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4. UN PAÍS TRIUNFADOR… A PESAR DE TODO

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La semana del 27 de julio al 2 de agosto de 2000, Le Nouvel Observateur publicó un nuevo dosier sobre España y su éxito económico. Philippe Boulet-Gercourt, enviado especial en Miami, destacaba la implantación de las empresas españolas en América Latina, aprovechando una cultura y un idioma comunes, con el título siguiente: «¿Habla español?/Les pionniers de la reconquista». Señalaba que, si los empresarios no eran todos españoles, trabajaban para empresas ibéricas que tenían el viento en popa; citaba al Banco de Bilbao y al Banco Santander, Telefónica, grupos hoteleros en Cuba, etc. España se había convertido en el primer inversor en América Latina, y se preguntaba: «¿Cómo un pequeño país europeo ha podido suplantar al gran gigante del norte, Estados Unidos?».57 Notaba que muchos hombres de negocios españoles se habían instalado en Miami, atractiva por su importante presencia latinoamericana.

En el mismo número, Hervé Algalarrondo, enviado especial del semanario en el País Vasco, daba en «Le vrai visage de l’Euskadi» («La verdadera cara de Euskadi») otra imagen, distinta de la que los medios sensacionalistas ofrecían habitualmente en relación con los atentados terroristas: la violencia, desencadenada de nuevo en toda España por ETA después de una tregua, ocultaba el dinamismo de San Sebastián y de Bilbao. Lo comentaba Enrique Cote Villar, delegado de Turismo, miembro del PP y blanco número uno para ETA, que había sucedido a Gregorio Ordóñez, asesinado de un tiro en la nuca en 1995 en un restaurante de la ciudad vieja de San Sebastián. Ibon Areso Mendiguren, primer teniente de alcalde, señalaba en otra entrevista que con el museo Guggenheim se habían creado 3.816 puestos de trabajo en Bilbao, que había pasado de ser una ciudad siderúrgica sin atractivo a una ciudad turística de primer orden. San Sebastián, que tenía un brillante pasado de elegante ciudad balneario veraniega, también había mejorado. Citaba las grandes obras llevadas a cabo en ambas ciudades, donde habían acudido unos famosos arquitectos internacionales, y atribuía estas transformaciones al espíritu de empresa de los vascos. Ambos responsables querían acabar con la visión que se tenía fuera de un País Vasco devastado a sangre y fuego; la amenaza terrorista seguía pesando, pero no había impedido una vitalidad económica excepcional. El periodista notaba que ninguna ciudad francesa de tamaño medio podía enarbolar un balance semejante.

La imagen ejemplar persistió; por ejemplo, el nuevo partido derechista francés la Union pour un Mouvement Populaire (UMP) hizo del Gobierno de José María Aznar un modelo antes de que los atentados del 11 de marzo de 2004 pusieran fin a esta visión idílica. El editorial de Le Monde del 17 de marzo anunciaba en el título su rechazo de «Une thèse méprisante» («Una tesis despectiva»): una parte de políticos y periodistas anglosajones e italianos atribuían el voto masivo a Zapatero al miedo al terrorismo que la firmeza de José María Aznar hubiera podido desencadenar. Recordaba que era su obstinación y la de su ministro del Interior, Ángel Acebes, afirmando que ETA era la pista privilegiada, lo que había contribuido a la victoria socialista, que interpretaba como «una lección de democracia».

