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PRESENTACIÓN BALANCE Y PERSPECTIVAS DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978
ОглавлениеEste libro tiene su origen en las jornadas sobre Balance y Perspectivas de la Constitución Española de 1978, que tuvieron lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid los días 13, 14, 15 y 16 de marzo de 2019. Las jornadas fueron promovidas por ocho importantes instituciones; algo poco frecuente en países como el nuestro, en el que pocas veces tantas instituciones, culturales y económicas de diverso signo se ponen de acuerdo en la realización de tal tipo de eventos.
En este caso las entidades que colaboraron fueron el Centro de Estudios Constitucionales, el Colegio de Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, la Asociación Nacional de Parlamentarios Pensionados, el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, la CRUE (Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas), la ONCE, la Fundación Liberbank, la Fundación UNICAJA y la Fundación Sistema, que organizó el evento.
Cuando empezamos a preparar las jornadas, bastantes meses antes, todos entendimos que un tipo de debate de esta naturaleza era oportuno y necesario en la sociedad española. Especialmente en momentos y condiciones como las que se daban —y se dan— después de transcurridos cuarenta años de vida de la Constitución de 1978.
Durante el año del cuarenta aniversario de la Constitución de 1978, tuvieron lugar bastantes actos solemnes, algunos importantes, y muchas iniciativas de recordatorio. Pero a algunos nos parecía que habían faltado debates de mayor entidad con académicos y especialistas con distintas orientaciones, junto a políticos destacados de diferentes partidos, que desde el sosiego de unas jornadas académicas de varios días pudiéramos aportar y contrastar diversos matices y valoraciones sobre una Constitución que, contemplada con cierta perspectiva histórica, desde una óptica nacional e internacional, es evidente que ha aportado mucho al funcionamiento coherente y positivo de la sociedad española y al propio acervo del constitucionalismo internacional. De hecho, en aquellas jornadas contamos también con la presencia de prestigiosos historiadores, algunos venidos de universidades internacionales importantes, así como hispanistas reputados, que hicieron el esfuerzo de trasladarse a Madrid para acompañarnos durante los debates.
No sé si en España valoramos suficientemente lo que ha significado la Constitución del 1978 en la larga historia de nuestro país. Se trata de una conquista que ha dado lugar no solo a uno de los períodos más dilatados —y fructíferos— de estabilidad política y de progreso social y económico de la historia reciente de España, sino que también ha inaugurado un horizonte —muchos pensamos que irreversible— en el que ha sido posible poner de acuerdo a esas dos Españas, a esos dos grandes sectores de la sociedad española que tanto han pugnado entre sí, de manera casi irreconciliable, a lo largo de nuestra historia. Sectores que en aquella ocasión fueron —fuimos— capaces de entendernos para aprobar por consenso un texto constitucional que permitiera a la sociedad española y a la inmensa mayoría de los españoles no solo vivir en paz y con seguridad, sino obtener las mejores posibilidades de todos, como fruto de una convivencia pacífica y democrática en un país como el nuestro.
Se trata de una constitución que ha superado —estaba a punto de superar cuando esto se escribe— en duración a la de 1876, que prolongó su funcionalidad política hasta el golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923. Es decir, durante cuarenta y siete años. Sin duda un largo período de la historia de España.
Sin embargo, la Constitución de 1876 no incluyó en el texto que se aprobó en su día unas previsiones razonables y factibles de reforma que impidieran su envejecimiento y facilitaran su puesta al día.
Las constituciones, como casi todo en la vida, son instrumentos que cumplen un papel, y su valor está acotado históricamente. Se trata de instrumentos jurídicos que organizan la convivencia y que, por lo tanto, debido a su carácter histórico, tienen que cambiar y ser capaces de evolucionar a la par que evoluciona la sociedad.
No se trata de cambiar una constitución por otra continuamente y volver a repetir el curso de ciertos ciclos temporales confrontados como alternativas diferentes sucesivas —como ha pasado en la historia de España—, sino que lo que se precisa es que en cada momento pertinente —cuando así se considere necesario— se tenga capacidad para adaptarse a las nuevas realidades y a las demandas que vayan surgiendo al hilo de la cotidianidad social y de la propia evolución generacional.
En este sentido, hay que tener en cuenta que en estos momentos en España hay una amplia mayoría de población que no votó en el referéndum para la Constitución —prácticamente todos los que a principios de 2010 tenían menos de sesenta años—, siendo varias las generaciones que toda su vida han tenido la suerte de vivir en el régimen democrático pleno inaugurado por la Constitución de 1978, sin grandes crisis, inestabilidades ni rupturas. El hecho de que la gran mayoría de la población española en el momento actual se encuentre en esas condiciones es algo que debe ser especialmente considerado a la hora de valorar las demandas actuales de posibles reformas constitucionales.
