Читать книгу ¡Aquí los jóvenes! Frente a las crisis - Gerardo Gutiérrez Cham - Страница 23
El despliegue exhibitorio militar
ОглавлениеEs notable que la situación de México, en contraste con otros países latinoamericanos, durante la celebración de los bicentenarios de la Independencia, y el centenario de la Revolución en el caso mexicano, no hubo otro país que desarrollara una política de creación de museos militares para celebrar tal acontecimiento. En México se utilizó tal argumento/pretexto para crear los siguientes espacios, aunado a la celebración de los 100 años del Ejército Mexicano:
1 1. Museo del Ejército y Fuerza Aérea, Ciudad de México, 2010 (MUEFA).
2 2. Plaza del Servicio a la Patria, Ciudad de México, 2012.
3 3. Museo del Centenario del Ejército Mexicano, Ciudad de México, 2013.
4 4. Museo de Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, Puebla, 2014.
5 5. Museo del Heroico Colegio Militar, Ciudad de México, 2016.
Y no sólo se crearon estos museos y monumentos, sino que también se decidió promover una exposición itinerante de las Fuerzas Armadas que inició en 2013 por todo el país y que ha recorrido más de 25 localidades de toda la República mexicana, con una asistencia de más de 23 millones de personas (hasta finales del 2017).5 Estratégicamente, la exposición itinerante “Pasión por Servir a México” ha caminado las ciudades más importantes del territorio mexicano. Asimismo es importante señalar que nunca, en la historia de las exposiciones en México,6 una exhibición se había presentado en tantos lugares, ni tampoco había durado más de cinco años. En realidad no hay otro país en Latinoamérica que realizara una política cultural militar de esta dimensión. Cabe mencionar que en 2018, ocho años después de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana, y a cinco años del centenario del Ejército, las exposiciones itinerantes siguen recorriendo las ciudades más importantes del país. También es destacable señalar que han aumentado los espectáculos aéreos, musicales y los vínculos interinstitucionales entre la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) con la Secretaría de Turismo, así como la Secretaría de Cultura.
Los únicos países latinoamericanos con una infraestructura cultural militar de gran magnitud son Brasil y Argentina, cuyos Ministerios de Defensa poseen una enorme cantidad de instituciones culturales y museísticas a lo largo y ancho de su territorio a nivel nacional, pero no con un programa como el de las exposiciones itinerantes que recorran sus territorios. Este panorama contrastante del proceso mexicano con la situación latinoamericana, en cuanto al despliegue de políticas comunicacionales y culturales, coloca a México en un lugar singular. Por esta razón, considero que el caso mexicano tiene una preeminencia en Latinoamérica, no sólo a nivel nacional, sino regional. La problemática no puede pensarse sólo a través de la conflictividad política de la seguridad, sino en la dimensión de las políticas culturales que la Secretaría de la Defensa Nacional, junto con otras secretarías y organismos está desplegando a manera de un complejo exhibitorio que abarca la creación de museos militares, exposiciones itinerantes, espectáculos aéreos, construcción de parques militares, contenidos propagandísticos en televisión, radio, cine y otros medios, incluyendo tarjetas de transporte, boletos de metro e incluso billetes de lotería que colocan en circulación una desbordante visualidad a nivel nacional de las Fuerzas Armadas, similar a una poderosa campaña de marketing cultural.
Estamos, por tanto, ante un proceso de militarización cultural, el cual se conjuga con la reciente aprobación de la polémica Ley de Seguridad Interior, cuestionada por diversos organismos de derechos humanos que encuentran en este instrumento un problema profundo que revela la crisis del actual gobierno mexicano. Asimismo, días después de esta aprobación legislativa, se informaba que con un costo de 98.4 millones de dólares (mil 968 millones de pesos), México adquiriría armamento militar vendido por Estados Unidos (entre el que destacan misiles RGM-84L, Harpoon Block II, misiles tácticos Block II Rolling Airframe Missile (RAM) y torpedos ligeros and MK 54 Mod 0).
