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1. VISIÓN ALEMANA DE ESPAÑA EN LOS AÑOS SETENTA DEL SIGLO XX

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Para la política alemana, desde comienzos de los años setenta estaba claro que había que observar agudamente el desarrollo en España para identificar tempranamente a aquellas fuerzas que dirigirían el país después de la muerte de Franco. Como en esa fase gobernaba en Alemania una coalición de socialdemócratas (SPD) y liberales (FDP), con Willy Brandt como canciller, el interés se centraba ante todo en las diferentes tendencias políticas en España y en la pregunta cuál de estas tendencias estaría mejor en condiciones de imponerse frente a las otras y liderar el futuro del país.1 En un informe de la embajada alemana en Madrid, del 10 de abril de 1970, sobre la oposición española se podía leer que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) «debe ser considerado como el verdadero representante del socialismo en España, ya que al grupo de Tierno no puede otorgársele la denominación de partido». Y si bien el PSOE defendía la república, el informe diplomático auguraba que el partido «se adaptaría a una monarquía en el caso de que en unas elecciones así se decidiese».2 Aunque el informe presentaba a un PSOE bien organizado y activo, lo que en aquel entonces distaba bastante de la realidad, muestra, por otro lado, el apoyo de la embajada a los socialistas españoles, lo que cobraría una importancia decisiva en los próximos años. Otro informe de la embajada, de 1972, era bastante lúcido en cuanto a Juan Carlos de Borbón y la esperada transición. Decía que el futuro rey se apoyaría primero en las fuerzas del régimen, sin llevar a cambio ningún cambio importante, y que después debería aflojar las estructuras políticas, a lo que seguiría un período de reformas democráticas.3

El PSOE, dirigido por Felipe González, se convirtió en el único interlocutor válido de los socialdemócratas alemanes, una política propagada por el parlamentario Hans Matthöfer y el sindicato IG Metall, así como por el propio Brandt. A lo largo del año 1975, se sucederían las visitas de representantes del PSOE «renovado» a la SPD, de la que esperaban ayuda económica y logística. Ya en abril de 1975, Brandt garantizó a Nicolás Redondo y a Felipe González que no les faltaría el apoyo político y financiero de su partido. El socialdemócrata alemán hizo esta promesa a los compañeros españoles después de que estos le contaran que los comunistas del grupo de Santiago Carrillo estaban siendo subvencionados masivamente por la República Democrática Alemana, y que la decisiva lucha política tras la muerte de Franco entre comunistas y socialistas solo podría ser ganada por estos últimos si lograban igualar en recursos al PCE.4

En la decisiva fase de los meses en torno a la muerte de Franco, el apoyo de la Internacional Socialista al PSOE fue tajante. En una reunión del Comité de la Internacional Socialista para España, los días 16 al 20 de noviembre de 1975 en Ámsterdam, se formularon recomendaciones a los partidos socialdemócratas afiliados, entre otras, aludir a la relación existente entre democratización y entrada de España en la Comunidad Económica Europea.5 La socialdemocracia alemana insistió en la idea de que se debía apoyar solo a un único partido en España, y este curso arrojó finalmente los resultados esperados.

El primer discurso de la Corona ante las Cortes Generales en noviembre de 1975 causó una honda impresión en el entonces canciller alemán Helmut Schmidt. En sus Memorias, escribiría más tarde: «Tenemos que apoyar estas tendencias de Juan Carlos. No debemos en ningún caso presionar, pues esto podría desencadenar movimientos como en Portugal, pero tampoco debemos dudar de nuestras firmes expectativas de que en España va hacia un Estado democrático de derecho y a una sociedad abierta […]».6 El socialdemócrata Schmidt se alineaba, pues, con la posición de las demás potencias occidentales al apoyar a Juan Carlos como factor de estabilidad. En estas palabras ya se percibía claramente el temor que en aquellos meses recorría todas las cancillerías occidentales: que España podría correr la misma suerte que la vecina Portugal después de la Revolución de los Claveles e inclinarse hacia una posición izquierdista y antiatlantista. Había que impedirlo a toda costa. En cierta manera, la intención de impedir una «portugalización» de la situación española era el hilo conductor de la política alemana frente a España durante la Transición.

