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PRIMER DÍA CON FREI. STAVANGER,

22 DE OCTUBRE DE 2011

Acababa de volver al trabajo en la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales de Bergen después de pasar casi un año en Estados Unidos. Tenía una misión en Stavanger y me encontraba en la escalera de entrada de un chalé de la parte oeste del barrio de Storhaug, donde tenía una cita con un abogado que estaba implicado en uno de los dos casos que había ido a investigar.

El primero era una posible violación de la confidencialidad, presuntamente cometida por un empleado del tribunal en relación con un caso de compensación que implicaba a dos compañías petroleras extranjeras en la ciudad. El segundo era mucho más grave. El compañero de un po­licía de Stavanger lo acusó de violar el código penal y la

ley de armas. Iba a reunirme con ese policía esa misma semana.

—¿Quién eres? —dijo de pronto una voz tras de mí cuando me disponía a llamar al timbre.

Hacía sol. La temperatura era cálida y agradable, aunque el otoño ya se hubiera instalado en las hojas de los árboles. Me volví de golpe. Tenía los ojos rasgados, llamativos, y la cara ovalada y enmarcada por una melena rizada recogida en varios moños.

—Thorkild Aske —le contesté, y di un paso a un lado—. ¿Quién eres tú?

—Frei —respondió ella, y subió la escalera y se quedó de pie junto a mí. Frei tenía veintipocos años y era casi tan alta como yo—. ¿Qué haces aquí?

—Tengo una cita con Arne Villmyr a las cinco. ¿Vive aquí?

—¿Eres policía?

—Más o menos.

Frei apoyó la mano en la barandilla, se inclinó hacia atrás y a continuación me dirigió una ardiente mirada juvenil. Deseé largarme de ahí: me avergonzaba de mi edad y mi forma física.

—¿Cómo que más o menos?

—Trabajo en la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales, somos los que...

—Sí, sé quiénes sois. —Frei me sonrió de lado sin darme ocasión de terminar y llamó a la puerta con la mano que tenía libre—. ¿Y qué haces en casa del tío Arne? ¿Lo vas a detener?

—Como ya te he dicho, yo...

—¿Frei? ¿Eres tú? Pasa y cierra la puerta —dijo una voz de hombre en el interior de la casa—. Creo que tenemos un avispero en la terraza y no quiero que el salón se me llene de esos bichos infames.

Eché un vistazo al cielo y a la fuerte luz del sol, y después volví a mirar a Frei. Había soltado la barandilla, se había dejado las sandalias tiradas en el recibidor y se paseaba descalza por el parqué hacia el salón situado al fondo de un pasillo diáfano.

—Ha venido un hombre —dijo lo suficientemente alto como para que yo pudiera oírla—. Una especie de policía que quiere hablar contigo.

Bajo el faro

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