Читать книгу Sideral - Héctor Castells - Страница 17
Mayo de 1976
ОглавлениеAleix tiene dos años y medio y los ojos despiertos. Ha cenado con su madre y su hermano y se ha acostado a las ocho y media.
Alfonso atiende a sus pacientes en la consulta situada en la planta baja de la casa y trabaja a deshoras para localizar al doctor Emile Thierry, un ginecólogo francés que ha diseñado un espátula visionaria. Es un alternativa a una de las pesadillas de Alfonso: los fórceps. Thierry es un maestro espatulero. Sin embargo, no hay nadie en Francia que crea en sus diseños. Alfonso lo hace a pies juntillas. Le parece un crack. Finalmente, consigue el teléfono de su casa. Thierry tiene 87 años y hace tiempo que vive convencido de que el invento morirá con él. Hasta que Alfonso le llama y le invita a Barcelona. Thierry no da crédito. «C’est une blague?» [¿Es una broma?], pregunta con cautela parisina. Alfonso le cuenta que no. Le confiesa que los fórceps le perturban. Son unas tenazas que parecen diseños frustrados y ancestrales de Transformers. Han aplastado la mayoría de cráneos contemporáneos. Su desafío es liquidarlos.
Thierry se pondría a bailar sardanas, si supiera.
La casa es grande y la noche de la Bonanova es silenciosa, y Aleix y Daniel ven la televisión, una caja roja que proyecta imágenes en blanco y negro de tipos calvos y con bigote, normalmente uniformados, que se mueven a cámara lenta. Aleix y Daniel apenas la ven. Pero escuchan a menudo las voces dulces o las sinfonías siniestras que salen de la caja. Solo de vez en cuando, mientras se desplazan de la cocina al salón, o del salón a su dormitorio, interceptan lo que sucede dentro. Hay un tipo que se llama Balbín que irrumpe cuando cae la noche y presenta un programa que se llama La clave pero que podría llamarse Eructo caníbal. Aleix le observa con terror.
Chisca ha descubierto que está embarazada. Ha decidido desmantelar el cuarto oscuro, recoger la ampliadora y matricularse en Filología. Tiene veinticuatro años y dos hijos y cierra los ojos y desea que le caiga la primera niña. La juventud es la posibilidad de ser corredor de fondo y de esprintar: ella descubre que será madre por tercera vez, se matricula en la Universidad y decide de qué colores pintará la habitación de los niños.
Alfonso asiste partos a todas horas y paga casi todas las facturas. Pasa el tiempo, pero casi todos los coches son Seat. Casi todos. Alfonso sigue conduciendo su Méhari rojo, y Chisca mete a los niños dentro y lo descapota y canta a Leonard Cohen. Y luego llegan a casa y les pone a Moustaki, y la tarde patina y ella cocina. Las luces de verdad se derriten y se encienden las de mentira, y las voces de la tele conjugan ecos militares con chicas de la Cruz Roja. Los niños se acuestan a las ocho y a veces se duermen lento y, otras, lo consiguen deprisa. Françoise Hardy les susurra palabras pacíficas, el eco de una Francia soberana, lejana, femenina, sensual y libertaria. Sin embargo, otros días cae la noche y los párpados fracasan y se escuchan voces de lobos y aullidos de Balbín.
Y entonces conciliar es un verbo que no se conjuga.
Hoy será la primera noche en que no funcione la chanson. Aleix se agarra a las cuerdas vocales de la Hardy y recorre el camino inverso: en lugar de dormirse, despierta. Le dice a su madre que no apague la luz. Bajo ningún concepto. Le aterra la oscuridad, la naturaleza sepulcral de los interruptores. Así será desde muy temprano y hasta muy tarde. Es una noche tórrida de mayo, Aleix tiene dos años y medio y son más de las doce y tiene los ojos abiertos como platos. No sabe si ha escuchado a Alfonso volver o si no.
La casa tiene dos pisos y no siempre se oyen los pasos del patriarca. La luz de la Luna alcanza su cama y la del pasillo se filtra por debajo de la puerta. Está protegido por dos resplandores tibios y se sumerge en su primer viaje hacia el final de la noche. Sabe que la oscuridad es una amenaza transitoria, que la mañana la devorará. Es una noche de mayo y el calor aprieta, y Aleix lo detesta y descubre el insomnio, la jungla infinita de la madrugada; la posibilidad de soñar despierto en lugar de hacerlo dormido. Su refugio es su imaginación. Esta noche levantará la primera de las ciudades imaginarias que surcarán los tres próximos años de su vida. Chisca entra en el cuarto a las siete de la mañana y se lo encuentra sentado en la silla, frente al escritorio, despeinado y taciturno.
—¿Estás bien, Aleix?—Sí. No he podido dormir, pero me he inventado una ciudad.
—¿Una ciudad?
—Sí. Es una ciudad de cera. Todos los edificios se pueden encender con una cerilla. Como una vela.
—Qué bonito —dice Chisca estupefacta.
—Y es una ciudad donde la gente no duerme. Y siempre es de noche. Pero si la gente trabaja mucho, entonces se hace de día. Pero si la gente no trabaja mucho, entonces no se hace de día. Hay muchos señores que hacen pan. Y hay señores que fabrican las calles. Y hay un edificio muy grande que hace mucha luz. Y hay una escalera muy alta, y si los señores más altos se suben y llegan hasta arriba, entonces pueden encender las luces de la ciudad. Me parece que las luces de la ciudad son las estrellas. Y la ciudad se llama la Ciudad de la Luz.
Aleix Vergés, 1977.