La socialdemocrática Fundación Friedrich Ebert perseguía, en el momento de empezar su labor en España en 1976, dos objetivos: «preparar al PSOE para alcanzar un buen resultado en las primeras elecciones democráticas y promover dentro del partido la hegemonía del grupo dirigente en torno a Felipe González, por ser este el garante de que la organización mantendría su línea moderada y no sucumbiría a ninguna aventura frentepopulista con los comunistas».7 La socialdemocracia alemana consideraba estas metas esenciales para contribuir a una transición pacífica en España.

La presencia de fundaciones y partidos extranjeros y de organizaciones internacionales en el proceso de transición española contribuyó indudablemente a proteger y fortalecer a la oposición democrática, tanto en los últimos años del franquismo como en los primeros de la transición. En algunos casos, dicho apoyo jugaría un papel determinante. Los pocos autores que se ocupan del papel de Alemania en la Transición española concuerdan en que la República Federal de Alemania fue un actor clave que desarrolló la acción más amplia en el tiempo, diversificada en cuanto a los que intervinieron y recibieron su apoyo, y condicionante por los resultados alcanzados.8 Entre los actores no gubernamentales merece destacarse el papel de la Internacional Socialista, ya que fue la institución que intervino de una forma más directa y con mejores resultados en el proceso de transición, siendo de especial interés que el presidente de dicha Internacional en los años que se discuten en este contexto fuera el ex canciller alemán Willy Brandt, cuyo partido, la SPD, seguía en el Gobierno en Bonn.9

La influencia alemana en la democratización del régimen franquista fue «la más importante de las potencias europeas».10 En sus Memorias, el canciller Helmut Schmidt relata que la RFA apoyó a los partidos y sindicatos en España para lograr rápidamente la democracia,11 fomentando ante todo la creación de un partido socialista de amplia base capaz de frenar a los comunistas. Durante mucho tiempo, los socialdemócratas alemanes temieron un papel hegemónico del Partido Comunista de España tras la muerte de Franco.

En la fase final de la dictadura, el Gobierno alemán mantenía excelentes contactos con el español, aprovechándolos para promocionar al PSOE y presentarlo como un elemento valioso para una transición pacífica y sin sobresaltos. En la cumbre de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa de Helsinki, en julio de 1975, el canciller Helmut Schmidt tuvo una entrevista con el presidente del Gobierno español Carlos Arias Navarro, en la que este dejó entrever que el régimen franquista estaba en camino de poder vivir con una oposición oficial, ante todo con los socialistas moderados del interior. Según Arias, el único partido que estaba fuera de la ley era el comunista.12 La SPD llevó, en todo momento, su relación con España y el PSOE de manera reservada, manteniendo formas cordiales con el Gobierno español; según los socialdemócratas alemanes, esa era la mejor forma de influir en el proceso de transición.

Willy Brandt, que en octubre de 1974 había visitado por primera vez el Portugal de la Revolución de los Claveles, resultó convencido de que la política alemana debía comprometerse con la moderación del proceso revolucionario en el país luso y, más allá, de que la democratización del sur de Europa era una labor común que se debía encauzar preferentemente mediante el apoyo intenso a los socialistas.13 En ese viaje, Brandt se encontró por primera vez con Felipe González, quien pocos meses antes había sido elegido, en el Congreso de Suresnes, secretario general del PSOE; este encuentro sentaría las bases para una sólida y fructífera relación entre los dos políticos y sus respectivos países.