En su número del 22-28 de junio de 2006, en vísperas de la crisis, Le Nouvel Observateur anunciaba en la portada, con fondo rojo y un retrato de una impactante Penélope Cruz vestida de negro y rojo, un dosier «Spécial Espagne» con tres temas: la revolución de las mujeres, los secretos del método Zapatero y la California de Europa. El título del primer artículo, «La nouvelle Movida» («La nueva movida»), citaba las palabras del director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Barja, quien hablaba de «nueva movida». Los periodistas Claude Weill y Sylvain Courage insistían sobre el hecho de que fuera se veía a España como un país triunfador y daban una larga lista de personajes de éxito con sus fotografías: Rafael Nadal en el tenis, Fernando Alonso en la Fórmula 1, Penélope Cruz y las actrices de Volver, que habían arrasado en el Festival de Cannes, un ritmo de crecimiento de un tres por ciento, un excedente en las cuentas públicas, una disminución del paro, la llegada masiva de inmigrantes hacia un país que representaba un nuevo El Dorado, multinacionales y altos directivos que se exportaban, el boom de la gastronomía ibérica simbolizada por el catalán Ferran Adrià, el de la arquitectura y de las artes plásticas… Sin embargo, la pregunta que seguía a esta enumeración invitaba a matizar: «España, ¿un país de ensueño?».58 Al viajar por el país, habían descubierto «una nación presa de sus viejos demonios, de la división y la intolerancia»,59 los excesos del debate político y la violencia de la prensa derechista contra el poder socialista y en las regiones periféricas, un particularismo que calificaban de «obsesionante». Habían observado también la otra cara del éxito: la locura inmobiliaria y sus escándalos, la emergencia de un discurso xenófobo conforme iba aumentando la inseguridad, las dificultades de los jóvenes, etc. La conclusión de los periodistas era interesante, con una implícita comparación con una Francia pesimista:

¿Y si el verdadero milagro español fuera este?: la voluntad de los españoles de creer, a pesar de todo, en el porvenir. Su convicción de que el país tiene la capacidad de superar sus dificultades. Que España va a más.60

Explicaría la facilidad con la que había digerido e incluso empujado la política reformista de un PSOE llegado al poder por sorpresa en 2004 y duramente atacado por el Partido Popular, que no había reconocido su derrota. Destacaban que los herederos de Aznar no sabían lo que era una cultura de oposición, solo conocían la revancha. Vemos que los fantasmas del pasado no han desaparecido, recordaban en los dos últimos siglos el choque entre dos Españas: una abierta a las nuevas ideas, otra estancada en el nacional-catolicismo que no se había rendido, como se había podido observar en la segunda legislatura de José María Aznar.

El primer reportaje de Claude Weill sobre un país en plena transformación se interesaba por las mujeres: «Elles ne veulent plus du vieux modèle “cuisine, gosses, curé”/La révolution des femmes» («Ya no quieren el viejo modelo “cocina, críos, cura”/La revolución de las mujeres». Las cifras revelaban el cambio: más del 55 por ciento de los bachilleres eran chicas; en la universidad representaban entre un sesenta y un setenta por ciento, salvo en las disciplinas técnicas; estaban cada vez más presentes en el mundo del trabajo, pero más afectadas por el paro, más numerosas en los trabajos a tiempo parcial, la diferencia salarial era de entre un veinte a un treinta por ciento, y eran poco numerosas como directivas… Una situación que no era específica de España, pero el Gobierno de Zapatero estaba preparando una Ley de Igualdad concebida como una «verdadera maquinaria antimachista» para luchar contra las discriminaciones. En el Gobierno se había respetado la paridad y la número dos era una mujer, María Teresa Fernández de la Vega, presentada de una manera muy elogiosa. Remarcaba que España, comparada con sus vecinos, estaba a la vanguardia en la representación política, con un 36 por ciento de mujeres diputadas y un 25 por ciento de senadoras, y también en la lucha contra la violencia de género. A pesar de las resistencias, le parecía difícil que España pudiera volver atrás, dada la importancia de las mujeres en la cúpula del PP. Concluía que el país que había inventado la palabra «machismo» se había convertido en una especie de «laboratorio del feminismo». Hoy, en 2019, cuando la violencia de género sigue creciendo en Francia, repetidas veces se ha invitado a seguir el ejemplo español. El 26 de noviembre de 2009, un titular de Le Point «Violences contre les femmes: l’Espagne, un pays précurseur, des résultats décevants» («Violencia de género: España, un país precursor, unos resultados decepcionantes»), del periodista Cyriel Martin, advertía de que el Gobierno francés se interesaba en las medidas tomadas por su vecino en 2005 —brazalete electrónico y móvil especifico— y que, si hasta entonces los resultados habían sido decepcionantes, la situación era peor en Francia, con el doble de víctimas en 2008. El 11 de marzo de 2019, Sandrine Morel, corresponsal de Le Monde en Madrid, en «L’Espagne, pionnière de la lutte contre les violences faites aux femmes» («España pionera de la lucha contra la violencia de género»), daba las últimas cifras: gracias a la protección de las víctimas en 2018 murieron 47 mujeres, cuando en 2003 eran 71. Remitía, como otros medios franceses, a la muerte, el 7 de diciembre de 1997, de Ana Orantes, de sesenta años, divorciada, madre de ocho hijos, quemada viva por su ex marido tras contar en televisión el infierno vivido durante cuarenta años y la falta de apoyo institucional. Tras lo que calificaba de «trauma nacional», valoraba que los políticos hubieran tomado medidas y que los medios de comunicación hubieran apoyado la campaña denunciando cada nuevo crimen e intentando provocar una toma de consciencia de la población y su colaboración. En otro artículo del mismo día, «Les féminicides conjugaux, ce fléau qui ne faiblit pas» («Los feminicidios conyugales, esta plaga no cesa»), se señalaba que, entre enero y marzo, nueve mujeres habían sido asesinadas en España, mientras que en Francia fueron unas treinta.

