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4. Amenaza de tormenta

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Guillermo se acomodó el nudo de la corbata y peinó sus cejas con los dedos. Esa mañana su reflejo no le inspiró confianza, torció la boca y examinó con minuciosidad la superficie del espejo en busca de algún desperfecto que afeara su semblante, pero no tuvo éxito.

—Señor, no cambiará por más que se mire.

—Algo está mal.

—Lo normal es que hoy todo esté mal, señor. Es un buen día para que un líder personifique el espíritu conquistador de Napoleón. —Leopoldo Azcón respondió mientras se aseaba las manos en el lavamanos.

—¿A qué te refieres?

—Este martes es el día más fatídico del último quinquenio. El año pasado un avión cayó en el Atlántico y murieron más de doscientas personas; el antepasado, en la misma fecha, ocurrió el sismo de Indonesia; el anterior dos trenes chocaron en Croacia —bostezó—; este día consagrado al dios de la guerra no es un buen día para tener paz.

—¿Qué ocurrió en el primer año de tu seguidilla de tragedias?

—¡El primer año!

—Solo mencionaste tres en un periodo de cinco años y dijiste que cada año ocurrió una desdicha.

—La peor de las tragedias, casi quedo pobre al perder un negocio.

Guillermo movió la cabeza para ambos lados.

—Tienes razón, la peor tragedia es la que le pasa a uno. Leopoldo, sabes que no soy supersticioso. Este espejo está averiado. Mírame, yo no soy así, ¿cuándo mis cejas fueron tan pobladas y mi boca tan pequeña? Parece que no tengo carácter.

El secretario miró circunspecto y luego observó la imagen reflejada del presidente en el espejo. Guillermo advirtió la mirada puntillosa del secretario y se dijo a sí mismo que Leopoldo tenía los ojos tan tristes como si la muerte de un ser querido se le hubiera quedado por siempre en la mirada.

—Su aspecto está igual que todos los días, señor.

—Hombre, no te esfuerces por subirme el ánimo. Me siento como una puta barata, todo me sale mal, empezando por el reloj que me regaló Marion de cumpleaños, se me cayó.

—¿Qué pasó?

—Esta mañana, al despertar empujé sin querer el reloj cuando intentaba silenciar el despertador. Se le quebró la mica. —Levantó las cejas—. ¿Puedes creerlo? un cristal de mil dólares debería resistir caídas tan insignificantes, ¿no lo crees? Más vale que Marion no se entere.

Ambos salieron del cuarto de baño y caminaron por el pasillo hacia el despacho presidencial.

—Es un mal día, señor, ¿no vio mi mensaje?

—Estás loco si crees que usaré calzoncillos rojos para la buena suerte. Te lo he dicho cientos de veces, no creo en maldiciones o agüeros; lo que dicen de los gatos, las escaleras y los espejos son todas estupideces. Nada trae más surte y fortuna que el trabajo honrado y bien hecho. Así que no se hable más, quédate con tus creencias y por favor que sea la última vez que me hablas de esos temas.

—¿Cómo explica que un reloj tan fino se haya estropeado con tanta facilidad? ¿Que el invierno haya llegado dos meses antes?

El teléfono de Guillermo se sacudió dentro del bolsillo. Miró la pantalla e hizo una mueca antes de contestar.

—Hola, Mery; no eres oportuna.

—La llamada de una simple mortal nunca es oportuna, señor presidente. Y en ese caso usted no debería contestar.

Hubo silencio. Guillermo nunca se acostumbró a la crudeza y alevosía con la que ella lo trataba. Mery conservaba el trabajo solo porque Margarita no permitía que la cambiaran.

—¿Qué ocurre, Mery?

—¿Ya habló con su hermano?

—No, ¿qué sucede? Y por favor habla sin rodeos; sabes que me mantengo ocupado.

—Su mamá tuvo una recaída.

—¿Por qué no me avisaron?

—Su hermano…

—¡MI HERMANO!, ¿qué importa mi hermano? Su deber es mantenerme informado.

—Estoy en medio de los dos y no sé qué hacer, ¿a quién debo hacerle caso?

—Hablaré con él; ¿cómo está mamá?

—Regular, ayer al mediodía se desmayó. El doctor Aravena dijo que doña Margarita sufrió una isquemia cerebral con consecuencias leves, y la presión arterial la tiene por las nubes. Durante la noche se despertó varias veces, una de ellas la encontré llorando. No soporta ver el retrato de su padre y repite con frecuencia que las ménades rojas secuestraron a sus hijas para que un toro las embistiera. Pobre, me da pena el grado al que ha llegado su locura.