En abril de 1975, una delegación española formada por Felipe González y Nicolás Redondo se encontró con la dirección de la SPD, a la que pidieron apoyo de todo tipo: «desde contactos para lograr un acercamiento al resto de los partidos socialistas europeos hasta ayuda material, formación de cuadros, presencia de políticos alemanes en España, y en general toda colaboración que hiciera más efectiva la política de presencia en el país para ganar en importancia frente al Gobierno y entre las fuerzas de la oposición».14 Desde este encuentro, quedaron establecidas sólidas bases de una relación que se intensificaría gradualmente a partir de entonces, siendo la SPD el gran valedor del PSOE.

Las relaciones entre Felipe González y Willy Brandt llegaron a ser tan intensas que al líder socialista se le apodó «el hijo de Willy», lo que en 1981 relativizaba el secretario general del PSOE al decir que sus relaciones con Olof Palme o Bruno Kreisky eran igual de intensas.15 Por otro lado, siendo ya presidente de Gobierno, dijo en un congreso de la SPD en Essen en 1984: «También sé una cosa: que hoy no estaría aquí y que en este duro trabajo no habríamos logrado tanto si no hubiera podido contar con Willy Brandt. Incluso quisiera decir: se debe mayoritariamente a sus ideas que yo hoy pueda estar aquí».16 El interés alemán iba dirigido a una evolución política controlada desde el poder, pacífica y sin ningún tipo de radicalismo, y este interés concordaba con la estrategia política del PSOE, que se mostraba muy pragmático, apostando por una evolución pacífica liderada por el futuro rey.17

El PSOE se había hecho, a lo largo de 1975, elemento imprescindible de la política española en un momento trascendental de la historia del país. A lo largo de ese año, el PSOE desarrolló una clara visión del proceso de transición que habría de tener lugar después de la muerte de Franco: control de todo el proceso desde el Gobierno, debilitamiento de los comunistas (PCE) y fortalecimiento de las fuerzas de la izquierda moderada (PSOE). Los socialdemócratas alemanes hicieron suyo este análisis, dirigiendo una rápida e intensa operación de promoción del PSOE tanto frente al Gobierno español como a nivel europeo.

Con dinero aportado por la Fundación Friedrich Ebert, empezaron a funcionar las fundaciones socialistas españolas: Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero. «Es importante resaltar el hecho de que, ya desde 1976, el dinero aportado para la reconstrucción del PSOE no llegó únicamente de las aportaciones del Estado alemán, sino que muchas empresas alemanas realizaron donaciones a la Fundación Friedrich Ebert para que fuesen expresamente canalizadas al PSOE. El director de la Fundación destacó el hecho de que estas donaciones se producían porque las empresas en cuestión confiaban en la moderación del partido que la Fundación apoyaba».18

Desde el comienzo de sus actividades en 1976 hasta 1984, la Fundación Ebert organizó en España más de 1.500 encuentros —cursos, seminarios, coloquios— sobre temas de organización para partidos y sindicatos.19 El director de la Fundación en Madrid, Dieter Koniecki, trató de evitar desde un principio la sensación de una tutela paternalista, si bien, por otro lado, en la prensa de la transición se hablaba continuamente del «oro del Rin», refiriéndose a la masiva ayuda financiera del PSOE proveniente de Alemania.

Un grupo de trabajo del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores enfatizó en febrero de 1976 que el fomento, por parte alemana, de un desarrollo democrático en España era elemental para los intereses de seguridad de la República Federal de Alemania. «Para crear estructuras democráticas en España y fortalecerlas, hay que fomentar en el mayor número posible de sectores el ingreso de España en la Comunidad Europea y la OTAN […] Hay que evitar exigencias exageradas con respecto al desarrollo temporal de la democratización, ya que esto podría tener consecuencias contraproductivas. Hay que utilizar plenamente las posibilidades de una utilización cada vez mejor para los intereses políticos y de seguridad de Occidente».20

