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INTRODUCCIÓN VIRTUDES Y PERSPECTIVAS DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA
ОглавлениеMIQUEL ROCA
Abogado. Ponente de la Constitución de 1978
Sin rodeos: estoy dispuesto a reconocer a la Constitución de 1978 todas las virtudes, incluso, cuando sea necesario, a aquellas en las que no crea tanto. Le voy a reconocer todas las virtudes, y, a partir de aquí, discutamos lo que hay que cambiar, lo que hay que hacer. Pero, en definitiva, creo que mi obligación personal es defender lo que en aquel momento se hizo, sobre todo, cuando con lo que tengo que enfrentarme es con la ignorancia supina de la acusación sobre el «régimen del 78».
Esta acusación no tiene ningún sentido. Me refiero a aquellos que van diciendo por ahí «el régimen del 78». El «régimen del 78» es una expresión construida desde la voluntad despectiva y ofensiva, cuando en realidad fue, simplemente, la recuperación de la libertad para el conjunto de todos los ciudadanos españoles. A esto le llaman «régimen del 78». Pues bien, pues yo me constituyo en defensor de la Constitución como símbolo de este «régimen del 78», que devolvió la libertad a todos los ciudadanos.
Aquello no fue fácil. Pero no lo magnifiquemos, porque no fue fácil, en todo caso, para la sociedad. Los que nos tocó participar en diversas formas en aquel momento teníamos un mandato muy claro de la ciudadanía: la sociedad quería que nos pusiéramos de acuerdo. Lo que nos hubiera afeado era que no fuéramos capaces de ponernos de acuerdo.
Lo que había era una voluntad unánime, muy importante, de que las fuerzas políticas fueran capaces no solo de poner punto final al franquismo, sino a mucho más. En el año 1977, para nosotros, se trataba no solo de asumir los cuarenta años de la dictadura franquista, sino una guerra civil traumática y la incapacidad demostrada por la sociedad española a lo largo de, como mínimo, ciento cincuenta años de encontrar espacios de convivencia, de tolerancia y de respeto. Queríamos establecer unas bases que asegurasen una capacidad de convivir en paz y en libertad durante el máximo tiempo posible. No teníamos previsiones, lo que queríamos era sobrevivir.
Cuando alguno de los de la acusación del «régimen del 78» dice «fue un pacto de cobardes» es simplemente un ignorante. Cuando la Pasionaria y Rafael Alberti bajaron de su escaño para ocupar la presidencia de la mesa de edad que iba a constituir el Parlamento de 1977 —momento que nosotros vivimos con emoción—, ¿alguien se hubiera atrevido entonces, desde fuera, a decir: «mira, por ahí bajan los cobardes»? ¿Alguien hubiera podido decirle a Jorge Semprún que era un cobarde? La ignorancia mata la inteligencia. Ruego a los que dicen esto que no lo hagan, porque acabarán mal, porque negar lo que aquello representó es propio del género de lo absurdo.
Por primera vez en la historia de España, se hacía una Constitución desde el consenso. No lo habíamos hecho nunca. Y el consenso requiere coraje. ¿Por qué, si no, sentarse aquí delante con Fraga, que toda la vida me había perseguido? Y saludarle e, incluso, terminar una ponencia siendo amigos. Con él, construimos unas bases sobre las que asegurarnos una convivencia. ¿Era cobarde Santiago Carrillo cuando se hacía presentar por Fraga en el Club Siglo XXI?
Por primera vez hicimos una constitución desde el consenso y sometida al referéndum popular. Jamás en España la habíamos tenido. Y no únicamente en España, sino que en muchos países europeos de nuestro entorno tienen constituciones no sometidas al referéndum popular. No está nada mal. Y la votó casi el noventa por ciento. En Cataluña, en particular, el 91,5 por ciento.
Los ponentes, los que estuvimos allí, somos los que estamos en deuda con toda la sociedad. ¿Qué mayor lujo que permitirte participar en la redacción de una constitución que el noventa por ciento de tus ciudadanos dice que sí, que está de acuerdo con ella? Esto es impresionante.