—Dios santo… ¿qué diablos con las ménades?

—No lo sé, señor. Seguro alguno de los monstruos que la molestan por las noches.

—Pásamela, quiero saludarla.

—Está tomando sol en el patio; ya sabe cómo se pone si la interrumpimos.

—Hablaré con Aravena.

—Doña Margarita tuvo una noche muy larga. Sería de mucha ayuda que hoy viniera a visitarla.

—Imposible. Hoy tengo asuntos que atender, de pronto mañana. Y sin importar qué diga mi hermano, mantenme informado.

Mery apretó la quijada.

—Guillermo, es tu madre. Nada en el mundo te la traerá de vuelta cuando falte.

—Trataré…

—¿Tratará? Que estupidez tan grande. Siempre se excusa con que tiene mucho qué hacer. Ojalá pudiera meterse en la cabeza de la vieja para sufrir lo que ella sufre y así pueda entender cuánto lo necesita.

—Mery, no me malinterpretes. No entiendes mi trabajo y no estás en la posición…

—Tiene razón, no lo entiendo. Como tampoco entendí la desidia y falta de apoyo cuando éramos jóvenes.

—Así que eso es. Ya veo por qué me tratas así. Mery, el pasado es pasado. Éramos niños.

—Éramos adolescentes.

—Tuviste la culpa por meterte con Gabriel.

—Me acerqué a él para llegar a ti.

—Y sí que te acercaste… dos horas dentro del armario con mi hermano.

—La culpa fue tuya por darme vodka. Los dos se parecían y los confundí.

—No voy a discutirlo. Eso fue hace más de veinte años. Ya debo colgar, por favor cuida de mamá.

Mery colgó la llamada y refunfuñó mientras caminaba hacia el patio.

—¿Qué ocurre? —preguntó el secretario levantando una ceja.

—Nada. Es un asunto de mujeres en los que un hombre no tiene cabida ni medida.

—Ellas son como una olla a presión aguantando el vapor…

—Leopoldo, mejor no digas nada y que no te escuche Rubí, podría quebrarte la cabeza de un golpe. Vamos a mi despacho y tomemos un café, quiero que revisemos el presupuesto de gastos y luego el asunto de las protestas de los universitarios.

—Señor, hay otros temas más apremiantes. Ayer me informaron que el Congreso no aprobará la compra de drones armados para operaciones autónomas. No quieren máquinas asesinas volando sobre las cabezas de los ciudadanos, rotulan que sería más fácil el terrorismo y que un simple error de programación tendría consecuencias fatales. Tampoco quieren aprobar la ley para migrar nuestro sistema de seguridad, el riesgo más relevante del uso de la inteligencia artificial se apoya en los pronósticos de la tormenta solar. La agencia espacial China declaró alerta roja y señalan que es probable que en los próximos días una explosión solar llegue al planeta afectando todos los equipos electrónicos. Las naciones cercanas al hemisferio norte quedarán vulnerables y se estima que tardarán diez años en recomponer sus estructuras tecnológicas de defensa y veinte años en reconstruir la infraestructura de telecomunicaciones y el tendido eléctrico para el suministro de energía domiciliaria. Por otro lado, los parlamentarios están temerosos de perder los controles burocráticos del sistema y entiendo, por comentarios de pasillo, que la situación es más alarmante por los detrimentos económicos que acarrea no tener alcance de los oferentes y proveedores de suministros en los proyectos.

—Mierda, ¿qué demonios les pasa? Vivimos en la quinta revolución industrial, llegó la singularidad tecnológica, hace un mes fuimos testigos del primer vuelo comercial sin piloto controlado por inteligencia artificial entre Londres y Nueva York. En Singapur, Japón y Estonia existen Smartcities. Contamos con computadores cuánticos y hay laboratorios que secuencian el genoma por tres mil dólares y ni hablar de los transhumanos… hombre, la tecnología nos consume y no nosotros a ella, ¿cuándo nuestros honorables parlamentarios dejarán de vivir en la Edad Media? El ejército está obsoleto; en países desarrollados los drones y las computadoras reemplazan a los soldados. Debemos dar el salto y abrazar los adelantos tecnológicos que otras naciones adoptaron en pro del desarrollo.

—Hay demasiado en juego. Nuestro país es costumbrista, arraigado a las maneras de antaño.

