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PRIMER DÍA CON FREI. STAVANGER,
22 DE OCTUBRE DE 2011
Fuera del chalé de Storhaug, el lago Hillevågsvatnet brillaba bajo la cálida luz del sol. En el espacio entre los muebles, el suelo y el techo bailaban diminutas motas de polvo en los rayos que entraban por los ventanales orientados hacia el oeste. Casi había acabado de revisar el caso con el tío de Frei, Arne Villmyr, que era el abogado comercial de la empresa petrolífera que había interpuesto la demanda. Estábamos cada uno en un extremo de la mesa de cristal del comedor, y Frei estaba medio tumbada en un sillón junto a la ventana, leyendo un libro, con un MP3 en el regazo.
—Está haciendo un trabajo.
Arne Villmyr tenía cincuenta y tantos años, y un tono perfecto de piel. El pelo, gris oscuro, le clareaba y lo llevaba peinado hacia atrás para taparse la coronilla.
—Ah. —Me volví hacia Frei, con el sol de cara—. ¿Qué estudias?
Frei no me respondió. Ni siquiera levantó la vista del libro que leía.
—Derecho —contestó Arne Villmyr—. Aquí, en la Universidad de Stavanger. —Se frotó la barbilla recién afeitada y le hizo un gesto a su sobrina—. ¡Frei!
—¿Qué pasa? —Frei apagó la música y se incorporó en la silla.
—¿No estabas haciendo algo sobre los casos de violencia policial en Bergen en los años setenta?
—¿Cómo?
—Seguro que este hombre de la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales sabe un par de cosas del asunto.
—Bueno —repliqué, y bajé la tapa del portátil—. No sé si te puedo ayudar mucho. Los casos de violencia policial de Bergen fueron uno de los motivos por los que se cambiaron los protocolos de investigación de la policía y la fiscalía a finales de los años ochenta, y por los que se crearon los Organismos Especiales de Investigación. Pero, por desgracia, no sé mucho más que lo que dicen los libros y artículos que abordan el asunto.
Arne asintió distraído mientras Frei me miraba con los ojos entornados.
—¿Sabes qué? —me preguntó mientras se enrollaba y se desenrollaba el cable de los cascos entre los dedos—: Tal vez me puedas ayudar de todas formas.
—Ah, ¿sí? —le pregunté, y me volví de nuevo hacia ella.
—¿Te podría entrevistar?
—¿Sobre qué?
—No lo sé muy bien. Pero puede que seas más interesante de lo que aparentas a primera vista. Tal vez encuentre un nuevo enfoque para el trabajo, o... —Vaciló un poco antes de dibujar una ancha sonrisa—: Tal vez seamos ese tipo de gente que acaba enamorándose.
—Frei, por favor. —Arne sacudió los brazos con aire resignado. Iba a añadir algo cuando Frei se empezó a reír, miró a otro lado, se puso los cascos y abrió el libro—. Lo siento. —Arne probó el café y chasqueó los labios—. Bueno, ¿nos ponemos con esto? Seguro que tú también tienes más cosas que hacer hoy.
Terminamos la declaración de los testigos y repasamos la apelación que la empresa petrolífera de Arne Villmyr había interpuesto al caso de compensación judicial que perdieron en el tribunal de distrito. Ya entonces supe que la apelación iba a ser rechazada. El día se estaba nublando. La superficie del lago, hasta entonces inmóvil, se había cubierto de una fina capa de ondas irregulares.
Acababa de guardar el portátil, había dado las gracias por el café y ya me había levantado para marcharme cuando Frei se quitó un auricular y me miró.
—Bueno, ¿qué te parece?
—¿El qué?
—¿Nos vemos en el Café Sting mañana a las seis?
—Yo... yo...
Iba a decir algo más, pero Frei ya se había vuelto a poner el auricular y estaba centrada en el libro. Arne Villmyr se había marchado a la cocina.
Lo podría haber dicho en ese momento. Podría haber dicho que lo sabía. Que lo sabía desde el principio, pero no lo hice. No dije nada. Solo me di media vuelta y me marché.