Teníamos que resolver muchos problemas y, evidentemente, ahora es el momento de hablar y pensar si debe reformarse o no. He dicho que para entendernos en el debate —y estoy dispuesto a sentarme en el lado de la defensa— existe una defensa, digamos, en bloque por una razón: la Constitución es un paquete en su conjunto, no sirve decir: «yo acepto todo menos el artículo 23». La Constitución es un bloque. Me gusta a veces decir que es mucho más una música que una letra.
La democracia es fácil de ganar. Los libros dicen cómo hay que hacerlo. Es muy difícil vivir en ella y practicarla cada día. Esta es la lectura y la lección más importante. Decía el profesor que no se enseña la Constitución, que no enseñan la Constitución, pero que, sin embargo, pueden hablar contra el «régimen del 78». Saben tan poco de la Constitución que incluso la pueden criticar. Esto es un mérito democrático enorme. Evidentemente, la cuenta de resultados de la Constitución es buena, es muy buena. También negar la transformación espectacular que ha tenido España en estos últimos tiempos —existen pasiones desordenadas que pueden conducir hacia donde se quiera— y negar la evidencia me parece absurdo.
Se puede decir que tenemos una crisis. ¿Es culpa de la Constitución la crisis de Lehman Brothers? Ello es una ambición de extraterritorialidad enorme. No sé hasta dónde influimos en Estados Unidos en la crisis económica —seamos serios—. Tenemos un problema con las pensiones. ¿Es culpa de la Constitución el tema de las pensiones? En este país se han normalizado temas como el matrimonio homosexual, en el que, para aplicarlo en determinados países de nuestro entorno, han tenido que hacer referéndums. Desde el año 1978, esto ha podido funcionar en nuestro país. ¿De dónde hemos de aprender? Es decir, ¿hay cosas que no funcionan? Seguro. Que no sea la reforma una excusa para no acometerlas. Que no se diga: «como la Constitución dice eso, no podemos resolver este problema». Falso. Actualmente ninguno de los problemas más acuciantes y más graves de la sociedad española tiene su origen o su causa en la Constitución. Y me dirán: «¿este no es catalán?» Y, digo: el problema que se está planteando en Cataluña no se da por culpa de la Constitución ni tiene su origen en ella. En todo caso, se da por otras ambiciones, no constitucionalmente previsibles ni amparables. No es por la Constitución. Por tanto, me siento muy responsable de intentar transmitir a la sociedad un cierto orgullo por lo que se hizo colectivamente. No un cierto perdón por lo que hicimos, sino un cierto orgullo por ello.
España es el país más descentralizado territorialmente que existe en Europa. El más cercano a nosotros es Alemania, con una diferencia muy notable. En Alemania la descentralización la hicieron los tanques aliados. Aquí la hicimos nosotros sin tanques.
En Alemania se hizo de tal manera porque lo único que les preocupaba está en la frase de Miterrand: «nos gusta tanto Alemania que preferimos dos a una sola». Todo lo que fuera dividir Alemania y trocearla, —los Länder, etc—, estaba muy bien, porque así se evitaba que volviera a resurgir el nacionalsocialismo.
En España no fue así, aquí ocurrió otra cosa. Por lo tanto, tenemos suficiente historia de un buen hacer como para que cuando surja el debate de la reforma tengamos confianza en que la podemos llevar a cabo. Porque en un momento determinado hicimos algo que teóricamente tenía que ser mucho más difícil. Porque hoy algunos están con el tema de la memoria histórica, pero en aquel momento la memoria histórica no era histórica, era la memoria de antes de ayer.
Por tanto, si en aquel momento hicimos esto, ello nos debería dar a todos mucha confianza para decir: podemos acometer otras ambiciones, otras reivindicaciones, lo podemos acometer porque en algún momento determinado hicimos aquello; por lo tanto, al revés, deberíamos generar en el pasado un reconocimiento que nos diese a nosotros mismos más confianza sobre lo que podemos hacer a partir de aquí.