—Pamplinas. Hay mucho dinero e intereses de por medio. El mejor negocio del país es la política y es por ello por lo que no avanzamos, hace veinte años debimos cambiar y no lo hicimos…

—La mayoría se opone a desarrollar al país, argumentan que seremos vulnerables a riesgos para los cuales no estamos preparados. Y francamente, sin el apoyo de los partidos la ley se hundirá como se hundió hace ocho años.

—Todos son unos Judas, lo que tienen es miedo de perder coimas y de entregar el control de las rutas burocráticas de enriquecimiento a canales tecnológicos libres de plusvalía y corrupción.

Leopoldo se encogió de hombros y, tras un silencio breve, agregó:

—Antes recibían una parte de las ganancias en la contratación. Y aunque no estaba escrito sobre el papel, el formalismo de contratación les dejaba un pequeño porcentaje del precio del negocio con el que podían financiar sus campañas.

—Eso se acabó.

—No fue una buena medida, señor. No se puede hacer política sin ser político. Hay acciones blandas que hacen parte del modelo de gobierno y lo ayudan a mantener su engranaje aceitado. Impedir los incentivos es como quitarle las ruedas a una bicicleta.

—Esos incentivos son veneno y no cederé en ese punto porque precisamente por ello gané las elecciones.

—Ellos tampoco cederán y le quitarán el apoyo, lo anularán, ¿se da cuenta?

—Solo debo convencer a uno, él hará el resto.

—Milton Calahor no lo ayudará.

—Encontraré la manera.

Una hora más tarde, Guillermo convocó a Pacheco en el despacho presidencial. El asesor llegó raudo con una jovial sonrisa.

—¿Qué sabes del reporte de los chinos sobre la tormenta?

—La alerta ha sido escuchada por las naciones que tienen mayor riesgo y han tomado precauciones, que a mi modo de ver servirán de poco si se presenta.

—Entonces, ¿la amenaza es real?

—Sí señor. La Agencia China es la mayor autoridad en la materia. Desde que la sonda espacial Parker quedó inutilizada, la Hayabusa-8 se transformó en nuestra principal y única sonda de monitoreo solar. En este momento todo el mundo está expectante de las noticias que nos divulguen los científicos chinos. Los que se lo han tomado muy en serio son un millar de transhumanos que acampan en la cueva Krubera, al noroeste de Georgia.

—¿Y nosotros?

—Ni nosotros ni el mundo está preparado para un evento de tal magnitud. En Noruega, por ejemplo, publicaron una campaña de autocuidado ciudadano recomendando no usar elevadores, desconectar aparatos eléctricos, tener una reserva de alimentos no perecederos, asegurar el abastecimiento de leña en casas con chimenea y vestir con prendas térmicas. También disminuyeron la capacidad del sistema de transporte en tren y aéreo. Además, aunque la probabilidad de que tengamos un evento Carrington es muy alta, los expertos se mantienen neutrales porque no tienen aún una explicación sobre lo que detectaron los sensores de la sonda espacial. Se supone que actualmente pasamos por un mínimo de Maunder, es decir una época de escasa actividad solar en la que se aprecian muy pocas manchas solares. Esto genera cambios climáticos en el planeta, haciendo que el invierno sea más frío y prolongado, y eso explica el invierno que padecemos. Los expertos opinan que el nivel máximo de enfriamiento del planeta será en los próximos cinco años y podría convertir el Támesis y el Volga en grandiosas pistas de patinaje sobre hielo. Ahora bien, ¿cómo se explica la ocurrencia de una explosión coronal en un periodo de mínima actividad solar? —Guillermo absorto enfocó toda su atención en la respuesta contenida por Pacheco—. De ninguna manera, no se tiene respuesta. Se predijo que sobrevendrá un evento Carrington entre los años 2085 y 2090, pero los datos de los últimos días arrojados por la Hayabusa-8 revelan una actividad solar fuera de lo normal. Aún no se ven manchas solares, pero el campo magnético del Sol está vibrando de manera inusual. De producirse un evento Carrington habría una catástrofe mundial sin precedentes. Perderíamos casi todos los satélites, no tendríamos Internet, televisión satelital ni sistemas de GPS, los radares no funcionarían y los equipos eléctricos podrían dañarse. Las Smartcities retrocederían al siglo pasado y la mayoría de las redes eléctricas se estropearían dejando sin energía a ciudades enteras. Todo esto no debe preocuparlo porque nuestro país tiene una situación geográfica privilegiada y se estima que los daños serán menores.

Condenados

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