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3. 1992, AÑO TRIUNFAL: EXPOSICIÓN DE SEVILLA, JUEGOS OLÍMPICOS, MADRID CAPITAL CULTURAL EUROPEA

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Con estos tres eventos, España se afirmó como una de las grandes democracias europeas: un país moderno, democrático, dinámico, una imagen que ha permanecido hasta hoy, a pesar de la alta tasa de paro y de los escándalos en el mundo político.

El 9 de febrero de 1992, en el semanario Le Point, de centro-derecha, el periodista y escritor, Philippe Nourry53 asociaba en la portada la imagen de la andaluza con peineta y mantilla y un chico con corbata y traje en una moto con el título «Aujourd’hui/L’Espagne» («Hoy/España») con este largo subtítulo: «España ha pasado de la dictadura a la democracia, del aislamiento peninsular al Gran Mercado europeo. Sin ruido, 1992 será el año de su consagración: Exposición Universal en Sevilla y Juegos Olímpicos en Barcelona. ¡Vaya recorrido!54». España había pasado de ser «el cuerpo enfermo del mundo occidental» a convertirse en un modelo para sus vecinos.

Otros artículos corregían esta visión optimista. El 2 de junio de 1993, poco antes de las elecciones anticipadas, Michel Bôle-Richard proponía en Le Monde una encuesta en cuatro partes sobre «L’Espagne désenchantée. I: Entre la fête et le doute» («La España desencantada. I: Entre la fiesta y la duda»). Tras la euforia de 1992, los españoles parecían desconcertados ante una situación de crisis económica, cuando el país parecía haber superado con creces todos los problemas acumulados. La fiesta seguía todas las noches en los bares después del intento fallido de obligarles a cerrar a las tres, pero el periodista destacaba los riesgos de la mezcla explosiva de alcohol y drogas, dos plagas que afectaban entonces duramente al país. Citaba la expresión de «cultura de los cafés», empleada por el especialista franco-español de los medios, Gérard Imbert.55 Sin embargo, los españoles, acostumbrados a vivir en la calle, estarían cambiando, citaba una encuesta del sociólogo Amando de Miguel, que interpretaba estos fenómenos como el resultado de la europeización… aunque hoy la vida nocturna sigue siendo un rasgo específico de España.

Señalar cierto desencanto no excluía otros comentarios elogiosos. El 3 de junio, Jean-Louis Andreani comentaba las transformaciones de algunas regiones a raíz de las autonomías y dedicaba su artículo a Extremadura en «L’Espagne désenchantée. II: La revanche de l’Estrémadure» («La España desencantada. II: La revancha de Extremadura»), una zona periférica olvidada —con 42.000 kilómetros cuadrados, el tamaño de los Países Bajos, y con apenas un millón de habitantes— y que no había tenido hasta entonces sentimiento regionalista. Había conocido la gloria con los conquistadores, y el periodista recordaba que se descubrió su miseria en la década de 1930 con el documental Tierra sin pan, de Luis Buñuel (1933). Atribuía el cambio a la autonomía, ya que, desde entonces, la región había mostrado un dinamismo inesperado. La situación estaba cambiando, como advertía el vicepresidente socialista de la comunidad autónoma, Ramón Rojero: esta tierra abandonada, exportadora de hombres donde nadie invertía, seguía siendo agrícola, pero los inconvenientes se estaban convirtiendo en bazas para el porvenir. En una Europa urbanizada, Extremadura aparecía como una «reserva ecológica de Europa», un lugar atractivo gracias a una naturaleza protegida que podía desarrollar un turismo de calidad, como efectivamente lo ha hecho. A Cataluña y sus aspiraciones independentistas —«III: Revanches catalanes» («Revanchas catalanas»)— y al País Vasco —«IV: Les Basques debout dans la tempête» («Los vascos firmes en la tormenta»)—, en plena reestructuración, se dedicaban los otros dos estudios, pero el interés por estas comunidades fronterizas era habitual en la prensa francesa, mientras que el interés por Extremadura revelaba una toma de consciencia de la diversidad del país y de las transformaciones experimentadas por algunas regiones.

Con el viaje de los reyes a Francia en octubre de 1993, culminó la consagración de España, cuyo momento clave fue la visita de Juan Carlos I al Palais Bourbon, donde dos siglos antes se había condenado a muerte a su antepasado. El 8, los titulares en la prensa eran entusiastas: «Le roi séduit Paris» («El rey seduce a París»), en Le Parisien, periódico nacional popular; «Juan-Carlos: des relations “meilleures que jamais”» («Juan-Carlos: unas relaciones “mejores que nunca”»), en L’Humanité; «Juan Carlos en el Palacio Borbón y Borbón», en Libération, donde se recordaba que, tras el presidente Woodrow Wilson, en 1919, era el segundo jefe de Estado invitado directamente por su presidente, Philippe Séguin, a venir a la Asamblea Nacional. En el público, al lado de políticos, había destacadas figuras en la vida pública, exiliados de la guerra, como el modisto Paco Rabanne o Jorge Semprún —que había sido ministro de Cultura en España entre 1988 y 1991—, o exiliados del franquismo, como José Luis de Vilallonga, los tres muy presentes en la televisión francesa y considerados como «franceses». Acuña ha destacado la costumbre francesa de «anexar» a los famosos españoles que viven en su tierra, creo que es sobre todo porque algunos han formado parte de la vida francesa, como los tres citados, o Picasso o María Casares, que participó activamente en la aventura del Teatro Nacional Popular (TNP, 1951-1963) con Jean Vilar y Gérard Philipe. Dominique Talès en La Montagne, diario regional del centro de Francia creado hace un siglo, en 1919, comentaba:

Este monarca de talante republicano y de espíritu profundamente democrático es, en efecto, el artífice de la España contemporánea, que ha vuelto a ser un «grande» de Europa, totalmente comprometida en la Comunidad, un foco artístico e intelectual de una creatividad asombrosa, sin duda el país del viejo continente que más ha cambiado desde hace veinte años.56

«Republicano» sonaba a democrático… Philippe Nourry publicó en 1986 un libro titulado Juan Carlos, un roi pour les républicains (Juan Carlos, un rey para los republicanos)… su sencillez contrastaba con la tendencia monárquica de varios presidentes, de Giscard a Mitterrand.

Balance y perspectivas de la Constitución española de 1978

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