Lógicamente, no voy a decir todo lo que la Constitución representó, pero sí que hay algunas cosas que me gustaría destacar de ella y que van a resultar incluso anecdóticas.
Por primera vez, una constitución consagra la expresión del pluralismo, y una sociedad plural requiere del pacto. No hay democracia que reconozca la pluralidad —que quiere decir diversidad— sin que exista el pacto como instrumento de cohesión de esta pluralidad. En el año 1978 decíamos en la Constitución una cosa muy sencilla: democracia es pacto, democracia no es únicamente tolerar la diferencia, sino hacerla posible. Algunos hoy lo tendrían que aprender de nuevo porque la diversidad es nada más que la base de cualquier sistema democrático. Sin esto, no funciona. Y aquella constitución lo decía, aquella constitución lo decía por primera vez.
Segundo punto. Hay un artículo que siempre pasa desapercibido, y en el que reconozco la especial autoría, insistencia, tenacidad y tozudería de Gregorio Peces Barba —que sabemos que tenía muchas cualidades pero entre las más destacadas la tozudez—. Se trata del artículo 9, en el que, no únicamente se dice que «todos los poderes públicos están obligados a respetar los derechos», sino que se establece la obligación de «remover los obstáculos que impidan su libre ejercicio». Esta es una actitud, no de garantía, sino de actuación, de proactividad. Y esto es fundamental. Este valor de la Constitución que no lo toque la reforma. Hay algunos artículos de la Constitución en el campo de los derechos y libertades que podrían ser ahora redactados de manera distinta, pero no le falta imaginación a la Administración de Justicia para leerlos como se quiere. Hay imaginación suficiente para poderlo hacer.
El servicio militar —lo recuerdo siempre— es obligatorio, pero dijimos que era obligatorio para cuando fuere necesario; mientras tanto, no. Y la Constitución lo permite. No ha pasado nada, pero sigue diciendo que el servicio militar es obligatorio y, sin embargo, no se hace. Tendrá que recordarse a los jóvenes que había un momento determinado en el que los jóvenes de este país fueron objetores de conciencia. Ya no hay servicio militar obligatorio, y no hemos reformado la Constitución. Por tanto, hay unos valores que son fundamentales.
Sí que debo decir que, seguramente, lo que en este momento nos corresponde es asumir una tesis —que yo creo que la Fundación Sistema comparte— en base a la cual el Senado no sirve para lo que se pensó y convendría ahora. El Senado es una cámara de corrección que subsana los errores que se hacen en el Congreso. No es una auténtica cámara territorial, y en este sentido lo que llamaríamos «las lecturas federalizantes de la Constitución a través de una reforma del Senado» tiene auténticamente un sentido de mejora y de perfección del sistema en el que no podemos tener un Estado descentralizado que no tenga un escenario de esta descentralización.
El Congreso es una cámara ideológica. Si en el Senado reproducimos otra cámara ideológica, esto no tiene ningún sentido. Por tanto, nosotros necesitaríamos realmente una revisión, una reforma de la Constitución en el tema del Senado —que creo que daría muchas posibilidades de superación de conflictos—, el tener un escenario donde diariamente estos representantes se vean, se conozcan, pacten, y acuerden. Creo que esto sería realmente muy útil para la estabilidad institucional.
¿Qué era, en definitiva, lo que la Constitución perseguía? Perseguíamos sentar unas bases institucionales de un Estado democrático y social de derecho, respecto del que no teníamos ni experiencia ni, en los antecedentes, buenos recuerdos. Por tanto, el tema era complicado. Por ello quisimos hacer algunas cosas.
