Читать книгу Bajo el faro - Heine T. Bakkeid - Страница 11

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La casa siempre está gris de noche. La luz oscura que pasa a través la colcha que he tendido fuera de la ventana del salón en el que duermo refuerza ese color mortecino que ilumina la sala del suelo al techo. Fuera se oyen la lluvia que cae por el canalón y el rugido de los coches que pasan de un lado a otro del puente que conecta la ciudad con Grasholmen, Hundvåg y las islas.

Estoy tirado en el sofá. De fondo, la radio suena al ritmo del bullir de la cafetera.

Escucho a Leonard Cohen pregonar con voz ronca: «You who wish to conquer pain, you must learn what makes me kind». Ulf me recomendó hace un rato en la consulta que escuchara algo de música después de la dosis nocturna para que el cuerpo recibiera todos los estímulos sedativos necesarios para contrarrestar los trastornos del sueño, pero prefiero la radio y la incertidumbre que conlleva.

Me doy la vuelta y giro la cara hacia la oscuridad y la silla que está entre la pared y el rincón de la cocina, donde oigo un ruido.

—Frei —jadeo y me incorporo al mismo tiempo que la voz de Cohen vuelve como un chelo bien afinado: «You say you’ve gone away from me, but I can feel you when you breathe».

De repente, un olor ácido a tierra inunda la estancia. Me levanto del sofá con cuidado. Siento un intenso hormigueo en el cuerpo. La expectativa de lo que está a punto de suceder.

Me acerco a la silla y estiro la mano hacia la oscuridad mientras la radio emite un nuevo crujido y la música muere y luego le da paso a un ruido blanco que se funde con la lluvia de otoño.

Bailamos. Entrelazados al ritmo del zumbido de la nevera en la estrecha cocina del piso. Sin música, sin luz, solo con el sonido de la lluvia y el cielo que se rompe en pedazos sobre nosotros. Ya no me siento la rodilla, que me quema de dolor. Lo único que veo son sus labios que tiemblan al compás de su cuerpo, que se mece de un lado a otro.

—Nunca pensé que te volvería a ver. —Sollozo, y algo me explota bajo la piel cuando las lágrimas agolpadas en los conductos obstruidos de los ojos consiguen abrirse paso hacia el exterior.

Su melena castaña y salvaje ha perdido el color y el brillo. La fragancia de extractos vegetales, especias y vainilla ha desaparecido, sustituido por el olor a jabón desinfectante y a tierra fría. Su aroma, el nuestro, se ha desvanecido, lavado por el tiempo que hemos estado separados el uno del otro.

—Pero has vuelto.

Le agarro los dedos entre los míos, la acerco a mí e intento hundir la cara en su pelo, y respirar, una y otra vez, hasta que me apoya la cabeza contra el pecho.

—Ven —susurro cansado y le paso la mano por la cintura y la acerco a mí.

Nos tambaleamos hasta el sofá cama, retiro la colcha, me la pongo sobre los hombros, como una capa, y me tumbo junto a ella. Siento que tiemblo cuando su frío cuerpo me roza.

Tiemblo de felicidad.

Bajo el faro

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