciar al poder y a la vez generar empoderamiento. Por tanto, tendríamos que colocar a este espacio como un productor sígnico que da sentido a la lucha de las Doñas, cuyo objetivo es mantener viva la memoria de los desaparecidos, seguir exigiendo su presentación con vida, pero a la vez convocando a las nuevas generaciones a través de la creación de vínculos afectivos, razón por la cual entienden que la exposición de su archivo, difusión y circulación se convierte en una necesidad de vida.

Así pues, el acto de exhibir se manifiesta como acusación al Estado mexicano, a los ejecutores de la violencia, en este caso al Ejército, desnudando las violencias fundantes que borran la memoria dolorosa y traumática. Es pues también una denuncia al tutelaje que continuamente se impone al seleccionar lo que debe ser recordado y olvidado. Este recinto, por su origen, propone ser abiertamente político, señala todo el tiempo las responsabilidades y culpas de un Estado criminal, ante el cual exige justicia.

¡Aquí los jóvenes! Frente a las crisis

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