Sylvain Courage, en el mismo reportaje del 22-28 de junio de 2006, destacaba la voluntad del Gobierno, consciente de la fragilidad de los dos pilares del crecimiento —el turismo y la construcción— de apostar por la «economía del conocimiento» para transformar el país en una nueva California.61 Daba como ejemplo el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB), con 55.000 metros cuadrados de oficinas y laboratorios, junto a la fotografía del edificio, muy futurista. Su director, Jordi Camí, comentaba que el proyecto tenía como cometido hacer del lugar un «centro neurálgico en genética, medicina regenerativa y biología molecular». Construido cerca de un hospital y asociado a la prestigiosa universidad Pompeu Fabra, esperaba atraer a investigadores del mundo entero. Erigido a orillas del mar, ofrecía unas condiciones de trabajo y de vida insuperables. Coincidía con el ambicioso proyecto de José Luis Rodríguez Zapatero de recuperar el retraso científico acumulado, por haber invertido solo un uno por ciento del PIB en el sector, cuando la media europea era de un dos. Advertía que al viajar por España saltaba a la vista que, tras los últimos treinta años de construcción continua y de turismo masivo, no se podía seguir el mismo ritmo, la burbuja inmobiliaria estaba a punto de estallar y dentro de poco se acabarían los fondos europeos, ya no era posible seguir únicamente la vía de Florida. Recapacitaba las bazas del país: 73 universidades, de las cuales 22 eran privadas, que formaban a un millón y medio de estudiantes, cuando en 1960 solo contaban con cien mil. Como otros países europeos, sufría la «fuga de cerebros», pero, al proponer unos posdoctorados de cuatro años, esperaba retener a los mejores estudiantes. A nivel científico, la legislación permitía utilizar embriones humanos y células madres en la investigación médica; cada año miles de francesas acuden a clínicas españolas para congelar embriones o porque la donación de óvulos es posible. A nivel de las tecnologías del medio ambiente, se desarrollan programas pilotos en sectores estratégicos, como la energía eólica, la desalinización del agua del mar, la energía solar, etc. Sin hablar de las numerosas start-ups constituidas en las comunidades autónomas, como el Parque Tecnológico de Andalucía (PTA), en Málaga, con la voluntad de acercar universidades e inversores. Pero el país tenía todavía retraso, solo llegaría al nivel francés en 2050, y al de Alemania en 2059. El periodista concluía destacando que, ante la competencia de los países emergentes, como China, India o Brasil, que invertían masivamente en investigación y nuevas tecnologías, la única vía era la colaboración europea: ni España, ni Francia, ni Alemania podían competir solas. En un recuadro, se señalaba que numerosos estudiantes del programa Erasmus escogían España, como lo ha mostrado, en 2002, la película de Cédric Klapisch L’auberge espagnole (Una casa de locos).

