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16. Tercera carta

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¿Quién como Apolo, que siendo tortuga llegó hasta Dríope?

Pobre de ella, que no pudo convertirse en laurel,

mientras él, siendo serpiente, la tomó.

Sábado, 9 de septiembre.

Espectro trabajaba a toda máquina como un pulpo de cien brazos. Utilizaba todos sus tentáculos como interfaces tecnológicas para procesar datos. El artilugio tenía a su alcance el mayor potencial mundial para encontrar indicios; para hallar los aviones que habían esparcido por todas las ciudades el mensaje. Llevaban una hora en el centro de operaciones y aún no encontraban respuestas, los radares estaban ciegos, la perplejidad crecía a medida que el nerviosismo aumentaba. Entre tanto, siendo las cuatro con treinta minutos de la tarde, mientras se rascaba la cabeza, Guillermo leía por quinta vez el mensaje. Había bloqueado todas las llamadas a su línea personal, no quería distracciones de su esposa neurasténica ni de sus pequeños hijos alarmados. Toda su concentración estaba empeñada en entender el significado del mensaje.

El salón de mando estaba atestado, la gente iba y venía para todos lados mientras señales ininteligibles para el presidente aparecían en los monitores; se acercaba de vez en cuando a los científicos y preguntaba: ¿han encontrado algo? La respuesta siempre era negativa, se limitaban a mover la cabeza. A la quinta vez, los científicos le dieron a entender con gestos respetuosos que estorbaba, entonces se retiró hacia una sala alejada. Juan lo siguió; un viejo sofá negro de cuero recibió al presidente y su pesado cuerpo se hundió hasta estar confortable, se arrellanó y llevó ambas manos a la cabeza. Pensó en su madre y maldijo que no tuviera tiempo para visitarla.

—Señor, ¿se encuentra bien? —Guillermo estaba descompuesto y se veía vulnerable.

—¡Qué mierda está ocurriendo! ¿Cómo es que los radares no detectan nada?

—Detectan todo lo que pueden, señor, desde una parvada de aves hasta un leve cambio climático. Hay que tener paciencia.

—¡Paciencia!, no podemos tener paciencia cuando hay en juego cientos de vidas. Se supone que contamos con el mejor arsenal tecnológico del mundo y no tenemos avances. Has visto el salón… ¿lo has visto? Está lleno de adolescentes jugando con números y pantallas. Por Dios…, debemos reestablecer cuanto antes la normalidad ciudadana y poner a los responsables en la cárcel.

—La mayoría de los científicos son jóvenes, por eso no los satanice. Son los mejores en lo que hacen.

—Deberían hacer más. Son unos inútiles.

—Ha sido un mes difícil y está sometido a una gran tensión, debería dormir un poco.

—¿Quién puede dormir con esta puta malla? —Pacheco arrugó la frente y fue a sentarse en uno de los brazos del sofá. Hizo una pausa y continuó hablando—: todavía no sabemos quiénes van a morir, ¿verdad? —Lo expresó con tono de melancolía.

—Nadie lo sabe. Benoni Bachis viene de Italia y es el especialista en encriptología. Ya está trabajando en descifrar el mensaje, pero temo que no encontrará nada. Emocionalmente está trastornado, hoy le avisaron que la tormenta solar causó la muerte a un pariente cercano, un transhumano que tenía en la cabeza una antena y sensores en los oídos para escuchar cosas que nosotros no podemos. Todo eso es muy confuso para mí. En realidad, conozco solo las quejas de la mayoría sobre el ego de los transhumanos.

—Desde hace siete años el cyborgismo rompió los paradigmas que frenaban la inclusión social. Ha cogido tanta fuerza que la fusión humano-tecnología es una moda en ciudades como Londres, Tokio y Shenzhen donde existen centros tecnológicos avanzados para el diseño, fabricación e implantación de aditamentos cibernéticos. Además de la retrovisión, esos dos apéndices que mencionaste se volvieron los más comunes en los transhumanos y les dan acceso a una especie de sinestesia que les proporciona sentidos adicionales. La antena la usan para escuchar sonidos y traducirlos en colores, se llama sonocromatopsia. Es tan particular que los transhumanos que la tienen pueden distinguir el infrarrojo y el ultravioleta, colores que el ojo humano no puede ver. Los implantes auditivos se alojan en la cóclea y se unen al nervio auditivo con lo cual se amplía el rango sonoro, tanto que escuchan frecuencias que solo los gatos y los perros pueden oír. Uno de estos transhumanos, en una entrevista televisiva, dijo que ya podía escuchar toda la canción A day in the life de los Beatles.

—Pacheco, todo el mundo puede escuchar esa melodía.

