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Cuestionar el sentido

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Podríamos ejemplificarlo haciendo referencia a lo que sucede con algunas convenciones sociales, algunas de ellas primitivas como el saludo, o aglutinantes como el chiste. Una de las jóvenes, recién admitida, había causado no pocos moretones en la cara de algunos intervinientes, sencillamente porque los saludaba. Cada beso era un golpe en la cara. Todos temían su llegada y se protegían de su gesto amoroso. Ella no podía saludar como todo el mundo. Pero nos dimos cuenta que su pretendido gesto afectivo escondía aquella intención del daño. El sentido del saludo en sí mismo quedó cuestionado. Y es que el saludo también puede ser, y lo es, en definitiva, algo dañino. En tanto convención social, con un sentido definido, el saludo se presenta como un imperativo en los grupos de los seres hablantes. Pero es un acto que obliga. Que impone una regla, que se sostiene en las normas, en definitiva, en los semblantes. Y ella había encontrado allí, cabeceando fuertemente, una forma de expresar su rechazo al Otro de la ceremonia. Nuestra maniobra, al contrario de decidir educarla para que salude con mayor cuidado y dulzura, fue decirle que no era necesario saludar. Que se podía ingresar y empezar cualquier actividad así como así. Sin reglas. Y se acabaron los moretones, pero porque se acabó la imposición que los generaba.

Con el humor y los chistes sucede otro tanto. Hemos visto, durante todos estos años, que muchos autistas se esconden para reírse. No consienten a que la risa los lleve a un lazo con el Otro. La risa es vehículo de inserción, adhesivo social. Por ello podemos captar que el chiste, para el autista, no es algo sencillo. Es una tarea difícil porque cuando rompe el sentido esperado y provoca la sorpresa, ello es para él fascinante: el sinsentido que se esconde en esa ruptura queda expuesto. Pero a la vez lo obliga a correrse de la conexión que ello produce con el Otro. Muchos se ocultan entonces. La risa, que anuda el acto que acerca al Otro y el sentido sorpresa, es un efecto que denota demasiado la subjetividad como para exponerla.

Otros autistas cuestionan el sentido por la misma vía por la que realizan el tratamiento del Otro. Intentando introducir un orden, armando una categorización propia de actos, fechas, espacios, objetos. Nos vemos tentados a pensar que ello constituye una singular liturgia. Ésta, que tiene en definitiva el objetivo de que algo de pura esencia simbólica pase como real, se esclarece con aquel auto-tratamiento al que algunos autistas se abocan. Buscan lo mismo. Lejos de la castración que haga referencia al sentido fálico, un joven se inventa un manual, un código, el de los días en que puede concurrir, qué hacer en cada uno de ellos, y los tres días especiales del año en los que no concurrirá a la institución. Ese orden lo pacifica, le vuelve soportable el día a día, le da la ilusión de prevenirse de los imprevistos. Por eso también hemos creado una sala donde funciona un taller exclusivo, que es la sala de los aburridos. A los fines de ayudarlos con ese orden propio, cuando la invasión de demandas o cuerpos, gritos y voces, se hace para algunos insoportable.

La significación del tiempo es también cuestionada. Estamos convencidos de que el tiempo pasa, fluye, que nadie se baña dos veces en el mismo río, como señalaba Heráclito. Pero uno de nuestros maestros autistas nos enseñó que no deberíamos estar tan convencidos. Él no está para nada seguro de que el tiempo corra, de que todo pase. Precisamente porque no cree en el tiempo. Una cosa es el tiempo como uno de los nombres de lo real, y otra es la forma –simbólica– que tenemos para medirlo, para alojarlo, para hacerlo entrar en la cultura y en la palabra. Lo que pueda durar una hora de taller, el momento en que deberían venir a buscarlo, el instante del video en que un personaje vuelve a decir lo mismo al rebobinar y poner play… ¡hay que creer en ello para quedarse tranquilo! Él, en cambio, debe cerciorarse día a día, a cada momento, y muchas veces, de que eso se repite. El reloj de su celular es su aliado. Debe acreditar una vez tras otra los minutos y los segundos, para asegurarse que pasen o, si fuera el caso de un programa o un video, que se repita en los tiempos exactos.

Este amplio cuestionamiento del sentido también se da por la vía del rechazo de quien lo produce: el amo. Es un alivio para ellos que la significación fálica no reine por todas partes. Y son capaces de captar que, más que ser el discurso vehiculizado por el amo, en sí mismo es él quien comanda. Entonces, hablar como todo el mundo es un apriete, una provocación, es algo vivido como una imposición por la mayoría de los autistas. Son verbosos, pero deben asegurarse usar el lenguaje a su manera, inventando ellos mismos una forma de comunicarse propia.

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