Las otras temáticas del dosier eran la inmigración, una oleada sin fin en un país que había pasado de país de emigración a país receptor de inmigrantes, con el problema añadido de los dos enclaves en territorio africano, Ceuta y Melilla, que constituyen una entrada directa a Europa y que demandan encontrar otras soluciones que la vigilancia fronteriza como lo esta haciendo España con unos programas de cooperación de España con los países africanos.

La aprobación del matrimonio gay solo parecía una etapa para Zapatero, que quería reconocer los derechos de los transexuales. Otra periodista, Marie Lemonnier, concluía su artículo con un «Sigue la revolución…». Dos fotografías ilustraban esta normalización: una, del consejero de Zapatero, Pedro Zerolo, militante gay, sonriente con su pareja, quienes se habían casado el 1 de octubre de 2005. Y otra, la del juez antiterrorista Grande-Marlaska en la portada de El País Semanal del 11 de junio 2006, en la que revelaba su homosexualidad. En Francia hubo que esperar al 17 de mayo de 2013 para que se legalizara el matrimonio gay después de tensas manifestaciones.

Las negociaciones con vascos y catalanes eran otro tema polémico tratado. Zapatero había prometido apoyar la reforma del estatuto catalán, pero el Parlamento catalán preparaba un estatuto casi secesionista. El presidente del Gobierno había conseguido que se aprobara una nueva versión y se habían iniciado las negociaciones con ETA, pero se notaba que eran apuestas arriesgadas y que contaban con la oposición frontal del PP.

El 5 de marzo de 2008, cuando la crisis amenazaba, Libération publicó un nuevo número extra titulado «Made in Espagne», con motivo de las próximas elecciones, en las que los electores tenían que elegir entre el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y el PP de Mariano Rajoy. Proponía una inmersión en una sociedad en efervescencia, indicio de su dinamismo. En la portada se veía una sala de fiestas en Madrid y una chica atractiva en primer plano con este título en español «¡Viva España!». Debajo de la fotografía se anunciaban tres reportajes: «Saragosse prépare son expo en changeant de visage» («Zaragoza prepara su expo cambiando de aspecto»), Zapatero 1er, le modernisateur fase aux urnes» «Zapatero I, modernizador ante las urnas» y «(Presque) tout est permis: fumer dans les cafés, boire dans la rue…» («[Casi] todo está permitido: fumar en los cafés, beber en la calle…»). Pero en otros reportajes se advertía que la realidad era más compleja, los cuatro años de prosperidad económica y de reformas profundas de la sociedad, como el matrimonio gay o el nuevo protagonismo de las mujeres, provocaban la ira de la Iglesia.62 En su editorial, titulado «Modèle» («Modelo»), François Sergent, daba una visión más matizada. Comparaba la España de antes y la de 2008, preguntándose:

¿Y si existiera una verdad más allá de los Pirineos? España, mucho tiempo pobre y aislada, a lo sumo destino de vacaciones baratas, se ha transformado en un imán para la juventud europea. El hombre enfermo con políticas reaccionarias, costumbres retrógradas y economía subdesarrollada se ha transformado en un país próspero y moderno.63

Incluso se había convertido en un espejo invertido de Francia. Una gran parte de la plantilla de Libération se había desplazado para observar este nuevo modelo de sociedad made in Espagne, a pesar de la fragilidad de una economía basada en la construcción y la dificultad de hacer vivir juntas a las naciones que la formaban.

En otro artículo, François Musseau, corresponsal de Libération en Madrid, analizaba «Le nouveau visage de la droite dure» («La nueva cara de la derecha dura») y «Un État à la carte, tiraillé par les nationalismes» («Un Estado a la carta, desgarrado por los nacionalismos»). Después de que en Francia se tomase a la España de las autonomías como modelo para una Europa de las regiones, las reivindicaciones crecientes de algunas Comunidades Autónomas que, por otra parte, comentaba, gestionaban la mayor parte del presupuesto del Estado, un 68 por ciento de los gastos públicos, le parecían inquietantes.

Con un título llamativo, «Las Vegas gay au coeur de la Castille» («Las Vegas gay en el corazón de Castilla»), Charlotte Rotman, enviada especial en Campillo de Ranas, recordaba que el matrimonio gay se había legalizado en España en 2005, así como la posibilidad de adoptar, y que el alcalde del pueblo, Francisco Maroto, apicultor socialista, ya había casado a unas treinta parejas homosexuales, mientras otros alcaldes se negaban a hacerlo. La normalización rápida contrastaba de nuevo de manera implícita con la situación conflictiva en Francia.