Una de ellas era potenciar el papel de los partidos y de los sindicatos. La debilidad del ciudadano solo frente al poder del Estado es enorme. Necesita de partidos fuertes y de sindicatos fuertes. Cuando esto se sustituye por lo que llamaríamos «movimientos populares» o por «personalismos «excesivos», siempre acaba teniendo un regusto totalitario que pasa factura, siempre. No hay ningún ejemplo en contra. Por lo tanto, hay que reforzar este papel de sindicatos y partidos.
Segunda cuestión: ¿Puede modificarse la ley electoral? Sí, puede modificarse. Pero no hay ningún ápice de falta de democracia en nuestro sistema electoral. ¿Puede haber otro sistema? Sí. ¿Puede mejorarse por aquí o por allá? Sí. Nuestro sistema electoral es, hoy, de una corrección democrática total y absoluta. Los equilibrios entre territorios y poblaciones siempre son muy complicados en cualquier sistema electoral. Existen en los países de nuestro entorno fantásticos especialistas en geografía electoral.
En las circunscripciones de París, entre los distritos hay unas variaciones muy sutiles. De esta calle, de repente, se pasa a este otro distrito, porque por este sistema resulta que los que ganaron en una anterior ocasión consolidan su victoria si les incorporamos un par de calles más. Pero nuestro sistema electoral no tiene nada que no sea democrático. ¿Puede reformarse? Puede ser. Pero no es porque revista de algún ápice no democrático. Podríamos pensar en las figuras francesas de ballotage, etc. Con toda sinceridad, me he leído bastantes veces la Constitución sobre este punto y no veo que nada lo impidiese, es decir, que una ley electoral introdujese en España la figura de ballotage en segunda instancia.
Tercer punto. Sí que existe en nuestra Constitución algún vacío que se ha experimentado recientemente a través de los debates de investidura. ¿A partir de cuándo debe contarse la fecha de inicio en que se hace la primera votación? ¿Debe ser desde la primera votación o tres meses desde las elecciones? No lo sé. Es realmente un vacío que creo que es malo por una razón: porque estoy convencido de que desgasta a la institución e, incluso, desgasta a la figura del jefe del Estado cuando tiene que ejercer determinadas funciones interpretativas que son muy incómodas y que no las debería tener. La monarquía en España es un centro de imputación formal.
Y por último, todas las instituciones pueden ser retocadas. Se habla mucho del Tribunal Constitucional. Este tema es, en algunos casos, mucho más un problema de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional que de la Constitución, propiamente dicha. Con esto quiero decir que se puede aceptar el tema de una posible reforma y entiendo la reforma.
Voy a decir una última cosa, que es la más antipática. Es muy bueno que la Academia debata sobre la Constitución, siempre que entienda que no la tiene que hacer. La Constitución la hace el pueblo y sus representantes. Los académicos tienen que criticar, sugerir, etc. —y se agradece—, pero no han de tener la pretensión de hacer un proyecto académico de la Constitución, porque ello no es adecuado. Precisamente, lo que puede tener de motivador la Comisión que en el Congreso se constituyó fue que los propios parlamentarios asumieron la responsabilidad —asesorándose, incorporando ideas, aceptando sugerencias—. Pero, lo importante es que sean los parlamentarios los responsables. De la misma manera que en el año 1977 lo más importante fue que se trasladó la responsabilidad del proyecto de la Constitución a las Cortes, no al Gobierno de la UCD. El propio Congreso de los Diputados constituye su Comisión, su ponencia para elaborar una Constitución que sea así asumida y aceptada como un patrimonio colectivo de toda la representación del pueblo.
Y luego dicen que académicamente esto no funciona. Lo importante es que solo tienen derecho a equivocarse los ciudadanos, nadie más. Los demás no podemos equivocarnos. Siempre digo que, si tuviera que hacer en otro momento otra constitución, lo que sí que consideraría es el derecho al error. Sin error no hay libertad. Si usted tiene libertad pero no puede equivocarse, entonces la hemos fastidiado. Yo elaboro un dogma y usted lo acepta y ya está —esto ya lo hemos vivido.