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Usar los semblantes y los objetos

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Como los discursos –que son del orden del semblante– están para velar lo real, los autistas –con su rechazo– nos recuerdan que las raíces de la autoridad son ni más ni menos que las del semblante, que no hay ninguno de ellos que valga más que otro frente a la pulsión, y que todo significante en posición de comandar, amo, no es más que algo que sirve para velar.

No habiendo significaciones como la fálica, con déficits de semblantes para dar sostén al cuerpo, la pulsión sin embargo –aun cuando ella pueda desplazarse, sustituirse, pluralizarse, o sea, testimonie que está tomada por lo simbólico– da cuenta de un real. Un real que es puro estímulo, pero está preso en lo simbólico. Si el agujero real ha sido comido por el lenguaje, el agujero simbólico aloja la pulsión. Ella, como expresión de lo real, contornea esos objetos y testimonia dónde está inscripto el goce.

Otro joven nos muestra cómo lo imaginario puede ejercer de suplencia al Nombre del Padre pero, más allá, hacer también su trabajo de ocultamiento del agujero mismo. Sin lugar para ojales, ni cierres, ni huecos, todo lo que sobra se meterá hacia adentro. Y, a los fines de asegurar que el agujero no aparezca, bien le vienen unos disfraces. Su invención es encubrir con Batman o el Hombre araña toda su singularidad. Esos disfraces de personajes de película no tienen el estatuto de la identificación como en las neurosis, no es una búsqueda de un pasaje de la satisfacción por el Otro y por su sentido, sino más bien es una defensa y un camuflaje con el que protege y enmascara su goce más íntimo. Asimismo, constituyen la presentación de una especie de lenguaje propio, hecho de escenas icónicas de películas o videos, en los que aparece con sus capas, guantes o antifaces.

Nuestra apuesta es ayudarlo a pasar del disfraz al signo, que es otra modalidad del semblante. Pintar, coser, pegar papeles y telas para armar un disfraz, por ejemplo, para ver si de ello surge alguna construcción más allá de la de ser el doble del superhéroe.

“Escuchá, escuchá”, una joven le dice a una interviniente cuando hace pis. La voz y el sonido que confirma el Otro la sustentan. Asegurado el cuerpo con los objetos, el autista puede animarse a rearmar un lazo con el Otro. Otro joven usa la pantalla rota de su celular para jugar con los reflejos. La mirada se pluraliza. Cada posición hace que cada ángulo de visión sea distinto y único, y lo aprovecha para armarse un mundo nuevo y único, que sólo él ve. Es una especie de enunciación sin palabras, con el cuerpo, a través de esos objetos. Objetos que quedan entonces ligados al sujeto y son testigos de lo real que los creó. Testigos también de lo indecible, de un sinsentido.

Y, por último, los objetos. En los talleres, muchas veces, son lo esencial. Con ellos los autistas intentan suplir, contener, defenderse, del apriete del lenguaje. Una silla. Las hojas y su soplo producidos hojeando un libro. Una mochila. Un trozo de caño convertido en pulsera: una joven que en su elaboración de un posible lazo al Otro nos enseñó que el cuerpo es algo que también se construye. Nos mostró que el cuerpo del ser hablante, tangible, y sus órganos, sólo existían si los ceñía con artefactos de bijouterie desproporcionados. Los objetos bizarros que elige para dar soporte a su cuerpo vienen a un borde desde el que puede plantearse un intercambio con el Otro. Lo que del cuerpo en la neurosis se asienta en fantasmas, fantasmas kits, con variaciones singulares pero más o menos limitados y característicos, ella lo toma de la ferretería. Objetos, piezas sueltas, que serán bordes, pero también armazón y estructura artesanal. No siendo ni del Otro, ni del sujeto, los objetos instauran un neo-borde, un lugar y espacio de intercambio, de tolerancia con el Otro. Objetos que cuestionan al objeto pulsional ligado a la significación fálica. Están desprovistos de ella. Invitan a pensar, al analista en formación, que los objetos pueden estar extraídos del Otro, señalan que no va de suyo que todos supongan un lazo al Otro porque estén alojados en él. Y son los que además, en el autismo, garantizan el lazo con el cuerpo. Los objetos privilegiados por los autistas, todos ellos tocan el cuerpo, y son herramientas para escapar de la persecución del lenguaje.

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