Читать книгу Siempre es invierno en tu sonrisa - Helena Pinén - Страница 12
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ОглавлениеWINTER
(2 6 de d iciembre de 201 7 )
Un pitido repentino inundó sus oídos; algo en su interior se resquebrajó como si su carcasa saltase por los aires por culpa de una granada.
Imaginó que era a causa de los nervios, si bien le dejó una sensación desagradable.
Una chica que apenas soportaba el contacto físico no podía soñar con enamorarse. Mucho menos con tener ante ella un hombre guapo, inteligente, divertido, atento y comprensivo… de rodillas.
Con un anillo de compromiso entre los dedos.
—Irving…
—Te quiero, Winter —él le sonrió con la emoción brillándole en la mirada—. Te quiero con todas tus fisuras. Quiero ver cómo dejas atrás tus fantasmas, quiero ayudarte a vencerlos cogido de tu mano. Cásate conmigo.
Entre lágrimas, Winter se rio, pero no porque la situación la divirtiese. En realidad, estaba rozando el histerismo.
¿De verdad un hombre como Irving estaba pidiéndole que se casase con él?
Su vida había cambiado mucho en cinco años.
No es que hubiera superado lo sucedido con Fly, pero gracias a su nueva vida en Nashville y a un par de amigos no interesados en ella sexualmente, había empezado a tolerar que un hombre la tocase, la abrazase. Ella también buscaba esos mimos, porque los necesitaba y porque era una forma de superarse a sí misma.
Durante el día olvidaba lo sucedido aquella noche, conseguía llevar una vida normal. Era a la hora de acostarse cuando muchas veces la ansiedad adormecía sus extremidades, embotaba su cabeza y la hacía llorar.
Esa doble vida, esa doble perspectiva, era como convencerse de que podía aguantar bajo el agua sin respirar sabiendo que, de un momento a otro, iba a ahogarse.
Pero de ahí a estar viviendo con un hombre y que este quisiera tener un futuro a largo plazo con ella, quien no podía asegurarle un matrimonio normal y corriente…
Era un milagro.
Un bendito milagro.
Se cubrió la cara con las manos. Se preguntó si el karma le estaba devolviendo algo de lo que perdió aquella noche, ofreciéndole una vida prometedora.
—Irving… —se apartó el pelo de las mejillas y se secó las lágrimas.
Él le tomó la mano con la que no cogía el diamante que acaparaba la luz del salón. Le dio un apretón para animarla a creerse que aquello era real. Winter se desmoronó, sollozando sin pudor.
Irving sonrió con más cariño todavía y se sentó frente a ella de nuevo.
Había interrumpido la cena para pedirle que fuera su mujer. Estaban solos en su apartamento, planeando la fiesta de fin de año, donde todos sus amigos acudirían para recibir el año nuevo con besos, alcohol y buena música. No era una pedida fastuosa u original ni excesivamente romántica, pero a Winter le bastaba.
—Cielo, no llores —le pidió con voz dulce. Ella lo miró y tragó saliva al ver cómo Irving dejaba frente su copa el precioso anillo—. No tienes por qué responder ahora. No quiero presionarte.
—Nunca lo haces.
Era cierto. Llevaban juntos casi dos años y nunca había hecho nada que Winter no hubiera querido. Dentro y fuera de la cama.
Eran muy profundas las secuelas que Fly había dejado en su cabeza y no era tan sencillo burlar al inconsciente.
Él restó importancia a su murmuración con un ademán.
—Dime qué te parece cuando estés preparada. No tengo prisa, ¿de acuerdo?
Winter cogió el anillo y lo observó. Aceptaría ser la esposa de Irving Banks aunque le hubiera ofrecido un anillo de papel de un bombón. Aunque hubiera venido sin anillo y no hubiera postrado una rodilla en el suelo.
Un simple casémonos de refilón y Winter hubiese terminado diciendo que sí.
—¿Me lo tengo que poner yo? —balbuceó, secándose una última lágrima y alzando los ojos hacia Irving.
El hombre sonrió como si acabase de revelarle el secreto de la vida eterna.
—¿Eso es que aceptas?
—¿Cómo no iba a hacerlo con lo que te quiero?
Toda ella tembló cuando el anillo se deslizó por su dedo, la emoción hacía que su corazón aletease como si fuera un animal ligero. Se sentía liviana, como si flotase. Así deberían sentirse los pájaros: poco pesados y libres mientras surfeaban el cielo y sus nubes, empujados por la brisa.
Irving se arrodilló de nuevo y tomó su mano para besarle los nudillos, susurrando palabras de agradecimiento. Era ella quien debería dar gracias al universo por poner en su camino a un hombre así.
Era demasiado especial, era tan bueno que a veces creía no merecerlo.
Pero la había elegido a ella. Pese a sus demonios interiores, que desgarraban su interior y le impedían ser una mujer normal y corriente, la seguía eligiendo cada día, cada noche.
No se lo decía con palabras, no era necesario.
Winter apreciaba sus gestos. Se sentía amada y feliz cuando la besaba antes de ir a trabajar, o cuando cada noche le decía que la quería a modo de bienvenida. Era imposible no sentirse protegida cuando Irving se acostaba a su lado en la cama, abrazándola como si su vida dependiera de tenerla contra su pecho mientras dormían. La acunaba cuando las pesadillas la agobiaban y acariciaba su pelo para tranquilizarla cuando sufría un ataque de pánico.
Gracias a él olvidaba quién era su hermano, quién era el cabrón de Fly y quién era ella.
¿Cómo no iba a querer envejecer junto a un hombre tan tierno y comprensivo? ¿Cómo no iba a querer estar siempre con alguien que la hacía querer ser mejor cada día que pasaba a su lado?
—Todo va a salir bien —le prometió Irving, entre beso y beso. Ella le sonrió y le acarició la barba con las uñas—. No tenemos prisa para casarnos ni para todo lo demás. Lo importante es que nos queremos.
—Te amo.
—Y yo a ti, cielo —le aseguró él, como si Winter no lo supiera ya. La besó de nuevo y se sentó frente a ella—. ¿Terminamos de cenar?