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Conclusiones

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Se han presentado acciones no autoritarias destinadas a la construcción de seguridad urbana que tienen como eje la acción colectiva contenciosa, las redes territorializados de acciones y los repertorios de confrontación que despliegan las organizaciones sociales. Esto nos permite plantear cuatro puntos.

El primero es si estas acciones realmente sirven, si el trabajo de las organizaciones tiene impacto en la reducción de la criminalidad y si estas acciones son la solución a los problemas de seguridad. Lo primero para reconocer la importancia de estas acciones contenciosas es pensar que éstas hacen parte del proceso político amplio. Las organizaciones no son ingenuas y saben que hay problemas que sólo se resuelven haciendo cambios estructurales en la sociedad. Pero estas acciones están generando oportunidades e innovaciones políticas y diciendo que los cambios no les van a caer de afuera ni se construyen sin ellos o fuera de sus comunidades. Las organizaciones también entienden que sus actividades tienen un impacto en la seguridad porque le quitan bases territoriales y sociales a la criminalidad, porque arrebatan jóvenes a los actores armados y les muestran opciones de vida alternativas basadas en valores como el estudio, el trabajo en equipo, la solidaridad y la bondad. Estas acciones han salvado vidas y han detenido el avance de actores armados, como lo muestra el caso del barrio Potosí, en el que las experiencias de educación comunitaria han logrado crear una contención a los grupos paramilitares que dominan en los barrios vecinos como Caracolí.

En segundo lugar, con la presentación de estas experiencias se ha reivindicado que la política tiene un lugar (las organizaciones sociales usarán preferiblemente el término territorio), y para tal fin se habló de la manera como se territorializa, como se “geografiza” la política, acudiendo a temas considerados poco problemáticos como, por ejemplo, la distribución espacial de las organizaciones sociales y la estructura espacial de las redes de acciones. Pero, sobre todo, también se ha dicho que el lugar importa porque los conflictos, los desaf íos, los discursos y las solidaridades están basadas, no sólo en enraizamientos locales, sino en la reivindicación o construcción de sentidos de lugar alternativos a los impuestos por actores armados o por una cultura política fundamentada en el sectarismo y la deshumanización. Los objetivos de las organizaciones están planteados efectivamente en términos de lucha contra representaciones espaciales hegemónicas que reproducen estigmas territoriales y estigmas sobre personas por las cuales hay que intervenir, corregir y disciplinar. Así, el lugar importa porque reivindicar o construir derechos (en los casos analizados, el de la vida) es básicamente territorializar derechos, lo que, en últimas, significa que la acción colectiva pone de manifiesto disputas entre actores por territorializar proyectos diversos. Después de esto cobra sentido la pregunta: ¿Qué quedaría de la acción colectiva contenciosa si suprimimos el espacio, el lugar o el territorio?

En tercer lugar, resulta extraño hablar de la seguridad urbana y la acción colectiva contenciosa porque existen prejuicios según los cuales las iniciativas destinadas a crear espacios más seguros son proyectos autoritarios o que la seguridad simplemente no es un derecho. La experiencia de trabajo del autor con las organizaciones sociales, justamente, contradice esos prejuicios porque afirma que la seguridad es un derecho, aunque lo subordinan a la realización de otros derechos y porque, con sus acciones, muestran que es posible innovar políticamente para promover formas no autoritarias de securitización de la ciudad. Adicionalmente, estudiar esta relación entre seguridad y acción contenciosa muestra que la sociabilidad urbana basada en el miedo, el individualismo, la desconfianza y la exaltación de la violencia, está siendo retada y está lejos de ser unánime. Por eso hablamos de una geograf ía de la esperanza, término ya usado por James Baer (1998) y David Harvey (2000) para referirse a los proyectos en los que las personas buscan ser arquitectos de un cuadro de vida alternativo. En nuestro caso, nos referimos a la geograf ía de la esperanza encarnada en los proyectos de construcción de una espacialidad alternativa a la violencia y la inseguridad.

Por último, en este análisis, que se podría denominar de geograf ía política de la ciudad, se ha buscado aportar algo en un campo en el cual la geograf ía política no es buena: estudiar la construcción de paz. De hecho, como se deduce de los trabajos de varios autores (Gregory 2010; Koopman 2010, 2011; Megoran 2011), la geograf ía política, en las diversas escalas de análisis, es muy buena estudiando la guerra y deficiente abordando la paz porque cuando se trata de la primera, ésta es elocuente, teórica, interdisciplinaria, comprometida y construye una crítica convincente y estimulante de las culturas y las prácticas de la guerra. Mientras que para tratar la paz, la construcción de alternativas a la inseguridad y alternativas de seguridad, hay pocos conceptos y poco contenido. El hecho de que, como dice Koopman en su Alter-geopolítica, otras seguridades están tomando lugar (other securities are happening) es un llamado a prestar más atención a la relación entre acción colectiva contestaria y popular y la securitización del espacio.

¡Aquí los jóvenes! Frente a las crisis

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