—No es cierto, ningún humano podía escucharla, en su totalidad porque los Beatles añadieron al final de esa canción un sonido para que los perros la escuchasen.

—Qué locura, nunca había escuchado algo similar.

—No es una locura, señor presidente, es una genialidad. De hecho, en la actualidad hay por lo menos ocho bandas en el mundo dedicadas a componer música para gatos. Y según investigaciones científicas, estas mascotas disfrutan mucho de la música.

—Bueno, ya dejémonos de perros, gatos y transhumanos. Enfoquémonos en el mensaje. Benoni no podrá ayudarnos, así que por favor llama a Ana.

—Está en clase.

—Este asunto es más importante.

Juan tomó el teléfono y llamó a su esposa, Ana no contestó.

—Se lo dije, no contestará.

Guillermo sacó su móvil y le marcó. Ana contestó al segundo repique.

—¿Qué pasa Guillermo, es mamá?

—No, Ana, mamá está bien. Qué pena importunarte.

—Dime la verdad, ¿le pasó algo a mamá?

—No, Ana, mamá está bien. Aravena me contó que la nueva medicina ha obrado bien y poco a poco recupera la memoria. Sé que estás trabajando, pero este asunto no da espera.

—Guillermo, estoy a mitad de clase, ¿qué sucede?

—Perdona, es sobre el mensaje que cayó hace un rato, ¿lo leíste?

—¿Qué pregunta es esa? Claro que lo leí. Todo el mundo lo leyó.

—¿Sabes qué significa?

—Creo que sí. Aunque puedo estar equivocada, porque apenas reanudo mi devoción por la mitología.

—Será de mucha ayuda lo que me puedas contar.

—Apolo fue un dios olímpico. Uno de los dioses más cercanos a los mortales, tanto así que compartió con la humanidad tanto sus virtudes como sus defectos, a tal punto que se comportaba como un mortal. También se le atribuye ser el dios de la profecía, siendo el oráculo de Delfos el sitio profético más importante; recuerdo que de niña jugaba a ser su sacerdotisa. Es paradójico que cometiera crímenes nefastos, siendo él el canal por el que el hombre se hacía consciente de las faltas y siendo, a la vez, el medio de purificación. La historia cuenta que Zeus desterró del Olimpo a Apolo y este último tuvo que vivir como un mortal.

—Ana, tengo un poco de afán, por favor ahórrate la clase de historia. Ve al grano, ¿qué significa el mensaje?

—Apolo se encaprichó de una hermosa doncella llamada Dríope y, convertido en serpiente, la violó. La mención del laurel es porque la ninfa Dafne también sufrió el mismo acoso lascivo de Apolo, pero escapó gracias a que invocó el favor del dios de los ríos, Peneo, y la convirtieron en laurel.

—Gracias, hermana, sigue con tu clase, no te quito más tiempo.

Guillermo miró a Juan con expresión de victoria.

—Ya sé quiénes morirán, lo escribió en un papel y se lo mostró a Juan. —Pacheco sopesó la información y en su mente echó cálculos del número de posibles víctimas—. Quiero que Ana trabaje con el equipo. Seguro Benoni aprenderá mucho de ella.

—Guillermo, no lo creo conveniente. Ana no puede trabajar con ellos.

—Me parece que sí, Juan. Ella es una científica y apuesto que su formación académica no la tienen esos mocosos.

—Si lo hace pone en riesgo de muerte a su propia hermana y a mi esposa, ¿es capaz de hacerlo? —Guillermo se quedó callado. Juan no supo si ese silencio era una afirmación. —Me opongo y si insiste, yo renuncio a trabajar con usted y a considerarlo parte de mi familia.

Guillermo observó a Leopoldo que entraba arrastrándose como culebra por el pasillo, escrutó el aspecto singular que ofrecía y se le hizo como una representación de la mortandad. El largo rostro lánguido y pálido sostenido por un cuerpo de alfiler le daba una apariencia cadavérica. El problema con sus lagrimales le dibujó ojeras grandes como panda. Cualquiera diría que no había dormido por semanas y que se la pasaba llorando. En ese instante también llegó Elías Tobar; los cuatro se saludaron sin mucho protocolo; Leopoldo y Tobar se cruzaron una mirada cargada de misterio que el presidente no percibió.

—¿Y entonces? —Elías se rascó las cejas peludas.

—Es el mismo modus operandi, solo debemos esperar —respondió Guillermo con plena certeza.

—¿Qué significa el verso?

—¿No lo sabes? —inquirió Juan.

—No. —Leopoldo respondió a la vez que levantaba los hombros, Elías tampoco lo había descifrado y se mostró interesado.

—Que les sirva de terapia mental, a ver si despiertan una neurona por lo menos. —Guillermo sonrió.

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