Al cambio demográfico natural, en nuestro caso se añade la presencia de nuevas e importantes circunstancias de carácter sociológico, económico, internacional e, incluso, tecnológico, entre las que se encuentra la evolución de la propia Unión Europea y nuestro papel en ella, y la importante revolución científico-tecnológica que está teniendo lugar en una época enormemente influenciada por internet, la robótica, la genómica, etc. Nada de lo cual estaba presente, y en algunos casos ni siquiera se imaginaba, en sociedades como la española en el horizonte temporal de 1978.
Por ello, los que organizamos las jornadas, desde un punto de vista más académico y de análisis de contexto, pensamos que, además de celebrar el aniversario de la Constitución de 1978, debíamos contribuir al debate necesario sobre sus perspectivas futuras. En este caso, lo que pretendíamos era propiciar un encuentro útil, sabiendo que los debates sobre cuestiones constitucionales son fruto no solo de la necesidad —o de la coincidencia en su identificación—, sino también de los esfuerzos de diálogo y debate, a partir de los estados de opinión que existen en una sociedad en un momento dado.
En el período en el que se cumplió el cuarenta aniversario de la Constitución de 1978 era muy frecuente escuchar ponderaciones y valoraciones positivas del clima político que se vivió durante los años de la Transición democrática. Años que en realidad no resultaron fáciles, ni estuvieron exentos de peligros y tensiones, pero en los que predominó la voluntad de dialogar, reflexionar y entenderse. En este sentido, hay que tener en cuenta que la opinión pública entonces tenía muy claro que había que intentar superar un ciclo especialmente conflictivo y antagonizado de la historia de España. Fue en aquellos años cuando la voluntad de los españoles de vivir en paz y en democracia, como los países de nuestro entorno, fue muy fuerte, muy sólida. La inmensa mayoría queríamos vivir en paz y de manera civilizada, mirando al futuro, y no regodeándonos en nuestros conflictos, problemas y desencuentros del pasado.
Sinceramente, yo creo que también actualmente hay una gran mayoría de la población que piensa que la Constitución de 1978 ha sido y es muy positiva para España, y que este período de nuestra historia ha sido especialmente fructífero. Al mismo tiempo, bastantes españoles entienden que la Constitución de 1978 hay que reformarla y ponerla al día en algunos aspectos. Por lo tanto, tendríamos que ser capaces de ponernos de acuerdo para emprender ciertas reformas de interés y utilidad común, aunque no resulten fáciles.
De ahí la pertinencia de jornadas como las que han dado lugar a este libro, en las que participamos personas que tenemos distintas trayectorias, tanto profesionales y académicas como políticas, pero que demostramos que éramos capaces de dialogar, de pensar y aportar puntos de posible encuentro, de formular valoraciones sensatas y de estar dispuestos a llegar a acuerdos. Sobre todo, teniendo muy presente lo que decía el gran Machado sobre dialogar, en el sentido de reconocer que dialogar significa también preguntar y escuchar, es decir, hacer esfuerzos de empatía y de puesta en común.
En la presentación de este libro yo quisiera hacer una mención especial a dos personas. Si bien en las jornadas celebradas tuvimos la fortuna de contar con dos de los padres de la Constitución —Miquel Roca y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón—, con los que todos tenemos una deuda política y moral importante, no pudimos contar con otros. Precisamente, una de las personas con las que primero hablé, cuando pusimos en marcha estas jornadas, fue José Pedro Pérez Llorca, que, con una voz ya muy tenue, me dijo de manera resuelta: «si estoy bien, iré seguro». Posibilidad que se mantuvo abierta hasta pocos días antes de celebrar las jornadas, cuando nos comunicaron que era imposible, porque había fallecido. José Pedro Pérez Llorca, como todos sabemos, era una persona entrañable y un gran profesional, por lo que fue una auténtica pena que no le pudiéramos escuchar en los debates. Otra persona muy especial para la Fundación Sistema y para algunos de los que participamos en las jornadas fue el Profesor Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de la Constitución que, con su esfuerzo y sabiduría, hizo posible dicho texto. Gregorio Peces-Barba fue un gran académico, un gran político y, para muchos de los que desde Cuadernos para el Diálogo y desde la Universidad le conocimos siendo aún muy jóvenes, fue un maestro y un referente.
Desde la estela de estos referentes y desde el recuerdo de su ejemplo y el esfuerzo realizado por aquellos hombres —y pocas mujeres—, en un libro como este hay que empezar con un recuerdo y un reconocimiento especial.
Madrid, enero de 2020
JOSÉ FÉLIX TEZANOS