La acción del gobierno mexicano reveló una vez más la situación crítica de intereses que se mueven entre Estados Unidos y México. Muestra inevitablemente las diversas formas de intervención militar y económica que se siguen realizando a través de mecanismos legalizados, a pesar de la crisis de derechos humanos señalada por organismos internacionales en materia de seguridad.
En este complejo exhibitorio que ha desarrollado la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), encontramos el uso de los aparatos de Estado que Huberman señala, aquellos que constituyen la instrumentalización de los dispositivos de exhibición institucionales como la parte que juega del lado del poder. Como bien afirma Huberman (2010, 25): “El aparato de Estado exige un resultado […], siempre busca tener la última palabra, con frecuencia se intenta resumir las exposiciones en una consigna, en un eslogan”, el cual encontramos en cada uno de los museos, exposiciones y espacios de la SEDENA: “Pasión por servir a México”, como una fórmula de mercadotecnia que ha tratado de reposicionar, principalmente, al Ejército ante la evidente crisis de derechos humanos y su caída en la aceptación de la sociedad mexicana.
Es importante señalar que el despliegue militar no busca sólo convocar a jóvenes a través de las distintas actividades f ísicas, sino que trata de seducir a mujeres, niños y adultos, mediante la grandilocuencia de sus tecnologías para la guerra, las continuas muestras de disciplina canina, la destreza de los aviadores que es posible presenciar en los espectáculos aéreos, la heroicidad en la ejecución del PLAN DN III, o la promesa de seguridad con los stands de la policía militar.
Inmersos en una guerra contra el crimen organizado, mejor conocida como guerra contra el narco, se despliega a la par una guerra de las imágenes que no ha cesado, una guerra que ya había descrito Serge Gruzinski (2010), donde el poder utiliza las imágenes mediante distintos dispositivos exhibitorios a lo largo de la historia para colonizar, despojar, olvidar, borrar y seleccionar lo que deben producir los discursos oficiales del Estado mexicano mediante sus ejemplares despliegues de política cultural y comunicacional. Remitirnos a las prácticas de las pedagogías coloniales de la evangelización católica del siglo XVI, no parece ser una reflexión descabellada ante el fenómeno de militarización cultural que se está viviendo en México.
Sin embargo, esta guerra de imágenes o lucha simbólica es parte de las tensiones que se conjugan en muchas otras guerras. Recordemos, por ejemplo, el caso relatado por Saunders (2001) con respecto a las prácticas de la alta cultura norteamericana capitalista que este autor demostró al exhibir las acciones de vaciamiento ideológico en las artes visuales durante la Guerra Fría. En este panorama, Estados Unidos implementó una serie de medidas para atender la complicada situación, pero también, y de manera especial, emprendió una lucha para contener el comunismo, aseverando que su objetivo era hacer frente a la amenaza rusa y posteriormente china, para así preservar los valores norteamericanos. Considerando la influencia y avance de la ideología socialista en la región, era necesario borrar mediante la corriente artística del abstraccionismo cualquier discurso de índole social, así como despolitizar y ensordecer cualquier reclamo por parte de artistas/activistas militantes de aquella época. Tal estrategia fue articulada por medio de programas de becas, exposiciones convocadas por grandes empresarios, sin olvidar los concursos internacionales y otros dispositivos que, según los papeles recuperados de la CIA por este autor, lograron el vaciamiento ideológico de la izquierda en la práctica de las artes visuales en América Latina, lo cual se conoce actualmente como la Guerra Fría Cultural.
Si bien la evangelización y la Guerra Fría Cultural7 son ejemplos de las violencias en el campo cultural mediante un proceso tanto de colonización como despolitización estética. Y a pesar de esto, museos como Casa de la Memoria Indómita demuestran que perviven las prácticas estéticas de resistencia, así como su efectividad simbólica. Por lo que las máquinas de guerra siguen estando presentes denunciando en aquellos resquicios que no es posible obstruir.