Un ejemplo de inmigración enfocada positivamente había retenido la atención de los periodistas en Aguaviva, una pequeña aldea aragonesa de 750 habitantes, donde los rumanos habían reactivado el pueblo, desertificado por el éxodo rural, gracias a los trámites de su alcalde Luis Bricio. Este se había desplazado a Rumanía —después de fracasar con argentinos—, y la mayor parte de los nuevos habitantes venían del mismo pueblo, Unirea, situado a unos 500 kilómetros de Bucarest, con características parecidas a las de Aguaviva. Con su instalación había conseguido salvar la escuela primaria y abrir dos clases más. La vida había reaparecido con la apertura de comercios en un pueblo que ya no tenía casas abandonadas. Un auténtico ejemplo para los pueblos que se mueren en Europa. Todas las iniciativas en temas de sociedad muestran una actitud menos cautelosa que en Francia. A nivel político también España provocaba envidia: en «Socialistes espagnols: la gauche rêvée» («Socialistas españoles: la izquierda soñada»), el periodista Alain Duhamel explicaba que España tenía lo que Francia no había conseguido: un líder popular con una línea clara capaz de atraer a los electores.

Suelen insistir en los reportajes sobre el antiguo desfase con los otros países europeos, al constatar que en unos veinte años se había invertido la situación: de país retrógrado, se consideraba ahora a España como uno de los más adelantados en muchos sectores.

En cuanto a las costumbres, otros aspectos habían interesado a los reporteros. Un artículo sobre el botellón, de François Musseau, daba el ejemplo de Granada, que había previsto un lugar fuera de la ciudad —el Botellódromo— para que pudieran reunirse los jóvenes y llevar bebidas, evitando el impacto en la ciudad, donde ahora está prohibido beber en la calle. Un problema que se plantea también en el centro de otras ciudades europeas, aunque de manera menos aguda.

Arnaud Vaulerin, enviado especial en Barcelona, trataba el coalquiler practicado por los jóvenes asalariados de Barcelona como consecuencia del boom de los alquileres.

Otro artículo, titulado «Internet», en la sección de economía, estaba dedicado a Jun, un pueblo de 3.200 habitantes, situado cerca de Granada, un «pueblo internet», cuyo alcalde, José Antonio Rodríguez, era partidario de la «teledemocracia», comentaba el enviado especial, François Musseau. Otra pista válida para sus vecinos europeos para reactivar los pueblos y evitar la emigración, en vez de considerarla como una fatalidad.

Este dosier de Libération del 5 de marzo de 2008 intentaba ofrecer un balance completo de una sociedad en plena transformación, con resistencias en las áreas económica y social. Quedaba todavía la esperanza de que el país superara la crisis y de que no estallara la burbuja inmobiliaria. Se esperaba un mero efecto de corrección, pero la caída del sector de la construcción y de las obras (un 25 por ciento del PIB) afectó a otros sectores y aumentó el paro, haciendo bajar el consumo de las familias.

El 9 de marzo de 2008, en Le Monde, en una entrevista con Cécile Chambraud, Sylvia Desazars de Montgailhard,64 franco-española, politóloga, profesora en Sciences Po (el Instituto de Ciencias Políticas) en París, advertía del fin del ciclo de prosperidad que la crisis mundial iba a acelerar, anunciando en el título «Les “trente glorieuses” de l’Espagne s’achèvent» («Los “treinta gloriosos” de España se están terminando»). Destacaba en la entrevista el contraste entre la percepción muy positiva desde fuera y la percepción negativa desde dentro:

Vista desde el extranjero, España parece cada vez más abierta y dinámica. Vista desde el interior, al contrario, parece fragilizada por las tensiones entre el Estado central y los nacionalismos vasco y catalán.65

Explicaba la inquietud por el riesgo de desmembramiento del Estado como consecuencia de la ausencia de una definición clara del modelo territorial en la Constitución española de 1978, que dejaba la puerta abierta a redefiniciones. Algo que la prensa francesa tardó en ver, lo que explica las numerosas emisiones en televisión cuando se produjo el intento independentista catalán, difícil de entender para el centralismo francés.