Siguiendo los consejos del PSOE, el Gobierno alemán no hizo, en 1976, ningún gesto de apoyo explícito al Gobierno de Carlos Arias Navarro. Pero, entre bastidores, Bonn en cierta manera era una especie de representante de España ante los aliados europeos. Mientras que el canciller Schmidt, por ejemplo, insistía en la idea de que había que estimular a España a seguir en el camino emprendido, ofreciéndole convenios comerciales, el presidente francés Giscard d’Estaing era de la opinión de que una asociación de España a la Comunidad Europea por aquel entonces no era un tema «actual».21

En septiembre de 1978, el vicepresidente del Gobierno español y ministro de Defensa, general Manuel Gutiérrez Mellado, visitó la República Federal de Alemania y se entrevistó, entre otros, con el canciller Schmidt y el ministro de Asuntos Exteriores, Genscher.22 Un gran tema debatido era la posible entrada de España en la Comunidad Europea. El canciller Schmidt resaltó que se había esforzado en múltiples encuentros con sus colegas europeos por eliminar las reticencias y los obstáculos que todavía existían frente a la adhesión de España al Mercado Común. Schmidt insistió en que su país haría todo lo posible por allanar a España el camino a la Comunidad Europea. Gutiérrez Mellado era consciente de la ayuda prestada por Alemania, a la que agradeció sus esfuerzos. Los europeos esperaban de España, en palabras del ministro Genscher, que abandonara su posición al margen de Europa, dejara su papel pasivo y pusiera a disposición de la Comunidad Europea sus buenas relaciones con América Latina y África.

En términos generales, se puede decir que el papel desempeñado por el Gobierno socialdemócrata-liberal alemán y la Internacional Socialista en la Transición española fue de gran importancia para el advenimiento de la democracia y, en particular, para el ascenso del PSOE y de UGT.23 Los socialistas españoles no olvidarían este apoyo de sus homólogos alemanes.

Indudablemente, de los partidos alemanes que ejercieron influencia en el proceso de transición española en los años setenta del siglo XX, los socialdemócratas fueron los más importantes. Pero también partidos e instituciones de otras tendencias ideológicas trataron de orientar a los partidos y sindicatos que surgieron en esos años en España. En este contexto hay que mencionar ante todo a los cristianodemócratas de la CDU. La cooperación de la democracia cristiana alemana se materializó fundamentalmente a través de las actuaciones de la Fundación Konrad Adenauer y abarcó diferentes campos, como formación política o financiación de múltiples actividades. Pero la fragmentación de la democracia cristiana española y su incapacidad de llegar a acuerdos unitarios fueron los ejes vertebrales que explican, a pesar de las ayudas alemanas, su decepcionante papel en la transición.

Después de las primeras elecciones generales, de 1977, y en vista de la derrota electoral de la mayoría de los partidos del Equipo Demócrata Cristiano, la inversión estratégica de los democristianos alemanes cambió de forma significativa. Ahora, la política española de la CDU perseguía otra meta: secundar la gran aspiración de Adolfo Suárez de fusionar todas las fuerzas que conformaban la Unión de Centro Democrático (UCD), creando un sólido partido de centro derecha. Desde entonces, la democracia cristiana alemana mantuvo su relación cooperativa exclusivamente con la UCD, hasta la extinción de esta.

A diferencia de la SPD, que encontró pronto y apoyó decididamente a un partido hermano, la CDU tuvo problemas muy serios en determinar cuál debía ser su interlocutor hispano. En los primeros años setenta hubo un claro incremento de las relaciones entre la CDU y los grupos democristianos españoles que antes habían sido poco fluidas. Desde mediados de 1975, la democracia cristiana alemana comenzó a estrechar su relación con el Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español, si bien pronto surgieron dudas respecto a si era necesario y prudente mantener la relación de exclusividad con el Equipo, cuando este no estaba dispuesto a unirse con el resto de grupos democristianos y formar un único partido de centro.24

Balance y perspectivas de la Constitución española de 1978

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