Superada la crisis o en vía de superación, España se cita también como modelo en otros ámbitos, como su trabajo en el terreno de la transformación de la policía, con el ejemplo de una ciudad de las afueras de Madrid, que dio lugar, el 6 de abril de 2017, a otro reportaje de François Musseau en Libération: «A Fuenlabrada, la fin de la police “machiste, catholique et blanche”» («En Fuenlabrada, el fin de la policía “machista, católica y blanca”). En esta ciudad industrial de 200.000 habitantes, al suroeste de Madrid, sus 250 agentes se habían convertido en un modelo más allá de las fronteras del país por su respeto a los derechos del hombre, su profesionalidad y su gestión de la diversidad étnica, sexual y religiosa. Los habitantes, y los jóvenes en particular, hablaban de la Policía con respeto, incluso a veces con agradecimiento. Se había invitado a la policía del lugar a dar conferencias en Europa, desde La Rochelle hasta Bruselas, y la habían visitado, para inspirarse, representantes de Naciones Unidas, de la Autoridad Palestina y responsables israelíes. Fue en 2006 cuando Manuel Robles, quien dirigía el municipio, decidió humanizar la policía para luchar contra la discriminación que afectaba a muchos jóvenes, al proceder de fuera un treinta por ciento de ella. Desde entonces, cualquier control da lugar a un informe escrito y se da un recibo al controlado, en el que aparece su nacionalidad, pero no su origen, como es el caso a menudo en Francia, con controles realizados según los «perfiles raciales» (délit au faciès). Hay la mitad de controles que antes y la eficacia se ha triplicado. Describe el funcionamiento: existe una brigada de Diversidad, con seis agentes formados en el conocimiento de diversas culturas que hacen una visita mensual a los barrios para abordar temas conflictivos. Han integrado en ella a agentes de origen extranjero. El programa «Borrar el odio» obliga a los agentes a hacer desaparecer cualquier pintada de insulto en menos de 24 horas. Un trabajo de integración envidiable visto desde Francia, donde no se han conseguido resolver en ciertos barrios las violentas tensiones entre los jóvenes y la policía.66 Me pareció interesante, como otro elemento de una España ejemplar, pero tiene un escaso eco en la prensa española y en la francesa, más preocupadas por los aspectos más negativos de la inmigración. El 17 de agosto de 2107, la redacción del canal francés LCI anunciaba un reportaje sobre la eficacia de la policía de proximidad,67 un debate recurrente en Francia, y se refería a Fuenlabrada y a sus resultados, que «harían palidecer de envidia a muchos alcaldes».68 Hay artículos puntuales para lo que sigue siendo una experiencia limitada, pero que va a seguir adelante. La Vanguardia señalaba el de abril de 2019: «Fuenlabrada se suma al proyecto europeo Clara para prevenir delitos de odio», que se desarrollará a través del servicio de Policía Local de Fuenlabrada, en colaboración con la Policía Local de Madrid y la Universidad de Salamanca.

Tal visión no es incompatible con otra más crítica. El 2 de septiembre de 2016, François Musseau recordaba en Libération los escándalos que contribuyeron a agravar la crisis de los bancos. Iniciaba su artículo con una fotografía de Rodrigo Rato, recordando que fue el presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI, 2004-2007), ministro de Aznar (1996-2004) y llamado por los medios el «arquitecto del milagro español», acusado, con otros 64 colaboradores, de apropiarse, mediante tarjetas de crédito, de doce millones de euros de la caja de ahorros Bankia, salvada de la bancarrota en 2012 gracias al dinero público. Esas tarjetas blacks, opacas al fisco, servían para pagar clubes privados con prostitutas, hoteles de lujo, etc., en el peor momento de la crisis y de los desahucios. No había más comentarios, como si los datos fueran suficientes y quizás porque los escándalos en el mundo político son un tema sensible.

Balance y perspectivas de la Constitución española de 1978

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